El Coricancha un artefacto de poder Inca y un [proto] museo
Hernán Iván Hurtado Castro
Hernán Iván Hurtado Castro
Algunas instituciones sean de enseñanza o religiosas han estado vinculadas a protoideas y preformas de museos como artefactos de poder.
Esta idea es demostrada en los trabajos de Soledad Pérez Mateo (2018), quien realiza un estudio sobre las academias y sus colecciones como, por ejemplo, la Academia de Lasa (2000 a. C) en Mesopotamia y la Escuela de Ur (5300 a. C.). De ese mismo modo, otras instituciones o entidades tuvieron tendencias a desarrollarse como artefactos de poder en un marco museístico, entre ellos los castillos de la Europa feudal, los primeros bancos occidentales de finales del siglo XVI y sus formas de acopiar y mercadear obras de arte, el Berenberg Bank fundado en 1590, las empresas con la revolución industrial y,finalmente, los edificios de propiedad de la iglesia católica apostólica y romana desde el pontificado del papa Gregorio XIII.
Un hecho similar sucedió con los lugares sagrados que encontró la expansión de la administración española en el territorio incaico. Existen diversos ejemplos de la [re]funcionalización de lugares sagrados que previamente fueron utilizados por los Incas, como la reducción de Hatunqolla, la iglesia de Santo Domingo o Coricancha en Cuzco, las Iglesias de Chincheros y San Juan Bautista en Huaytará dispuesta sobre una estructura Inca (Wernke 2016: 165). En ese sentido, nuestra propuesta se enfoca en el estudio de lugares sagrados Inca, como el Coricancha que durante el período incaico sirvieron como espacios de control de poder de la elite dominante y que durante el dominio español fueron destruidos para ser refuncionalizados para un uso ceremonial y social, es decir, los dioses andinos fueron reemplazados en este espacio de poder por el Dios cristiano, quien simbólicamente sería el vencedor.
Sobre lo que dan noticia las crónicas del Coricancha
En diversos relatos los cronistas nos explican la importancia sagrada que ostentó el Coricancha, el cual fue denominado como un lugar excepcional y el más importante dentro del Estado Inca que había sido conquistado por los españoles. Pedro Cieza de León (2005: 359-360) relata que cuando la avanzada española se encontraba en Cajamarca se tenía noticias de la existencia del Coricancha como un lugar de gran riqueza. Además de su importancia simbólica, se encontraron en sus interiores una gran presentación de láminas y figuras de oro y plata. Asimimo, Juan de Betanzos (1880: 43), quien acompañó a Francisco Pizarro en su ingreso, fue testigo de cómo el Templo del Sol fue refuncionalizado y pasó a ser el Convento de Santo Domingo. Otro testimonio importante fue el relatado por el Inca Garcilaso de la Vega (1609: 57), quien manifestó que el Inca Maco Cápac les quitó el ídolo y sus tradiciones a los Cauiña. Desafortunadamente, no sabemos si este ídolo fue destruido o confinado a un espacio común, como lo era un altar de deidades o huacas (Rowe 1985: 57).
Entre tanto, Juan Santa Cruz Pachacuti realizó una valoración especial sobre el Coricancha, destacando su registro etnográfico sobre costumbres e instituciones que se estarían extinguiendo por la victoria religiosa y política que el dios judeocristiano infringió a las huacas e ídolos andinos. Es así como nos explica que en el Coricancha existían diversos artefactos, expresando con sus palabras: “[...] que aquí los pintaré como estaban puestos hasta que entró a este reyno el santo Ebangeleo” (Pachacuti 1613: 227). De esta forma, el cronista Pachacuti realizó un esquema cosmogónico (ver ilustración 2) que refiere a la imagen principal del edificio y que representó un ordenamiento social, político, religioso y territorial.
Por último, Santa Cruz Pachacuti, en el mismo sentido le atribuyó historia, sacralidad y alta jerarquía al Coricancha, de forma similar a un trofeo de guerra que suele ser el corolario de algún conflicto y a su vez instrumento de paz entre vencedores y vencidos. Podríamos, entonces afirmar que existió una conducta política recurrente —con sus propias lógicas sociales— que buscó, a través de la utilización de símbolos u objetos simbólicos, ejercer el control de nuevos espacios conquistados. Es decir, cada parte integrada al nuevo Tahuantinsuyo debía estar representada; se buscaba que la integración permitiera ejercer un mejor control de las nuevas provincias conquistadas o territorios anexados y no siempre la de aniquilar o destruir a dioses o sus formas culturales era un camino por seguir. Este hecho lo demostraron fehacientemente los Incas.
En el Tahantinsuyo, el Inca Pachacútec y su sucesor Túpac Inca Yupanqui, quien asumió su mandato en el mismo Coricancha según relato de Miguel Cabello de Balboa (1951[1586], 333), implementaron una política pública de mantener los espacios ceremoniales de los territorios conquistados; buscaron reutilizar estos espacios, para después superponer y situar lo simbólicamente incaico con la tradición o huaca local. Esto es, jerarquizar desde los aspectos cosmogónicos las disposiciones arquitectónicas donde un contundente ejemplo es el Templo del Sol en Pachacamac.
El Inca Pachacútec creó esta política y, por su parte, Túpac Yupanqui la mejoró y engrandeció lugares ceremoniales; en este caso invirtió recursos para mejorar el Puquin Cancha, que era el lugar sagrado donde los ancestros Incas (Garcilaso de la Vega, 1609: 164) reposaban con funciones y resultados ideológicos. Desafortunadamente, la visión totalitarista del virrey Toledo terminó destruyendo y saqueando estos lugares ceremoniales prehispánicos y, bajo el mismo principio alejandrino de conquistar, saquear y poseer trofeos de guerra, la gestión virreinal de Francisco Toledo envió objetos del Coricancha al Rey de España.
El cronista Pedro Sarmiento de Gamboa (1572, 61) fue un testigo de este suceso, narrando que en el Puquin Cancha, nombrado por él mismo como Quinticancha y Kiricancha, se custodiaban con sigilo y exhibían solemnemente los inmensos paños y tablones pintados quipus [que fueron quemados], entre otros artefactos como las yupanas o maquetas de edificios Inca o la huaca litificada Rocromuca (Rowe 1985: 204) junto al edificio del Coricancha. Asimismo, señaló que los quipus sirvieron como un registro de las hazañas heroicas de los ancestros Incas. En resumen, tenemos que resaltar la importante carga museística que tuvo el Coricancha, que trascendió como en un artefacto de poder que educó, controló y fue referencia sustancial para especialistas, como los amautas y los quipucamayocs. El ser un espacio restringido para ciertas jerarquías fue sustancial, pero lo más importante es que su carga simbólica no fue solo prehispánica, sino también colonial; si bien existió una destrucción parcial del interior, este espacio fue cedido y reutilizado por la Iglesia católica.
Algunos de los objetos del Coricancha fueron enviados a España, entre estos destacaría el Punchao, un ídolo o huaca de primer orden para el Estado Inca. El valor del Punchao también radicó en la idea que este contenía cenizas de los corazones de los jerarcas incas (Cobo, 1890). Este objeto fue trasladado por las huestes de Manco Inca para ser oculto en Vilcabamba por 40 años, hasta la captura de Túpac Amaru I y su decapitación, por orden de virrey Toledo, en la plaza Hawkaypata del Cusco un 24 de setiembre de 1572.
En efecto, en el contexto Inca existen artefactos de poder específicos como su fuerza militar; sin embargo, existen cargas ideológicas y simbólicas que se plasmaron en la arquitectura y la disposición de estas en los territorios conquistados por los Incas, principalmente en el Cusco. De esta forma, un artefacto de poder, expresado en la teoría de dispositivo/diferencia de Zamorano y Rogel (2013), se hace visible en el propio Coricancha durante el período Inca, debido a que este artefacto de poder — aun considerando su carga museística y que fuera un lugar simbólico y sagrado para los vencidos cusqueños — fue destruido por la administración española para crear otro artefacto de poder, refuncionalizando al Coricancha como un artefacto de poder de mayor prestancia religiosa para un efectivo control social. En ambos casos, tanto en el período Inca como en el virreinal se aprecia las relaciones de poder, subalternidades y jerarquías (ver ilustración 1 y 2), atribuyendo a este edificio principal una genealogía e indicador de poder.
Las cargas discursivas de cronistas formalizan una semántica que visibiliza el saber y el poder de un lugar sagrado principal como el Coricancha. En ese sentido, la proyección continuista del Coricancha, validando su ropaje tahuantinsuyano y su catolicismo andino, se recreó como artefacto de poder fortaleciendo sus características museísticas. Por lo tanto, por la evidencia presentada, El Coricancha fue un artefacto de poder categórico que tendría solo comparación con el oráculo de Pachacamac, toda vez que existiera como la preforma de un auténtico museo o dicho de otro modo, una institución museística de primer orden. Ironías de la historia: hoy sigue siendo espacio sagrado y un importante museo.