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Los Altos del Golán, un nuevo y riesgoso desequilibrio

Mauricio Jaramillo Jassir

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Una de las decisiones más polémicas de la política exterior de Donald Trump hacia Oriente Medio consiste en la continuación de una postura radical de apoyo irrestricto a Israel, que no solo pone en tela de juicio el equilibrio estratégico de la zona, sino que hace más difícil una negociación futura de paz.

Hasta el momento tres acciones emprendidas por la actual administración muestran de forma evidente tal visión. En primer lugar, se trata del traslado de la sede diplomática desde Tel Aviv a Jerusalén medida que no solo afecta a los palestinos de la parte oriental de la cuidad, sino que fue imitada peligrosamente por otros Estados que buscan aprovechar la coyuntura para congraciarse torpemente con Trump. Desde que se anunció en campaña la medida despertó el temor y rechazo de la autoridad palestina, pues además ese tipo de posturas favorecen los radicalismos en los territorios ocupados.

En segundo lugar, el presidente estadounidense decidió el retiro de fondos de ese país hacia la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) y la congelación de ayudas a los palestinos a través de la agencia de cooperación USAID. Esto complicó la ya dramática situación humanitaria y social de los territorios ocupados. El argumento esgrimido por Washington consistió en acusar a la Autoridad Nacional Palestina de complicidad con el terrorismo. Al interrumpir el flujo de recursos que gestiona esa entidad, se envía una señal ambigua castigando la moderación que Al Fatah ha mostrado frente a Estados Unidos e Israel.

Y, en tercer lugar, hace unos meses Estados Unidos decidió reconocer los Altos del Golán como parte del territorio israelí, una movida celebrada por el premier Benjamín Netanyahu, pero duramente criticada por varios europeos y organizaciones internacionales que advierten de fundamentados riesgos.

¿Por qué es un error reconocer el Golán como territorio israelí?
Los Altos del Golán constituyen un espacio estratégico, que bordea el territorio libanés, sirio, israelí y jordano. Cuando Siria obtuvo su independencia en 1946 ese territorio le pertenecía, pero le fue arrebatado por Israel en la Guerra de los Seis Días en 1967 que enfrentó a este último con sirios, egipcios y jordanos. Más adelante en 1973, durante la Guerra del Ramadán o Yom Kippur tuvieron lugar combates por el control de dicho territorio. Ello derivó en el establecimiento en 1974 de la Fuerza de Separación de las Naciones Unidas sobre el Acuerdo de Separación (UNDOF) encargada de vigilar el cese al fuego entre Damasco y Tel Aviv. A pesar de dicho acuerdo y de que las autoridades israelíes lo aceptaron, en 1981 por decisión del Parlamento o Knesset, anexaron a su territorio unos 1200 km2 del Golán, una acción que valió la condena de la comunidad internacional y de Naciones Unidas.

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Desde ese entonces, se han instalado unas 20 mil colonias israelíes y unos 150 mil habitantes sirios del territorio fueron desplazados.  Una particularidad es que la población drusa que llega a los 18 mil, se ha negado a recibir una de identificación como ciudadanos israelíes, como lo explica el Diario Le Monde junto con AFP. Conoce la nota aquí.

La importancia de los Altos del Golán también está ligada a la seguridad. Quien lo controle dispone de una ventaja estratégica en un eventual combate. Para Siria constituye la posibilidad de atacar a Israel quien ha siempre argumentado la legítima defensa para ejercer el control de la zona. Tel Aviv ha insistido en que lo hace para reducir su vulnerabilidad frente al régimen sirio. A esto se suma la importancia geopolítica por el agua que la zona concentra y que ha sido un factor de disputa constante de Israel con sus vecinos.

Las implicaciones de la nueva política exterior
Reconociendo la soberanía de Israel sobre el territorio de los Altos del Golán se entorpece la frágil estabilidad de la frontera entre Siria e Israel a la que se suma un actor con una influencia regional creciente, Irán, aliado del régimen de Bashar al Assad. Desde que a finales de los 70 se firmaron los Acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto por medio del cual quien había fungido hasta ese entonces como líder del mundo árabe reconoció al primero, se empezó a desmontar el conflicto árabe-israelí. Tristemente, los palestinos debieron enfrentar la ocupación sin el apoyo de los Estados árabes. No obstante, las posibilidades de una guerra entre esas naciones árabes e Israel disminuyeron significativamente. A mediados de los noventa Jordania siguió el ejemplo de Egipto y con ello se cerró un ciclo de violencia.

Para resolver el conflicto más complejo, es decir entre Palestina e Israel, Estados Unidos bajo la administración de Bill Clinton decidió promover los diálogos entre ambos en el contexto de los Acuerdos de Oslo que lograron avances sustanciales, aunque quedaran asuntos pendientes, especialmente respecto de los derechos de los palestinos. 

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Esta serie de acciones recientes emprendidas por la administración Trump, altera el mapa geopolítico y la correlación de fuerzas y entorpece una salida negociada entre israelíes y palestinos. Asimismo, revive la disputa entre el mundo árabe en general con el Estado que recientemente se autoproclamó como judío y cuyo avance de la derecha cada vez más radical, debe causar preocupación en todos los sectores que crean genuinamente en un proceso de paz.

Estados Unidos sacrifica su el rol de promotor de la paz en Medio Oriente, que en el pasado le significó resultados concretos, no solo para su imagen, sino porque la región se acercó a la posibilidad real de atacar estructuralmente las causas de la violencia.