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Ser fuertes por medio del amor a Trump

Tomás Molina

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Es bien sabido que los seguidores de Trump esperan que destruya a los enemigos de la nación. Como si fuera una antigua figura religiosa, tienen la seguridad de que Trump hará llover fuego sobre los demócratas para restaurar la grandeza perdida de EEUU.

Todavía hoy creen que Trump va a ganar las elecciones y que todo esto de la confirmación de Biden ha sido un juego de ajedrez genial para encarcelar y ejecutar a Pelosi y a Clinton. Estas creencias demenciales implican, por supuesto, una idealización de Trump. Lo que tal vez no está tan claro es que también implican un enamoramiento que lleva a la autohumillación.

Freud explica que en el amor muchas veces elegimos a alguien porque sustituye un ideal del yo propio que no hemos alcanzado. Amamos en virtud de perfecciones que hemos aspirado para nosotros y que nos gustaría procurarnos amando a la otra persona. Entre más grandioso se vuelva el objeto amado, más se hace merecedor del amor del yo y, al mismo tiempo, menos se ama el yo a sí mismo. En psicoanálisis está claro que la libido es limitada.

Si se invierte toda en un sitio, no queda más en otro. Si uno la gasta toda en un ideal admirado, no queda nada para uno. Esto implica un rebajamiento de nosotros mismos: el sujeto está dispuesto a dejarse humillar por su objeto amado, está dispuesto a un sacrificio que considera noble por hacerse en nombre de un alto ideal. El caballero andante está dispuesto a pasar todas las humillaciones por su amada. Como el objeto amado sustituye un ideal del yo, como es nuestro ideal perfecto, no cabe crítica contra él. La crítica, en cambio, se dirige a nuestro yo. Este tipo de amor, por tanto, resulta insano.

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Los seguidores de Trump entran dentro de está lógica. La perfección a la que aspiraban y que Trump representa para ellos es la fuerza. La consigna aquí, como en todos los autoritarismos fascistoides es la siguiente: “El líder es fuerte y nosotros seremos fuertes en tanto sigamos a Trump”. Pero aquí surge una obvia contradicción: a pesar de que quieren ser fuertes como Trump, están dispuestos a sacrificarse y humillarse por su objeto amado. En la idolatría del líder hay un rebajamiento del yo. Son capaces de hacer las declaraciones más absurdas, de las mentiras más autohumillantes, de los intentos de golpe de Estado más groseros y ridículos, con tal de hacer lo que su objeto amado manda, con tal de procurarse la fuerza por vía del amor.

La obsesión con la fuerza de Trump implica exponer la propia debilidad. Si aman a Trump por su fuerza es precisamente porque son débiles. De hecho, son tan débiles, están tan desamparados, que necesitan y merecen un dominador que ponga orden. En la articulación de su amor revelan que saben más sobre sí mismos de lo que creen saber. Se presentan como fuertes, como despreciadores de los débiles, pero en esa presentación muestran que ellos mismos se saben inconscientemente débiles. Su amor por Trump, en otras palabras, es un desliz freudiano.

 

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Al saberse inconscientemente débiles, deben compensar su debilidad no solo siguiendo al líder que representa la fuerza sino usando armas, siendo violentos y, sobre todo, como Umberto Eco ya lo había notado en su famoso artículo sobre el Fascismo Eterno, transfiriendo su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Estos seguidores de Trump están obsesionados con ser dominantes, hombres verdaderamente hombres, machos despiadados.

Como ni eso los satisface, deben referirse a la figura del hombre fuerte que los representa. Si ellos fallan en su ser hombre-hombre, Trump no: Trump es el macho eterno, el macho-alfa, el Otro que sí sabe ser hombre. Cuestionar su masculinidad es cuestionar la masculinidad de todos sus seguidores, porque son masculinos precisamente por medio de Trump. Es decir, no solo son fuertes amando a Trump, sino que también son machos por medio de él. ¿Pero no resulta verdaderamente extraño que un hombre anciano, con sobrepeso, vanidoso, de piel naranja, estúpido y torpe, sea su modelo de masculinidad?