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El pasado de los libros novohispanos: una reflexión sobre la catalogación, el registro y el inventario de los documentos históricos

Idalia García

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El uso de los libros y la relación que los lectores tienen tan particulares objetos es tan diversa como los seres humanos. No obstante, existen algunas formas de marcar la posesión, el uso y el control de los libros que son prácticas culturales características de sociedades pretéritas. Ciertamente algunas de esas prácticas siguen en uso, como escribir nuestro nombre en algunos libros, mientras que otras no son más que trazos perdidos en la historia que a veces podemos seguir. Lo cierto es que esas escrituras, como testimonios de procedencia institucional o personal, no han cobrado la importancia que deberían tanto para quienes buscan comprender la cultura de los libros en la Nueva España como para quienes han estado a cargo de la catalogación de los libros antiguos y los documentos históricos en México. En efecto, esta última tarea se ha realizado a tropezones. En principio porque el Estado nunca ha estado interesado en contar con una política pública enfocada en el registro e identificación de los libros antiguos (impresos y manuscritos) ni de los documentos históricos. En consecuencia, cada institución ha intentando resolver la problemática de control patrimonial a su mejor entender o en función de la ocurrencia mejor planteada, siempre y cuando lo hayan considerado necesario. La realidad es que estas importantes colecciones históricas no están bien descritas y, por ello, no tenemos identificados la mayor parte de los objetos custodiados.

Algunas de esas declaraciones manuscritas de posesión reproducen las expresiones de las estampas que conocemos como ex libris y que se utilizaban para ostentar la propiedad de los libros. Quizá por esto los catalogadores de libros antiguos utilizaron la misma expresión para registrar y describir esas notas manuscritas que también ostentan la propiedad pero que por su manufactura se acercan más a ese grupo de trazos que dan cuenta de algo más que la posesión: el control, el orden, la censura, la lectura y la apropiación. Es decir, esos espacios intelectuales que caminan entre el orden del conocimiento y el cuestionamiento intelectual. En efecto, esa característica crea un conjunto de libros distinguibles por esas anotaciones que incluso acompañan a esa denominación bibliotecaria: “Ex libris ms”. Esa nota, no siempre acompañada de su transcripción paleográfica, da cuenta de que ese libro estuvo en posesión de una persona o una institución. Por tanto, cuando se estudia esa colección ya sea por un documento histórico como una memoria de libros, un inventario post mortem, un índice, un catálogo o cualquier otro que se pueda relacionar con esa posesión se puede correlacionar ambas informaciones para crear una base ideal de un estudio de procedencia.

Así, podríamos acercarnos a una reconstrucción bien documentada de lo que fue una colección antigua, tanto como determinar la parte horrible de la historia: el número de pérdidas que podemos precisar. Dichas pérdidas no sólo son aquellas que no podemos relacionar entre el poseedor y un objeto bibliográfico, sino las más lamentables: aquellos impresos que se han perdido definitivamente para la historia. Las razones de estas pérdidas son variadas e incluyen el número real de libros producidos y, el uso e impacto que cierta obra pudo tener en diferentes momentos de la historia. Ciertamente, algunos de estos libros fueron perseguidos hasta su extinción y no necesariamente por aquellas instituciones a las que se les ha atribuido tan innoble tarea como al Consejo de la Suprema Inquisición. El problema es, por lo menos en México, que no hacemos trabajos suficientes que permitan reconstruir las colecciones antiguas por varias razones y, entre ellas, la deficiente información que encontramos en archivos y bibliotecas que permitan localizar las fuentes disponibles o útiles para estos estudios.

De esta manera, si queremos localizar los testimonios documentales que informan sobre los libros que se encontraban disponibles para su lectura en un tiempo específico como el Colonial, debemos acudir a los registros de los archivos para saber cuántos son los documentos que se conservan relacionados con esas temáticas. Algunos de estos repositorios, afortunadamente, se han esforzado en registrar sus objetos de forma normativa sin que ello implique un olvido sobre una forma de inventario que sirva para dos finalidades básicas: un control patrimonial necesario para la institución de custodia y, una herramienta de consulta que sea útil para los investigadores o interesados en esta información. Sin embargo, la comparación siempre debe hacerse en este entorno desde los registros del Archivo General de la Nación (AGN). Primero, porque la legislación archivística de México[1] le ha otorgado un lugar preponderante como cabeza del sistema y, por tanto, órgano rector de políticas públicas. Segundo, porque la abundancia documental que ahí se preserva hace palidecer a casi cualquier otra, aunque no la riqueza, pues en el país se conservan otros archivos incluso dentro de colecciones bibliotecarias que podrían asombrarnos.

 


[1] Ley General de Archivos, Diario Oficial de la Federación, 15 de Junio de 2018, última reforma 5 de abril de 2022, https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGA.pdf [Consulta: Mayo de 2022]

 Afortunadamente en el AGN se conservan numerosos testimonios documentales que aportan información valiosa sobre esas colecciones bibliográficas del pasado, ya sean institucionales o particulares. Pero, los registros que ofrece su Guía general son bastante pobres en la mayoría de los casos. Esta herramienta, disponible en la red,[1] ofrece una búsqueda silvestre de términos que no puede ser considerada libre. En consecuencia, la obtención de datos de cualquier búsqueda es tan dispersa que se requiere una dosis de paciencia para encontrar los documentos que requerimos. El problema deriva básicamente porque el elemento de búsqueda, para el caso que nos ocupa es una persona o una institución, en el sistema no se puede buscar en un campo específico como un descriptor si no en todos los posibles. Es decir, la posibilidad de que una base de datos nos ofrezca un número específico de registros relacionados directamente con los criterios de búsqueda. En el AGN estos serían a saber, Título, Fecha(s), Nivel de descripción, Volumen y soporte, Productores, Signaturas antiguas, Alcance y contenido. Además, no contamos con un descriptor o conjunto de descriptores que ayuden en esta tarea. Por tal razón, el interesado no puede reducir su campo de búsqueda ni siquiera a un periodo cronológico, sino exclusivamente a uno de los fondos del repositorio que se dividen genéricamente en: Instituciones coloniales, Instituciones Gubernamentales época moderna y contemporánea, Archivos de Particulares y, Otros archivos.

 


[1] Guía general del Archivo General de la Nación de México, https://archivos.gob.mx/guiageneral/ [Consulta: Mayo de 2022]

Empero, aún cuando así se hace, los resultados que se recuperan son testimonios variopintos. Por ejemplo, si uno se interesa en encontrar documentos sobre el librero novohispano Manuel de Cueto, que estuvo activo durante la segunda mitad del siglo XVIII, y siguen las instrucciones del archivo marcando el fondo Inquisición dentro de Instituciones Coloniales, ocurren dos cosas. Una, sí se escribe como elemento de búsqueda “Manuel de Cueto” tendrá que esperar pacientemente y probablemente desesperará mientras la máquina resuelve algo sobre la búsqueda. Dos, escribir un simple “Cueto” que obtendrá una recuperación de resultados bastante rápida pero que contendrá información tan dispersa como inadecuada ¿Cómo podemos calificamos la obtención de información del año 1941 cuando se ha marcado el fondo Inquisición? Revisar los resultados requiere más que la paciencia de un monje para descartar todos los que no son pertinentes.


 

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Esta situación resulta incomprensible cuando se mira el esfuerzo de otros archivos de nuestro país que han conseguido diseñar un buen instrumento de consulta capaz de satisfacer esas búsquedas de información de manera más acertada. Lo risible y ridículo de este asunto es que el AGN cree que sus usuarios somos idiotas o incompetentes, porque la administración actual promocionó la idea de que se trataba de una nueva herramienta que simplemente recuperó la anterior y, en mi opinión, la convirtió en algo más ineficaz para las consultas externas. Es decir, aquellas que se harían desde cualquier lugar externo al archivo e incluso desde el extranjero. En este punto, hay que recordar que este es un repositorio con un importante número de consultas de otras partes del mundo. Con este conocimiento, es un poco desaseado de nuestro archivo no hacer un esfuerzo porque este instrumento sea más eficaz. Obviamente, un experto en estas lides podría hacer una crítica más puntual tanto como una propuesta más directa. Yo sólo puedo hacerla como una simple usuaria que además tiene la ventaja de vivir en la Ciudad de México. Por tanto puedo acudir a buscar información directamente en el famosísimo y nunca bien ponderado “Centro de referencias” y consultar SIRANDA.[1] Una versión un poco diferente de la Guía general, con un poco más de datos pero no con mayores detalles de la documentación conservada aunque ciertamente con resultados más efectivos ¿acaso esto no es contradictorio?

 


[1] Blog oficial del Archivo General de la Nación, https://www.gob.mx/agn/acciones-y-programas/consulta-la-guia-general-de-los-fondos-del-agn?idiom=es [Consulta: mayo de 2022]

Este asunto sobre tan deficiente y retorcida herramienta de consulta, se hizo especialmente más notorio con el confinamiento derivado de pandemia de COVID 19. En efecto, tal confinamiento requerido como medida de salud pública, demandó a las instituciones de memoria de todo el mundo, como archivos, bibliotecas y museos, que contaran con mejores instrumentos de consulta que especialmente estuviesen orientados a favorecer el acceso a recursos digitales y así mantener actividades de investigación, educación y difusión cultural durante ese periodo tan difícil. Muchas de esas instituciones ya tenían más de una década mejorando sus herramientas de consulta y ofertando imágenes digitales tanto así que ya se hablaba de Humanidades Digitales y de una nueva forma de hacer investigación con recursos digitales. Por eso, esa nueva demanda permitió mejorar los resultados obtenidos previamente. México no estuvo exento en esta tendencia, pese a que nuestras instituciones se han distinguido por una política que no ofrece ni favorece el acceso a los recursos digitales de forma directa. Siempre he denominado a esta política de “mirar y no tocar”. Es decir, pocas instituciones mexicanas permiten que los interesados obtengan libremente y sin complicaciones una copia de los objetos digitales de su interés. Una de ellas, fue durante mucho tiempo la Mediateca del Instituto Nacional de Antropología e Historia a la que todavía se puede acceder y que todavía ofrece esa posibilidad de descarga.[1]

 


[1] Mediateca del INAH, https://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/, [Consulta: Mayo de 2022]

En esa misma tendencia el Archivo General de la Nación, comenzó a ofrecer dentro de la nueva Guía General el acceso a recursos digitales. Un acceso que el interesado descubre solamente al revisar los resultados, pues en cada registro se indica que existe la posibilidad de consultar unas imágenes. Entre estas hay que destacar aquellas que parecen ser tomadas directamente de los originales en algún proceso de digitalización, que suponemos se hace en relación directa a sus recomendaciones elaboradas en el 2015.[1] En este documento se afirma que la digitalización de la documentación histórica debe estar “encaminada reducir la manipulación de los documentos originales” y líneas después también anotaron:

 


[1] Archivo General de la Nación. Recomendaciones para proyectos de digitalización de documentos. México: AGN, 2015, https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/146401/Recomendaciones_para_proyectos_de_digitalizacion_de_documentos.pdf [Consulta: Mayo de 2022]

Para estos fines, la digitalización debe cumplir con un tratamiento archivístico muy riguroso y garantizar que los grupos documentales susceptibles de digitalización cuenten con instrumentos de consulta basados en la Norma Internacional General de Descripción Archivística (ISAD-G).

Esta afirmación es doblemente necia o descabellada para cualquiera que conoce esa normativa,[1] o que ha consultado un archivo donde efectivamente se aplica. Los registros de la Guía General y de SIRANDA del AGN son una aplicación más que lamentable de dicha normativa. Pero, al parecer el trabajo de la digitalización, afortunadamente, no corre por esos derroteros. Al menos eso parece deducirse de la fotografía sobre este proceso institucional que se encuentra disponible en la red.[2] Supongo que las imágenes obtenidas en tan impresionante escáner, son las que ha alimentado al proyecto Memórica[3] donde se encuentran varias imágenes de los documentos del AGN. Igualmente es información de SIRANDA la que alimenta ese repositorio digital, porque se corresponde la información. Además porque la persona que decidió que se ponía en un registro y qué no, decidió eliminar lo que se conoce como “Asignatura antigua”. De antiguo no tiene nada ya que es la única forma de citar y de recuperar la información en el repositorio nacional.

 


[1] ISAD(G). Norma Internacional General de Descripción Archivística. España: Ministerio de Educación y Cultura, 2002, https://archivomunicipal.guadalajara.gob.mx/assets/file/14%20Norma%20Internacional%20General%20de%20Clasificaci%C3%B3n%20Archiv%C3%ADstica%20ISAD-G.pdf [Consulta: Mayo de 2022]

[2] Google Arts & Culture, https://artsandculture.google.com/culturalinstitute/beta/asset/proceso-de-digitalizaci%C3%B3n-general-archive-of-the-nation/yAFSGeYUsLAXJg?hl=es-419 [Consulta: Mayo de 2022]

[3] Memórica, https://memoricamexico.gob.mx/ [Consulta: Mayo de 2022]


De esta manera en Memórica, los documentos del AGN tienen por referencia un número de expediente que no se relaciona con ninguno de los fondos del repositorio nacional  ¿Cómo podría localizarse esa información directamente en el AGN? Personalmente no tengo una respuesta que suene coherente. Para quienes hemos trabajado algunos de esos documentos, puede parecer una nimiedad pero no lo es. En términos estrictos este repositorio digital que compila información de otros, debería hacer referencias exactas a las formas de cada una de las instituciones para no crear ningún tipo de interferencia en la transmisión del conocimiento. Es la misma razón que inspira los cuadros de relación cuando una colección es nuevamente clasificada en un archivo o biblioteca. La institución está obligada a informar cómo estaba la organización antigua y qué número u orden del pasado se corresponde con uno del nuevo. De esta manera, quienes trabajaron con un ordenamiento antiguo pueden recuperar la información en nuevos instrumentos de consulta. Lo cierto es que en México este es un sueño guajiro. No son pocos las historias de personas que no pudieron completar sus investigaciones, porque con nuevas organizaciones no pudieron recuperar el material que estaban trabajando.

Ahora bien, esa misma guía general ofrece otras imágenes terroríficas que siguen disponibles y accesibles ¿Y por qué nadie dice nada? Me refiero a la digitalización que se hizo de algunos microfilms antiguos. Unos que, aparentemente, nunca fueron verificados en su calidad e integridad. Para decirlo más directamente, son una verdadera porquería que no ofrece la posibilidad de la lectura sino del padecimiento. Quienes hemos trabajado con estas directamente en el archivo, ahí cuando la institución nos ha negado el acceso a los originales por la existencia de un microfilm sabemos de lo que estamos hablando. En cualquier lugar del mundo que el repositorio nos indique que hay una reproducción disponible para la consulta, es más que sensato y deseable pero no en el AGN. En más de una década de trabajo en este repositorio, con originales y microfilms, puedo afirmar que han sido muy escasos los microfilm que son legibles y no una tortura de trabajo. Aquí les dejo un ejemplo.

 

 

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Si bien, ya no soy una mozuela y he usado lentes la mayor parte de mi vida, intentar leer en estas reproducciones puede ser un desafío para cualquiera. La existencia de estas reproducciones es una realidad incontestable para quienes las hemos visto y conocemos, incluso hemos pagado por su impresión en papel intentando que la tinta de una impresora haga un milagro. Por cierto, para los interesados, Santa Tecla se ha desentendido en estos menesteres. Lo que no sabe la sociedad mexicana, son los detalles históricos de tal desastre que seguramente pagamos con recursos públicos. Y, por el tamaño de la tragedia, no fue un presupuesto despreciable. Lo que me lleva a preguntar porque nuestras sociedades latinoamericanas no entendemos esto como una afrenta social, pues es incomprensible que no hablemos de este elefante en la sala que afecta la vida cotidiana de los investigadores, del personal del archivo y de las nuevas generaciones.

Esto se hizo en algún momento y lo que está hecho, está hecho. En algún momento de nuestra historia alguien autorizó esta medida y probablemente con las mejores intenciones del mundo. También alguien ni siquiera pensó en revisar la calidad de lo que se había pagado. El desastre es tan mayúsculo que nunca se podrá justificar con una revisión aleatoria, menos aún por la importancia de lo que hablamos. Es decir, la microfilmación de uno de los fondos más consultados del AGN: el de Inquisición. Obviamente esa reproducción requirió que los originales fuesen manipulados. Quiero suponer que la intención era preservar los originales, pero esto ha salido completamente al revés. En determinado momento, la ceguera institucional se ha negado a permitir la consulta de los originales que así habían sido reproducidos, y eso generó un cierto malestar entre las comunidades de investigación. Quiero suponer también que para acallar esas críticas, la institución decidió en determinado momento autorizar que los investigadores pudieran hacer sus propias reproducciones fotográficas, siempre y cuando no fuesen elaboradas con intenciones profesionales. Somos muchos los que aprovechamos esta oportunidad que nos permitía tener las reproducciones necesarias para el trabajo comprometido con nuestras propias instituciones.

He de confesar que ha sido maravilloso tener la posibilidad de leer los documentos históricos en una computadora que permite ampliar la visualización de mis propias fotografías.  También que cuando la duda surge, se puede intercambiar al información con colegas más avispados. Pero, en determinado momento, debimos cuestionar esa decisión institucional porque nuestras fotografías no pueden sustituir la necesaria reproducción que debe hacer el archivo bajo los altos fines que reconoce en sus recomendaciones. Además, contar con esas imágenes beneficia a muchos interesados y contribuye a mejorar el conocimiento de nuestro pasado. El sistema de archivos españoles en la red (PARES) nos ha mostrado más de una de esas ventajas. Evidentemente, nuestras fotografías pueden ser usadas por otros. Empero, la calidad de este recurso depende del medio, de la capacidad, habilidad y conocimiento de la persona que las hace y de un factor fundamental: la luz disponible en el momento de la toma. Este factor, que depende la meteorología y de la disposición de las galerías del archivo, es inamovible y son condiciones que el AGN puede controlar con una tecnología apropiada.

La parte más lamentable de esta historia es que el AGN conoce la calidad de esos microfilms ¿por qué los digitalizó? Se trata de imágenes tan malas e ilegibles que ningún programa especializado resuelve el problema. Al menos, debió haber hecho otra revisión para determinar cuántos de esos microfilms podían salvarse y aquellos que no. Eso impediría la manipulación innecesaria de documentos originales de nuevo. Además, la cerrazón institucional para permitir la consulta de los originales, cuyos microfilms son ilegible, no puede ni debe ser un camino tortuoso como lo es. Los usuarios del archivo no pueden ni deben ser responsables de una mala gestión institucional. No se trata de física cuántica cuándo se debe determinar la mala calidad de una imagen, lo que imposibilita la lectura del documento histórico que reproduce. De la misma forma que se puede determinar que sí lo está y el usuario en cuestión deberá aceptarlo en aras de la conservación de nuestro pasado documental. Un buen sistema permitiría discernir entre intereses honestos y deshonestos.

Como sociedad no deberíamos volver a otorgar esa confianza al AGN porque ha fallado más de una vez y no ha explicado por qué. Creo que es el momento en que los profesionales, las asociaciones, academias, grupos colegiados, y otros interesados, deberíamos demandar una constante revisión de este proceso para evitar otro desastre de tamaña envergadura. No necesitamos que se repita una y otra vez la misma tontería con una nueva tecnología. Tenemos que reconocer nuestra responsabilidad con el legado documental para las nuevas generaciones, más allá de los discursos y de las normativas. Nuestra indolencia al respecto, tanto de los procesos de reproducción como de aquellos que corresponden al registro e inventario de los objetos históricos, nos hace tan responsables como los funcionarios en turno que fueron seleccionados para estar a cargo de esas decisiones.