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La (in)utilidad de los conceptos: Un análisis sobre la posverdad

Juan Corredor García / Estudiante de Ciencia Política y Artes Liberales en Ciencias Sociales Universidad del Rosario

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Hoy en día nos encontramos en un periodo de la historia en la cual la palabra pos es utilizada en demasía: pos guerra fría, posmodernidad, posindustrial, posestructuralismo, pospolítica y recientemente, posverdad. No en vano, esta última palabra – que para algunos se trata simplemente de un neologismo – fue elegida por el Diccionario de Oxford como la “palabra del año“ del 2016[i].

¿Pero qué significa este concepto? Según este diccionario, la posverdad “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Nada novedoso para una práctica – si así puede llamársele– que ha sido utilizada desde tiempos inmemoriales por los políticos.

No obstante, las consecuencias de este fenómeno van desde sucesos políticos como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido hasta el triunfo del No en el plebiscito del proceso de paz en Colombia. Desde luego, se observa que los electores apelan menos a los hechos objetivos que a los deseos y sentimientos a la hora de decidir en política. Este tipo de “sorpresas electorales” no se agotan con los ejemplos mencionados ni van a dejar de seguir existiendo, ya que cada vez es más común apelar a la opinión pública sin necesidad de soportar y probar lo que se afirma.

El debate de la posverdad incluye otras acepciones como “alternative fatcs o hechos alternativos” acuñado por la asesora presidencial del presidente Donald Trump, Kellyanne Conway. Sin embargo, referirse a estas acepciones implicaría un texto entero sobre los alcances de estas declaraciones. Según Rubén Amón, columnista del diario El País de España, la posverdad puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una sociedad.

Es preciso señalar que el concepto va más allá de las cuestiones electorales debido a que es una forma de hacer política y comunicar ideas – no necesariamente ciertas– a través de nuevas plataformas como las redes sociales y el internet. La posverdad no solo se apoya en afirmaciones sin pruebas, sino que además se nutre de la viralidad que dan las redes sociales, las cuales, valga decirlo, no siempre constituyen espacios que corroboran la veracidad de los hechos.

Genealogía del término

Contrario a lo que se piensa, el término posverdad no es nuevo. Tampoco es un término que se adopte con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, aunque sí cabe decir que con el republicano y su equipo de gobierno se ha popularizado y sobre todo, que ha sido en ese país donde nace el término. La literatura indica que la primera vez que se utilizó esta palabra fue en 1992 con un ensayo titulado “A government of lies“ en la Revista The Nation por parte del serbio-estadounidense Steve Tesich. En ese entonces, este dramaturgo y escritor sostenía que:

Nos estamos convirtiendo rápidamente en prototipos de un pueblo que los monstruos totalitarios sólo podrían babear en sus sueños. Todos los dictadores hasta ahora han tenido que trabajar duro para suprimir la verdad. Nosotros, por nuestras acciones, estamos diciendo que esto ya no es necesario, que hemos adquirido un mecanismo espiritual que puede deshacer la verdad de cualquier significado. De una manera muy fundamental, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad (Tesich, 1992, pág. 13).

Tesich, lejos de referirse a un mundo con líderes de corte populista y con la existencia de las actuales redes sociales, más bien dirigía su crítica a escándalos que pese a toda evidencia, eran negados por parte de los políticos (el síndrome de Vietnam, el síndrome del Watergate, la Guerra del Gofo, etc) y eran asumidos como ciertos por el pueblo estadounidense.

Tras Tesich, el sociólogo estadounidense Ralph Keyes escribió en 2004 el libro The post truth era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life. Allí, Keyes plantea que antes teníamos verdades y mentiras. Ahora tenemos verdad, mentiras y enunciados que pueden no ser verdaderos, pero que consideramos demasiado benignos como para llamarlos falsos. Así, abundan los eufemismos para referirse a la posverdad, que constituye en sí mismo uno de ellos. En la era de la posverdad, se eliminan las fronteras de la verdad y la mentira, la honestidad y la deshonestidad, la ficción y la no ficción. Por tanto, engañar a otros se convierte en un desafío, un juego y, en última instancia, un hábito.

Además, Keyes apunta que la posverdad construye un frágil edificio social basado en la cautela. Por tanto, se erosiona el fundamento de la confianza que subyace a cualquier civilización saludable. Cuando bastantes de nosotros difundimos la fantasía como un hecho, la sociedad pierde su fundamento en la realidad. Adicional a esto, Keyes enuncia las causas que contribuyen a la posverdad: 1) la creciente influencia de los terapeutas, animadores, políticos, académicos y abogados, con su código de ética flexible, 2) el relativismo ético, 3) el narcisismo de la generación baby boomer, 4) el declive de la comunidad y por último, 5) el surgimiento de Internet.

Luego, en abril de 2010, otro norteamericano, David Roberts[ii], hace alusión al concepto afirmando que vivimos en un momento de política posverdad en la que en la cultura política, la política, politics, (opinión pública y narrativa de los medios de comunicación) se ha vuelto casi totalmente desconectada de la política, policiy, (sustancia de la legislación). Esto, según Roberts, obviamente atenúa cualquier esperanza de compromiso legislativo razonado. El trabajo de Robers se destaca por el hecho de poner en duda los presupuestos de la ilustración para los votantes, y compararlos con lo que sucede en ese mundo “no ilustrado“. El autor los clasifica con una serie de pasos, de acuerdo a los postulados de la ilustración:

1. Recolectar información o hechos
2. Elaborar conclusiones a partir de la información
3. Emitir posicionamientos basados en las conclusiones
4. Elegir a un partido político que comparta estos posicionamientos

Por el contrario, fundamentado en la evidencia de la ciencia política, Roberts enuncia que los votantes ejecutan los pasos al revés:

1. Escoger un partido político o una “tribu” basado en las afiliaciones y valores
2. Adoptar la posición del partido político o la tribu
3. Desarrollar argumentos que sustenten los posicionamientos
4. Escoger información o hechos para reforzar estos argumentos.

Finalmente, en 2016, el término posverdad adquirió especial relevancia a raíz de la campaña presidencial estadounidense de 2016 que en diversas ocasiones contó con acusaciones y afirmaciones que se alejaban de la realidad pero que aún así constituían “los hechos“. Ser la palabra del año según el Diccionario de Oxford da cuenta de la pertinencia de este término a la hora de evocar una práctica tradicional en la política, aunque con elementos novedosos como las redes sociales.

Política y verdad: ¿Algo ha cambiado en esta relación?

La relación entre política y verdad ha sido ampliamente debatida. En términos normativos, la política no solo sirve para solucionar necesidades de las personas y dirimir conflictos entre las mismas, sino que también se apoya en el debate de ideas, postulados, argumentos, entre otros.

De ahí que la importancia de la verdad, pues ningún ciudadano espera que quienes conducen la política no sustenten sus argumentos en la verdad. De ahí que algunas sociedades sean tan críticas frente a sus políticos mentirosos, como la británica, la francesa e incluso la norteamericana.

Si bien el ciudadano del común concibe a la política como una herramienta para transmitir la verdad, esto no necesariamente es compartido por la academia. De hecho, el nobel de economía, Paul Krugman, sostiene que la política determina quién tiene el poder, no quien tiene la verdad. Es más, desde Nicolás Maquiavelo y su obra El príncipe, la separación entre política y la moralidad (asociada a la religión) se da por sentado. Con ello, algunos “príncipes” asumieron que las medidas que se toman en política no siempre estén asociadas a lo moral, un escenario donde la verdad es uno de los pilares.

Lo problemático de esta situación es que generó una permisividad en los políticos y el uso de la verdad. El filósofo Baruch Spinoza declaró que cuando una falsedad es permitida, otras infinitas le siguen. Basta observar el caso colombiano (y latinoamericano) para ver los resultados de esta permisividad: una preocupante desafección política que afirma que los políticos siempre han mentido, que son expertos en ello y que utilizan la mentira para ganar elecciones.

Entonces, ¿qué ha cambiado en esta relación? Si los políticos mienten per se, ¿qué función tiene llamar a las mentiras posverdad? Una respuesta es que la posverdad se asocia a mentiras de orden político, con lo cual se distancia de otras esferas más cotidianas. Así, hablar de posverdad se refiere a un tipo particular de mentira, es decir, no todo puede entrar bajo esta categoría, pues ciertamente no todas las afirmaciones tienen intencionalidad política, así algunos teóricos políticos se empeñen en defender la intencionalidad política de todos nuestros actos.

Además, la posverdad contiene otro elemento importante: el uso de las redes sociales para difundir las mentiras. Es claro que actualmente las plataformas tecnológicas como Twitter y Facebook sirven de vehículos para la difusión de todo tipo de información tanto en políticos como en deportistas, actores, ciudadanos del común, académicos, entre otros. Por lo demás, esta información se replica con demasiada rapidez al punto que en algunos casos no es posible conocer si apela a la realidad. Evidentemente, el máximo exponente de la política 'posverdad' es el presidente D. Trump por su excesiva confianza en afirmaciones que se 'sienten verdad' pero no se apoyan en la realidad.

Los políticos han comprendido las ventajas que les representan las redes sociales y cada vez es más común que las usen (incluso algunos las denominan como el quinto poder). En consecuencia, ellos ya no necesitan los medios de comunicación y se sirven de Twitter o Facebook como herramientas de comunicación con la opinión pública. En estas plataformas, los políticos apelan a la opinión, a los hechos más que a los argumentos o a la verdad. Aunque la confrontación y el debate se puede dar por medio de comentarios por parte de los usuarios, estos comentarios tienen menor visibilidad que el mensaje del político.

Uno de los mejores artículos sobre la materia es el de la revista The Economist, Post-truth politics: the art of lie (Política posverdad: el arte de mentir) precisa la forma como se expande la posverdad y sus consecuencias. “La fragmentación de fuentes de noticias ha creado un mundo atomizado en que mentiras, rumores, chismes se riegan con velocidad alarmante.

Mentiras compartidas en una red en cuyos miembros confían entre sí más que a los grandes medios, toman la apariencia de verdad”. En consecuencia, “una mayor horizontalidad y acceso a información estaría volviendo todo más incontrolable, con consecuencias negativas e imprevisibles.“

Críticas al concepto

Es un hecho que la posverdad simboliza uno de esos fetiches contemporáneos – esencialmente académicos – que le agregan el prefijo pos para dar cuenta de algo novedoso o por lo menos actualizado. No obstante, la posverdad no representa nada novedoso, salvo la forma como es comunicada esta mentira, las plataformas en las que se sostiene y la rapidez con la que las personas replican esta información sin verificar si es falsa o verdadera. El politólogo Manuel Arias se pregunta si esto que llamamos posverdad no alude al viejo arte político de la disimulación, vestido ahora con nuevos ropajes. De ahí la importancia de estudiar este fenómeno y sus efectos en el debate público.

Bien lo decía el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbles al declarar que “si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad“.

Evidentemente, este es uno de los riesgos que constituye la posverdad en el marco de una sociedad con cada vez más y mejor acceso a la información, pero cada vez menos crítica y escéptica a la información que recibe.
Otro riesgo es el uso más generalizado en políticos para beneficio propio, lo cual deteriora la calidad de la información y da lugar al escenario de la opinión en detrimento del escenario de la argumentación.

Por otro lado, es imperativo preguntarse la (in)utilidad del término, en el entendido que este fetiche de adicionarle pos a las palabras, no solo son imprecisos sino que pueden terminan siendo eufemismos. En cuanto a la imprecisión, David Rothkopf, fundador del grupo Foreign Policy, sugiere detener este uso del lenguaje contemporáneo: «Debemos dejar de pensar en nosotros mismos como 'Pos-algo': poscoloniales, posguerra, posguerra fría. Esas épocas hoy carecen de sentido; alejémoslas de la cabeza. No explican nada de lo que somos. No creo que seamos ya posnada. Creo que hoy somos prealgo totalmente nuevo»

Por otra parte, la posverdad permite el surgimiento de nuevos eufemismos tan perjudiciales en política. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y esta es una batalla que se ha dado en las ciencias sociales para definir las cosas como son y no para maquillarlas y engañar a la sociedad. Por si fuera poco, algunos líderes políticos han utilizado las redes sociales para difundir información falsa, a sabiendas de que su legitimidad es tan alta que ningún tipo de críticas surgirán por parte de sus seguidores. Bastante ha sufrido el mundo con dirigentes políticos que retocan los hechos, reescriben la historia y manipulan la información para perpetuarse en el poder y perseguir sus intereses particulares.

No ayuda en nada a la comprensión de los hechos sociales el uso indiscriminado de categorías y términos académicos que solo alimentan el ego de estudiosos y profesores ubicados en la comodidad de sus escritorios y bibliotecas. Por tanto, la utilidad de este término, salvo para el análisis académico, es cuestionable y nociva. En suma, la democracia pierde al suprimir las fronteras de la verdad y la mentira, la ficción y la no ficción. Y aún más, se deteriora la confianza y se perpetúa el engaño de los políticos a sus representantes.

Bibliografía
1. Arias, M. (2017). Genealogía de la posverdad. En El País de España. Recuperado de: El Pais
2.  Keyes, R. (2004). The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life.
3. Gallego, S. (2016). La era de la política posverdad. En El País de España. Recuperado de: El Pais
4.  Roberts, D. (2010). Post – truth politics. En GRIST. Recuperado de: Grist
5.  Tesich, S. (1992). A government of lies. The Nation, (1). 12.
6.  The Economist. (2016). Post-truth politics: the art of lie. Recuperado de: Economist

[1] Para mayor información, dirigirse aquí.

[2] El artículo se encuentra aquí.