Skip to main content

¿La izquierda latinoamericana en crisis?

Mauricio Jaramillo Jassir

¿La izquierda latinoamericana en crisis?


La mayoría de medios señala, no sin un acento ligero, que el movimiento progresista en América Latina recula, retrocede y en algunos casos se hunde en el caos. No obstante, buena parte de la supuesta crisis de la nueva izquierda o de eso que algunos denominan con acento redundante gobiernos posneoliberales, está sobredimensionada. Más bien esos regímenes pasan por un momento de reflexión y en la gestión se apartan del radicalismo al que apelaron en sus primeros años. Lo que se esgrime es que la decepción y el desencanto ciudadano se dan de cara a la política. A ésta los ciudadanos endilgan la imposibilidad para resolver sus problemas.

Las derrotas en las elecciones en Ecuador (locales en 2015) y Bolivia (consulta popular para un tercer mandato en 2016) fueron duras pero el proceso no se ha alterado en esencia. Que se decida disentir del gobierno a través del voto, solo es muestra de una cultura política más tolerante y compatible con la democracia.

El momento que vive Brasil no puede ser extendido al resto de países de orientación progresista. Primero, la iniciativa de juicio político contra Dilma Rousseff está plagada de inconsistencias que ocultan el interés revanchista del presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha. Acusado de corrupción, y al no recibir el apoyo del PT, decidió emprender una carrera contra la presidenta que le hará mucho daño a Brasil.  Segundo, no existe tal nivel de dependencia entre la izquierda brasileña y la del resto del continente.

La siguiente fase del ciclo progresista, pasa por convertirse en oposición legítima y efectiva, dejando de lado la idea que solo hay izquierda para gobernar. Tremenda paradoja, pues hace 15 años se pensaba justamente lo contrario, es decir, que estaría condenada a ejercer la oposición. Un sector de la nueva izquierda atrasado se ha considerado como indispensable en el gobierno, y tiene de sí misma, una concepción mesiánica y por tanto, nociva no sólo para la democracia, pues esto debilita los instrumentos de veeduría, sino que la desacredita. La emparenta con los autoritarismos tan mal recordados en la zona.. 

La izquierda ha dejado un legado imborrable luego de la década de neoliberalismo en los noventa, que arrojó un saldo de pobreza y de concentración desastroso. Aún se recuerda cómo el Latinobarómetro de 2004 mostraba que casi el 50% de los encuestados decía estar dispuesto a aceptar un gobierno autoritario, siempre y cuando, solucionara los problemas de tipo económico o material. En los últimos años, el respaldo a la democracia ha aumentado, en buena medida, porque la nueva izquierda puso de manifiesto la dimensión material del proceso democratizador. Más allá de la faceta procedimental que sigue siendo vital para el Estado de derecho, y la división de poderes. 

El activo constitucional es otro de los aspectos en que la izquierda ha avanzado notablemente.  Aunque se hable con insistencia del retroceso democrático, es prudente traer a colación el establecimiento de derechos no reconocidos en el pasado para algunas comunidades condenadas a la exclusión, la protección de recursos naturales, así como la revalorización de los instrumentos de participación. Constituciones empujadas por esos movimientos de la nueva izquierda, se han convertido en modelo. 

La apuesta por democratizar los medios de comunicación ha tenido efectos dispares.  Se le debe reconocer al progresismo, haber introducido el debate sobre el poder desmedido de algunos agentes privados, en el control sobre las comunicaciones. Esto no debe justificar la existencia del llamado Estado comunicador, como lo denomina Omar Rincón, pero no debe esconder tampoco la necesidad por combatir el monopolio de algunos privados en medios, ya que deben estar al servicio del colectivo y con responsabilidades cada vez más complejas, al compás que las nuevas tecnologías hacen posible flujos inéditos de datos, información y conocimiento.  El establecimiento de una consciencia sobre la necesidad de limitar y vigilar el ascenso de poderes fácticos se le debe a este sector de la izquierda. Se olvida que ese establecimiento paralelo (que consiste en determinado medios que esconden interese partidistas), no elegido y exento de control, tuvo mucho que ver en la salida abrupta de Salvador Allende del poder en Chile.

La crisis que se le adjudica a la izquierda progresista en América Latina, no es otra cosa que el desgaste de la política, cada vez más impopular. La prueba de ello, ha sido el éxito de los outsiders, o de algunos líderes que se reivindican como apolíticos tanto a la izquierda como a la derecha. Han sacado provecho de la idea siempre bienvenida, que es necesario un cambio que sólo ellos pueden encarnar, que los partidos que empiezan a adquirir tradición ya están desgastados, y que lo que antes era válido dejó de serlo. Sin embargo, es tan solo una fase más del proceso que seguramente hará más serena a la izquierda. Circunstancia deseable para la consolidación de la democracia.