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Ciencia versus seudociencia: efectos nocivos de las leches vegetales o falsos lactorreemplazadores como xenoestrógenos

Ricardo Andrés Roa-Castellanos

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Dicen que la moda no incomoda. En realidad, a veces no solo incomoda, sino que incluso puede causar daño y poner en peligro a muchos[1]. Si el prefijo seudo-” significa falso, la problemática de la falsedad y el engaño se ha extendido al campo de la leche.

Las ventajas de la leche y la búsqueda de su consumo para una especie mamífera racional como la humana se dan por sentadas. Buscarle reemplazo, de hecho, indica una necesidad de consumo. Su consumo viene desde el nacimiento y es un insumo proteico que favorece a jóvenes y adultos que no hayan perdido su adaptación a ella. No somos los únicos –biológicamente hablando– en tener esta clase de asociaciones alimenticias con otras especies. Las hormigas que protegen, crían y cuidan pulgones para obtener su melaza, son otro ejemplo de cooperación simbiótica similar. 

Pese a la historia evolutiva de más 10 000 años de este mutualismo, que ha favorecido el avance neurológico y un mejor desarrollo humano y animal, el simbólico animal humano se ha confundido últimamente con el tema. El lenguaje puede volvernos hacia pistas obvias pero olvidadas:

Por ejemplo, las llamadas “leches” de magnesia, de aluminio, o hidratantes, no por ser líquidos blanquecinos reemplazarían a la verdadera leche. He aquí un gol” que le han metido a la Real Academia de la Lengua Española en las acepciones de la palabra. La palabra para describir esas sustancias similares, stricto sensu, debía ser “lechoide”, por cuanto el sufijo griego “-oides” significa parecido, más no igual o equivalente a algo. 

Tabla 1. Comparación de contenidos nutricionales básicos entre leche de vacuno y vegetales

Tabla 1. Comparación de contenidos nutricionales básicos entre leche de vacuno y vegetales [Gráfica de autor basada en Keller (2012)].

Las leches de origen vegetal también se ajustan a esa descripción de naturaleza incomparable con la verdadera leche (Tabla 1). La proteína, evidentemente, no llega a ser igual nunca.

La Asociación Pediátrica de América denunció que, mientras que la leche materna contenía niveles mínimos de aluminio (4 a 65 ng/mL), las leches infantiles hechas con soja, poseían niveles muy altos comparativamente (600 a 1300 ng/mL) del mismo elemento.

Si bien el aluminio no es fácilmente tóxico en sí mismo, los médicos dejaron constancia que, al competir este metal con el Calcio en la absorción, esto puede influir en una deprimida mineralización ósea en comparación con leches de origen animal. Esto no ha sido obstáculo para que se estimara, en 2008, que un creciente 25 % de la leche en polvo para bebés ya tuviera como insumo la soya (Bathia y Greer, 2008).

Sin embargo, las leches vegetales se han vendido al público como panacea, o cura para todos los males, por modas recientes. Dichas modas se sustentan en un auge cultural compuesto por distintas vertientes sociales, falsamente progresistas, las cuales sin reconocer sus errores, buscan imponer de forma absolutista, y por ende irrespetuosa, estilos, o visiones de vida, que ideológicamente creen correctos.

Contrasta la anterior actitud con la premisa según la cual la verdad se propone y no se impone. La evidencia, como se verá, no indica la conveniencia sin mancha atribuida a las leches vegetales en distintos campos.

Características de las leches vegetales en contexto social

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Hay que decir que la leche de soja es un subproducto industrial, que busca primero el aceite, las tortas y ahora el biocombustible. La soya argentina, muy utilizada para leches y bebidas infantiles a base de este producto, es transgénica. Esto no quiere decir nada malo per se. Pero su manipulación genética involucra un gen de resistencia al glifosato (Cerdeira y Duke, 2006), agroquímico que, al ser considerado carcinogénico por la OMS[2], modificó controversialmente las aspersiones aéreas en la lucha antidrogas en Colombia, una vez suspendido su uso debido al argumento de riesgos sobre operarios y ambiente[3]

Sociológicamente, en ámbito urbano, la problemática cultural-nutricional de las leches vegetales ha sido mediada por el apogeo inculcado –y facilitado por la ausencia de un contradiscurso– que venía teniendo el vegetarianismo y el veganismo, al aducir causas seudoanimalistas, tema desmitificado en artículos previos. La devastación en millones de hectáreas de bosques tropicales, pampas y selvas, causada por los extensos cultivos de soja/soya y palma (de donde se produce la sustancia aterogénica palmitol, presente en múltiples alimentos) ha sido un daño decididamente antinatural contra flora y fauna.

Pero a la problemática se le sumó, en las décadas recientes, un multimillonario interés comercial de compañías farmacológicas productoras de estos lactorreemplazadores hechos con soja. El interés es compartido por compañías proveedoras de materias primas en agroquímicos, semillas y otros sectores de la agricultura industrial, o los agro-negocios, que incluso generan artículos de carácter académico, promotores de las bondades de estos productos. ¿Habría conflicto de interés?

En población urbana educada han convergido la propagación de un estilo de vida Nueva era, una concepción de mundo gratuitamente antitradicionalista y campañas aparentemente ambientalistas de propaganda negra en contra de la ganadería. Se completa la construcción de dicho contexto social actual con el bombardeo en contra de la leche de vaca y el estímulo al consumo de leches vegetales.

Consideraciones en salud

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A finales de los noventa y comienzos del siglo en curso, la promoción de los estrógenos exógenos en las mujeres como terapia coadyuvante ante los cambios de la menopausia y posmenopausia (acción conocida dentro del concepto “terapia de reemplazo hormonal”), acrecentó la tendencia para incitar yatrogénicamente el consumo de estos productos, que han tenido un crecimiento comercial exponencial. Pero esas recomendaciones han tenido que ser echadas para atrás calladamente.

La controversia empezó justamente por razones de salud: mujeres posmenopáusicas con consumo crónico de leche de soja/soya desarrollaron hiperplasia endometrial –factor de riesgo importante en el cáncer de endometrio (Unfer et al., 2004).

No se puede generalizar y decir que una sustancia disminuye el riesgo de cáncer, al tomar el cáncer como una sola enfermedad. Cada cáncer es distinto y se ha demostrado que los efectos de los estrógenos pueden inducir cambios tumorales para cáncer de seno, en especial en mujeres posmenopáusicas (Yager y Davidson, 2006).
Se comprobó que la genisteína, un fitoestrógeno presente en la leche de soya, estimulaba el crecimiento de células cancerígenas mamarias, al inducir la expresión genética de la ceramidasa ácida (Lucki y Sewer, 2011). Medicamentos anticancerígenos como el Tamoxifen® se caracterizan justamente por suprimir la función de esa enzima (Morad et al, 2013).

Se alega una generalización espuria sobre los efectos protectores de la soja sobre el cáncer de seno. En un experimento conducido en Japón, altos consumidores habituales de soya en distinta presentación, pero por costumbre fermentada para disminuir efectos indeseables, se comprobó que el efecto de protección se daba para las mujeres que consumían sopa de miso, pero su efecto no se daba para las otras comidas a base de soja (Yamamoto et al., 2003). 
En cambio, el consumo alto (dos servidas por semana) y prolongado de tofu, el seudoqueso derivado de la soja, en personas maduras, fue asociado a la inducción de atrofia cerebral, es decir, disminución de la masa cerebral, con pérdida de peso, agrandamiento ventricular cerebral y pobre desempeño intelectual en pruebas cognitivas, es decir, cambios compatibles con envejecimiento cerebral prematuro (White et al., 2000; Hogervost et al., 2008; Henderson, 2009; Sumien et al., 2013).

Calcio

Un estudio británico determinó que el riesgo de fracturas en veganos (quienes no consumen proteína animal) era mayor que en vegetarianos (Appleby et al, 2007). Estos últimos solían darse licencias con el queso, la leche o el pescado antes. Los veganos dicen reemplazar la proteína animal con legumbres, pero por sobre todo soja en presentaciones de leche y tofu.

Chen et al. (2003) demostraron que las isoflavonas de la soja favorecían la disminución en la densidad ósea en mujeres adultas y que los beneficios de esa leche –que afirmaba publicitariamente subir el calcio en los huesos– eran solo especulativos.

La soja –que se consume ampliamente, aunque con un proceso de fermentación en los países orientales– se ha correlacionado con las fracturas endémicas de cadera, que para el 2050 se espera sean el 50 % de las totales habidas en el mundo (Lau et al, 2001). Aunque se argumentaba que el consumo de soja protegía contra fracturas de cadera, este efecto no pudo ser confirmado en hombres asiáticos mayores fracturados expuestos a esa dieta (Koh et al., 2009). Está comprobado que la baja densidad ósea del cuello del fémur (componente de la articulación de la cadera) se relaciona directamente con mayor riesgo de fractura de cadera, siendo incluso predictor en relación con los otros puntos frecuentes de fractura en osteoporosis (Cummings et al., 1993).

Hormonas

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Los activistas crecen y, al ser adultos, su accionar es proporcionalmente de mayor impacto social. Pero esas posiciones ideológicas e infundadas pueden actuar tanto en contra de sí mismos como de la naturaleza que dicen proteger.

Por ejemplo, las sustancias conocidas como xenoestrógenos, y que son generadores de desequilibrio hormonal, han provocado la feminización o incorrecto desarrollo del aparato y comportamiento reproductivo de varias especies silvestres, contando desde peces (Ostheicthyes), anfibios (Lissanphibia), miembros del grupo Reptilia, aves y mamíferos (Edwards et al., 2006). Por alterar las hormonas, a esas sustancias se les denomina disruptores endocrinos.

La leche de soya/soja, la leche de almendras o leche de arroz son fuente de xenoestrógenos. Entonces, la irresponsable campaña cultural a favor de los falsos lácteos vegetales se estaría aprovechando de la laguna de información que tiene la opinión pública al respecto y de generalizaciones falaces. Pero, al ser la causa vegana ya antigua y haber acumulado décadas, un claro choque se ha dado entre profesionales dietistas partidarios del uso de esas dietas y profesionales médicos que, con casuística in crescendo, se oponen a ello.

Por ejemplo, la Sociedad Médica Europea de Gastroenterología Pediátrica fuertemente critica el uso de la leche de soja/soya como lactorreemplazador, por su menor digestibilidad, biodisponibilidad, cantidad de metionina, disminuida proteína general en comparación con las leches materna y bovina, alta concentración de fitatos, aluminio, manganeso, y fitoestrógenos; además de su falsa publicidad en efectos positivos sobre población infantil en general (Agostoni et al., 2012). La Sociedad Americana de Dietistas del Canadá, en cambio, declara que no hay “ninguna clase de problemas” con las dietas vegetarianas que tienen como eje de sucedáneo proteico a la soja/soya (ADA, 2003).  

Los niveles del fitoestrógeno isoflavona en bebés lactantes de 4 meses, alimentados con fórmulas a base de soja, quintuplican el valor de isoflavonas en la sangre que tienen inclusive adultos alimentados con una dieta rica en soja. Al ser una seudohormona, ¿podrá ello tener consecuencias?

Se ha visto que micos alimentados con esta fórmula vegetal para su crianza han demostrado tener una supresión notoria en sus niveles de testosterona, hormona que contribuye a la diferenciación sexual secundaria de los machos, es decir, influyen en el tamaño testicular y otros caracteres sexuales (Sharpe et al., 2002). El efecto negativo en el desarrollo testicular para la edad adulta se ha comprobado también en roedores, animales modelo de enfermedad humana (Napier et al., 2014).

Llama la atención que una de las naciones con más alto consumo de soja, como es Japón, (Yamamoto et al., 2003), presente una continua baja masiva en el impulso sexual de los jóvenes, con efecto en la pirámide poblacional, y que no ha respondido a estímulos gubernamentales a favor de la natalidad; cuestión que se ha atribuido al cansancio por el trabajo en adultos jóvenes[4], pero que puede tener otros cofactores causales.

Chavarro et al., (2008) encontraron que los hombre asiáticos que consumen como mínimo entre 5-10 veces más derivados de soja que los hombres occidentales, tienen menor nivel de testosterona, peso testicular, calidad del semen, número de células germinales y de Sertoli que sus pares caucásicos e hispanos.

Fitoestrógenos y xenoestrógenos

Conceptos como xenoestrógenos, fitoestrógenos, disruptores endocrinos, feminización de especies, atrofia cerebral, hipospadias, distrofia de la mielina, la afectación de la tiroides, o la significancia de hormonas en el desarrollo embrionario, fetal o infantil, como también en el metabolismo adulto, suelen escapar a las informaciones manejadas  por el público masivo.

Esos conceptos, sin embargo, están relacionados con las leches vegetales. Las isoflavonas son sustancias probadas como bociogénicas (inductoras de hipotiroidismo) y estrogénicas (con efectos análogos a los estrógenos) (Doerge y Sheenan, 2002). 

Los xenoestrógenos son sustancias que, debido a su parecido bioquímico con los estrógenos, pueden cumplir sus funciones de engaño orgánico, causando efectos colaterales, por lo general perjudiciales, en el receptor.
Ejemplo de los xenoestrógenos son algunos pesticidas (DDT, endosulfán), herbicidas (atrazina), fitoestrógenos (isoflavonas: genisteína, daidzeína; cumestanos; lignanos), micoestrógenos, estrógenos análogos sintéticos (dietiletilbestrol, clomifen citrato), o contaminantes derivados de procesos industriales (PBB, PCB, bisfenol A –empaquetamientos/envases plásticos–, o dioxinas –producto de la combustión, o del blanqueamiento de la pulpa de madera–).

Efectos reproductivos, comportamentales y neurológicos

Las isoflavonas en botánica, no obstante, hacen parte del arsenal molecular de defensa que tienen vegetales como la soja/soya, alfalfa, o el trébol rojo, para impedir la fertilidad de los herbívoros que las consumen (Taiz & Zeigner, 2006).
Los efectos descritos en rumiantes y roedores (cobayos, conejos) que han sido puestos a consumir crónicamente estas plantas, son infertilidad, inhibición de la reproducción, del celo, de la ovulación, de la implantación embrionaria, distocia y esterilidad (Hughes, 1988). Estos efectos se dan por disrupción, es decir, interferencia, con los funcionamientos hormonales normales.

Otros estudios médicos serios han señalado también, para la pediatría, a los fitoestrógenos como un agente causal de ginecomastia (crecimiento feminizado de los pechos) en varones, por vía de acción estrogénica sobre receptores celulares (Núñez et al., 2010).

En el libro de Embriología médica de Langman’s (2012) se menciona que durante los últimos 20 años el hallazgo de bebés varones con hipospadias (una incorrecta formación del aparato urogenital masculino) se ha duplicado epidemiológicamente, sospechando de disruptores endocrinos. Wisniewski et al. (2003) comprobaron que en un ambiente materno sobrecargado con fitoestrógenos por alimentación de la madre, se observaba una desmasculinización fenotípica en sus crías macho, que llegaban a mostrar menor desarrollo testicular, etc.

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De interés, un estudio inglés con más de 8000 niños como grupo muestral halló que había un mayor riesgo de que los bebés sufrieran de hipospadias si la madre era vegetariana durante el embarazo (North y Goldin, 2000).  
En los países nórdicos, la promoción del veganismo y el animalismo ha sido intensa en las últimas décadas, con el subsecuente incremento en consumo de seudolácteos vegetales. Epidemiológicamente, en Holanda se ha encontrado una cuadruplicación de hipospadias–también estudiando cerca de 8000 niños– (Pierik et al., 2002); en Dinamarca un escalamiento de disgenesias (fallas en el desarrollo) uretral-peneal (hipospadias) y testicular (criptorquidia –testículos que no bajan–) que creció de 1,8 % en 1961 a 8,4 % en 2004 (Toppari et al., 2010).

Problemas neurocientíficos describen cómo la leche materna humana contiene 6 µg/L de Manganeso (Mn), mientras que la leche artificial para bebés hecha con leche de vaca puede tener entre 77 y 100 µg/L.

En cambio, los lactorreemplazadores hechos con leche de soja/soya contienen, en promedio, 300 µg/L de Mn. Si, triplicando el valor vacuno y eso como en el caso del Aluminio también tiene consecuencias. Se ha visto una clara correlación entre consumo de leche de soya, mayor Mn, y de nuevo otra clase de efectos neurológicos como trastornos de aprendizaje e hiperactividad (Núñez et al., 2010).

El exceso de manganeso en el cuerpo de los niños se ha visto en el desorden de déficit de atención / hiperactividad, al incrementar el Mn la impulsividad por afectar el sistema dopaminérgico (Farias et al., 2010).

Dada la mayor permeabilidad al Mn en el sistema nervioso central de personas en desarrollo, la  acumulación de Mn sucede fácilmente. Una persona en desarrollo puede sufrir las consecuencias de estas exposiciones en su futuro orgánico.    

Jenkins y Merrit (2004), en otra revista especializada de nutrición, escribían que no había efectos negativos con esta leche vegetal para la salud de los niños, ni su desarrollo en la alimentación con estos lactorreemplazadores de origen vegetal. Cabe decir que eran empleados de la compañía Abbott[5], casa matriz de la leche Similac ®, e Isomil ® elaboradas con soja/soya. De forma parecida, un estudio en jóvenes concluía que no había efectos por el consumo de leche de soya. Sin embargo, en los resultados de la misma investigación (letra pequeña) se reporta que el periodo menstrual de las chicas era más largo que en sujetos experimentales no alimentados con soja/soya y que la incomodidad menstrual era mayor en el grupo expuesto al sucedáneo vegetal.

En contraste, formas infantiles del mono Rhesus (modelo de experimentación animal por su semejanza orgánica con el humano) expuestas diferencialmente a leche materna, de vaca y de soja/soya, demostraron comportamientos, habilidades y desarrollos distintos tendientes a la afectación conductual en los alimentados con derivados de soja  (Lephart, 2003; Golub et al., 2005).

Las alergias son riesgos presentes en ambos tipos de leches. Las almendras, sin embargo, son mucho más alérgenas por la presencia de carragenina, una sustancia inductora de cólico, ulceraciones y otras manifestaciones de síndrome de intestino irritable (Borkhatur et al., 2007).

En contraste, el consumo de leche de vaca en embarazadas británicas ha repercutido en mayores coeficientes intelectuales de sus hijos[6].

Cerremos recordando, ante el seudoambientalismo de los promotores de los productos de soja, que estudios científicos en el cuerpo humano han determinado que la flatulencia o producción intestinal de gases de metano, gas 23-25 veces más potente que el CO2 en la generación del efecto invernadero y cambio climático, pasa de 13 centímetros cúbicos (cc) por hora [cc/hr] con una dieta sin soya a 179 cc/hr (Rackis, 1981). Este es un fenómeno normal en el consumo humano de legumbres, pero si se masifica puede pasar del meteorismo a la meteorología en la dimensión de los problemas.

La gente debe abandonar la comodidad del rumor. El internet concede la razón por medio de fuentes para cualquier punto de vista no comprobado científicamente. La crisis ante el concepto de autoridad ha menoscabado la autoridad intelectual, que en la sociedad deben detentar los grupos o colegios de especialistas.

La opinión pública le apuesta a los comentarios de personas conocidas, de forma acrítica, y se suele desconocer informaciones en contra de una emotividad manejada por diversos grupos de interés. Pero con la salud propia o ajena NO SE JUEGA.
 
 
Referencias
 
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[1] URL: Consulte aquí (15-06-2015).

[2] URL: Consulte aquí (15-07-2015).

[3] URL: Consulte aquí (15-07-2015).

[4] URL: Consulte aquí (15-07-2015).

[5] Como se ve en los datos del artículo: Aquí

[6] URL: Consulte aquí   / Consulte aquí  (15-07-2015).