Sueños de un refugiado palestino, apartes de una entrevista
Fernanda Vargas, Acompañante Ecuménica / Programa PEAPI
Fernanda Vargas, Acompañante Ecuménica / Programa PEAPI
En el marco del Programa Ecuménico de Acompañamiento a Israel y Palestina – PEAPI[1] (EAPPI por sus siglas en inglés) el cual realiza monitoreo continuo sobre la situación de Derechos Humanos en Cisjordania - Palestina, tuve la oportunidad de visitar a Ismail, un joven palestino de 24 años que semanas atrás logró obtener su grado en enfermería, quien compartió con el equipo de PEAPI de Hebrón algunos detalles de su vida diaria en medio de la ocupación y su perspectiva frente el conflicto. Su relato está marcado por una mirada siempre reflexiva y por un elemento significativo, y éste es que su domicilio permanente es un campo de refugiados. Antes de identificarse como ciudadano de algún país o con alguna nacionalidad, Ismail se identifica como refugiado.
Su amabilidad y hospitalidad con nosotros es tan evidente como su sentido de pertenencia. Al recibirnos en Arroub, su campo, nos dice “bienvenidos, este es mi campo, es un campo hermoso”. Metros más adelante vemos con sorpresa que hasta las paredes de su casa nos dan la bienvenida. Él ha escrito con pintura negra un mensaje de bienvenida para los acompañantes ecuménicos de PEAPI, justo al lado de la puerta de entrada de su casa.
El campamento de refugiados Arroub, así como otros tantos, fue establecido por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), tras la Guerra Árabe-Israelí en 1949. Arroub se encuentra ubicado entre las ciudades de Belén y Hebrón; con una extensión de 0.24 kilómetros cuadrados, alberga alrededor de 11.000 palestinos. Este campamento fue establecido para responder a la emergencia humanitaria causada por el masivo desplazamiento interno de palestinos tras el fraccionamiento del territorio palestino; recibió en sus orígenes a palestinos provenientes de 33 diferentes aldeas y el abuelo de Ismail hizo parte de este grupo, quien por varios años vivió en una carpa de campaña.
Hacia 1956 se comenzaron a construir pequeñas viviendas de concreto como solución temporal a la emergencia. Dichas construcciones constaban de una única habitación para las familias numerosas, en las cuales se improvisaba una cocina rudimentaria y un espacio para dormir. Con el tiempo, estas construcciones han sido reemplazadas o adecuadas por las familias para responder a las necesidades básicas y al aumento de la población. En su mayoría las estructuras han cambiado. Las viviendas tienen hoy en día espacios separados, dos pisos, un mayor número de habitaciones y dos o tres baños. A pesar de que la población ha aumentado, el tamaño del campo sigue siendo el mismo, y la situación de vulnerabilidad de sus habitantes no disminuye.
Este es el panorama de la familia de Ismail, de los 11.000 habitantes del campo de Arroub, y de los 5 millones de refugiados palestinos. Según UNRWA, alrededor de 5 millones de palestinos se encuentran registrados como refugiados en 58 campos, 27 de los cuales se encuentran ubicados en Gaza y Cisjordania, y 31 en las fronteras de los países vecinos como Líbano, Jordania y Siria.
El alto número de refugiados es una de las muchas consecuencias que ha traído el conflicto Israel/Palestina. Las guerras acontecidas tras la creación del Estado de Israel y la posterior ocupación y apropiación del territorio han causado masivos desplazamientos internos, durante los cuales miles de familias palestinas perdieron sus pertenencias, hogares, nexos con la tierra heredada a través de sus familias, y hasta la titularidad y posesión sobre ellas. En consecuencia, dichas comunidades se enfrentaron a la pérdida del hogar, sumado a la imposibilidad de hallar uno nuevo que se pudiera considerar como propio y permanente.
Mientras la creación del Estado de Israel significó para la comunidad judía del mundo la posibilidad de contar con un Estado garante de sus derechos, para la comunidad árabe y palestina que habitaba en dicho territorio representó lo contrario; del Mandato Británico se pasó a la ocupación militar Israelí y en ambos escenarios los palestinos no pudieron ejercer una ciudadanía real de derechos.
Hoy en día los palestinos son titulares en su mayoría de una ciudadanía de segunda categoría, en donde no hay protección del gobierno, ni garantía sobre sus derechos. Tras la creación del Estado de Israel hace más de seis décadas, la única vía de los palestinos para tener visibilidad y reconocimiento ante las instituciones y adquirir algún tipo de status, fue la figura de refugiado, a la cuales miles se aferraron tanto como Ismail se aferra hoy en día.
Al caminar a través de las angostas calles del Campo Arroub es notorio como sus paredes han sido testigo de diferentes formas de violencia. Con frecuencia el ejército israelí realiza incursiones o redadas nocturnas con el fin de detener o arrestar a algún palestino (en su mayoría por lanzar piedras), estas incursiones cumplen una doble función, atemorizar a las familia y vecinos. La noche es el momento predilecto, en tanto que se rompe con el espacio íntimo y privado, la oscuridad encubre a los hacedores pero permite también que en el silencio se escuchen sus excesos, enviando así un mensaje a los demás habitantes del campo.
A su vez, las paredes del campo son lienzo para las manifestaciones de sus habitantes, quienes a través de murales y grafitis recuerdan a aquellos seres queridos que han perdido. Un alto número de estas pérdidas humanas se dan por participar en enfrentamientos con soldados israelíes, o simplemente por estar situados en el lugar "incorrecto". Los en lugares "incorrectos" en un campo de refugiados son simplemente los lugares cotidianos como la calle al frente de su casa, la entrada del campo, la salida del colegio o el paradero del bus. Es allí, en estos lugares "incorrectos", donde decenas han sido alcanzados por una bala.
Cabe recordar que tras más de cinco décadas los refugiados palestinos se han constituido en uno de los grupos de población refugiada más antiguos. Nuevas generaciones como la de Ismail y la de su padre han nacido en campos de refugiados y aún siguen esperando el fin de la ocupación israelí. Al respecto le preguntamos a Ismail por su visión sobre el futuro y del fin del conflicto.
Al preguntarle por sus sueños sobre el futuro, contesto: ” sueño con un futuro en el que pueda tomar un jugo en la playa de Tel Aviv con alguno de los tantos soldados que he visto lo largo de mis 24 años”. Ismail sueña con dos estados sin fronteras, y sueña con poder ir a la playa en Haifa o Tel Aviv. Estas son las playas que nunca ha podido disfrutar a pesar de estar ubicadas a distancias relativamente cortas por tierra (alrededor de 3 horas), la realidad es que son destinos y vías que para un joven como Ismail son hasta la fecha imposibles de recorrer. Para poder disfrutar de estos destinos Ismail como otros palestinos deben solicitar un permiso especial a las autoridades israelíes, el cual no es fácil de obtener.
A pesar de encontrarse en un ambiente sumamente volátil y hostil, Ismail como muchos otros jóvenes palestinos le apuestan a las iniciativas no violentas y a la pedagogía, por lo cual trabaja como voluntario con diversas ONGs. Él considera que romper el ciclo de la violencia es la clave, y esto se traduce en algunas reglas sencillas que han dejado de tener sentido por la degradación del conflicto y de la ocupación Israelí en Cisjordania. Se trata entonces de seguir las premisas de respetar la vida, cambiar el odio y resentimiento por amor alegría, y así poder disfrutar en sociedad. Y por último acercar a los pueblos, comunidades y familias, aquellas que han antagonizado en base a rencores propios o heredados, pero también en base a imaginarios colectivos, muchos de los cuales son distantes de la realidad. Ismail afirma que, en últimas, las partes del conflicto no se conocen, pero que una es tan humana como la otra.
Al preguntarle a Ismail sobre cómo construir paz, explica que es necesario empezar ese proceso desde adentro, desde la casa, comunidad, para después poder proyectarlo hacia afuera y hacia aquellos que se les ha etiquetado de enemigos. En seguida, con curiosidad, le preguntamos ¿quién es el enemigo? "no son ni los judíos, ni los israelíes, ni el mismo estado de Israel, ni sus fuerzas militares. Son los colonos", respondió. Estos son aquellos judíos que han dejado su casa en otras regiones de Israel o del mundo para ocupar, por motivos ideológicos o económicos, territorios que son o eran palestinos.
Ismail fue a una universidad pública palestina y conoce el significado práctico de solo algunas instituciones públicas, pero en realidad desconoce la protección en una dimensión integral y ampliada de parte del Estado, y el significado práctico de las instituciones políticas, ya que tal vez lo más parecido a un Estado en esta zona es una agencia de las Naciones Unidas. A pesar de lo anterior, él es conocedor de la responsabilidad que tiene con su comunidad y con sus sueños, reconoce que "para que el sueño se cumpla, debo empezar por mí mismo, paso a paso, toma tiempo. Se trata de cambiar mentes, cambiar la forma de pensar, de ahí es de donde vendrán las soluciones".
El desplazamiento y despojo de tierras es un fenómeno que no ha cesado, según el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno - IDMC " El desplazamiento se da en muchos casos de las presiones menos visibles y acumulativas que acompañan a la ocupación israelí y que reducen en gran medida el acceso de los palestinos a los servicios y recursos, lo cual limita su capacidad para mantener sus medios de vida tradicionales y permanecer en sus zonas de origen"[2]. El panorama actual no es alentador, según cifras de Naciones Unidas solo durante 2016 en Cisjordania 1,089 estructuras (casas, carpas, colegios, graneros, pozos, entre otros) palestinas fueron demolidas con lo cual se afectó los medios de vida de 7,101 y se desplazó a 1,593. En la Franja de Gaza alrededor de 51,000 palestinos permanecen hoy en día en refugios temporales tras perder sus casas y ser desplazados a causa de las hostilidades del año 2014.[3]
Por lo pronto y mientras se logra una solución duradera para los refugiados palestinos y ante la ausencia de un Estado consolidado, la agencia de Naciones Unidas UNRWA provee los servicios básicos como atención médica y acceso a educación para jóvenes y, niños y niñas.
En este contexto resalta, por un lado, las barreras y enorme dificultad por consolidar un Estado palestino en medio de la ocupación israelí, y por el otro lado, el desinterés del gobierno Israelí para garantizar derechos básicos a los palestinos que permitan el desarrollo de sus potencialidades como individuos y colectividad. Cabe recordar que lo anterior, es una obligación internacional que recae sobre los Estados y que es independiente de la nacionalidad, u origen de su población.
Entonces, se evidencia como con el pasar de las décadas se ha gestado un fenómeno de pérdida de comunidad dada las dimensiones del fenómeno migratorio interno y externo del conflicto, y la ausencia, o debilidad de un Estado en los territorios que garantice derechos y deberes en la actualidad. Todo lo anterior, supone algo más difícil de subsanar, y esto es, según Hanna Arendt, la pérdida del artificio común. Es decir, la perdida de reciprocidad, de la confianza por la existencia de orden jurídico común a todos, así como la capacidad de ejercer control sobre los poderes; en resumen, es todo lo que hemos creado como humanos para garantizar derechos. En otras palabras, sin la comunidad y sin el Estado, no existe quien pueda y quiera garantizar los derechos. Ante lo cual, en tono de alarma la misma autora agrega que la pérdida de derechos nos es otra cosa, que la pérdida misma de las características humanas.[4]
Sin duda el conflicto y la ocupación se ha degradado, se han deshumanizado a sus partes a través de un sin número de mensajes e ideales erróneos que se transmiten por los medios de comunicación. Como Acompañante Ecuménica hay muchos mensajes que quisiera transmitir, pero hay uno delicadamente sencillo pero contundente: es el de un joven refugiado palestino que nos recuerda que a pesar de que "algunos creen erróneamente que los palestinos no amamos la vida, si amamos la vida, y queremos cuidarla y vivirla plenamente".
La responsabilidad de acompañar, de condenar las múltiples violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario, de romper discursos fundamentados en el miedo, de amplificar y difundir las voces de quienes viven en pleno siglo XXI bajo una ocupación militar, y de ejercer presión política sobre dirigentes y líderes políticos y religiosos, recae sobre la comunidad internacional y la sociedad civil, quienes podemos optar por una opción diferente a la indiferencia y el silencio.
Este es el momento para que a la par que observamos a la distancia la ocupación, generemos también pequeñas acciones para fortalecer voces e historias como la de Ismail, quien lucha por un futuro diferente y por una paz justa en donde su generación pueda vivir plenamente, sin las restricciones y los miedos que conlleva el conflicto, y en el que nuevas generaciones no deban aferrarse al status de refugiado como única vía y, sino que por el contrario puedan desarrollar una ciudadanía plena con mas que vestigios de humanidad.
[1] El Programa Ecuménico de Acompañamiento a Israel y Palestina – PEAPI nace en el marco del Consejo Mundial de Iglesias para dar acompañamiento a comunidades palestinas e iniciativas locales no violentas que trabajen por alcanzar una paz justa, con el ánimo de sumar esfuerzos a nivel internacional para dar fin a la ocupación militar israelí. Para mas información ver: http://americalatina.peapi.org/, https://eappi.org/en
[2] Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno. Traducción realizada por la autora. Disponible en: http://www.internal-displacement.org/middle-east-and-north-africa/pales…
[3] Oficina de Coordinación para los Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. Disponible en: http://www.ochaopt.org/content/record-number-demolitions-2016-casualty-…
[4] Arendt, Hannah. La decadencia de la nación-estado y el final de los derechos del hombre, en: Los Orígenes del Totalitarismo. Volumen II. Editor. Alianza Editorial. Madrid, 1982.