Editorial: Tráfico de fauna, deforestación y cambio climático: puertas a nuevas pandemias
María Martínez Agüero y Ana María Aldana
María Martínez Agüero y Ana María Aldana
Desde hace décadas, los científicos nos hemos estado manifestando sobre la importancia del cuidado del ambiente y de la biodiversidad.
Hemos presentado en foros, en simposios, en congresos, nuestros trabajos y toda la evidencia recolectada sobre los riesgos de ese manejo inadecuado que hacemos del entorno. Hemos hablado ante presidentes, representantes, sociedades, sin ser realmente escuchados. Y ahora, la COVID-19 habla por nosotros.
Cuando empezó la pandemia, hace casi un año y medio, uno de los esfuerzos más importantes que hicieron los científicos se centró en tratar de explicar cuál podría haber sido el origen del virus SARS-CoV-2 y cómo habría podido llegar a los humanos. Se hicieron numerosos análisis comparando la secuencia genética de este nuevo coronavirus con otros conocidos, no solamente aquellos que afectan poblaciones de humanos sino también otros que afectan otras poblaciones animales. Al final aparecieron varios candidatos, entre los que se destacaron diferentes especies de murciélagos y el pangolín. Aunque a la fecha no se ha determinado la ruta exacta que este virus tuvo entre la vida silvestre y la población de humanos residentes en Wuhan, China, lo que sí se sabe con certeza, es que su origen obedece simplemente a los azares de la evolución, lo que nos muestra un panorama temible: los virus pueden llegar en cualquier momento a las poblaciones humanas desde reservorios animales.
Acá, entonces, nos enfrentamos a la pregunta: ¿qué tienen que ver el cuidado del ambiente y la biodiversidad con este virus o con cualquier otro que pueda generar una pandemia?
A medida que los humanos afectamos el entorno y disminuimos la biodiversidad, al talar los bosques y explotar la fauna y sus subproductos, aumentamos el riesgo que estar con contacto con algún microorganismo que genere una nueva infección en los humanos, que nos lleve a una nueva pandemia. Las razones principales por las cuales estos riesgos aparecen tienen que ver con varios aspectos. El primero de ellos, y el que parece ser más claro, es que más humanos empiezan a estar en contacto con la fauna silvestre. Esto se constituye en un riesgo, que ha sido conocido por profesionales de la salud desde hace mucho tiempo. La probabilidad de que un microorganismo infeccioso pase de un animal a un humano (zoonosis) requiere de la interacción entre esos dos organismos (humano-animal) y se hace más probable en la medida en que esa interacción es más frecuente.
Diferentes estudios han mostrado que las poblaciones animales disminuidas tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades, debido a que el decrecimiento en el número de animales disminuye a su vez la variabilidad genética disponible en esa población, lo que hace que sea más probable que un agente infeccioso afecte a un gran número de individuos, y que no encuentre freno a su propagación fácilmente. La endogamia y la pérdida de variabilidad no solamente ponen en riesgo a las poblaciones animales, sino que aumentan el riesgo de zoonosis a las poblaciones humanas que interactúan con ellas.
Recientemente, se encontró que la disminución de la biodiversidad, causada, entre varios factores por la deforestación y los efectos del cambio climático global[1], tiene un efecto adicional, y es que al alterar las redes ecológicas, algunas de las especies de animales proliferan sin control. Este punto tiene dos efectos diferentes. Por un lado, muestra que los animales que son considerados de manera tradicional como reservorios zoonóticos, como lo son roedores y algunas especies de murciélagos, se ven favorecidos por los cambios ecológicos proliferando y dispersándose hacia zonas periurbanas, lo que aumenta la probabilidad de interacción animal-humano, aumentando con esto el riesgo de que algún microorganismos patógeno salte a ese nuevo hospedero[2]. Por otro lado, se incrementa la probabilidad de que en esa población haya animales enfermos que en otras circunstancias habrían sido depredados, pero que por las alteraciones ecológicas no lo han sido.
Hay que decir, además, que algunos de los animales silvestres que empiezan a tener contacto con los humanos son domesticados o semi-domesticados, lo que aumenta el riesgo de infección cruzada, no solo desde los animales hacia los humanos sino también en el otro sentido, aumentando con esto el riesgo de infección de poblaciones silvestres, que por disminución de la disponibilidad de hábitat ya tenían problemas y probablemente estaban en riesgo.
Además de que los humanos entran a los territorios donde antes estaban solamente los animales silvestres, también se da el caso de animales oportunistas que empiezan a explotar el entorno modificado por los humanos, sus cosechas, sus animales domésticos, sus residuos. Estas nuevas interacciones, aumentan el riesgo de que tengamos la transmisión de un nuevo patógeno[3].
Finalmente, es importante hacer énfasis en que las poblaciones humanas que están en mayor riesgo por estar en labores relacionadas con explotación primaria de los ecosistemas, son poblaciones humanas vulnerables que ven en la explotación oportunista de los recursos que plantas y animales les proveen la única opción de supervivencia. La necesidad de territorios para cultivos y cría de ganado, ponen en riesgo a los pobladores de esas nuevas colonias y en la medida en que ellos puedan desplazarse a otras zonas geográficas, los ponen en riesgo no solo de infectarse ellos sino de infectar a países enteros.
Entonces, ¿qué podemos hacer para disminuir el riesgo de una nueva pandemia?
La inversión que el mundo entero ha hecho, y de manera especial los países desarrollados, se ha centrado especialmente en la generación de nuevos tratamientos, sistemas de diagnóstico y vacunas. Pero toda esta inversión está dirigida a solucionar el problema, no a prevenirlo. Sabemos que las prioridades en este momento están orientadas a enfrentar la crisis presente, pero hay que cambiar nuestra aproximación a las pandemias por venir[4]. Los costos que han generado las enfermedades emergentes en los últimos 20 años deben ser reemplazados por estrategias que permitan disminuir el riesgo de que estas se presenten.
La necesidad de establecer estrategias conjuntas entre países para hacer conservación efectiva de ecosistemas saludables es una necesidad de todo el mundo, es un problema de todos. Debemos aunar esfuerzos para disminuir la deforestación y mitigar los efectos del cambio climático, y esto tiene implicaciones desde varios puntos. Por un lado, requerimos opciones económicas para las personas que encuentran en la explotación del bosque su única forma de subsistir. Necesitamos un sistema más efectivo de control de deforestación y tráfico de fauna, identificando a las grandes mafias involucradas en los procesos.
Además, necesitamos educar a la población general, y de manera especial a los tomadores de decisiones, sobre la importancia de mantener los ecosistemas saludables. No podemos caer en la trampa de pensar que la forma de evitar la próxima pandemia es acabar la selva. Entre más deforestación tengamos, más probable es que los humanos interactuemos con el próximo agente infeccioso que nos lleve a una nueva pandemia.
[1] Nunez et al. Climatic Change https://doi.org/10.1007/s10584-019-02420-x (2019)
[2] Gibb, R. et al. Nature https://doi.org/10.1038/s41586-020-2562-8 (2020)
[3] Lorenz, C. et al. Sci Total Environ. https://doi.org/10.1016/j.scitotenv.2021.147090 (2021)
[4] Dobson, A.P. et al. Science https://doi.org/10.1126/science.abc3189 (2020)