Las maldiciones del Nobel de Literatura
Ismael Iriarte Ramírez
Desde su instauración en 1901, dando cumplimiento del testamento de Alfred Nobel y como parte de la conmemoración del quinto aniversario de su muerte, el Premio Nobel de Literatura ha estado rodeado de leyendas, a las que incluso se les ha atribuido la naturaleza de maldiciones.
Estos mitos, que en muchos casos están emparentados con la polémica, han ayudado a consolidar la fama de este galardón, que más de un siglo después sigue siendo el más destacado reconocimiento a la trayectoria literaria, codiciado por escritores en todo el mundo.
La más difundida de estas creencias es la que establece que este premio representa una sentencia de muerte o decrepitud, sobre lo que reflexionó ampliamente Gabriel García Márquez en un artículo titulado “El fantasma del Premio Nobel” publicado en El País de España en 1980, en el que el autor de Cien años de soledad califica a este galardón como un “laurel senil”. No es de extrañar que la posición crítica de García Márquez se convirtiera en la principal amenaza para su futura designación como ganador por parte de los miembros de la Academia Sueca, apenas dos años más tarde.
Sin embargo, no le faltaban razones al autor colombiano para considerar este reconocimiento como una amenaza de la que “nadie sobrevive siete años”, pues más de veinte ganadores del Premio Nobel de Literatura habían fallecido antes de ese plazo. En la fatídica lista figuran nombres ilustres como John Steinbeck, Albert Camus, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Luigi Pirandello y André Gide, solo por mencionar algunos, mientras que los casos más llamativos de esta tendencia son los del autor sueco Erik Axel Karlfeldt, quien murió en 1931, el mismo año en que fue galardonado; así como los de John Galsworthy, Władysław Reymont, Giosuè Carducci, Theodor Mommsen, quienes fallecieron un año después de recibir esta honrosa distinción.
Placa conmemorativa de García Márquez en Paris - De Patrik Tschudin CC BY 2.0 commons.wikimedia.org
En lo que a Gabriel García Márquez respecta, la historia dirá que vivió para contarla, como si se tratara de uno de sus libros, pues no solo sobrevivió 32 años a aquel glorioso 10 de diciembre de 1982, sino que también conservó su propio estándar literario con obras como El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989). La sentencia de muerte, también dejó de ser tal, o por lo menos se redujo a su mínima expresión, pues de ese entonces a la fecha, solo dos premios Nobel han caído en ella. Doris Lessing, que, tras recibir ese reconocimiento en 2007, falleció en 2013; y Harold Pinter, quien corrió con la misma suerte en 2008, solo tres años después de ser premiado.
A pesar de la tentación a recurrir a causas sobrenaturales para explicar estos acontecimientos, las razones parecerían encontrarse en una simple cuestión fisiológica, en el círculo de la vida. Y no podría ser de otra forma, pues por tratarse de un reconocimiento a destacadas carreras en el mundo literario, quienes lo reciben ya han recorrido buena parte de su ciclo vital, por lo que tampoco ha de extrañar que después de ser objeto de la anhelada designación, la mayoría de los autores no agreguen nuevas obras a lo más selecto de su producción.
Con la edad está relacionada también otra de las maldiciones asociadas al premio que nos ocupa, con frecuencia se conoce como la del Nobel joven y no es más que otra suerte de muerte, pero en este caso literaria, que según la leyenda marca el final de la producción literaria de altísimo talante, sin embargo, igual que la anterior parece desdibujarse ante un examen minucioso. Para efecto de las líneas que prosiguen consideraremos como escritores jóvenes a aquellos que hayan recibido esta distinción antes de los sesenta años, cifra muy lejana de los 42 años que ostentaba Rudyard Kipling cuando fue investido con esta distinción, en 1907, lo que lo convirtió en el autor más joven en conseguirlo, récord que mantiene hasta nuestros días. Huelga decir que lo mejor de la producción de la obra de Kipling había llegado a sus lectores antes de esa fecha.
Premio Nobel - Dominio Publico
En esta categoría parecen encontrarse varios de los escritores premiados en las últimas décadas, sobre los que solo el tiempo podrá decir si lograron marginarse del sino que se les atribuye y entre los que sobresalen Mo Yan, Herta Müller o Elfriede Jelinek, aunque en este apartado, todas las miradas parecen dirigirse al turco Orhan Pamuk, quien recibió el Nobel en 2006, con 54 años y que más que haber perdido el toque literario ha perdido el favor de la crítica. Una prueba de la anterior, la constituye su obra La mujer del pelo rojo (2016), recibida con excesiva frialdad y se quiere injustificada severidad, en perjuicio de su valor, que permite no solo adentrarse en la narrativa del autor, sino también en las derivas de una sociedad que se debate entre lo oriental y occidental, entre lo antiguo y lo moderno.
La presencia de las fuerzas políticas e ideológicas también ha marcado el destino de esta distinción en incluso al extremo de convertirse en una auténtica maldición, el ejemplo más lamentable lo protagoniza el ruso Borís Pasternak, censurado en la Unión Soviética y aclamado en el resto del mundo, quien fue obligado por el régimen a rechazar el máximo reconocimiento literario, del que fue objeto en 1958. En otros casos las designaciones resultan tan sorprendentes como inescrutables son los derroteros de la Academia Sueca, tal es el caso la de Winston Churchill en 1953, que se produjo -dicho esto sin menoscabo de la admiración que le profeso, ni de la calidad de su obra historiográfica y retórica- mucho más por los servicios prestados al mundo en la lucha contra los totalitarismos, que por sus méritos literarios.
Mucho más inexplicable, e incluso, si se me permite la transgresión, caricaturesca, resulta la escogencia en 2016 de Bob Dylan, sin duda uno de los más grandes cantautores de los últimos 50 años, pero sin credenciales suficientes en el rubro literario. A manera de conclusión, puedo agregar que su presencia en esta selecta lista podría atribuirse a la clara intención de dar un golpe de efecto, uno más que sumado a los protagonizados en los últimos años hacen cada vez más difícil establecer un patrón plausible en los criterios de la Academia Sueca, cada vez más democráticos y a la vez excluyentes, cada vez más globalizados y políticos.