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Manifiesto contra plagiarios y deshonestos: Un alegato de la academia para la generación siguiente

Idalia García

Plagio - Fotografía de infotecarios.com

“Siempre tuve por dificultosa el arte de la prudencia; pero quien supo hallar reglas a la agudeza, pudo encargar preceptos para la cordura”
Lorenzo Gracián (1647)

Después de cierto tiempo, especialmente en el último tramo de la vida académica cualquier profesor e investigador se preguntaría si ha logrado dejar un legado o cuando menos un interesado que dé continuidad a sus intereses y temáticas de investigación. Dicha pregunta implica también analizar el propio desarrollo profesional que se ha tenido, los grupos de trabajo que se han organizado o en aquellos que se haya participado, las investigaciones que se han concluido, las que continúan, los resultados, las publicaciones, pero también debe pensarse en los fracasos y lo que se ha aprendido de ellos. En este tenor, somos muchos los investigadores y profesores del mundo, jóvenes y experimentados, que consideramos un verdadero fracaso el aumento de los plagios y de la deshonestidad en el trabajo académico.

El plagio es un delito formal castigado jurídicamente en numerosos países pues “consiste en la apropiación de las ideas y el trabajo de otros sin el debido crédito y también el auto plagio o re publicación de los resultados científicos ya divulgados, como si fuesen nuevos, sin informar la publicación previa”.[1] En cierta manera esta definición brasileña nos conecta con la otra sobre la que reflexionamos poco, pues la deshonestidad es una práctica que toleramos y a veces fomentamos desde la academia sin darnos cuenta. En efecto, los profesores e investigadores que damos clases y dirigimos trabajos de investigación somos responsables de la formación de cada nueva generación y, por tanto, de la transmisión de ciertos valores como lo es el respeto al trabajo ajeno.

El plagio es una realidad en la academia más frecuente de lo que nos gusta aceptar. Para argumentar algo así, me gustaría compartir aquí una experiencia desagradable al respecto. En el momento en que padecí un amargo trago, tristemente no ha sido el único, me encontraba realizando una estancia sabática en un país distinto al mío. Es decir, convivía con una comunidad académica muy diferente a la mía e incluso de disciplina. Ciertamente este diálogo entre investigadores y profesores de diferentes áreas del conocimiento también debería construir parte de esas buenas prácticas.  Así desarrollando mi investigación descubrí horrorizada que una de las alumnas en quien confiaba había robado parte de un modelo de descripción bibliográfica que había desarrollado en años. Un modelo ya publicado y obviamente aquella persona no mencionó nada sobre mi trabajo y menos aún que habíamos trabajo el protocolo de esa investigación conjuntamente. El robo de información era tan descarado que simplemente reprodujo el modelo sin explicación y sin análisis, sin tomarse la molestia de explicar nada al respecto tal y como yo lo había hecho en las publicaciones relacionadas.[2

Es evidente que esa persona actuó mal, especialmente cuando había sido mi ayudante de investigación por algún tiempo. Es decir, cuando una persona decide actuar mal sabiendo que lo hace. Eso es un problema que las universidades no pueden resolver, los valores que cada uno recibe en casa y bajo los cuales es educado. Un padre, una madre, una familia establecen y limitan las acciones buenas de las malas según un parámetro moral que puede estar en sintonía con el que tiene la sociedad o en ligera discrepancia. La persona que tomó el modelo sin mencionar el trabajo al que se correspondía podría entender que cuando participó en la investigación tomaba parte del crédito de la misma. Es decir, también le correspondía. Sin embargo, esto no es así, y los colegas de ese otro país me lo hicieron ver con crudeza. Me explicaron que esa era una de las razones por las que cualquier ayudante debía firmar un compromiso de confidencialidad de validez jurídica. Personalmente jamás había pensado en eso por la forma en que me habían educado mis padres.

No obstante, en ese momento lo más notorio era responsabilidad del profesor que había dirigido ese trabajo, pues éste debía conocer los trabajos que existían sobre una temática tan específica y en un contexto nacional ¿acaso ese profesor no sabía qué determinaba el interés investigación de su alumna? Lo cierto es que los temas de investigación no caen del cielo, ni son hongos que salen después de la lluvia y, mucho menos en cierto grado de formación en que algunos alumnos requieren más orientación. De una manera o de otra, siempre hay algo que explica el interés de un alumno en cierta temática. Para hacer las cosas más horrendas, ese profesor y quien suscribe estas líneas compartimos una disciplina con tan pocos miembros que es difícil no saber quiénes trabajan ciertos temas. Parece evidente que a ese profesor no le importó en lo más mínimo tales consideraciones, sino que simplemente tomo la tutela de un trabajo que estaba casi hecho, pero al que obviamente le faltaba dirección. Ese profesor no hizo el trabajo que debía al modelar la conducta ética de una persona, pero tampoco el que le correspondía académicamente. En esa tesis tampoco se citó el único trabajo publicado hasta ese momento, que existía sobre la temática en cuestión.[3]  

La parte más lamentable de esta historia es que en el ánimo de que se marcase lo correcto, escribí a la escuela donde alumno y director habían denigrado los valores que orientaban a la institución que nos acoge. La coordinadora de ese programa académico contestó que no había elementos para probar un plagio. Efectivamente así era porque nunca hubo un robo textual como jurídicamente se entiende en la ley de nuestro país. Pero me sorprendió que esa persona a cargo de una formación ni siquiera se inmutase frente a la deshonestidad académica, de la cual había tantas pruebas que demostraban el atropello pero esa dirección no quiso hacerse cargo de un escándalo de tal envergadura. La pregunta entonces es ¿por qué tres personas del mismo contexto veían con tranquilidad un hecho que para otros era un asunto francamente desagradable? La respuesta parece simple, porque esas tres personas comparten valores e ideas que les permiten rechazar ese abuso como una exageración. Así, simplemente evitaron toda investigación al respecto y minimizaron el mismo hecho.

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Plagio - Fotografía de infotecarios.com

La otra parte terrible que descubrí de tan lamentable experiencia, fue en una comida de profesores de diferentes nacionalidades y orígenes, quienes intentaron consolarme reconociendo que este tipo de experiencias en la academia eran de lo más normal. No podrían imaginar mi estupefacción cuando acto seguido cada una de esas personas empezó a narrar su propia experiencia. Las historias pasaban de ser espeluznantes hasta ingenuas y, en cierto momento, me pareció una especie de iniciación extraña a una parte de las universidades que yo desconocía. Una parte muy oscura. Lo francamente aterrador era saber que esa persona estaba en la dedicatoria del un libro que representaba años de estudio, de lectura y de investigación intentando comprender una parte de la realidad cultural de mi país. Esto significaba que no podría simplemente olvidar que eso había pasado porque cada vez que abriese ese libro, estaría acompañado de un mal trago y de una mala experiencia. ni siquiera mi homenaje había sido comprendido.

Una persona incluso me responsabilizó de lo que había pasado porque yo les daba demasiada información y acompañaba a mis alumnos en sus procesos de aprendizaje. Si no lo hiciera, quizá tendría menos malas experiencias de esta naturaleza. Tal idea destrozaba mi propia experiencia de aprendizaje, en la cual magníficos profesores me habían inculcado un montón de valores y me habían enseñado con cuidado y con paciencia para que yo descubriese mi propio camino. Hacerlo con los estudiantes a mi cargo era y es una forma de reconocer a esas personas que me formaron y que apostaron tanto por mi persona. De algo estoy segura, todos y cada uno de ellos están hoy orgullosos del legado que me heredaron y que espero transmitir algún día con la misma honra y virtud con la que ellos lo hicieron. Pero lo cierto es que cuando no se da seguimiento, este tipo de cosas se repiten, aunque esta vez con una persona diferente, pero con el mismo director ¿es coincidencia? No lo creo, porque otra vez se hace sobre temáticas comunes que sospechosamente estoy trabajando. Así que ya parece una práctica común que se hace porque se ha permitido.

Lo más lamentable es que se minimiza la afrenta, citando uno de mis trabajos sin ninguna relación ni sentido en la bibliografía. Debemos precisar que dicha condición no elimina la deshonestidad académica que se aprecia en estas acciones. Por el contrario, evidencia todavía más que esa deshonestidad es inherente a este tipo de trabajo y en este entorno. Es decir, existen publicaciones hechas que mencionan más de una vez las fuentes correlacionadas. Ciertamente las fuentes documentales y bibliográficas no le pertenecen a nadie y apelamos a su conservación y correcto resguardo con la intención que investigaciones especializadas cada vez más las utilicen. Sin embargo, cuando una fuente o un testimonio ha sido dado a conocer por otro y ese conocimiento resulta relacionado o propicia parte de un conocimiento, lo honesto es declarar que se conoce ese trabajo con la intención de dar continuidad al mejoramiento del conocimiento. Cuando no se reconoce ese trabajo, se es deshonesto o se está haciendo mal porque justamente en los antecedentes a toda investigación, deberían estar incluidos aquellos textos que son relativos e importantes para el desarrollo de una temática especifica.

Pongamos otro ejemplo, otra vez cercano, pero que se relaciona con este anterior. Una persona que lee los trabajos de otra para extraer ciertas ideas que puede o no compartir, y decide utilizar la bibliografía y las fuentes documentales empleadas en esos textos para la escritura de los propios. Esa misma persona después publica su trabajo utilizando esa información, pero con dolo y mala fe no menciona ni uno sólo de los trabajos de la persona implicada ¿Esto es plagio o deshonestidad? Bueno, en mi opinión es un poco de ambos, pero al no existir un texto estrictamente copiado de manera textual no se pude probar un delito jurídico. Entonces seguimos hablando de deshonestidad que está inserta en la formación, y que por tanto es resultado de quienes niegan las aportaciones y el trabajo de otros. Resulta evidente que desde esta perspectiva los profesores e investigadores que hacen este tipo de prácticas también las estarían transmitiendo y quizá sin darse cuenta.

Dichos eventos que además deben narrarse casi como impersonales porque ponen al afectado en una complicada situación, pues en lugar de ser defendido podría ser acusado de calumniar. Lo triste es que estas situaciones son tan comunes que existe un foro internacional que pretende combatir estas prácticas dañinas en la academia. Es The World Conferences on Research Integrity, un organismo internacional enfocado en promover y fortalecer una conducta responsable en la investigación.[4] En efecto, eso que llamamos deshonestidad en este texto es reconocido en algunos principios que orientan dicho organismo internacional como “prácticas cuestionables de investigación”. Prácticas que además se han fortalecido con las ideas de acceso abierto al conocimiento científico que promovemos muchos otros investigadores. Este siempre fue el mayor temor de los detractores del acceso abierto: que se favorecerían las condiciones para prácticas desleales. En este tenor, siempre hemos insistido que el problema no es la tecnología sino el individuo que la usa.

Indudablemente que algunas prácticas cuestionables olvidan que algunos portales de la academia llevan seguimiento de las consultas que tiene un trabajo, con la finalidad de establecer políticas de evaluación de la ciencia. Quienes dictaminamos esos textos, que se presentan a las revistas y editoriales científicas, justo debemos evaluar qué y cómo se cita, así como la forma en que se emplea la información en cada trabajo. Si bien no estamos obligados a saber de todo un poco, sí que deberíamos estar comprometidos en conocer la producción de la temática que evaluamos especialmente la más reciente. Condición en la que debemos esforzarnos aún cuando la producción académica es cada vez más abundante, pero los nuevos medios tecnológicos nos están notificando de esas novedades constantemente. Pero estas cosas están pasando en un nivel más íntimo, más formativo que por sus propias características se está cerrando a grupos específicos en lugar de abrirse al mundo.

Ahora bien, la cultura del cortar y pegar en beneficio propio y detrimento de los otros es muy nociva, pero la herramienta tecnológica que lo permite no lo es. Negar que la posibilidad de pasar notas de un documento a otro es un mecanismo que ayuda mucho en el trabajo cotidiano, podría parecer bastante extraño. La herramienta en sí misma no es responsable del mal uso que se hace de ella. Sin duda, esa cultura de “copiar y pegar” ya forma parte de nuestros trabajos cotidianos de la academia. Básicamente porque es una forma funcional por la cual citamos trabajos ajenos o propios y que hemos usado durante generaciones. Incluso los sistemas de acceso abierto incluyen las formas en las que las publicaciones deben se citadas y se trata de una información que se pone ahí para ser copiada.

Esta transformación de la publicación académica del papel al byte, recupera esa herramienta justo para proporcionar de forma inmediata la cita que se corresponde y, en casos, afortunados, incluso se ofrece en diferentes modelos de citación. Esta es una de las características que define al Open Access Journal of Science (OAJS), la base sobre la cual las revistas académicas de muchos países están transitando hacia los entornos digitales y consolidar los modelos de acceso abierto al conocimiento científico. Así, entre los principios de transparencia y buenas prácticas para la publicación académica, se incluyen procesos para identificar las malas conductas como el plagio, la manipulación de las citas (como la paráfrasis), y la fabricación o falsificación de datos.[5] Estaríamos de acuerdo en que no se ve una diferencia metodológica sustancial entre los cuadernos de notas manuscritas sobre lecturas realizadas y las que algunos hacen con programas tecnológicos específicos. De ahí que tampoco resulte extraño que se desarrollasen mecanismos tecnológicos capaces de determinar cuánto de ese “copiar y pegar” puede ser considerado un plagio formalmente o como una práctica plagiaria.[6]

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Plagio - Imagen de doctutor.es

En algunas universidades del mundo, esos softwares detectores de plagios o de porcentajes de plagios ya son    obligatorios para poder ser evaluados en formaciones profesionales. Su existencia y desarrollo es evidencia de que la deshonestidad en lugar de reducirse se está ampliando y quizá debamos empezar a preguntarnos porqué o qué estamos haciendo para favorecerlo. Sin lugar a dudas, minimizar estos hechos desde la administración universitaria no es el camino correcto, fingir que su práctica no condiciona su permanencia y atacar o denigrar a quienes denuncian no son estrategias adecuadas. Por el contrario, la sanción debería aplicarse tanto a quienes hace esa mala práctica como a quienes la toleran o las permiten. La formación universitaria no se basa únicamente en contenidos sino también en valores que se comparten desde el momento mismo que se participa de una comunidad académica o disciplinar.

Es interesante que la revisión de la literatura especializada respecto a este tema se encuentran más disertaciones desde las áreas científicas que de las humanísticas, pues las estadísticas muestran que tanto unas como las otras son vulnerables a estas prácticas deshonestas. Es más, los espacios de publicación académica deben estar preparados para tomar medidas puntuales sin que ello afecte a la integridad y honestidad de la publicación. Como lo es el sonado caso que desautorizó un artículo en la revista española Hispania Sacra, donde en lugar del resumen lo que aparece es la explicación por la cual el artículo fue desautorizado: “El autor del artículo ha introducido sin entrecomillar, ni citar explícitamente, páginas de un artículo publicado”.[7] Quizá por ello deberíamos recuperar la definición antigua del plagio, que parece más acorde a nuestros tiempos: “Hurtar los pensamientos ajenos para publicarlos por propios, usar de las obras de otro acomodándoselas a sí mismo”.[8] Pero deberíamos esforzarnos más para que cada estudiante y colega despistado entiendan lo que significa hacer una referencia bibliográfica más que destacar la importancia de emplear un modelo de citación de manera correcta.

Citar el trabajo académico de otras personas en nuestros propios trabajos es una forma de honestidad académica y debería formar parte de nuestra metodología de trabajo. Una forma de educar en las buenas prácticas de la honestidad académica a esas nuevas generaciones, porque la citación también fomenta el diálogo entre quienes escriben trabajos académicos,[9] desde aquellos necesarios para la obtención de un grado o de quienes tiene por tarea cotidiana la escritura de artículos y ponencias que se demandan como efecto directo de la productividad. Sin esa honestidad y evidentemente mecanismos jurídicos de protección, los textos inéditos han corrido siempre ese riesgo: el de la persona sin escrúpulos que se apropia del trabajo de otro, normalmente en desventaja. Por eso se implementaron licencias de uso específico que permiten proteger y divulgar avances de investigación o investigaciones en desarrollo. Dichas licencias impulsadas desde el proyecto colaborativo Creative Common,[10] debe ser información de utilidad para los alumnos de todo el mundo para erradicar esas prácticas dañinas que pueden afectar todo un proyecto personal de forma más que desastrosa.

Quizá por eso debamos implementar otras estrategias en la formación, que podrían ser pertinentes. Una de ellas, en mi humilde opinión, sería dar a conocer aquellos casos más emblemáticos en cada contexto y la forma en que se solucionaron. De esta manera, los autores que ven su trabajo vulnerado encontrarían foros en los cuales contribuirían a mejorar nuestra comprensión de un problema tan engorroso y lamentable. Lo cual significaría que estas personas encontrarían lugares en las instituciones que los ayuden a contrarrestar estas prácticas para modelar mejores instrumentos jurídicos más acordes a la realidad académica. En este contexto, no creo que los autores agraviados busquen lapidaciones ni castigos ofensivos, sino consolidar un diálogo que impida que dichas prácticas se reproduzcan. Sin duda se han hecho muchos esfuerzos en instituciones educativas para impedir que se presenten estos casos, pero el ingenio humano para caminar en la frontera de lo permitido demanda mayor participación y compromiso para que entendamos que ese desbordamiento de la información que parece justificar “los olvidos” en la mención del trabajo ajeno no son nuevos.[11] Razones por las cuales se trata de un tema que no debe enorgullecer a nadie ni transmitirse a las generaciones venideras. Sigo creyendo en la posibilidad de una academia diferente, más abierta a dialogar incluso sobre cosas tan nefandas como éstas.

Referencias bibliográficas


[1] Rosemary Sadami Arai Shinkai, “Editorial. Academia Originalidad y Plagio: Una Cuestión de Autoria en la Academia”, Revista da Escola de Enfermagen da USP 48 (03) • June 2014  https://doi.org/10.1590/S0080-623420140000300001

[2] Idalia García, “Entre páginas de libros antiguos: la descripción bibliográfica material en México”, Investigación Bibliotecológica, vol. 22, núm. 45 (mayo-agosto 2008), pp. 13-40, http://rev-ib.unam.mx/ib/index.php/ib/article/view/16922  [Consulta: Abril 2021] y Secretos del estante: elementos para la descripción bibliográfica del libro antiguo. México: UNAM. 2011.

[3] Ileana Schmidt Díaz de León, El Colegio Seminario de Indios de San Gregorio y el desarrollo de la indianidad en el centro de México, 1586-1856. Guanajuato: Universidad de Guanajuato; Ciudad de México: Plaza y Valdés, 2012

[4] The World Conferences on Research Integrity, https://wcrif.org/ [Consulta: Agosto 2021]

[5] The Directory of Open Access Journals, https://doaj.org/apply/transparency/ [Consulta: Agosto de 2021]

[6] Adrián Cabedo Nebot, “Recursos informáticos para la detección del plagio académico”, Tejuelo, vol. 8, núm. 1 (2010), pp. 9-25, https://dehesa.unex.es/handle/10662/4560 [Consulta: Agosto de 2021]

[7] Información disponible, https://hispaniasacra.revistas.csic.es/index.php/hispaniasacra/article/view/447 [Consulta: Agosto de 2021]

[8] José Antonio Millán, “Cuestión de comillas. El plagio, o las numerosas maneras de no ser original”, El propio autor indica en su blog, Libros & Bitios (10 de enero del 2014) lo siguiente: “Este artículo es la versión corregida, ampliada, enriquecida con hiperenlaces e ilustrada del publicado originalmente en El País, el 21 de septiembre del 2013, http://jamillan.com/librosybitios/cuescom.htm [Consulta: Agosto de 2021]

[9] Anthony Grafton, Los orígenes trágicos de la erudición: breve tratado sobre la nota al pie de página. México: FCE, 2015, p. 14.

[10] Información disponible, https://creativecommons.org/ [Consulta: Agosto de 2021]

[11] Ann. M. Blair. Too much to know: making scholarly information before the Modern Age. New Haven: Yale University Press, 2010, p. 45.