México-Mompox, curiosidades ortográficas
Elkin Saboyá
Quienes leen documentos castellanos de otras épocas suelen extrañarse cuando se topan con grafías como “dixo”, “dixe”, pues las asocian de inmediato con el verbo “decir” pero las pronuncian con el valor actual de equis en español. Lo que no sabíamos ni imaginábamos es que haya locutores que en estos tiempos digan “meksicano” y “teksano”, según lo reportaba el filólogo Fernando Lázaro Carreter.
En defensa de Méjico.
Por algún recóndito nacionalismo, los mejicanos les han impuesto a los hispanohablantes un arcaísmo ortográfico. Consiste, como es bien sabido, en ponernos a pronunciar una letra con el valor de otra: un juego de pongan equis pero lean jota. Un trueque fraudulento, cuya naturaleza era bien clara para intelectuales como el mismo Alfonso Reyes.
En el siglo XVI, cuando Méjico y lo mejicano ingresaron al caudal del español, la letra equis representaba lo que el diagrama inglés sh o el francés ch, más o menos. De suerte que los conquistadores, oyendo a los indígenas llamarse meshica, naturalmente emplearan equis para el nombre propio y el gentilicio. Hasta aquí todo bien.
Mas ocurrió que ese sonido sh evolucionó al de la actual jota, sin que se verificara cambio ortográfico. La situación quedó inversa a la actual: en las voces patrimoniales (de uso popular), equis representaba jota; en los cultismos (de uso académico), equis (ks). El caos se mantuvo hasta la Ortografía académica de 1815, jota para las voces patrimoniales y equis para los cultismos. Parecer que se observó universalmente, extendiéndose incluso a los cultismos: en 1867, reportaba Cuervo que “no hay forma de que los estudiantes pronuncien plexo en vez de plejo”. Unamuno luego dio en la manía de erradicar la equis de nuestra lengua, patrocinando el uso de convejo y heterodojia.
Monarquistas o republicanos.
Sucede con frecuencia que los asuntos lingüísticos encubren otros problemas. El fetichismo gráfico de los mejicanos parece vincularse a una resistencia de las decisiones imperiales (académicas, en este caso). Ello es notorio en la Carta de despedida a los mexicanos, de la pluma del independentista Servando Teresa de Mier. Escrito posterior (1821) a la decisión ortográfica de la Academia, cuyo propósito se reduce a “suplicar por despedida a mis paisanos anahuacenses recusen la supresión de la x en los nombres mexicanos o aztecas que nos quedan de los lugares, y especialmente de México, porque sería acabar de estropearlos”.
Mejicano y Méjico, en el Diccionario académico de 1817.
En 1936, la Academia Argentina de Letras consulta a Alfonso Reyes sobre este punto. Además del concepto arriba citado, añade que la conservación de la letra se había vuelto cuestión de nacionalismo, “como si la conservación de la vieja ortografía robusteciera el sentido de la independencia nacional”. Ángel Rosenblat sugería otro alineamiento gráfico-ideológico: “Parece que en Méjico se ha hecho de la x bandera de izquierdismo, y que, en cambio, la j es signo de espíritu conservador o arcaizante”. No sobra subrayar aquí lo que ya notó el citado autor: lo paradójico que resulta que el nacionalismo primero y la vanguardia ideológica después se peguen no de lo moderno, sino de lo antiguo. En la Colombia decimonónica, dicho sea de paso, también el uso de ge y jota se volvió cuestión de partido.
En fin, el predominio del arcaísmo ortográfico es una victoria póstuma de Servando Teresa y demás nacionalistas anahuacenses, en primer término; luego se volvió una costumbre y un símbolo, de la altura del nopal o la serpiente.
La Academia se limita a recomendar el uso de la equis, sin tachar de incorrecto el de la jota, solo por ser el uso del propio país.
Pues sí, señores: topónimo y gentilicio con ge, en el propio Méjico decimonónico. Alamán era guanajuatense, de ascendencia española. En el último tomo de la obra se pasó a la jota, obedeciendo a la Academia.
Si en Méjico llueve, en Mompós…
Para descargo de los mejicanos y contestando el posible cargo de franquistas trasnochados, no dejamos de lado nuestros propios arcaísmos.
La fundación de Santa Cruz de Mompox ocurrió en la primera mitad del siglo dieciséis, luego cabría esperar que equis represente lo mismo para los conquistadores del sur que para sus colegas de Centroamérica. El nombre le viene de un cacique indígena, cuya apelación vacila entre Mompox y Mompoj. Aquí la cosa se complica más, pues aparece una ese de difícil explicación. A lo cual se añade una forma gráfica en el topónimo y otro en el gentilicio, pues no parece que alguien haya escrito *mompoxino.
Fuentes.
Lázaro, F. (2015). El dardo en la palabra. Barcelona, Debolsillo.
Rosenblat, Á. (1980). Buenas y malas palabras. Madrid, Mediterráneo.