El pecado de nacer en la ausencia del matrimonio
Melissa Tovar Guerrero
Basada en hechos reales, “El Hogar de niñas indeseadas” es una novela desgarradora y un buen ejemplo literario de cómo sintetizar un relato sin restarle valor a la historia. Saber qué contar y cómo hacerlo es una de las habilidades de su autora, la escritora canadiense Joanna Goodman.
A continuación, se analizan la maternidad, la orfandad y los abusos sexuales, como leitmotiv en varios personajes. En aras de brindar una comprensión integral argumentativa, hay spoilers. No obstante, los mecanismos relacionados con los puntos de giro en las tensiones narrativas no se revelan, con el propósito de que los lectores puedan descubrirlos cuando se sumerjan en la obra.
Wellington Hughes, el padre de Maggie, es inglés. Hortense, su madre, francesa. En la segunda mitad del siglo XX, en la región agrícola canadiense de Eastern Townships, predominaba el catolicismo que llamaba al divorcio “pecado” y a los hijos que no nacían en un matrimonio “niños indeseados”.
Así mismo, se mantenía una atmósfera de rivalidad entre los angloparlantes y francoparlantes. Una discordia tácita que se reflejaba en costumbres como mantener los anuncios de las zonas públicas en francés e inglés. De hecho, Wellington afirma que “así es como funcionan las cosas en Quebec, si quieres prosperar en los negocios. No puedes excluir a nadie” (p. 18, 2019). Lo cierto es que, aunque las dos culturas cohabitaban, sus habitantes se demostraban aversión en gestos naturalizados y había desafortunadas consecuencias para quienes les daban prevalencia a alguna de las lenguas. Estas desavenencias llegaron a cuestionar a las familias mixtas.
En este contexto, a Maggie la desconcertaba la relación de sus padres. Wellington, un inglés culto, devoto de la horticultura y dueño de la tienda Semillas Superiores/Semences Supérieures. Hortense, una criada francesa de un barrio bajo de Hochelaga. Quedó huérfana a los once años, luego de que su padre, ebrio, perdiera el conocimiento e incendiara su casa con el cigarrillo que había dejado encendido. Al ser la mayor, Hortense tuvo que abandonar los estudios y “Trabajar como criada para una familia inglesa rica, que plantó las semillas del resentimiento hacia todo lo inglés.
En sus propias palabras, se casó con Wellington con la esperanza de que la rescatara de la miseria y, sin embargo, lo que más detesta hoy Hortense de él son precisamente las cosas que más le atrajeron: su educación, su ética laboral, su estabilidad económica y su orgullo” (p. 40, 2019).
Desde los doce años Maggie trabajaba los fines de semana pesando y empacando granos en Semillas Superiores. “Le encanta estar en la tienda de su padre; es su lugar favorito en todo el mundo. Más adelante, planea trabajar abajo, en el piso de ventas, y después hacerse cargo del negocio cuando él se retire” (p. 17, 2019). La empatía por los gustos compartidos unió a padre e hija, pero generó una grieta irreversible con su madre, quien no entendía por qué Maggie adoraba todo lo relacionado con Wellington.
Hasta que Maggie se enamoró del joven Gabriel Phénix. Él y sus dos hermanas –Clémentine y Angèle– vivían en una choza en el maizal que limitaba con la casa de la familia Hughes. Quedaron huérfanos luego de que sus padres y dos hermanas fallecieran en un accidente de tráfico. Wellington le advirtió a su hija que no saliera “con muchachos franceses” (p. 23, 2019). Sin embargo, Hortense sí se percató del enamoramiento: “jamás creí que serías tú quien se enamoraría de uno de nosotros […] Tu padre te dirá que Gabriel no es lo bastante bueno para ti porque es francés […] Pero yo fui lo bastante buena para él. Recuerda eso” (p. 29, 2019).
En cuanto sus padres se enteraron que estaba embarazada, decidieron que darían al bebé en adopción. Pasó los ocho meses de gestación en la granja de sus tíos. A los dieciséis años Maggie dio a luz a una niña prematura, Elodie, nombre que alude a “un tipo de lirio cuyos capullos se abren para revelar capa tras capa de exuberantes pétalos rosas: una flor que siempre le ha encantado y cuyo nombre ahora puede darle a la hija que jamás conocerá” (p. 94, 2019).
Ni siquiera pudo decirle a Gabriel que sería padre, ni despedirse de él. Dos años después del episodio se trasladó a Montreal a vivir con su hermano mayor y se aferró a la esperanza de que hubiesen adoptado a Elodie. En Eastern Townships nadie supo lo del embarazo, o eso creyó Maggie durante mucho tiempo. Con Gabriel se volverían a encontrar una década después y sería, hasta entonces, cuando le contaría acerca del embarazo y la entrega de la bebé.
Desafortunadamente, a Elodie el destino no le sonrió. El político Maurice Duplessis impuso “El día del Cambio de Vocación” y firmó, en 1954, un decreto para otorgar más dinero a los hospitales psiquiátricos. Así, desaparecieron los orfanatos de la provincia, porque a las monjas les pagaban más por cuidar pacientes psiquiátricos que a niños abandonados. Con falsos exámenes de salud sentenciaron a los huérfanos como enfermos mentales, bajo una lógica de terror religioso, según la cual los infantes dados en adopción eran hijos del pecado y debían cargar con la culpa de los errores de sus padres.
Elodie y sus compañeras sobrevivieron a maltratos y a torturas infringidas por las monjas. Este episodio histórico marcó uno de los trágicos desaciertos que resulta al unir la política y la religión bajo la promesa del dinero.
Wellington se percató del error que cometió con Hortense al separar a su nieta de la familia. De una manera desgarradora, transitó un silencioso proceso para obtener el perdón de su hija e intentar resarcir el daño ocasionado. Maggie y Gabriel serían conscientes de esto tiempo después, cuando también recibieran una segunda oportunidad en su historia de amor.
A lo largo de la novela se pueden apreciar varias recurrencias en los personajes:
Maggie dio a luz antes de tener la edad y el estatus civil –casada– para que la sociedad aceptara este rol en su vida. Su sueño de infancia de trabajar en Semillas Superiores fue decisivo para que obedeciera la determinación de sus padres y entregara al bebé. La amenaza de perder a su familia si elegía a su hija y a Gabriel fue demasiado para ella. Tiempo después, cuando se casó con quien era el prospecto ideal –según Wellington– Maggie perdió varios embarazos y no pudo evitar asociarlos a un castigo por haber abandonado a su primogénita.
Elodie solo ha conocido la vida siendo huérfana. Quedó embarazada de un hombre que apenas conoció y que se fue a la guerra de Vietnam. Antes de que a su hija la rotularan como “niña indeseada” –como hicieron con ella– decidió ser madre soltera para darle a Nancy lo que ella no tuvo, una madre a quien amar y por quien ser amada.
Tanto Maggie como Elodie conservaron la esperanza de que la otra permaneciera con vida. Este exhaustivo camino hacia la remota posibilidad para reunirse mantiene en vilo al lector, con el ritmo adecuado y un desarrollo pertinente de la trama. En este largo trasegar del reencuentro entre madre, padre e hija, la intuición y el amor pueden sobrevivir al paso del tiempo, con la ilusión de recibir otra oportunidad y alcanzar la redención.
Una de las características de la pluma de Joanna Goodman es su pericia para relatar en 327 páginas, una historia que transcurre en veintiséis años. Basada parcialmente en la vida de su madre, trabajó en la escritura de este libro durante dos décadas y su habilidad para la edición se ve reflejada en su capacidad de síntesis. Aplica recursos narrativos, que aunque tradicionales, resultan eficientes. La literatura puede celebrar el aporte de esta obra que halla su valor en el registro histórico y en la riqueza de quien sabe emplear las palabras magistralmente.
Bibliografía:
Goodman, J. (2019). El hogar de niñas indeseadas. Ediciones Urano: Madrid.