El reto presidencial
Jairo Hernán Ortega Ortega, M.D.
El 7 de agosto del año en curso, nuestro país, Colombia, empezará a ser conducido por un nuevo presidente (a). Independiente de quien sea aspiro a que su elección haya sido por las mayorías democráticas de las voluntades depositadas, por libre albedrio, en las urnas y no por toda la serie de factores, externos e internos, que siempre han rodeado a los escrutinios.
También tengo la esperanza de que quien sea el nuevo CEO de nuestra patria la conduzca, de una vez por todas, hacia el progreso, la verdad, la tolerancia, las oportunidades, la igualdad, la felicidad, el amor, la paz y la vida.
Como ciudadano colombiano, y como actor del sector salud, siempre me he preguntado ¿Por qué no se puede gobernar bien un país? ¿Por qué no se pueden orientar los destinos de una nación con transparencia, respeto, justicia y dignidad? Escribo sobre lo que espero realizará nuestro próximo presidente (a) en el cuatrienio correspondiente, enfocándolo en tres puntos que considero abarcan los problemas que padecen las gentes en los 2.07 millones de kilómetros cuadrados de nuestro territorio, incluidas su área continental y marítima. Estas letras las plasmo con ilusión y con la fe de que, parafraseando a Gabriel García Márquez, “las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan una segunda oportunidad sobre la tierra colombiana”. Oportunidad que de pronto sea la última.
En la Guajira los niños mueren por falta de agua potable; mueren de sed, enfermos y desnutridos en pleno siglo XXI. El Chocó tiene el peor índice de pobreza del país; inconcebible carecer de medios para vivir siendo el departamento más rico de Colombia por sus recursos naturales. La selva amazónica parece un paciente con alopecia; dan ganas de llorar al ver los estragos que la deforestación le está causando al pulmón del mundo. En Vichada, Arauca, Guainía, Nariño (Tumaco) y en muchos otros departamentos y ciudades (Buenaventura) miles de sus habitantes no tienen arraigo en su propio territorio porque son obligados a desplazarse; niños, mujeres y hombres sufren y lloran las consecuencias del conflicto armado y el narcotráfico por un estado que esconde la paz y prefiere la guerra.
El presidente debe estar presente en todo el territorio nacional, no de manera tácita o virtual, por su fuero, sino de manera presencial. Tiene que abandonar el palacio de Nariño para llevar la gobernanza a las regiones, establecerse allí y ejecutar desde esos territorios, pero con todo su gabinete para que en verdad conozcan de primera mano las necesidades del pueblo, de quienes los eligieron y de quienes se opusieron a su elección. Cada colombiano, en cada metro cuadrado de la nación, merece la atención de quien tiene el poder para aprobar lo que se legisle, o no, para su bienestar o el de su familia. Quiero un mandatario cercano a su pueblo, pero que no le estreche su mano sino su corazón.
Campesino colombiano. tomado de Dejusticia.org
Ladrones de cuello blanco, concejales embaucadores, militares conformando comandos asesinos y de narcotráfico, policías agresores de civiles indefensos y de jóvenes rebeldes como lo es cualquiera a esa edad, asesores con subrepticios contratos millonarios, contratistas del gobierno que suministran sobras de comida a los escolares en crecimiento, fiscales que entregan sus informes investigativos al mayor postor o fiscales sospechosos de envenenar testigos, magistrados corrompiendo la sal de la majestad de la justicia, jueces con las togas manchadas de dineros mal habidos, políticos de todas las vertientes aprovechándose de las carencias de los campesinos y despojándolos de sus tierras, ministros de estado que otorgan jugosos contratos y se apropian de una buena tajada para esconderla en paraísos fiscales, etc., etc., etc. Es innumerable la lista…
La corrupción, a todos los niveles y en todos los estamentos del aparato estatal, es lo que está destruyendo a Colombia. El presidente debe ser cien por ciento ético e irradiarlo a su gabinete para que lo apliquen incluso desde antes que inicie su mandato. Hablo de la ética jesuítica de la oración en la acción, la de ser coherente con lo propuesto en la campaña presidencial, la de cumplir las promesas que en los discursos de tarima enamoraron a sus seguidores para que sufragaran.
Y esa transparencia debe ser cristalina, diáfana, con un respeto sagrado hacia el erario, desde el peso que se le otorga al subsidio del campesino hasta los miles de millones que se entregan a las poderosas entidades bancarias que respaldan a las gigantescas constructoras para la realización de las obras que tanto necesita nuestra infraestructura. Ahora, no debe ser tan difícil que el presidente de la República pueda ejercer su alta gerencia apegado a las leyes y cumpliendo su juramento de servir, porque es un servidor público cuyo objetivo principal es llevar a buen puerto el barco que deberá timonear en medio del tsunami que lo recibirá, pero no es sólo al barco a quien debe proteger, también a sus millones de ocupantes, todos nosotros los colombianos.
Paseos de la muerte, interminables esperas para citas médicas, aplazamientos en entregas de medicamentos y dispositivos médicos de primera necesidad, demoras de meses para el precario pago al heroico personal médico y paramédico mientras los desprestigiados congresistas reciben puntualmente un salario millonario a costa de nuestros impuestos, la salud pública y la salud mental pauperizadas, artistas que casi mueren en la calle por no tener protección social, paupérrimos aportes a la cultura para forzarla a que quede en manos delas empresas foráneas del entretenimiento, ínfimo presupuesto para la educación comparado con los siderales recursos que con ciego odio se entregan para la guerra, mordazas impositivas a la prensa libre, un nuevo reposicionamiento de Colombia como país de narcotráfico y avasallador de los derechos humanos y, aquí también, la lista es larga…
Privilegiar la vida, ante cualquier otro mandamiento o ley, es lo que el presidente debe asumir como su norte, como un imperativo para todos sus actos ejecutivos. No se pueden seguir permitiendo masacres en ninguna vereda, caserío, pueblo, municipio o ciudad. No existe ningún motivo para no prestar atención médica oportuna, eficaz, eficiente y de primera calidad a cualquier ser humano colombiano, o extranjero, que la necesite. El primer mandatario de la nación debe luchar por la equidad social, psicológica, familiar, económica y de género de quienes todo eso esperan de él, de quienes lo eligieron y de quienes no lo eligieron. Gobernar sin revanchismos para buscar el bien común olvidando las rencillas políticas, para ordenar que se respeten las libertades civiles, los derechos humanos y los derechos fundamentales.
Mapa geográfico del Chocó - De Dr Brains - Trabajo propio, GFDL 1.2
La misma Constitución le permite al presidente hacer bien su trabajo, se lo facilita, tan solo debe aplicarla, pero además de los Derechos Fundamentales allí plasmados, el señor presidente debe establecer, de una vez por todas, el Estatuto de la Salud para su expedita aplicación, el nuevo Código de Ética Médica, definir las aplicaciones en los casos de aborto y eutanasia. Empezar a darle un norte, basado en los Derechos Humanos, a la formación de quienes ingresan a las Fuerzas Militares y de Policía.
El CEO que anhelo debe entender que la Cultura y el Arte también son Derechos Fundamentales porque son patrimoniales y aportan a la salud mental del pueblo colombiano. Debe también, propender por la educación ya que será la llave maestra para que las próximas generaciones vivan en armonía, siendo incluyentes y respetando la diversidad y con sus conocimientos llevar a nuestro país investigación, industrialización y progreso sin olvidar un respaldo certero y definitivo a la agroindustria y a nuestros valiosos campesinos.
En fin, el entrante presidente que rija el futuro de Colombia hasta una nueva Constituyente puede convocar, pero en un solo sentido, debe ser una Constituyente por la Paz donde se convoque a TODOS los grupos o facciones armadas que están desangrando al país para desnarcotizarlo y en vez de ser la actual Narcolombia que somos volvamos a ser la Colombia dulce, pacífica y llena de esperanzas y oportunidades en la que queremos vivir y la que anhelamos mostrar con orgullo al mundo.
Ojalá que quien el 7 de agosto de 2022, a las tres de la tarde, jure cumplir nuestra Constitución del 91 recuerde lo que dijo y aplicó Albert Schweitzer: “Los verdaderamente felices son los que han entendido y hallado el modo de servir a los demás”. Por ese presidente será por el que votaré.