Bulgaria y Moldavia, un nuevo equilibrio en Europa
Mauricio Jaramillo Jassir
Mauricio Jaramillo Jassir
El último resultado de las elecciones presidenciales en Bulgaria y Moldavia, da cuenta de un nuevo equilibrio en Europa. Todo en virtud del triunfo en comicios de candidatos, que al menos en el papel, aparecen como pro-rusos. Se trata del general búlgaro Roumen Radev, y el líder moldavo, Igor Dodon. Claro está, en ningún momento, han hecho prueba de un discurso antieuropeo, y más bien, han procurado buenas relaciones con ese continente, del cual dependen en distintos grados. Sofía, entró al bloque junto con Rumania, en una de las olas de ampliación más ambiciosas de la Unión y que tuvo dos fases. Aquella de enero de 2007 en la que ambos entraron, y la de mayo de 2004, cuando buena parte de los llamados países satélites, de la entonces Unión Soviética, ingresó al bloque europeo. Bulgaria tiene intereses clave en la región, pero ahora busca un nuevo equilibrio acercándose a Rusia. Paradójicamente, por estar dentro de la UE, dispone de más margen de maniobra, y no debe enfrentar la estrechez decisional de los candidatos al bloque, sometidos a la fuerte presión de Bruselas.
Es decir, tanto Bulgaria como Moldavia han intentado tener buenas relaciones con Rusia, pero con estos líderes esa idea irá más allá. Los dos políticos elegidos en noviembre de 2016, se han manifestado en contra de las sanciones contra Moscú, y han sido enérgicos en reconocer la anexión de Crimea como legítima. Dos puntos esenciales en las discusiones en el seno del llamado Viejo Continente y Rusia. Con esto se comprueba, además, que no todos los Estados del espacio postsoviético, tienen una relación envenenada con Moscú producto del pasado. En algunos casos, Vladimir Putin ha hecho un trabajo para conservar su imagen, y valga decir, ha logrado imponerse en sectores clave de la población.
Ahora bien, hasta ahora ni Sofía ni Chisinau se han caracterizado por disentir con Moscú, por eso algunos no vaticinan grandes cambios en esa relación. Moldavia no sólo tiene una importante minoría rusa que llega al 20% de su población, sino que ha sido consciente desde su independencia en 1991, que Rusia ha jugado la carta del secesionismo en Transnistria con quien mantiene fuertes vínculos, para hacer presión sobre ese gobierno. A esto se suma la fuerte dependencia energética.
Esto significa al menos que por ahora, Europa sigue cediendo terreno ante una Rusia, que se reafirma como una potencia regional. Pero no sólo eso, se demuestra también que no es cierto que los países que hicieron parte de la URSS o que estaban bajo esa zona de influencia en la llamada Cortina de Hierro, se vean abocados a escoger entre uno y otro bando. Entre la UE y Rusia, algunos han optado inteligentemente por el equilibrio. Por ende, la apuesta reciente de esos gobiernos, más que apuntar a un alineamiento con Moscú, refleja la apuesta por un balance necesario no sólo para esas naciones, sino que le conviene a la zona en su conjunto.
Europa avanzó desde finales del siglo pasado, y a comienzos del milenio en dos terrenos, que provocaron un efecto, cada vez más visible en la zona. Se trató de las ampliaciones de la UE y las de la OTAN, a pesar del compromiso por mantener un equilibrio en la zona, tras la caída de la URSS. Fue un acuerdo clave para la distensión de las relaciones Este y Oeste, que esa región fue desconociendo poco a poco, partiendo de la concepción de una Rusia debilitada situación que según el cálculo de algunos mandatarios europeos, había que aprovechar. Se trató obviamente de una subvaloración, en aquellos nefastos años de la administración de Boris Yeltsin. Este renacer de Moscú no es nuevo, como tampoco lo es, que algunos de esos Estados que se pensaba pasarían automáticamente a la órbita de influencia occidental, no comulguen con la idea de abrazar en todos los sentidos el proyecto europeo, cada vez con mayor influencia de Washington. La defensa de las Revoluciones en Georgia y Ucrania en 2003 y 2004 respectivamente, sirve de testimonio.
De nuevo, Rusia ha sabido acercarse a estos Estados tratando de presionar porque en el caso moldavo se aleje la posibilidad de firmar un Acuerdo de Asociación con la UE. El recién elegido presidente, Dodon, se mostró cercano a la idea de consultar directamente al pueblo sobre esa posibilidad. Moscú, por su parte, respondió con restricciones en el mercado a productos de Moldavia, en la medida en que se acercaba tal esquema de asociación. Regiones como Gagauzia partidarias de estrechar los lazos con Rusia, han recibido por parte de ese país ventajas arancelarias, por lo que será muy difícil pactar un acuerdo con Europa, en el que quepan todos los moldavos. Situación muy diferente a la de Bulgaria, que desde el gobierno anterior de Boiko Borissov, que por más liberal y pro europeo que fuera, mantuvo una postura cordial con Moscú, a sabiendas de las ventajas enormes que se desprenden de ese vínculo histórico, desde el periodo soviético.
Una nueva Europa surge de las circunstancias actuales, esto es las crisis financieras recientes que mostraron el peso de Estados como Grecia, tan relevantes en el destino del bloque como cualquiera de los fundadores, la eventual salida del Reino Unido, y por supuesto el avance raudo de la extrema derecha. Entretanto, los países del centro y oriente de Europa se reacomodan en el nuevo tablero, mostrando con ello nuevas posibilidades para generar equilibrios.