El movimiento de la séptima papeleta desde la mirada de dos estudiantes rosaristas
Laura Victoria García Matamoros, Gerardo Espinosa Palacios
Laura Victoria García Matamoros, Gerardo Espinosa Palacios
Una fría mañana del mes de enero de 1988, los autores del presente escrito ingresamos formalmente a la Facultad de Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (luego abreviada su denominación a Universidad del Rosario por temas estratégicos de la globalización y lo que implicaba la traducción y posterior explicación a extranjeros, de lo que para nosotros es el Colegio Mayor).
Éramos un grupo variopinto, con personas de varias regiones. En ese entonces, nuestra carrera de leyes estaba diseñada por anualidades y por ende, no sólo teníamos una sola matrícula al año para alivio de nuestros padres, sino que compartiríamos aula con los mismos compañeros año tras año, durante cinco años consecutivos.
En nuestro grupo de noveles estudiantes, encontramos amigos entrañables con relaciones que han perdurado hasta la fecha de escribir estas líneas, con algunos matrimonios y también varios fracasos matrimoniales, pero ese es un tema que aquí no nos ocupa.
Como ya advertimos, la carrera de Jurisprudencia estaba diseñada para ser cursada anualmente y no por semestre como en la actualidad, lo que de una parte la hacía retadora y de otra, generaba tenaces dificultades de volumen de lectura y estudios para los exámenes finales, donde como debe ser, se evaluaba todo lo visto a lo largo del año.
Una de las primeras lecciones y con la que siempre hemos sacado pecho, era la de memorizar la definición de nuestro Colegio Mayor: “Propondremos la definición de un Colegio Mayor que viene a ser congregación de personas mayores, escogidas para sacar en ellas varones insignes, ilustradores de la República con sus grandes letras, y con los puestos que merecerán con ellas, siendo en todo el dechado del culto divino y de las buenas costumbres, conforme al estado de la profesión”, anclada a perpetuidad a la entrada del glorioso Claustro.
Más adelante, la absorción de la definición anterior cobrará importancia y los lectores se darán cuenta por qué.
Continuando con la historia, los autores entonces ingresamos a los fríos laberintos del centro de Bogotá y a los fríos pasillos y aulas del Rosario, que paulatinamente fuimos calentando, en todo el sentido de la palabra en pleno apogeo del rock en español.
Conocimos, como decíamos, a muchas personas y sucedió algo previsible: alternamos con los de los cursos superiores y de otras facultades, también de lo cual forjó amistades y contactos que aún sobreviven. En ese entonces, el Rosario funcionaba alrededor del Claustro con cuatro facultades, Jurisprudencia, Administraciòn de Empresas, Economía y Filosofía y Letras, que se desarrollaba en las tardes. Por ende, era fácil conocer personas de otras carreras.
La Bogotá de entonces, no muy distinta a la de ahora albergaba nuestros sueños donde el fundamental era lograr ostentar el título de Abogado del Rosario, lo cual obtuvimos con no poco esfuerzo. Igual que hoy, la llegada al Claustro estaba precedida por las angustias de ser víctima de la inseguridad, campante aún por la zona. Como coincidencia histórica, el Alcalde de Bogotá, elegido popularmente era el expresentador de televisión y abogado Rosarista, Andrés Pastrana Arango quien años más tarde llegaría a la Presidencia de la República.
La Colombia de la época, también no muy distinta de la actual -aunque hemos mejorado, tenía como Presidente de la República al cucuteño Virgilio Barco Vargas, un ingeniero liberal graduado de la Universidad Nacional y con estudios en el prestigioso M. I. T. de los Estados Unidos, cuyo predecesor Belisario Betancur Cuartas se la había jugado por la paz y cuyo sucesor, César Gaviria Trujillo cobraría el protagonismo (y el empleo de Presidente) por causas trágicas pero bien jugadas.
Al interior del Rosario, nuestras autoridades inmediatas eran el doctor Roberto Arias Pérez como Rector y la doctora Marcela Monroy Torres como decana, quienes por razones distintas ya dejaron este mundo.
Nosotros seguíamos estudiando y avanzando en los años, probablemente encerrados en esa divina burbuja llamada Universidad. Las preocupaciones y ansiedades sólo eran relacionadas con los estudios y algún desencuentro amoroso y no era que no nos preocupara el país, sino que tal vez estábamos demasiado absortos en permanecer y disfrutar de la vida universitaria, que hoy ya sabemos que no se repetirá pero que en ese entonces, no lo sabíamos conscientemente.
Así como se supone que el país “legal” avanzaba, el ilegal también. Fuimos testigos y tal vez indirectamente víctimas, de la infausta época del terrorismo de los narcotraficantes: en nuestra época de pregrado, las noticias radiales, impresas, televisivas, registraban los cruentos hechos de asesinatos selectivos, luego masivos; atentados de terror, realizados mediante mezcla de metralla y explosivos ubicadas en automotores llamados carro bombas y hasta en aviones en pleno vuelo, explosivos en centros comerciales, bombazo en el valiente diario El Espectador y hasta en la sede del principal edificio de la inteligencia policial del Estado. Mucha gente inocente murió sólo por estar por casualidad en un blanco de los delincuentes y también muchos personajes de la vida pública (política, periodística, religiosa, social), cayeron por el accionar de los terroristas.
Nuestras madres, al despedirnos con un café todas las madrugadas cuando salíamos motivados alegremente a cumplir las obligaciones de atender la sesión de clase de las siete de la mañana en el Claustro, quedaban literalmente con el “credo en la boca”, pues era una época donde uno sabía que salía pero que no sabía si volvería, expresión que se popularizó en ese entonces. El estrés era infinito y los esfuerzos por conjurar dicha situación eran infructuosos.
Mientras todo esto ocurría, nuestra generación llegaba a la Universidad con nuevos vientos que inspiraban al país democrático: recientemente, mediante el Acto Legislativo No. 01 de 1986 se había establecido en Colombia la elección popular de Alcaldes, hito importante luego reiterado por la Constituyente de 1991.
Con la anterior descripción general, queremos mostrar el escenario que nos correspondió en suerte y que muy probablemente no era muy distinto al que concernía a nuestros amigos de colegio y hoy colegas de las facultades de Derecho de la Javeriana, del Externado, de los Andes, de la Sabana, de nuestros vecinos de La Gran Colombia, etc. En adición, para esta época, nuestros recuerdos sobre los hechos del holocausto del Palacio de Justicia aun estaban frescos.
Los sentimientos de asombro, de aturdimiento y en ocasiones de impotencia nos sacarían de la llamada zona de confort para pasar a la preocupación. Había un común denominador y era la zozobra, por lo que señalábamos anteriormente, en cuanto salíamos a clase pero no sabíamos si habría un mañana; igual le sucedía no sólo a los estudiantes universitarios sino a todo el que tuviera que salir de casa. Por prensa nos enterábamos de la grave situación de Medellín, donde los narcotraficantes habían puesto precio a cada policía asesinado y la ciudad de Cali, no se quedaba atrás.
Como si lo anterior no fuera demasiado grave, fueron asesinados los candidatos presidenciales Carlos Pizarro Leongómez, recién llegado a la legalidad al haberse acogido al proceso de paz con el Movimiento 19 de abril o M-19, Bernardo Jaramillo de la Unión Patriótica, brazo político de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - F.A.R.C., y Luis Carlos Galán candidato oficial del partido liberal, luego de la adhesión con su movimiento Nuevo Liberalismo[1].
Al interior de las universidades, se conversaba sobre la situación. Es posible afirmar, con un pequeño margen de duda, que no había café con estudiada en el que el tema de la situación del país no se mencionara. Al tiempo, una brizna de viento fresco comenzaba a fluir: en distintos escenarios surgía la pregunta “¿Qué hacemos?” y afirmaciones, como “¡Debemos hacer algo!”.
El dato exacto, de cómo empezó a gestarse el movimiento estudiantil no lo conocemos como para realizar una afirmación tajante, con datos objetivos ni evidencia fotográfica. ¡Lo cierto, es que arrancó!
Comenzaron las reuniones, las consultas, las averiguaciones de índole constitucional y legal, las interrupciones en clase a los docentes, las comunicaciones con conocidos de otras facultades y otras universidades. Esa brizna inicial iba destinada a convertirse en flama y posteriormente, en la llama de la esperanza contra la violencia cotidiana.
Séptima Papeleta - Urosario
Aprovechamos que algunos profesores nuestros también lo eran en otras facultades, por lo que contando con su respaldo, generaban un correo voz a voz que más adelante fue aprovechado, en momentos en que ni siquiera contábamos con beeper, mucho menos con correo electrónico y aun menos, con telefonía celular ni redes sociales como hoy día.
En los grupos iniciales de discusión sobre nuestras preocupaciones, surgieron algunos líderes que con su entusiasmo y atrevimientos nos motivaban a ser caja de resonancia frente a muchos escépticos, tanto del estudiantado como de miembros de nuestras familias o incluso vecinos, que veían con algo de desconfianza el interés de querer cambiar el statu quo y “eso suena peligroso” y que aseguraban, que en Colombia no iba a pasar nada…
El entusiasmo permanecía entre nosotros. Resonaba el eco de nuestra Marcha del Silencio, convocada en protesta pacífica por el magnicidio de Luis Carlos Galán, probable futuro Presidente de Colombia, algo que nunca sabremos.
Mediante el uso de la frase de campaña de Galán, “ni un paso atrás, siempre adelante” alentábamos a los escépticos y poco a poco, se nos fueron sumando más estudiantes incluso de grados superiores de colegios.
El calendario corría y debíamos organizarnos. En nuestro caso, el apoyo que recibimos desde la Decanatura por parte de los doctores Marcela Monroy Torres y su vicedecano Camilo Ospina Bernal fue importantísimo. Incluso nos adecuaron un espacio a la entrada del Claustro y lo dotaron de un par líneas telefónicas (de pronto eran más de dos). En paralelo, el Rector Arias Pérez ayudaba con sus contactos en otras rectorías, a fin de lograr algunos permisos para que el estudiantado pudiera asistir a las reuniones sin consecuencias fatales en fallas o en notas.
En el Rosario dicha organización se basó en un relacionamiento horizontal, en el que el factor de unión era la esperanza de un mejor país: ¿qué queremos significar con eso? Que los egos no contaban, todos ayudábamos, todos poníamos de nuestra parte, todos éramos iguales, tal como lo preconizaba la Constitución de 1886 y quedaría como es obvio, en la Carta de 1991.
Así se recuerda esa gesta en un artículo de nuestra revista Nove et Vetera[2], “Los protagonistas de la séptima papeleta”,
“Posteriormente resaltan los estudiantes en su máximo esplendor; se convoca a una Marcha del Silencio que buscaba expresar el inconformismo que existía en el ambiente nacional, es un grito desesperado por convocar a todo un pueblo a una misma causa. El grupo promotor no tenía planeado rendirse, pero sí buscar de todas las formas posibles causar un impacto social y un cambio institucional.
El rector Roberto Arias Pérez ayudó dando esperanzas a los estudiantes de la Universidad del Rosario, los cuales dudaron por un momento en salir a las calles debido al marco de la inseguridad del contexto histórico que los rodeaba. A partir de esto, se inician en el Rosario y en otras universidades de Bogotá las dominadas “mesas de trabajo” del movimiento al que llamamos “Todavía Podemos Salvar a Colombia”.
Nos dividíamos funciones: hubo gente que visitó expresidentes en busca de apoyos, otros convocaban periodistas, otros fuimos a otras universidades y colegios. El discurso era el mismo: se pueden cambiar las cosas democráticamente y que pare este baño de sangre nacional, en resumen democracia con paz. La anhelada paz estaba en el ambiente, al igual que nuestro respaldo tácito (tal vez) a la institucionalidad.
En nuestro caso particular, recordamos haber ido con un par de compañeros del Movimiento a la facultad de Arquitectura de la Universidad La Gran Colombia, vecina del Rosario. No era fácil hablar a los futuros arquitectos de asuntos legales, electorales o de las vicisitudes constitucionales que enfrentábamos, pero a fin de no distraerlos con ello, sino de correr la voz y ayudaran en ello, de la activación de redes entre estudiantes, de que le contaran a sus amigos y parientes estudantes de otras ciudades, de que sí era posible lograr un cambio, atendían el discurso con energía: esa era la consigna, entusiasmar positivamente a nuestros pares estudiantes.
De igual forma conocemos que así lo hicieron nuestros amigos de la Javeriana, de los Andes y del Externado. Las demás universidades de Bogotá probablemente también, pues el ánimo y a la vez ansiedad eran los mismos, pero no lo podríamos afirmar con absoluta certeza.
Los días corrían y entre clases y grupos de estudio, reuniones, tareas, familia, iba llegando un momento crucial y era el de saber si el día de las elecciones iban a tenernos en cuenta. Las interpretaciones más extremas se daban combate, los que decían que no había posibilidad constitucional y los que sostenían lo contrario.
A nivel del alto gobierno, el Presidente Barco se la jugó por nosotros y luego de varias discusiones, ires y venires, finalmente la Corte Suprema de Justicia sentenció que la Organización Electoral podía contar el voto de nuestra iniciativa en las elecciones de mayo de 1990. Posteriormente, el mismo gobierno emitió el decreto correspondiente. Así lo recuerda Juan Esteban Constaín en su libro “Álvaro: Su vida y su siglo”[3]:
“Navegando además contra la oposición de los expresidentes de su propio partido, Alfonso López Michelsen y Carlos Lleras Restrepo que tenían otras opiniones sobre la reforma política, les había dado una especie de espaldarazo a los jóvenes del movimiento estudiantil, que lograron que en las elecciones del 11 de marzo de 1990, en las que el país votaba por Senado, la Cámara de Representantes, las asambleas, los concejos, las alcaldías y la consulta popular del Partido Liberal, se pudiera también “insertar” una “Séptima Papeleta” que vendría en los periódicos, un voto espurio e ilegal que sin embargo, si resultaba ser masivo y arrollador, contundente, podía terminar engendrando una nueva realidad política y jurídica que nadie iba a desconocer, ni siquiera los jueces. Mientras, las balas y las bombas zumbaban y tronaban en la que sería la campaña presidencial más atroz de la historia colombiana, y que acabó con el saldo de tres candidatos asesinados a manos de la mafia”.
Más adelante, durante una reunión del Movimiento, la ciudad fue dividida gráficamente un gran mapa de papel. Había mucho terreno qué recorrer para explicar la iniciativa a los posibles sufragantes y no contábamos con recursos más que uno que otro vehículo, nuestras piernas y claro, ¡el entusiasmo! Recuerdo que en esa sesión, en relación con la porción física que correspondió al Rosario, algunos más avezados y posiblemente mayores, comenzaron a escoger zonas menos difíciles, o tal vez menos inseguras.
Luego de la temperatura apasionada del momento, nos sentamos a aterrizar nuestro compromiso y evidenciamos una realidad que nos golpeó: no conocíamos muchas zonas de la ciudad. Si bien eventualmente, por ejemplo, habríamos asistido a alguna misa en la iglesia consagrada al Divino Niño, eso de ninguna manera significaba que podríamos “peinar” la zona a pie de forma segura y también orientada y así con varias localidades y barrios en lo que era imperioso hacer presencia.
No sé a quién de nosotros se le ocurrió, pero la idea nos pareció práctica: preguntémosle a los que saben y acto seguido, salimos al frente de nuestro Claustro a conversar con los permanentes amigos lustrabotas de la Plazoleta del Rosario. Preguntamos a uno y a otro, a “Comino” y a José, y tal vez fue este último, quien se candidatizó para guiarnos con la sola condición lógica, que le reconociéramos lo que dejaría de producir por embarcarse en esa aventura de guía capitalino, lo cual accedimos como era obvio sino que lo hicimos con mucho respeto.
Vendría lo segundo: ¿en qué íbamos a realizar el recorrido? En ese entonces, alguien consiguió que su señora madre, educadora por siempre, quien tenía una camioneta Luv para prestar el servicio de transporte infantil nos la prestó. Nos sentíamos de alguna manera seguros, pues el vehículo contaba con las leyendas externas de “ESCOLAR” y creíamos que a nadie se le iba a ocurrir violentarnos.
Una tarde después de clase, salimos con José como guía en el asiento del copiloto, estuvimos varias horas recorriendo varias zonas y logramos hacernos a una idea de cómo procederíamos a pié el día de las elecciones.
Así mismo, entiendo que tal vez de la Universidad contactaron a un par de líderes de la Acción Comunal para explicarles la situación, que no se preocuparan y ayudaran a cuidar a una cuadrilla de muchachitos entusiastas pero intrusos, que irían a sus barrios y los distinguirían pues vestirían jeans y camiseta blanca, para hablar con la gente de una locura ya denominada Séptima Papeleta y que ese día, se la jugaba toda. Vale la pena recordar que, uno de los aspectos logísticos, básico pero nada insignificante, era la cargada de monedas para en caso de ser necesario, poder generar una llamada telefónica en una de las extintas cabinas públicas.
El día de las elecciones se desarrolló normalmente y en nuestro recorrido por los barrios mencionados, conocimos personas amables y buenas, que entendieron la responsabilidad de su voto y se entusiasmaban con la idea de la convocatoria. En algunos lugares nos ofrecían generosamente café endulzado con panela o caldo y anecdóticamente, en una casa hasta un aguardiente nos dieron pues el día estaba muy frío.
Terminada la jormada electoral con la satisfacción de haber aportado nuestro grano de arena a la causa de un país mejor, nos dirigimos como estaba planeado, al Rosario. Nunca como ese día, en nuestra corta existencia, las palabras señaladas al inicio, de la definición de nuestro Colegio Mayor se reconocían como más vigentes que nunca. Entramos observando esa placa perenne y estábamos tan llenos de orgullo pero también de cansancio físico, el cual iba desvaneciéndose a medida que comenzaban a reportar los resultados de los escrutinios por vía radial. Lo que vino después, la alegría que ya lo conocen los lectores: fue convocada a pesar de no pocos, una Asamblea Nacional Constituyente que dio origen a nuestra -hoy, reformada Constitución de 1991 en busca de un mejor país!
Referencias bibliográficas