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Prosperidad sin crecimiento

Manuel Guzmán Hennessey

Prosperidad sin crecimiento

Otro tipo de desarrollo es posible. Así lo sugiere el pensador Tim Jackson en su libro ‘Prosperidad sin crecimiento’. Otros autores han pensado sobre esta posibilidad.

Amory B. Lovins, por ejemplo, escribe  el artículo ‘Más riqueza con menos carbono’ (Scientific American, especial No. 43). Allí revela su sugerencia para acelerar la transición energética:  aplicando eficiencia energética y desestimulando el consumo. El estudio de Lovins revela que de adoptarse la eficiencia energética en vehículos, edificios e industrias, el gasto de petróleo previsto para 2025 en EE.UU (28 millones de barriles diarios) podría disminuir a menos de la mitad. Y, si se desestimula el consumo, este se rebajaría a niveles no conocidos desde 1970.
 
La educación de los ciudadanos juega un papel importante en los cambios de comportamiento que convienen a las transiciones. Una reciente encuesta reveló que, también en Estados Unidos, se ha reducido en más de 40% el número de jóvenes entre 18 y 25 años, que solicitan licencia de conducción. Pero esta tendencia no es global. En otros países siguen aumentando las ventas de vehículos individuales. Aplicando la estrategia doble de Lovins podría prescindirse de los combustibles derivados del petróleo antes de 2050. Es el desafío global: una economía sin carbono antes de ese año, para lo cual hay que hacer los cambios necesarios antes de 2030.
 
José Luis Sampedro alertó a la humanidad sobre los riesgos. Anotó que si seguíamos obedeciendo, sin rechistar, los dictados de la sociedad del crecimiento, acabaríamos en la hecatombe total. Se empecinó en incitarnos a desobedecer las órdenes de los titiriteros vengadores y los dioses impostados. Quizá, debido a ello consideró necesario invitarnos a pensar profundamente sobre nuestra equivocada idea de progreso. Y puso un epígrafe de San Juan de la Cruz en su libro “Octubre octubre”, escrito en 1980: “Entremos más adentro, en la espesura”.

La sociedad del crecimiento nos obliga a permanecer en el afuera. Indagar demasiado puede ser peligroso (se piensa), todo debe ser superficial y pasajero. Deleble, vulnerable, efímero, inacabado. Las cosas se fabrican para que sean provisionales (se sabe). Sin embargo, la era del crecimiento, la del consumo masivo de bienes y servicios, con energía barata y abundante, basada en el tener más para vivir mejor, ha terminado, sostiene Florent Marcellesi (1979). Ha terminado, sí, pero su cadáver aún insepulto es hoy la ‘obsesión patológica moderna’. Explica Marcellesi: un factor de crisis que genera falsas expectativas, obstaculiza la búsqueda de bienestar y amenaza el planeta. El crecimiento ya no es la solución, es un problema central.

La sociedad del crecimiento es también la sociedad del vértigo y de la provisionalidad: paisajes que pasan raudos por las ventanas de un tren suicida, o tal vez homicida. El conductor no existe. El tren es manejado por un sistema de mandos inhumanos que ha programado los viajes con punto de no retorno y fecha de caducidad. Un día caeremos todos al abismo, pero no sabemos cuando, aunque algunas intuiciones y certezas tenemos. Casi todos los pasajeros están ciegos y sordos. No ven ni escuchan las alertas de los pocos que aún alcanzan a ver el peligro que se cierne sobre todos. La sociedad del crecimiento no considera necesario pensar en el largo plazo. Su misión es actuar en el cortísimo plazo. Si algo puede suceder en veinte, cincuenta o cien años, qué nos importa, ya no estaremos aquí para vivirlo. ¿Y nuestros hijos, nietos, biznietos? ¡Qué nos importa, ya se las arreglarán!. El tren viaja hasta la última estación: diciembre… ya vamos por octubre.

No hay salida, alcanzó a decir José Saramago antes de morir. Estamos atrapados, no solo por la magnitud y la severidad de los cambios físicos que han sucedido en el mundo, sino, principalmente por la trampa civilizatoria que nos impone un modo de pensamiento dominante que no reconoce límites al crecimiento. La equivocada ruta hacia el progreso. Saramago le concedió una entrevista al periodista Angel Dario Carrero del diario La Nación de Puerto Rico, y en lugar de ofrecer respuestas se hizo algunas preguntas que nos dejó como testamento de su periplo vital (más adelante me referiré a ellas). Sus reflexiones, a mi juicio, complementan el aserto de Tagore que sirve de marco a los pensamientos que este escrito contiene[1]el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo, al hombre comercial, al hombre limitado a un solo fin. Boecio dijo que aquel cuyo espíritu ambicioso suspire sólo por la gloria creyéndola el bien supremo, y que mire a las inmensas regiones del firmamento y al reducido círculo de la morada terráquea no podrá menos de sentirse confuso y avergonzado de llevar un nombre incapaz de llenar un ámbito tan estrecho[2].
 
Tagore escribió:
“En un momento determinado de la historia de la humanidad, tomamos un camino lateral que nos ha traído hasta aquí. Nos equivocamos. ¿Estamos obligados a vivir como vivimos? ¿Esta era la vida que teníamos que construir? ¿Había otra vía pero la abandonamos? ¿Por qué la abandonamos? Estas preguntas no tienen respuestas pero lo que no puedo aceptar es que la vida humana tiene que ser lo que de hecho es. Aunque nosotros desaparezcamos, y eso ocurrirá, quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido. Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡Estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida, y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo. Estamos atrapados, no tenemos salida”.

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Opino que más temprano que tarde nos atreveremos a cuestionar este paradigma. La obsesión por el crecimiento nos ha llevado a superar los límites del planeta (ver Informe Ipbes, 2019). Dale a un arco hasta su límite y desearás haberte detenido a tiempo, se dice que escribió Lao Tse.

Cuestión de vida o muerte. El consumismo irracional es consecuencia del modelo mental del crecimiento. He ahí el problema. La sociedad del crecimiento es el síntoma, la economía del crecimiento es el motor del paradigma. Pero si nos atrevemos a cuestionar el crecimiento: ir más adentro y escarbar en la espesura como pidió Sampedro citando a De la Cruz, habrá salida (‘entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos que están bien escondidas’, Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, 1542-1591).

Si apresuramos el paso del pensamiento colectivo del mundo y nos atrevemos a plantear economías donde prevalezca la preponderancia de la vida sobre las cosas, si somos capaces de imaginar una prosperidad más cercana a la felicidad que al crecimiento per se, habrá salida. No tenemos mucho tiempo para ello, pero si aceleramos la conciencia pública y estimulamos un rápido cambio de paradigma, especialmente entre los más jóvenes, habrá salida.

Los pensadores Tim Jackson y Serge Latouche han indagado en la espesura y hoy nos ofrecen salidas, aunque teóricas aún. Sobre la idea de que otro desarrollo es posible viene pensándose desde hace poco tiempo. La que sigue (referenciada por documentos publicados que fueron hitos en sus momentos) podría ser una cronología (incompleta quizá) de este pensamiento aún en construcción: desarrollo humano-céntrico (Seers, 1969), estilos de desarrollo (Centro de Desarrollo [Cendes], 1969), ecodesarrollo (Sachs, 1974a, 1974b, 1977 y 1980; Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente / Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo [pnuma/unctad], 1974), otro desarrollo (Fundación Dag Hammarskjöld, 1975), desarrollo social y humano (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [cepal], 1981), estilo de desarrollo alternativo (Sunkel, 1980) y desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986).

 


[1] Saramago le dijo al periodista Carrero: “En un momento determinado en la historia de la humanidad, no sé cuándo ni cómo, tomamos un camino lateral que nos ha traído hasta aquí. Nos equivocamos”. El periodista repreguntó: ¿Estamos obligados a vivir como estamos viviendo? ¿Esta era la vida que teníamos que construir? ¿Había otra vía, pero la abandonamos? ¿Por qué la abandonamos? Y Saramago ripostó: Estas preguntas no tienen respuestas, pero lo que no puedo aceptar es que la vida humana tiene que ser lo que de hecho es... Aunque nosotros desaparezcamos -y eso ocurrirá- quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido… Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo: ¡estamos atrapados! No tenemos salida. No hay salida. La entrevista puede consultarse aquí: https://mariangeles-pedacitosdemivida.blogspot.com/2010/10/un-ateo-confeso-entrevista-saramego.html

[2] Boecio, La consolación de la filosofía.