El siglo XX
Manuel Guzmán Hennessey
El último libro de Noam Chomsky, Cooperación o extinción, (Penguin Random House, 2020) tiene la virtud de señalar el vínculo entre lo que él llama ‘las amenazas gemelas’, ocurridas durante el siglo xx, llamado a ser, según algunos, el siglo de los logros máximos en la ciencia y la técnica, el siglo del fin de la pobreza y el siglo de los Estados prósperos que garantizarían, para siempre, la felicidad colectiva. Pero no fue así. El siglo xx engendró las semillas de aquello que hoy estalla en mil pedazos: la civilización del antropoceno. La pandemia que vivimos forma parte de esta megacrisis, como la llamó anticipadamente Manfred Max Neef.
De acuerdo con el análisis de Chomsky, el Antropoceno y la era atómica constituyen hoy una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. Ambas amenazas son graves e inminentes. Anota que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas: el antropoceno; y que el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuyó al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Pero el actual es inequívocamente obra de los seres humanos que hemos habitado este planeta, por lo menos desde el siglo XX.
Refiriéndose a este siglo denominado por William Golding como el más violento de la historia humana, Chomsky se dedica a hacer un recuento de los conatos de accidente durante los años subsiguientes a 1945. Escribe que un examen de la documentación disponible sobre estos conatos de holocausto nuclear revela con toda claridad que el hecho de que se haya evitado la catástrofe durante setenta años se debe casi a un milagro, y no hay que confiar en que milagros semejantes vayan a darse a perpetuidad.
Ahora bien, se sabe que las amenazas son fractálicas; se reproducen en otras amenazas: la pandemia, los conflictos entre países, las crisis de las democracias, las emergencias migratorias, los desastres climáticos. La megacrisis de que hablaba Max Neef.
Aquel fatídico día de agosto de 1945 (escribe Chomsky), la humanidad entró en una nueva era, la era atómica, la cual es probable que no vaya a durar demasiado, ya que, o le ponemos término, o muy posiblemente ella termine con nosotros. En la misma fecha se hizo evidente, también, que cualquier expectativa de contener aquel mal requeriría de cooperación internacional. El músico Yehudi Menuhin dijo: “Si tuviera que resumir el siglo XX diría que despertó las mayores esperanzas que ha tenido la humanidad en su historia, pero, destruyó todas las ilusiones y todos los ideales”. Se refería quizá al apogeo de la posmodernidad, ese curioso estadio nunca alcanzado por el Hombre que se nos anunció con prometeicas trompetas desde que se consagró al siglo xix como el siglo de la ciencia. Marshall Berman escribió, pensando en ese dudoso camino que “Ser modernos, hoy, es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegrías, crecimiento, transformación de nostoros y del mundo, pero que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”.
Pero, el cambio global y las armas nucleares de destrucción masiva son quizá las más complejas elaboraciones de un pensamiento humano que ha venido refinándose desde cuando Nicolás Copérnico, Galileo, Kepler, Descartes y Newton dieron forma a una ciencia prometeica (ya lo dije) que, sin embargo, hemos usado como armas de doble filo. Aprendimos a usar los recursos naturales para el bienestar colectivo, pero inventamos la forma de acabar con ellos hasta la extinción de innumerables especies y ecosistemas; consagramos el esfuerzo colectivo del progreso a crecer de manera ilimitada (como si este fuera un planeta infinito) y logramos la proeza de desestabilizar las condiciones físicas y químicas de la atmósfera (el antropoceno), algo que ninguna otra civilización había logrado (vaya proeza).
Y cuando nos dimos cuenta que podíamos aprovechar las formulaciones teóricas de la física clásica para dar el gran salto ‘en hombros de gigantes’, como escribiría Albert Einstein, el gran salto que significó la mecánica cuántica; decidimos usar aquel conocimiento, simultáneamente para la vida y para la muerte. Parece que no habíamos quedado satisfechos con los resultados de la primera guerra mundial (1914-1917) y decidimos prepararnos en serio para la segunda, y después para la tercera (en lo cual estamos). Niels Bohr y Werner Heisenberg y Robert Oppenheimer y Leo Szilard y Jonh von Neuman y Enrico Fermi y Albert Einstein se emplearon a fondo en los proyectos Manhattan y Uranio. Parecían competir por el hallazgo de una gran solución para la vida, cuando, en realidad, lo hacían para la muerte; así se comprobó el 6 de agosto de 1946 en Hiroshima y Nagazaki. Sin embargo, esos mismos principios teóricos habrían de servirles a Rutherford, Planck, Hahn, Meitner y algunos otros para desarrollar la energía nuclear para usos pacíficos. Pero hoy, curiosamente (y esa es otra de las características del siglo xx) parece que le tememos más a la energía nuclear para fines pacíficos que a la energía nuclear para fines mortíferos.
Y con relación al Covid 19 (otra amenaza) vale la pena recordar que una de las primeras alertas que lanzaron los científicos del Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático fue la de que podría haber nuevas enfermedades, pandemias, zoonosis y mutaciones biológicas en los ecosistemas intervenidos artificiosamente por el Hombre. En el año 2015 apareció un artículo del investigador Boris Schmid en la revista PNAS. Allí se explicaba cómo el clima podía crear una pandemia. El autor recordó que la peste negra que diezmó la población europea a mediados del siglo XIV (la bacteria Yersinia pestis que desapareció en el siglo XIX), surgió como consecuencia de una zoonosis. Los investigadores estudiaron las condiciones climáticas que precedieron a la propagación de la enfermedad, recopilando datos epidemiológicos de más de 7700 brotes de peste y en los anillos de los árboles de varias regiones de Asia central. El trabajo sostiene que los diversos brotes de peste en Europa fueron consecuencia de diferentes eventos climáticos. Pues bien, a pesar de que ya se han publicado numerosos artículos, corroborados por estudios científicos, sobre el hecho de que los nuevos virus están asociados a la destrucción de los ecosistemas, la deforestación, el tráfico de animales silvestres, la expansión de los monocultivos y el cambio del uso del suelo, la atención de los análisis sobre la pandemia parece ingnorar estas evidencias.
En fin, concluye Chomsky, en la actualidad, el ser humano se enfrenta a los asuntos más importantes con los que se ha encontrado en toda su historia, los cuales no se pueden eludir o aplazar si se quiere mantener alguna esperanza de preservar, ya no digamos mejorar, la vida humana organizada en la Tierra. Desde luego, no podemos esperar que los sistemas de poder organizados, estatales o privados, lleven a cabo las acciones apropiadas para afrontar estas crisis; no a menos que se vean empujados por una movilización popular y un activismo constantes. Isaiah Berlin anotó: “He vivido durante la mayor parte del siglo XX sin haber experimentado sufrimientos personales, lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental”.