Editorial: La Patria Bobísima
Luis Enrique Nieto Arango
La nueva historiografía colombiana, que cuenta con tan destacados exponentes, ha proscrito el uso de la expresión Patria Boba para denominar el período comprendido aproximadamente entre 1810 y 1815.
Comprensible esta preocupación semántica que ya hace tiempo había ocupado la pluma de ese gran precursor de la Nueva Historia que fue Indalecio Liévano Aguirre quien en el capítulo XXII de su obra “Los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia”, publicada hace más de 50 años, critica el uso del término.
La observación de Liévano Aguirre difiere un poco de quienes consideran hoy que esa expresión de Patria Boba no refleja la inmensa importancia y complejidad de una época fundacional en la cual nuestros patriotas redactaron varias Constituciones y mantuvieron sesudas controversias sobre las distintas formas de gobierno que, a la postre, derivaron en cruentas y estériles guerras de “Caínes, Abeles y su cría”, como diría Borges, para rematar con la Reconquista, que hoy, de acuerdo con los expertos, debemos llamar Restauración Monárquica y que fue toda una carnicería en la cual se sacrificó a la generación ilustrada que creía empezar a vivir en libertad.
Liévano señalaba expresamente que: “….así se urdió la leyenda de una Edad Dorada, de una Patria Boba que a la manera de Atenas, tuvo la fortuna de ser gobernada por un Areópago de próceres cuya conducta desprendida y romántica les ganó el derecho de personificar las grandes virtudes de la nacionalidad..."
Si nos atenemos a los hechos, más o menos ya establecidos, pues paradójicamente el pasado es tan difícil de conocer como el futuro, esos años iniciales de la formación de la República fueron un verdadero berenjenal1 en el cual las diferencias conceptuales se transmutaron en odios, intrigas, malquerencias y desavenencias cuyo torpe intento de solución por las armas encontró finalmente un desenlace fatal en la Época del Terror, expresión que ya vimos debería reemplazarse por el eufemismo de Restauración.
Buena tarea es para los curiosos verificar como los notables de Santafé y de todas las Provincias, empezando por la de Cartagena, se descalificaban los unos a los otros, se contradecían, se traicionaban y se trenzaban en luchas que hicieron repetir muchísimas veces al libertador Simón Bolívar, empeñado en conseguir la unión de toda la América Española, la frase: “Unión! Unión! o la anarquía os devorará!.
Si la Historia, según lo dice Cervantes por boca de El Quijote, debe ser “…..émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de los pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir…”,2 deberíamos, 200 años después, aprender de esta fatídica efemérides de la Reconquista, Restauración Monárquica, Época del Terror o Pacificación, la lección que impone.
Nuestro presente podría ser llamado en un futuro no muy lejano, como lo hizo don Antonio Nariño en 1823, Patria Boba, Bobísima o, más aún, estulta y, acaso, esquizofrénica, por no advertir que mientras nos enredamos en bizantinismos nos estamos quedando del tren de la historia y continuaremos en una guerra absurda, injusta y horrible como todas las guerras.
La terminación del conflicto, la búsqueda de la paz, con las reformas de fondo que se requieren y que han sido aplazadas una y otra vez, debería ser la tarea en que nos empeñemos todos los colombianos, so pena de, ya es un lugar común, repetir la historia que, ya lo sabemos, más que triste ha sido trágica y es hoy y ahora justamente el momento de cambiarla.