¡Oh larga y negra partida (Ø)!
Cuando los hechos del 20 de julio del año 10, don Francisco José de Caldas llevaba poco tiempo encargado del Observatorio Astronómico, cuya dirección le había encomendado Mutis hacía cuatro años. La agitación popular no venía sino a turbar la calma de sus trabajos científicos, por lo cual es muy natural que tomara una posición política muy cautelosa en ese momento.
Reyerta del 20 de julio (s. f.), por Pedro Alcántara Quijano.
Popayanejo de nacimiento (1768) realizó estudios de Latinidad y Filosofía en el Colegio Seminario de Popayán, bajo la dirección de José Félix de Restrepo. A los veinte años se traslada a Santafé y cursa sus estudios de Derecho en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde siguió los cursos hasta 1793.
Pero qué lejos estaba de su vocación: “Me pusieron a Vinio[1] en las manos, pero no había nacido para jurisconsulto. A pesar de los castigos, reconvenciones y ejemplos, no pude tomar gusto a las leyes, ni a Justiniano, y perdí los tres años más preciosos de mi vida”, le confiesa a Mutis en la primera carta que le dirige (5-8-1801).
Gumilla, una de las lecturas científicas del abogado Caldas. Leyó también a De la Condamine, a Jorge Juan y a Antonio Julián, entre otros.
De vuelta a su natal Popayán, por un tiempo hace sus pasantías en los juzgados, mientras se encarga de los negocios familiares probando suerte en el comercio. Aprovecha para realizar sus primeras observaciones científicas.
En 1801 se puso en contacto con el director de la Real Expedición Botánica. Compartía con Mutis el interés por la quina, y ya había comenzado a recopilar plantas, pero de manera más bien empírica. El 31 de diciembre de 1801, conoció en Quito a Humboldt y a Bonpland, con quienes se pone al día en materias científicas. De esta época data la invención del hipsómetro, termómetro que sirve para medir la altitud de un lugar observando la temperatura a que empieza a hervir el agua.
Nótense tres cosas: que el catalogador pone mal la fecha de nacimiento de Caldas, error en que incurrían varias fuentes. El autor firma como catedrático del Rosario y, finalmente, el pie de imprenta en "Santafé de Bogotá", nombre compuesto que marca la transición de la Colonia a la República.
A fines de 1805, vinculado a la Real Expedición Botánica como astrónomo, tuvo que trastearse a Santafé para encargarse del recién construido Observatorio Astronómico. Caldas, al fin, se había hecho un científico profesional; es más: era un sabio oficial.
Mutis le confió a Caldas la dirección del Observatorio, pero no la de la Expedición Botánica. Caldas, trazando una línea meridiana sobre el piso del salón principal del Observatorio según la orientación astronómica, corrigió el error de Mutis, guiado probablemente por la orientación magnética. Pero las ventanas del edificio quedaron mal orientadas...
Mas a poco de esto, Caldas vería cómo se le empañaba su prometedor horizonte. En septiembre de 1808, muerto Mutis, quien había sido su protector, se le ratifica en la dirección del Observatorio. A partir de aquí, el edificio acoge a los criollos conspiradores y Caldas, por sí o por no, terminará mezclado en la evolución política del 20 de julio.
Los hechos acarrean el cese de la Expedición y Caldas termina vinculado a la milicia en la sección del Cuerpo de Ingenieros. Resumiendo: Caldas es centralista adicto a Nariño en un principio, luego se pasa a las filas federalistas de su primo, don Camilo Torres. Poco después lo tenemos a las puertas de la ciudad como sitiador, luego huyendo a Antioquia como vencido. Allí trabaja en fortificación y es precursor de la Ingeniería nacional, luego se le llama a Bogotá a hacer lo mismo, pero ya luciendo vistosas charreteras de coronel.
Pero esta brillante carrera vería su fin con la entrada en escena de El Pacificador. Caldas busca refugio en su Cauca nativo, cae preso; se intercede para que lo manden a Quito a presentarse ante un juez benévolo, pero todo es en vano y resulta en Bogotá, otra vez.
Caldas sufre la misma suerte de sus compañeros de aventura, pero da lugar a una curiosa leyenda que analizamos a continuación.
El 28 de octubre de 1816 se le sigue a Caldas un juicio sumario y se le notifica la sentencia. Otorga testamento (en la medida en que los sabios pueden hacerlo) y desde ese momento es reo en capilla, en las mismas instalaciones en donde esto escribimos. A las once de la mañana del 29 (algunas fuentes dan el 30) de octubre se le pasa por las armas en la plazuela de San Francisco (hoy Parque Santander), de espaldas, como conviene a los traidores. Eso es lo que consta de autos. Aquí principia la leyenda.
Caldas marcha al suplicio, por Alberto Urdaneta, ca. 1880.
La leyenda quiere que Caldas, una vez cumplida la capilla de 24 horas en el piso superior del Colegio del Rosario, al descender por la escalera pintó una o partida por la mitad, y que con ello pretendía simbolizar, más o menos, "¡oh larga y negra partida!". La anécdota se ha transmitido así por casi siglo y medio, y ha alcanzado rango epigráfico, como lo sabe quien haya subido la espaciosa y legendaria escalera del claustro. Eso está muy bien: ahora veamos qué hay detrás de todo esto.
La primera alusión que conocemos del episodio está la Historia de la literatura en Nueva Granada, 1867. Vean el pasaje entero:
Pág. 451, disponible en https://archive.org/stream/historiadelalit01verggoog#page/n479/mode/2up
Fíjense en lo evidente: Vergara no precisa dónde, pero la guardia debía de estar cerca de la puerta. Sí dice que escribió, no dibujó; y que sus compañeros "leyeron de corrido". Es claro que los jeroglíficos, pictogramas o ideogramas no se leen de corrido a menos que se conozca la clave.
La siguiente alusión a la anécdota está en Quijano Otero, quien en el artículo Nuestros mártires, 1872 (Ibáñez yerra por ambos lados: se trata de El monumento de los mártires, que Quijano sí prometió en el 72, pero que apareció en el 80), le traslada la autoría del dibujo al patriota tunjano Joaquín Camacho, fusilado poco antes que Caldas, el 31 de agosto.
Luego, el 2 de agosto de 1882, el Papel Periódico Ilustrado reproduce la anécdota como la cuenta Vergara, acompañando un grabado del signo:
Fíjense en que le corrigen la plana a Vergara, pues ya no es "o larga", sino "oh larga".
Esta prueba es importante, pues creemos que el grabador del periódico convirtió la supuesta frase de Caldas (un graffiti histórico) en un símbolo: el del jeroglífico, ideograma o pictograma fue él, no el nunca bien lamentado sabio y prócer.
Poco tiempo después de labrado el ícono, Antonio José Restrepo se da a la tarea de buscarle explicaciones históricas y crípticas al grabado. Desde las columnas de La Nación (1886) le dirige una carta a Urdaneta, director del Papel Periódico Ilustrado, para hacerle notar que, en Atenas, los jueces del Areópago usaban ese signo para indicar la sentencia a muerte de un reo.
Aquí la leyenda ya se ha convertido en iconografía y sus autores materiales son, como ya dijimos, Rodríguez el grabador o, con más veras, Urdaneta el artista y periodista.
Si la tradición anecdótica se remonta a 1867 con Vergara, los testimonios iconográficos principian en la década del 1880, en los talleres del Papel Periódico Ilustrado. El grabado de Rodríguez tiene fecha exacta, no así la pintura de Urdaneta; y no hay manera de saber quién inspiró al otro.
Muy pronto se daría el paso para fijar el ícono en la escalera del claustro. En los archivos del Rosario existe una fotografía del primer testimonio gráfico en que se enlazan Caldas y el curioso dibujo. La foto fue tomada hacia 1890:
Vemos una especie de cuadro con letras superpuestas (ALB 01 FOT 031). La iconografía de Caldas es póstuma, excepto una miniatura anónima.
Luego de esta rápida exploración histórico-iconográfica, sacamos en limpio lo siguiente:
-La anécdota es de Vergara, quien no conoció a Caldas. Lino Pombo, alumno del prócer y su biógrafo, no dice nada al respecto.
-La atribución de la frase a Joaquín Camacho es de Quijano Otero (1880), quien no conoció a los próceres y era coetáneo de Vergara. A propósito, no podemos imaginar a Camacho, ya invidente por los días del suplicio, rayando las paredes del claustro, ni con letras ni con dibujos.
-De lo que hemos leído sobre la personalidad de Caldas en sus biógrafos, no parece muy probable que el sabio se diera a desahogos pictóricos en el último instante de su existencia.
-Así pues, el presunto responsable de la tradición iconográfica que estudiamos es Urdaneta, quien pintó al prócer en el momento de salir del claustro. Poco después, de pronto inspirado por la práctica judicial del Areópago, le encomendó a Rodríguez la ejecución del grabado que apareció en el 82. Luego, hacia 1890, anécdota e ícono ya eran parte de las tradiciones de este Colgio del Rosario.
Sobre los usos institucionales del ícono se tratará en otra entrega.
Archivo Histórico.
[1] Arnoldo Vinnio, comentador de Justiniano.