Un billar en 1800: Aporte a la historia de una diversión popular en Colombia
Elkin Saboyá R.
Elkin Saboyá R.
Datos de todas clases y para todos los gustos abundan en las Crónicas[1] de Pedro María Ibáñez. Una, entre tantas destacables, dice así: “(…) repostería y billar de Agustín Uscátegui”, en la misma cuadra de la Universidad Tomística; en la calle que, por lo mismo, se llamaba De la Universidad, actualmente carrera octava entre doce y trece. Esta manzana, a su vez, estaba comprendida en el barrio San Jorge, cuyos límites eran las actuales calle once, al sur; carrera séptima, al oriente; y el río San Francisco, que lo cortaba oblicuamente por el norte y el occidente (al lado opuesto de la séptima, quedaba el barrio El Príncipe).
La fuente de Ibáñez es un padrón, mandado hacer por don Sebastián Morete, alcalde comisario en 1798; específicamente, el Padrón de las familias y vecinos del Barrio San Jorge. Por un estudio más pormenorizado del Padrón[2], sabemos que en la segunda manzana del barrio había dos sitios dedicados a la diversión, pero de truco. Dichos locales se conservarán en la actualización de datos de 1803. En la cuarta manzana había otro local de truco que se mantuvo igual. En la sexta, hubo una tienda igual, pero no subsistió en el cambio de siglo. ¿Y el billar que nos trajo a este Padrón? El billar está en la manzana séptima y, como si tomara el relevo de la tienda de truco de la sexta, aparece en 1803. Es decir, los vecinos del barrio San Jorge siguieron yendo a divertirse en los mismos cuatro locales durante estos cinco años, pero al final se podía elegir truco o billar. A propósito, ¿qué era eso de truco?
Del truco y los juegos de habilidad
Hablando de las diversiones en la América española, Ángel López Cantos[3] hace una categoría aparte de los juegos de habilidad. Luego de descubrirnos que Cortés le entretenía el cautiverio a Moctezuma tanteándole (es decir, haciéndole trampa) en el totoloque, especie de bolos de los antiguos mejicanos, pasa a exponer los juegos de habilidad que trajeron los colonizadores, principiando por el consabido truco. Una práctica quizá de origen italiano, especie de tenis moderno, padeció varias modificaciones entre los españoles. Pasó a jugarse en salones, en una mesa “de regular tamaño”, “guarnecida de un paño totalmente tirante”. La superficie quedaba bordeada por unas tablillas, a manera de baranda, y había unas cuantas troneras por donde se introducían las bolas, normalmente de marfil. La gracia del juego era sacar de la mesa la bola del rival, sirviéndose de la bola propia y de un “taco de madera”, bien que saliera por encima de la baranda o introduciéndose por una de las troneras (truco alto y truco bajo, respectivamente).
Para complicar la cosa, se introducían dos elementos, “barra” y “bolillo”, a manera de arcos, en las cabeceras de la mesa, ubicados de tal manera que funcionaran como defensa (¿burladero?) de las bolas de los contendores. En este caso, había que pasar a la jugada llamada “tablilla”: debía medirse a ojo el ángulo con que la bola propia debía lanzarse contra la baranda, rebotar y dirigirse hacia la del contrario. Otra modalidad se conocía como “carambola”, por jugarse con tres bolas. Las partidas se fijaban a voluntad, por número de tantos o “rayas”, al parecer con preferencia por cuatro y sus múltiplos.
Los trucos pasaron a América muy pronto y la idea de su popularidad puede conocerse por el hecho de que, en 1616, el Cabildo de Buenos Aires había estancado su práctica. El juego era lícito y no causaba prejuicio, como que la propia esposa del gobernador de la isla Margarita regentaba un local de trucos, ya en 1604. Pero como una cosa trae la otra, estos sitios frecuentemente se convertían en garitos y, por tanto, de regular fama y objeto de creciente inspección de la autoridad.
Estudiantes Jugando Billar - Dominio público
Trucos en Nueva Granada
Otra cosa eran los eclesiásticos. De la Nueva Granada sabemos que, por una breve vacancia en la silla metropolitana, las costumbres del clero se habían relajado en 1706. Algunos ministros de la Catedral, pues, descuidaban sus oficios “por andar disipados en juegos y diversiones”, específicamente la del juego del truco, “de que había algunas mesas en la ciudad”. Por ello, el provisor del Arzobispado dictó un auto por el cual prohibía a los truqueros admitir eclesiásticos en sus mesas de juego[4].
Los datos de Cali apuntan en la misma dirección. Ya en 1739 el Cabildo de Cali mandaba que los juegos de trucos y bolas no se abrieran antes de la misa mayor de los días festivos[5]. Luego, en 1771, Félix Hernández de Espinosa solicitó permiso para mantener públicamente una mesa, habida cuenta de que en la ciudad “no hay más que un truco y éste muy viejo y casi cayéndose” y “teniendo presente que algún juego o diversión debe permitirse a los vivientes, pues tomado como se debe pertenece a la virtud de la eutropelia”. Se comprometía don Félix a “no permitir en él que jueguen hijos de familia, ni esclavos ni tampoco que se jueguen juegos prohibidos”. Se le aprobó la licencia el 6 de junio[6].
Del truco al billar
En cuanto al billar, cabe pensar en un parentesco con los trucos. En todo caso, el billar se conocía en Francia desde el siglo XVI y no mucho después en España, según hemos visto en la variante carambola del juego de trucos. En América se aclimató a fines del siglo XVIII, de la mano de otra costumbre francesa: el café[7].
En 1786, el Mercurio histórico y político, periódico español, comentando las noticias de Francia, pinta el cuadro de la disolución pública en la ciudad de Burdeos y, luego de referirse a la prostitución, denuncia “los juegos de Billar, y los Cafés, cuyo número se ha aumentado excesivamente con daño de las buenas costumbres”, recomendando “fixar su número, y prohibir que una misma persona pueda tener juego de Billar ó Café, y dar posada”, a tiempo que se levantara el padrón de dichos establecimientos y se emprendiera un plan de reducción de su oferta[8].
En plena campaña libertadora, los soldados republicanos sacaban tiempo para las diversiones. José María Espinosa cuenta que, en Bogotá, se encontró con el general Maza: “Unas dos noches salimos á pasear disfrazados: entramos á un billar”, donde había desertores de sus propias filas[9].
¿Qué pasó entonces con los trucos? Fueron cediéndole el puesto al moderno billar, si bien un bando de policía de Cartagena, en 1828, todavía los incluye al disponer que ellos y los billares deben cerrar “al sonar la queda”. Por el testimonio de un músico y cronista chileno, sabemos que la práctica del billar era esencialmente la de hoy, aunque apunta que la innovación del taco con suela y tiza se conoció en 1832[10].
La Partie De Billard - Jean Béraud - Dominio público
Coda: el billar de Uscátegui
En sesión de diez de marzo de 1801, los señores Manuel Domínguez y Castillo y Jorge Tadeo Lozano, diputados de la Junta Municipal de Propios, encargaron al mayordomo de Propios la recaudación de los impuestos de la mesa de billar y de la fonda del señor Uscátegui, con el fin de destinarlos a la celebración de la novena de Nuestra Señora del Topo[11]. ¿Qué quiere decir esto? Que sí hubo un billar y que además pertenecía al señor Uscátegui. Lo que falta por saber es si quedaba en la manzana de la Universidad (la segunda) o en la séptima y, lo que es más interesante, la fecha de su apertura. Vimos que aparecía en la actualización del padrón, en 1803; pero la última fuente aducida prueba que el local ya pagaba impuestos en 1801.
Referencias bibliográficas