Skip to main content

La productividad del mal y los límites del egoísmo

Tomás Molina, Ph.D.

Nicolás Maquiavelo por Santi di Tito -

Mi colega F.W. Forster (…) cree poder salvar esta dificultad en su conocido libro, recurriendo a la simple tesis de que lo bueno solo puede resultar el bien y de lo malo, el mal. (…) Pero es asombroso que tal tesis pueda aún ver la luz en el día de hoy. No solamente el curso de toda la historia universal, sino también el examen imparcial de la experiencia cotidiana, nos está mostrando lo contrario.
Max Weber

La política como vocacióna filosofía de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) pretendió descubrir un nuevo continente moral. Sus enseñanzas políticas, por tanto, debían ser muy diferentes a las anteriores. Una de ellas, me parece a mí, es la idea de la productividad del mal. ¿Cómo se opone esta a la filosofía que le precedió? Los clásicos, y en especial Platón, vieron al mal como algo sin productividad, sin realidad incluso. Todo lo malo que uno haga lo hace por medio del Bien.
 
Un grupo de ladrones, por ejemplo, solo es capaz de lograr su objetivo si es bueno en lo que hace. Sus miembros deben tener incluso un mínimo sentido de la justicia para que el grupo se mantenga a lo largo del tiempo. Si, por ejemplo, no reparten los bienes como se había acordado, entonces es posible que algunos miembros decidan irse. Si no cumplen sus labores a pesar del peligro, el botín quedará fuera de su alcance. En cambio, un grupo de ladrones perfectamente malo sería incapaz de lograr nada. Si son malos robando, si no cumplen con su deber, etc., serán capturados y no obtendrán botín alguno.
 
El punto de Platón es que el mal es posible solo por medio del Bien. Uno podría decir que hasta los terribles gobiernos totalitarios del siglo pasado pudieron ser tan malos justo porque eran buenos en algo. Los nazis tenían buenos tecnócratas y burócratas, por ejemplo. Sus actos malvados hubiesen sido imposibles sin un mínimo de capacidad organizativa. El mal en sí mismo, entonces, no puede hacer nada. Depende del Bien.
 
Maquiavelo representa un quiebre con esta manera de pensar. De manera fundamental, en su pensamiento el bien solo es posible gracias al mal. Es el mal el que resulta productivo. El pensador florentino explica que la vida moral requiere de un ambiente en el que se pueda practicar: la sociedad. Sin embargo, los fundadores de esta fueron seres inmorales. Nadie funda una sociedad a partir de la virtud. Toda la justicia en nuestra sociedad depende de la injusticia original de los fundadores.
 
¿No fueron los fundadores de nuestras sociedades conquistadores, asesinos, esclavistas, etc.? Hoy es posible cierto grado de justicia, pero los fundadores fueron todos homicidas y ladrones. Incluso Roma fue fundada por un fatricida. Debe haber algo, empero, que haya permitido a los fundadores crear un orden que no se consuma a sí mismo. Ese algo no es el Bien, no es la justicia, sino el egoísmo. Los fundadores querían ser recordados por las generaciones futuras. Su interés egoísta en que su obra permanezca en el tiempo es lo que les dio la motivación para crear un orden duradero.

 

col1im3der Adam Smith en el Retrato Muir - Dominio público

El mal resulta aquí enormemente productivo. La justicia se basa en la injusticia, porque el mantenimiento de la ley y el orden solo es posible mediante el engaño, la manipulación y, en general, la transgresión de las normas morales convencionales. Maquiavelo, en este sentido particular, es un levantamiento contra Platón. Lo pone patas arriba.
 
La enseñanza de Maquiavelo ha sido en extremo fecunda. En Locke y Smith el egoísmo también se vuelve productivo. Para Locke, en el origen de la sociedad no hay un deseo altruista de ayudar a los demás sino un deseo de establecer un orden civil que le permita a uno gozar de su vida, libertad y propiedad. Uno acepta la fundación de la comunidad política porque le resulta conveniente.
 
Para Smith, no obtenemos nuestra carne y nuestro pan de la benevolencia del carnicero y del panadero sino de su egoísmo, de su amor propio. El radicalizador de esta idea fue Mandeville. En uno de sus ejemplos más famosos nos dice que el libertino es, en efecto, un hombre vicioso. Sin embargo, con su gasto da empleo a los hacedores de ropas y perfumes finos, a los chefs y prostitutas, etc. Esas personas, a su vez, gastarán en carne y pan, con lo que hay un círculo virtuoso en la economía a partir del vicio. En la sociedad prosperamos, de acuerdo con Mandeville, no por nuestra virtud cívica, ni por nuestra rectitud moral, sino por nuestro egoísmo, envidia y competencia con otros. De acuerdo con el pensador anglo-holandés, si todos nos volviéramos virtuosos ciudadanos altruistas, la economía colapsaría.
 
Estas ideas cristalizan en Hegel. En la Fenomenología del espíritu, el filósofo alemán observa que el virtuoso quiere sacrificar su propia individualidad por el bien común. Sin embargo, esto es imposible porque la realización de la virtud involucra un cierto grado de lo que Hegel llama el curso del mundo, es decir, de la individualidad sobre el bien común. El individuo virtuoso no puede evitar realizar su virtud como individuo. La vida virtuosa, mejor dicho, requiere de un cierto grado de egoísmo.
 
Al mismo tiempo, el curso del mundo tampoco es tan egoísta como parece. El individuo actúa allí sin interesarse por lo universal (como el libertino de Mandeville), pero en realidad actúa de manera que lo universal se realiza. Aquí, entonces, el egoísmo de un sujeto que busca su propio beneficio termina haciendo algo positivo por toda la comunidad. Es el egoísmo, y no la virtud, el que resulta muy productivo.
 
Hay otro ejemplo interesante de esta lógica en Hegel. Comentando la introducción de una nueva constitución en el reino de Württemberg, Hegel anota que incluso los pueblos que aman su libertad por encima de todas las cosas han sido incompetentes a la hora de darse una constitución libre. Por eso han tenido que cederle la redacción de esta a un Solón o un Licurgo. Y estos, por medio del engaño, deben lograr saltarse la voluntad misma de un pueblo que normalmente se opone en el acto a la libertad. El estado libre solo puede llegar a ser libre mediante el engaño de su legislador. Aquí el mal—el engaño—resulta en extremo productivo. La libertad política depende, como en Maquiavelo, de una injusticia.
 

col1im3der John Locke por Godfrey Kneller - Dominio público


¿Bastarán sin embargo el egoísmo y la injusticia? Ni siquiera Maquiavelo se atrevió a decir semejante cosa. Los seres humanos somos naturalmente malos y egoístas. La coacción puede y debe volvernos, empero, buenos. Los fundadores son inmorales; su propósito es la gloria personal. Los ciudadanos, en cambio, deben ser razonablemente morales. No hay sociedad que tenga éxito sin pasiones más virtuosas que la maldad y el egoísmo.
 
Para conseguir los objetivos principales que Maquiavelo adjudica a todas las sociedades (libertad frente a toda dominación extranjera, supremacía de la ley, prosperidad, gloria y poder) seguramente habrá que recurrir a engaños y manipulaciones, como una mirada cualquiera a la historia nos lo muestra. Pero también requiere de la cooperación, de la sociabilidad, y en fin, de lo que Hegel llamaba el infinito verdadero.
 
Usualmente pensamos el infinito como algo sin fin, como la inhabilidad de encontrar un punto final. Eso es, sin embargo, lo que el alemán llamaba el mal infinito (die schlechte Unendlichkeit). La idea del verdadero infinito, en cambio, sí tiene un límite. Pero no es un límite externo, el verdadero infinito se limita a sí mismo, se pone sus propios límites autónomamente. Hasta el egoísmo requiere de límites que la sociedad autónomamente decide, no puede pertenecer al mal infinito.
 
Y es que tampoco es posible que carezca de límites. Como lo enseña Freud, entrar a la sociedad requiere de varios sacrificios. No podemos, por ejemplo, vivir a punta del principio de placer haciendo lo que queremos. Uno tiene que aceptar, como mínimo, el tabú del incesto para la convivencia con otros. Ser sociables implica ponerle límites a nuestro egoísmo y nuestra maldad. La vida en común se levanta sobre un núcleo de prohibiciones. Eso es justo lo que, según Freud, produce el malestar en la cultura, i.e., la neurosis.
 
No es solo que debamos cumplir prohibiciones elementales al vivir en sociedad. ¿No están acaso muchos capitalistas dispuestos a sacrificar hasta su bienestar individual y familiar con tal de hacer más dinero? Muchos mueren, roban, se quiebran, etc., en busca de propósitos que van más allá de un egoísmo primitivo: trabajan no tanto por sí mismos como por el capital. Ya son millonarios, el dinero extra que ganen no va a aumentar su nivel de vida. Tienen en su cabeza más bien un propósito religioso, una vocación por el dinero que supera el egoísmo del que hemos venido hablando.
 
Esta es una lección elemental del psicoanálisis y de Hegel: la identidad de uno incluye aquello que la niega. El egoísmo del capitalista, el principio elemental de greed is good, incluye una distorsión, algo que en apariencia no le pertenece: el sacrificio por un ideal más alto (el capital). Volviendo a lo que decía antes de Hegel, no es solo que el virtuoso sea incapaz de realizar su virtud sin individualidad; es que el egoísta es incapaz de ser egoísta sin sacrificarse por algo. El egoísmo capitalista es contradictorio, al menos pasado un punto, porque se basa sobre un ideal sacrificial: el capitalista siente que persigue su propio interés al sacrificar su salud, su familia, el bienestar de sus trabajadores, etc., con tal de aumentar su capital. La satisfacción nunca llega; predomina su contrario. Uno de los principales imperativos superyoicos de nuestra época es el de estar dispuestos a todos los sacrificios con tal de conseguir el éxito.
 
Todo lo que el capitalista auténtico haga lo va a hacer sentir culpable, puesto que todo el dinero del mundo sigue siendo insuficiente. De ahí que, como decía Benjamin en El capitalismo como religión, el capitalismo es una religión cuyos devotos no descansan. Ningún culto es suficiente, ningún sacrificio expía allí la culpa. Al contrario, el sacrificio produce más culpa. Hay que seguir trabajando y sacrificándose por el señor. El ideal que el capitalista ha escogido es imposible de satisfacer, puesto que pertenece al orden del mal infinito, de aquello que no solo no tiene límites sino que no puede darse límites. El problema del egoísmo capitalista es quizá que el capitalista no es lo suficientemente egoísta, es un devoto dispuesto a destruir hasta el planeta y a sí mismo con tal de cumplir con su culto.
 
Que el mal es productivo es una lección que algunos han aprendido demasiado bien. Tal vez sea preciso volver a Platón y a Freud. Al primero, para recordar que el bien es igualmente productivo. Al segundo, para recordar los límites necesarios de la vida en común.