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De la importancia del pasado en nuestro presente: la retórica de la política contemporánea sobre los inquisidores

Idalia García

De la importancia del pasado en nuestro presente

En estos días que corren, más allá de la permanente sorpresa en la que todavía vivimos al pensar en las consecuencias de la pandemia en todo el mundo, los ciudadanos latinoamericanos no salimos del asombro cuando vemos a nuestros políticos en escena.

 

Al menos eso siente mi generación, aquella que nació en los setenta heredando toda la brutalidad y el romanticismo de los sesenta ¿quién puede olvidar el festival de Woodstock y la cruda realidad de la represión estudiantil en muchos países? Al menos en México, fue casi un mantra hablar de hippies de colores y ese 2 de octubre que no se olvida. Fue quizá esa energía del arcoíris, la que nos acompañó durante nuestros años juveniles como para desear vivir en una sociedad diferente. Anhelábamos esa idea de democracia de la que oíamos de vez en cuando. Esos países donde hombres y mujeres iban reclamando un lugar diferente en la sociedad de otros países, y de vez en cuando participaban en la política.  Eran maestros de escuela, doctores o profesores universitarios, nada de mercenarios de la política como los que ahora habitan los curules.

Pensar en ese tipo de sociedades aportaba unos aires de libertad en una sociedad demasiado regulada y controlada por ideas y poderes que no entendíamos, como las prohibiciones de besar en la calle en la misma capital mexicana. En ese contexto votamos por primera vez y nos sentimos adultos o responsables. Muchos de nosotros soñábamos con algo más que lo tradicional: un trabajo con vacaciones pagadas y una familia. Y no hicimos nada excepcional más allá de viajar y estudiar en el extranjero. Eso formaba parte de nuestra idea de clase media: la bisagra de la sociedad y el resultado de la movilidad social. En suma, el ingrediente de cambio de la sociedad. Y realmente lo fuimos, pero no sólo con ilusiones sino con los esfuerzos y las dolorosas pérdidas de las generaciones que nos precedieron. De otra manera, no seríamos los hijos de nuestros padres. Esas batallas sociales crearon organismos autónomos como contra peso al poder político, o consiguieron derechos como el matrimonio igualitario. Estas y más iniciativas hicieron de la Ciudad de México un lugar de derechos y libertades para muchos, aunque seguimos arrastrando las cuotas sociales de la pobreza y la desigualdad.

No obstante, al no votar este año por el partido del gobierno, esa parte de la sociedad ha sido calificada por el propio presidente de la República de racista, clasista, de mentalidad conservadora, corrupta, “aspiracionista” (que no significa sino desear mejorar una mejor calidad de vida) y otras linduras.[1] Ese partido y el presidente nunca pensaron que tal resultado electoral es consecuente con sus acciones relativas a temas tan urgentes para la sociedad como los feminicidios, sus ataques contra los científicos, feministas y periodistas como si el verdadero desarrollo de una sociedad fuese el pensamiento único y no reflejo de la diversidad.

En toda esa diatriba discursiva de los políticos mexicanos, han sido mencionados de una manera siempre negativa los inquisidores y la Inquisición. Ciertamente en el imaginario colectivo de las sociedades latinoamericanas existe una noción de estos personajes y de su institución. Una idea que tiene un complejo origen histórico que prácticamente inicia desde el siglo XVI y que no termina con el final del Santo Oficio. Por el contrario, esa valoración negativa y directamente relacionada con esa propaganda contra la Monarquía española conocida como la Leyenda Negra, aumentó más con la literatura decimonónica y con la correspondiente del siglo XX, a la que podemos agregar el impacto cinematográfico que consolida la idea del inquisidor como un malévolo personaje que únicamente busca torturar, castigar, someter o intimidar a las personas vulnerables.[2]

Resulta fácil utilizar la palabra inquisitivo para designar a una persona o a una institución que averigua con detalle aquello que le interesa. Pero, de ahí a trasladar toda la carga de la acción inquisitorial del pasado, a quienes cuestiona los dichos y actos de funcionarios públicos contemporáneos, es en cierta manera manipular la historia para fines menos educativos. En efecto, las sociedades contemporáneas en todo el mundo se han hecho complejas en función de un conjunto de elementos entre los que quiero distinguir aquí, entre otras, a la migración. Este fenómeno tiene la atención mediática en todo el mundo desde hace décadas, principalmente por las desgarradoras historias que hemos conocido como la matanza de migrantes en Tamaulipas, el ahogamiento de más de 640 niños en el Mediterráneo como Aylan Kurdi,[3] caravanas migrantes de centroamericanos hacia Estados Unidos, la masiva migración de venezolanos o los campamentos de refugiados. La lista de estos eventos es tan grande y desoladora que debemos nombrarla como un acto de respeto por el dolor de todas estas personas.

Pese a esto, la migración no es un fenómeno nuevo sino una contante realidad que se inició con las grandes navegaciones del siglo XVI. A partir de estas numerosas personas de todos esos territorios conectados comenzaron a moverse por intereses muy diferentes algunos personales, otros profesionales, otros comerciales y varios más. De todas estas razones se conservan numerosas cartas,[4] memoriales, y tramites en diferentes repositorios de todo el mundo. Testimonios históricos que nos ayudan a comprender cómo fueron esos procesos que introdujeron prácticas culturales e instituciones europeas en nuevos territorios como la America española. Así, entre esas historias personales se encuentran las de aquellos primeros inquisidores quienes fueron nombrados para establecer el segundo tribunal inquisitorial de América en la capital novohispana.

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Ciertamente no fueron migrantes lanzados a una aventura incierta en una tierra agreste. Ellos tenían un plan y unas instrucciones, pero el territorio era bastante diferente aún cuando los oficiales de la Corona sólo sabían lo que muchas cartas y narraciones les indicaban. Lo único que realmente sabemos es que eran hombres que creían en la importante tarea que la Inquisición desempeñaba en esa época, por muy desagradable o mezquina que pudiera parecer para otros actores sociales. Como es sabido, parte de la mala fama del Tribunal del Santo Oficio y su consecuente animadversión se origina en las narraciones de quienes fueron procesados en las cárceles inquisitoriales, con todo lo que ello implicaba y que por razones legales finalmente eran declarados inocentes.[5] Personajes a los que se suman otros quizá más carismáticos como el proceso de Guillén de Lampart, quien con su proyecto independentista desafió a la Corona española, escapó después de ocho años de cautiverio y finalmente terminó en la hoguera.[6] No debemos olvidar a aquellos otros, más decididos, quienes enfrentaron la afrenta de los inquisidores mediante denuncias contra más de uno de los inquisidores directamente ante el Consejo de la Suprema como Diego Jiménez Muñino vecino de Puebla, quien se querelló contra el inquisidor Bernardo Gutiérrez de Quiros.[7]

Los encargados de fundar el tribunal novohispano fueron los inquisidores Pedro Moya de Contreras, Juan de Cervantes y el escribano Pedro de los Ríos quienes emprendieron esa tarea viajando en 1570. A finales de este año, en diciembre, siguen varados en Canarias esperando que la “fuerza del invierno” concluya para iniciar viaje hacia la Nueva España. No fue posible, en febrero de 1571 seguían en Tenerife. Este fue el primero de varios y accidentados hechos antes de pisar territorio americano. Al final llegaron a Cuba después de que su barco naufragó y gracias a que un navío los rescató. En esa isla murió Cervantes de calenturas y no pudo llegar a su destino como los otros que llegaron a San Juan de Ulúa en agosto de 1571, pero no fue sino hasta noviembre de ese año que se realizó la ceremonia en la Catedral de México con la que se da inicio a las actividades de dicho tribunal regional.

Ese inicio institucional no fue un periodo fácil como testimonia la rica correspondencia de los inquisidores novohispanos, la cual se conserva en el Archivo Histórico Nacional de la capital española. En estos libros de cartas podemos encontrar los conflictos institucionales y personales con lo que se encontraron esos ya mermados miembros de la inquisición novohispana. No obstante a esto, hacia febrero de 1572 los miembros fundadores de la institución con la reputación más infame del Virreinato novohispano, ya habían logrado cubrir con prácticamente todos los 12 cargos necesarios para el funcionamiento del tribunal. Por eso, no resulta nada extraño que en este mismo año ya se haya montado todo el operativo y las estrategias necesarias para realizar el control de libros en el territorio, lo que incluía todos los frentes implicados: libreros, lectores y bibliotecas.

Ese control, hoy nos parece abyecto, canalla y criminal. Un conjunto de adjetivos vertidos por el publico asistente en eventos académicos de divulgación, que recojo de mi experiencia personal como investigadora universitaria. Es extraña la reacción de la sociedad contemporánea hacia la Inquisición más allá de la comprensible e históricamente documentada animadversión de muchos historiadores del siglo XIX y principios del XX, quienes crearon una idea mezquina pero necesaria para consolidar sus ideas. Es el caso de Vicente Riva Palacio, autor de algunas obras de notorio contenido inquisitorial: Martín Garatuza: memorias de la Inquisición (1868), Monja y casada, virgen y mártir: historia de los tiempos de la Inquisición (1868), Las dos emparedadas (1869) o, Memorias de un impostor. Guillén de Lampart, rey de México (1872). Riva Palacio “tuvo en sus manos los archivos de la Inquisición […], y ellos le proporcionaron el material para elaborar numerosos textos sobre el pasado virreinal”.[8]

Así, a través de estos papeles, se dibujo no sólo la idea de la institución y de los inquisidores sino también la personalidad cultural de quienes residieron y nacieron en este territorio americano. Por ello no será extraño encontrar en este tipo de literatura descripciones tales como “gente ingrata e indomable son estos criollos” entre otras. Una valoración que también se amplificó con la difusión que se hizo del proyecto de la República liberal a través de los periódicos. Entre esa segunda mitad del siglo XIX y la consolidación de los estudios coloniales en 1945, estas nociones negativas son predominantes y en cierta manera explican la idea que tiene la sociedad mexicana  contemporánea tanto de la Inquisición como de los inquisidores. Tanto más el uso discursivo que de esa historia hacen políticos, analistas e incluso periodistas.

A lo anterior debemos sumar que justamente en el mismo periodo decimonónico se eliminó para siempre el orden que debió caracterizar al archivo del secreto. Es decir, al archivo institucional que los inquisidores armaron desde el siglo XVI gracias al trabajo de todos sus secretarios como fueron instruidos desde el principio por el Inquisidor General Diego de Espinosa. Probablemente, siguiendo el destino de otros archivos inquisitoriales, en este periodo también se destruyeron y extrajeron varios expedientes.[9] Aunque el saqueo de esta documentación no terminó ahí y quizá un día podamos contar esas tristes historias de dispersión documental. Pese al truculento proceso que consolidó un repositorio estatal (el Archivo General de la Nación), compilando restos de archivos virreinales, la documentación inquisitorial conservada en México resulta abundante comparada con los otros tribunales americanos (Perú y Nueva Granada). Por esta razón, una parte importante de la documentación inquisitorial del tribunal novohispano se encuentra conservada en más de 1,554 volúmenes, pero otra parte prácticamente desconocida se encuentra dispersa en diferentes expedientes de otro fondo importante: el Indiferente Virreinal. Quienes han trabajado en el Archivo General de la Nación de México saben que otros testimonios inquisitoriales se podrían encontrar en más fondos como ya se ha demostrado.

Lo que debemos distinguir aquí es que se trato de un archivo ordenado en conformidad al “orden de proceder que está dado por el libro impreso por nuestro mandato”.[10] Al igual que otros archivos, el del Secreto debió colocar sus papeles en estantes o armarios donde los expedientes se acomodarían según las causas y procedimientos, y de forma cronológica aunque “apenas se tienen noticias explícitas”.[11] Lo que sabemos es que toda esa documentación se podía manejar fácilmente gracias a los libros de registro que se ordenó compilar y en los cuales se asentaría cada uno de estos asuntos: cédulas y provisiones reales, comisarios y familiares del distrito, testificaciones contra los reos, votos, prisión y sentencias , cartas acordadas, cartas de los inquisidores a la Suprema, visitas de los presos, penas y penitencias pecuniarias, autos de fe, presos en cárceles, bienes secuestrados, sentencias contra o en beneficio del fisco, y finalmente uno para relajados y reconciliados.[12] Algunos de estos libros, conocidos como abecedarios, aún se conservan[13] incluso sus borradores.[14]

Ciertamente algunas narraciones de los procesos, castigos o sentencias son espeluznante para sensibilidad moderna. Por ejemplo, el que corresponde a Marina de San Miguel, quien en 1598 fue acusada ante el tribunal inquisitorial novohispano por su condición de alumbrada. Marina fue castigada por sus errores en el Auto de Fe que se realizó el 25 de marzo de 1601, donde desfiló desnuda del torso y montada en una mula. Tan sólo podemos imaginar la vergüenza que sintió esta mujer de 53 años, cuyo único delito fue considerarse Beata. No fue todo para ella, Marina además recibió cien latigazos, una multa de 100 pesos y la reclusión por diez años en el Hospital Real de Indios.[15] Acompañando a Marina en su infame procesión también estaba esa sociedad horrorizada y extasiada al mismo tiempo, quienes la insultaban y le aventaban cosas ¿Qué diferencia hay entre aquellas personas y quienes hoy lanzan insultos virulentos, algunos despreciables, a través de las redes sociales a quienes difieren o cuestionan decisiones, expresiones y políticas del presidente mexicano? Pues una y muy importante. Los procesados y castigados por la Inquisición respondieron a un sistema de control reconocido por las leyes y la sociedad de su tiempo. 

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La Inquisición fue una institución que funcionaba por reglas, normas, instrucciones y diferentes ordenamientos basados en el reconocimiento de una jurisdicción con límites. Al igual que nosotros que también pertenecemos a una sociedad regulada que establece nuestros derechos, obligaciones y responsabilidades. Un presidente como el mexicano que dice lo que le place “por que su pecho no es bodega” y lanza acusaciones contra personas e instituciones criticas con su gobierno. Comentarios que exponen a esos protagonistas a cualquier acto violento de sus seguidores, que, por lo pronto y por fortuna, no han pasado de rudas expresiones escritas y verbales. Al parecer ninguno de los otros poderes en México, legislativo y judicial, no son capaces de marcar los límites y recordar las responsabilidades al cargo presidencial como los inquisidores hicieron cuando era pertinente. Esas acciones presidenciales son tan reprobables como aquellas que cualquier inquisidor o funcionario inquisitorial podía hacer abusando de su cargo para vengarse o lastimar a sus enemigos y detractores.

En efecto, hubo inquisidores que no cumplieron ni con la normativa ni tampoco con el comportamiento que la Suprema esperaba de ellos. Por eso, la normativa inquisitorial debía ser recordada cuando dos veces al año “para el buen exercicio de este Santo Oficio”.[16] Además se solía mencionar la necesidad de ese comportamiento si no ejemplar al menos respetuoso con “asistencia y diligencia” a la institución que representaban, especialmente con cuestiones económicas y las relaciones con las autoridades locales. Cuestiones que eran revisadas por los visitadores, quienes preguntaban a todas las personas sobre la actividad inquisitorial y la de los inquisidores. Dichos controles, revisiones, comunicaciones, informes, entre otros testimonios son tan importantes como los procesos inquisitoriales o las causas. Son elementos necesarios que ayudan a comprender a una de las más incomprendidas de las instituciones coloniales, especialmente en la retórica de los políticos contemporáneos.


[1] Jorge Zepeda Patterson, “La peligrosa romantización de la pobreza”, Sin embargo, 13 de junio de 2021, https://www.sinembargo.mx/13-06-2021/3987596

[2] Doris Moreno, La invención de la Inquisición. Madrid: Marcial Pons, 2004

[3] Save the Children, https://www.savethechildren.es/notasprensa/al-menos-640-ninos-migrantes-o-refugiados-han-muerto-en-el-mediterraneo-desde-2014

[4] Werner Stangl, “Consideraciones metodológicas acerca de las cartas privadas de emigrantes españoles desde América, 1492–1824. El caso de las cartas de llamada

[5] Doris Moreno, La Invención, p. 61-94.

[6] Andrea Martínez Baracs, “Guillén de Lampart, 1611-1659. Aventurero, poeta, justiciero y asceta”, Legajos: Boletín del Archivo General de la Nación, vol. 7, núm. 9 (Julio-Septiembre 2011), pp. 157-164, https://bagn.archivos.gob.mx/index.php/legajos/article/view/387

[7] “Carta de Diego Jiménez Muñino, vecino de Puebla, 19 de noviembre de 1604”

[8] Verónica Hernández Landa Valencia, “Entre la historia y la ficción: la tragedia de Guillén de Lampart en Memorias de un impostor, de Vicente Riva Palacio”, Literatura Mexicana, vol. 28, núm. 2 (2017), p. 41, http://www.scielo.org.mx/pdf/lm/v28n2/0188-2546-lm-28-02-00035.pdf

[9] Gabriel Torres Puga, Historia mínima de la inquisición. México: COLMEX, 2019, pp. 20-21, https://libros.colmex.mx/wp-content/plugins/documentos/descargas/HM_Inquisicion.pdf

[10] Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México. México: Librería de la Viuda de Charles Bouret, 1906. T. V: La Inquisición de México, p. 235.

[11] Susana Cabezas Fontanilla, “Nuevas aportaciones al estudio del archivo del Consejo de la Suprema Inquisición”, Documenta & Instrumenta, vol. 5 (2007), p. 40, https://revistas.ucm.es/index.php/DOCU/article/view/DOCU0707110031A

[12] Genaro García, Documentos inéditos, pp. 228-234.

[13] “Abecedario e inventario de los procesos y causas que están pendientes y no se han seguido desde 1657 hasta 1721”, Archivo General de la Nación, Inquisición 443, 85 folios.

[14] “Borrador del abecedario de testificados que aparece en el quinto cuaderno de testificaciones de la Inquisición. Incluye nombre del procesado y delito”, Archivo General de la Nación, Indiferente Virreinal, Caja 2727, exp. 43, 8 folios.

[15] Jacqueline Holler, “The Spiritual and Phisical Ectasies of a Sixteenth-Century Beata: Marina de San Miguel Confesses Before the Mexican Inquisition”, Colonial Lives: Documents on Latin American History, 1550-1850, ed. Richard Boyer and Geoffrey Spurling, New York; Oxford: Oxford University Press, 2000, p. 78-79.

[16] “Abecedario de Cartas Acordadas en 298 folios Domingo de la Cantolla. Secretaría de Aragon (1708)”, Archivo Histórico Nacional (Madrid), AHN. L.1228, fol. 179r.