Redacción Nova Et Vetera | Ma. Camila Agudelo
Creció en Bogotá, hija de Padres de tierrita caliente (su padre era de Campoalegre -Huila- y su madre de Guaduas -Cundinamarca-) en una familia muy adelantada a su época, pues su mamá fue quién la incentivó a estudiar en el lugar donde estuvo Policarpa Salavarrieta, antes de ir al cadalso: “Uno debe estudiar en un sitio con historia, que le haya aportado al país” recuerda Amparo, como si fuese ayer, las palabras que le dijo su mamá y que marcarían el inicio de su trayectoria profesional en su querida alma mater, la Universidad del Rosario.
Celebración 90 años Maria Teresa Hernandez, madre Amparo Buendía Hernández
“El Rosario tiene una impronta que atraviesa todas sus carreras. La calidez, el sentido de lo humano, uno lo lleva a todas partes y eso es realmente valioso, porque uno se siente muy orgulloso de esa marca Rosarista” afirma Amparo, quién en 1976 se graduó de doctor en Medicina y cirugía, como reza en su diploma, con tan solo 8 mujeres en su mosaico, de la décima promoción, con un total de 40 graduados.
Su amor a los niños la llevó a especializarse en Oncología Pediátrica, una vocación que le exigía viajar por el mundo, para estudiar los últimos avances en diagnóstico y tratamiento del cáncer infantil. Viajó a diferentes países como Alemania, Francia, Inglaterra, Brasil, Argentina, Chile, Viena y Tokio, esta última ciudad, una de las que más recuerda con cariño pues allí pudo compartir conocimientos y notables avances científicos con becarios de diferentes lugares del mundo.
Colegio Europeo de Oncologia, Milan-Italia.
Recién graduada como médica, Amparo fue beneficiaria de una beca de la Agencia de cooperación Internacional del Japón –JICA- en 1.987. Esta experiencia marcaría su futuro como oncóloga pediátrica ya que tuvo el privilegio de estar en el National Cancer Center of Japan como becaria.
“El niño vive el momento, el aquí y el ahora, por eso tiene tan claras sus prioridades y disfruta de la vida hoy, pues para ellos la muerte es algo como un viaje, sin tanta angustia, ni temor, tal vez una aventura desconocida”, menciona Amparo, infinitamente agradecida con los niños del Instituto Nacional de Cancerología, en Bogotá, donde trabajo más de 20 años, y por quienes ratifica su vocación.
En 1.998 retorna a su alma mater, esta vez como docente, para dejar huella imborrable, en sus estudiantes, a través de lecciones de vida como “curar algunas veces, aliviar con frecuencia y consolar siempre”- fifteenth century French Folk Saying- frase que Amparo considera el credo apropiado para los médicos que se dedican al cuidado de los niños con cáncer.
Esta frase, así como muchos otros aprendizajes, la toma del prefacio del libro Malignat Diseases of Infancy, Childhood and Adolescence, de Arnold Altman y Allan Schwartz, primer texto de la especialidad médica que había elegido y que la motivó para continuar, en medio de retos y esperanzas.
El 14 de mayo de 2004 Amparo recibió, por parte del rector, el Consejo Académico y de sus estudiantes, el reconocimiento como Profesora Distinguida de la Facultad de Medicina, en una ceremonia donde estudiantes y comunidad Rosarista premian la excelencia en docencia.
Pero no todo fue trabajo, entre sus viajes al exterior y al interior de Colombia, enseñando la importancia del diagnóstico temprano del cáncer-, con colegas, amigos y familia, también pudo descubrir la extraordinaria belleza en lo más simple: “el trópico tiene mucha riqueza, una gran diversidad, con una majestuosa naturaleza, a lo que se suma una gastronomía exquisita” menciona Amparo, reafirmando su amor al jardín, a las plantas y a la cocina, como un lugar de alquimia, donde se dejan de lado las preocupaciones, para crear e inventar sabores y saberes: “cocinar es un detalle de afecto y de amistad, una buena comida no solo alivia las dificultades sino que restablece energías y esperanzas”.
Dedicada a los niños y niñas de otras familias y a sus padres, que bajo su infinita generosidad acompañó en tratamiento y consoló fielmente, en el duro proceso del cáncer, Amparo es un ejemplo de entrega desinteresada “Venimos al mundo para servir, para dejar una huella, plantar una semilla, y yo me dediqué a ayudar, a consolar y acompañar a estas familias, papás y mamás, y a sus hijos, que me dejaron lecciones de gratitud para toda la vida y que me hacen querer profundamente lo que hago” menciona con una sonrisa Amparo.
Hoy en día se siente plenamente realizada, tranquila, instalada en la fría capital colombiana, su hogar y refugio en medio de hermosas plantas que decoran cada equina de su apartamento. Los niños con cáncer, quienes siempre fueron su prioridad, los que están en el cielo y los que siguen caminando en la tierra, siguen siendo su faro y guía, su razón de existir y su recuerdo más afortunado.
Hace más de 80 años ingresaron por primera vez las mujeres al Claustro Rosarista: el 31 de octubre de 1.939 María del Carmen de Zulueta y Cebrián recibió su diploma de doctora en Filosofía y Letras, en la Universidad del Rosario, convirtiéndose así en la primera mujer graduada de la institución.
Amparo del Socorro Buendía es una de estas médicas que se graduó en una época donde era inusual ver a mujeres en las aulas. Ella, al igual que muchas mujeres de su época, hace historia gracias a su disciplina, infinito amor a la ciencia y humanidad.