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Tragedia y Utopía

Tomás Molina

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En un pequeño café con vista a la Plaza de la Concordia, dos hombres sostenían un animado diálogo. El primero, Antonio P., era un portugués de veintitantos años y semblante serio; su oficio era el de profesor de filosofía. El segundo, Francisco B., era un latinoamericano más joven, apasionado por la política y la economía. En el momento de nuestra llegada, el diálogo transcurría de la siguiente manera:

—Pero si de verdad es cierto que la vida es tan trágica y dolorosa, ¿por qué sigues viviendo? ¿La conclusión lógica de tu pensamiento no es el suicidio? Te burlas de las masas que viven engañadas, pero al menos ellas tienen cierta existencia lógica: creen que la vida puede ser buena y por eso viven. Tú no, tú vives en plena contradicción –dijo Francisco con la certeza de haberle dado una estocada mortal a António.

—La mayoría de la gente sabe que la vida es trágica porque lo experimenta a diario, solo que no lo cree. Piensa en el hombre concreto de carne y hueso. Es claro que tiene sueños, aspiraciones, metas. Pero los sueños que cumple lo decepcionan, las metas que alcanza lo hastían. Entre su deseo y la plenitud que lo colma se extiende el infinito. Y aun así, dicho hombre persiste en su creencia de que la vida es buena. ¿Qué clase de existencia lógica es esa? Yo reconozco que el hombre vive permanentemente frustrado, que el hombre es impotencia. No pudiendo colmarse con los actos, tal vez sea más feliz soñando que viviendo. Por eso no trato de despertar a nadie, ni de convertir en evangelio mi doctrina: solo aspiro a vivir de acuerdo a ella.

“Dirás que soy un nihilista, pensarás que no creo en nada, que habito en el vacío. Es todo lo contrario: creo que vivimos en el ser, pero en un ser corrupto, deforme, ciego. Heráclito decía que el fuego es la fuente de todo. Nosotros debemos añadir: un fuego que nos destruye, nos quema, nos daña. Por eso nada tiene la plenitud absoluta que buscamos. Vivir conscientemente es vivir despierto a esa verdad. Los gnósticos antiguos ya la habían visto, pero imaginaron otro lugar donde el ser sí alcanzaba plenitud, donde sí era lo que debía ser siempre. De ese modo se perdieron de aceptar las cosas como son. Lo cierto es que en la vida nada tiene plenitud, todo degenera. Mi filosofía consiste en aceptarlo. ¿Para qué patalear mientras te ahogas en las contaminadas aguas del ser?”.

“Dices que debería matarme si esa es mi filosofía de vida. Pero tengo dos razones para no hacerlo. Primero, porque todos tratamos de perseverar en nuestro ser: plantas, peces, humanos. De algún modo inconsciente tratamos de no morir, de aferrarnos a la vida. La voluntad es voluntad de vivir. Si los demás animales pudieran razonar como nosotros, seguramente también inventarían la inmortalidad. Creo que tenemos una furiosa hambre de ser. Tienes una sonrisa de escepticismo. Esa respuesta no te basta: si fuese así no existirían los suicidas. Es verdad. Por eso tengo una segunda razón. Soy un pesimista: creo que la muerte puede ser aun peor que la vida. Quizá la nada sea más terrible que el ser. Quien se mata es un optimista irremediable, un ingenuo que confía en otro estado de cosas que no conoce. Fue el caso del “pesimista” Mainländer. Con razón Nietzsche lo llamó ‘vieja criada’ y ‘sentimental apóstol de la virginidad’. Como puedes ver, acepto la vida porque soy lógicamente consecuente con lo que siento y pienso. Realmente actuar lógicamente no es la gran cosa, pues puede ser uno consecuente con ideas estúpidas. Nuestra época insiste en la coherencia porque no ha entendido esa sencilla verdad. Pero en este caso creo que se trata no de cualquier idea, sino de la verdad”.

Francisco meditó un poco y respondió:

— Pero si crees que son mejores los sueños que la realidad, ¿por qué no vives entonces en ellos? ¿Por qué prefieres mirar valientemente a los ojos al ser supuestamente deforme que se te presenta?

— Sabiendo lo que sé, no puedo vivir ya en los sueños –dijo Antonio en voz baja.

— Estar totalmente despierto implica cierta plenitud: la plenitud de la conciencia, del yo, de los sentidos. Pero dices que cualquier clase de plenitud es imposible: por lo tanto, es imposible estar totalmente despierto. ¿No estarás en una fantasía como todos los demás? En cualquier caso, tu posición me parece muy extrema. Puede que, en efecto, nada se acerque a nuestros sueños, pero hay cosas que nos complacen relativamente y que nos permiten vivir mejor. Sin duda yo prefiero vivir en una sociedad más o menos justa que en una sociedad que tiende mucho hacia la injusticia. Puede que nuestra vida actual sea miserable, pero puede mejorar. Las condiciones pueden cambiar mediante una revolución, o al menos mediante una reforma importante. Sin embargo, primero hay que pensar una utopía que nos permita…

António interrumpió con una suave sonrisa escéptica que irritó levemente a Francisco:

— Si participo de la fantasía es en un grado mínimo. Sobre lo otro que dices: creo que imaginamos una sociedad mejor precisamente para poder soportar la que tenemos ahora. Mira el funcionamiento de las revoluciones. El mensaje revolucionario siempre consiste en que la verdadera revolución no fue la de ayer, sino la que se hará mañana. Las condiciones después de la primera revolución siguen siendo malas y por eso es preciso continuarla, profundizarla. Es decir, toda revolución necesita una nueva revolución imaginada que la haga soportable. “Todo está mal ahora, pero ya veréis en la próxima revolución, i.e., cuando la revolución actual se profundice: ahí sí viviremos felices”, es el mensaje de todo régimen revolucionario que quiera mantenerse en el poder. Las utopías son útiles, las revoluciones inútiles. O al menos son inútiles para lo que pretenden. En realidad resultan muy útiles para los hombres en el poder.

—Me parece que la función de la utopía es contraria a la que dices. La utopía hace insoportable nuestra vida actual. ¿Quién se puede conformar con lo que tiene cuando se le ofrece un mundo más brillante? Cuando pensamos que no puede haber nada mejor que el presente terminamos exaltándolo. Pero basta la mera alusión a una mejor vida para que la imaginación de los hombres se excite y desprecie lo que tiene. Si lo piensas bien, los pensadores que más ponen en peligro al régimen no son los meros críticos del ahora, sino los que abren un horizonte de posibilidades para el ser humano. Por eso, las utopías no son meros ejercicios intelectuales, simples sueños de filósofos. Son, al contrario, una herramienta política muy poderosa. Si yo quisiera mantenerlo todo como es, trataría de que los hombres no pensaran utópicamente. Un régimen ha triunfado totalmente cuando sus súbditos son incapaces siquiera de imaginar una alternativa a lo que hay.

“En todo caso, si es verdad lo que dices sobre las revoluciones, entonces esa es una prueba del auténtico compromiso utópico que las anima. Si se promete una nueva transformación en el futuro, eso quiere decir que nadie quiere conformarse con lo ganado, que incluso los líderes aspiran a más. No es una estratagema para mantener la subyugación sino, al contrario, para quitarse de encima todo lo que hace miserable la vida humana. En fin: tú crees que la utopía ayuda a hacer soportable la vida; yo creo, en cambio, que la tragedia hace que los hombres se contenten con su miserable presente”.

—En realidad estamos de acuerdo sobre la tragedia. Yo también creo que ella nos ahorra los desgarramientos y las fatigas de la esperanza. La vida consciente de la situación trágica del hombre descansa apaciblemente en la quietud de un presente que no cambia –dijo António con el tono arrogante de las personas que están muy seguras de lo que dicen.

—Bien, bien, nos puede ahorrar desgarramientos, pero el peso del yugo actual no desaparece. Las espaldas humanas no dejan de tener marcas simplemente por dejar de soñar en un mejor futuro. Al contrario: solo pueden dejar de tenerlas porque soñaron. En fin, piénsalo bien: tú y yo seríamos pobres esclavos si nadie se hubiese rebelado contra los amos. Es decir, seríamos esclavos si ningún esclavo se hubiese atrevido a soñar con la libertad para todos.

—No lo sé. ¿Cuántas revoluciones de esclavos han sido exitosas? Frunces el ceño. No te molestes. Es verdad: podemos pensar en Haití. ¿Pero dónde están esos hombres libres ahora? ¿En el país más pobre del hemisferio occidental? No parecen muy libres. Cambiaron los amos franceses por los dictadores locales. Ahora me dirás que los amos también pueden soñar un mejor futuro para sus esclavos y en consecuencia pueden liberarlos. Eso bien puede ser verdad, ¿pero qué les han ofrecido a cambio? El trabajo asalariado. ¿Gozan los asalariados de libertad? Sí, de libertades hedonistas y de algunas pocas libertades políticas, pero tienen menos control de su vida de lo que creen. ¿Carecen de maltrato en su trabajo? Quizá del físico, pero la angustia de ser despedidos en cualquier  momento no es precisamente el mejor de los mundos posibles. No levantes las cejas. Es innegable que hay diferencias importantes, lo que yo meramente afirmo es que esas diferencias no hacen que la vida humana sea mejor en un sentido auténtico. Son paliativos, como mucho.

Aunque debo decir que había esclavos mejor tratados que la mayoría de los asalariados de hoy. En todo caso, lo que verdaderamente queremos sigue estando fuera de nuestro alcance. Me mantengo en mi tesis: nuestros actos carecen de plenitud. El cambio de la esclavitud al trabajo asalariado sigue sin resolver el corazón de la situación humana.

Francisco no se tomó bien las palabras de António y respondió golpeando suavemente la mesa:

— ¡Este hombre! Quedaría perplejo si fuese verdadero lo que dices, puesto que toda la historia no sería más que la eterna recurrencia de lo Mismo, la repetición incesante de un solo acto trágico. Por lo demás, te olvidas que las tragedias no tienen una duración infinita: cuando se han acabado les sigue una comedia. ¿Y después de la comedia quizá sigue la utopía? Bueno, supongamos que estamos muy lejos de nuestra meta: pero nos acercamos cada día más. Tú piensas que cada paso dado está a igual distancia de la meta, independientemente de su dirección. Caminar, en ese sentido, nunca es avanzar. Pero yo te digo que prefiero el trabajo asalariado a la esclavitud, siempre que paguen bien y las condiciones sean humanas. No solo lo digo: ¡estoy completamente convencido de ello! Es bastante obvio qué es lo que se necesita para una buena vida. Terminar con la esclavitud es claramente uno de los requisitos para llegar a ella. Acabar con el trabajo asalariado también, pero su existencia es un paso en la dirección correcta. Tal vez no lo quieras ver, pero eso no quiere decir que la evidencia no esté ahí.

Después de un largo silencio, António bebió un poco de vino y respondió tranquilamente:

—Creo que la idea de saudade expresa bien lo que pienso. Los portugueses soñamos y deseamos lo que hemos perdido precisamente porque, al menos en parte, lo hemos perdido. Piensa por ejemplo en los exploradores de hace unos siglos. Mientras viajaban por los puertos maravillosos de la India, del Emperador Amarillo y de los shogunes; mientras viajaban, en fin, por tierras donde no veían rostros familiares ni paisajes conocidos, empezaron a vivir soñando con los verdes campos que abandonaron en Portugal, pero que ya no existían o quizá no volverían a ver. Si nunca hubiesen salido de su tierra no la desearían nostálgicamente, no tendrían saudade. Por eso sostengo que la saudade solo puede surgir de lo que hemos perdido y no podemos recuperar. En ese sentido soy saudadista: soy consciente de que lo que más deseo está para siempre fuera de mi alcance. Pasamos nuestra vida persiguiendo algo que no podemos tener.

—Creo que todos hemos experimentado de algún modo el sentimiento de desear algo que hemos perdido. Pero nada de eso nos ha vuelto esencialmente trágicos.

—Quizá porque nadie se atreve a vivir con la verdad trágica. Me parece, como te decía antes, que la mayoría de la gente vive en negación fáctica de la realidad: “experimento todos los días la tragedia, pero actúo como si no fuese así”. En todo caso, para mí lo que hemos perdido no es solo una persona o un objeto en concreto: nuestra existencia misma persigue objetos imposibles de alcanzar que confundimos vagamente con los que sí. Ser humano es fracasar, es no conseguir lo que nos proponemos, al menos no tal y como lo soñamos. ¿Hay alguien tan decepcionado como quien supuestamente alcanza sus sueños? Cualquier persona con éxito y un par de neuronas necesariamente es una desencantada, una desengañada. Sabe que lo que consiguió finalmente no era lo que quería conseguir. En efecto, los seres humanos ni siquiera queremos lo que creemos querer. De eso solo nos damos cuenta, si es que nos damos cuenta, cuando conseguimos algo. ¿De qué plenitud se puede hablar entonces?

— ¿Quieres un triunfo que colme? Tienes el amor. Quizá todo decepcione, pero el amor sí es plenitud. Aunque es posible que tampoco quieras ver eso.
Francisco aprovechó para fumar y relajarse mientras su interlocutor respondía. No quería que António pensara que estaba ganándole dialécticamente debido a sus apasionadas reacciones.

—Puede ser –dijo el portugués.

Francisco se sonrió. El humo se escapó de sus labios y António tomó de nuevo la palabra con serenidad:

—No niego la posibilidad, pero tengo dos objeciones. Primero no estoy seguro de que el amor sea para mí. Dudo que a todos nos corresponda enamorarnos y tener una pareja. El amor correspondido es un privilegio para unos pocos. Segundo, me parece que incluso ese amor correspondido, por pleno que sea mientras dure, suele terminar en tragedia, en dolor, en separación. Por eso no creo que refute mi visión trágica de la vida. En realidad la confirma. Así pues, ¿para qué enamorarme? ¿Para qué intentar algo si sé que no llegará a buen término? Colmarme transitoriamente…Prefiero vivir sin esperanza.

—En fin, de todas maneras no me parece que seas tan consecuente como dices. Un trágico como tú debería vivir en el más duro de los celibatos, en la negación más disciplinada de los placeres y de la vida.

—Buscar  mujeres es para mí igual que comer o dormir: una simple necesidad biológica. A veces he pensado en librarme de ella, pero…

António calló y le sirvió más vino a Francisco.

—De algún modo tienes esperanza. Si no renuncias a las mujeres quizá es porque secretamente esperas enamorarte. ¿Serás un utópico que no lo acepta?, respondió Francisco con una sonrisa triunfal.

—Soy consecuente con mi espíritu trágico: nada tiene solución. Quizá librarme del deseo sexual sea peor que tenerlo –dijo António en descrescendo.

—Me parece que lo que dices es un poco inverosímil. Si todo sale mal, si nada tiene solución, no deberías hacer nada. Deberías volverte un ermitaño, un anacoreta en los confines del mundo habitado. Deberías habitar bosques vírgenes, abandonado a la suerte, o meditabundo en una caverna. Pero si eliges un curso de acción en el mundo es porque, incluso si no lo crees, tienes esperanza en que algo sí puede salir bien. Solo un idiota actuaría pensando que todo saldrá mal. Por lo tanto, si eliges seducir mujeres de algún modo crees que sí pueden darte el amor, aunque lo niegues.

—No, yo no quiero su amor. No quiero desgastarme.

Francisco se quedó pensativo un momento y dijo:

—Creo que tú no eres trágico solo porque hayas descubierto la tragedia sino porque la disfrutas. En otras palabras, el modo de vida trágico no es simplemente la opción irrenunciable que la lógica te muestra, sino un modo de vida que perpetúas esencialmente porque te gusta. De ahí que el amor sea anatema en tu visión de mundo. El amor acabaría el goce de tu dolor, de tu situación. Tú sí crees que podrías encontrar el amor, precisamente por eso quieres huir de él. Puedes fantasear secretamente con el amor cuando seduces mujeres, pero no quieres que llegue a tu vida pues arruinaría tu identidad de hombre trágico. ¿¡La dicha!? ¡Horror! ¿Qué sería de tu vida sin la queja constante?

“Yo comparto tu visión trágica hasta cierto punto. Los pobres, los miserables, los que sufren: el mundo está lleno de ellos. No hay duda. Pero al mismo tiempo estoy convencido de que precisamente por eso la situación debe cambiar. La utopía no me espanta, no me parece lo totalmente Otro. Utopía significa etimológicamente u-topos, el no-lugar. Es decir, utopía es lo que no existe en ninguna parte. Pero también es cierto que utopía es lo que no existe hoy. El mañana es un u-topos para nosotros, es un no lugar. Y sin embargo, el mañana llegará y se encarnará en el presente. ¿Y qué importa si no alcanza toda su máxima plenitud? Seguiremos dándole todo el brillo que podamos. Subestimas lo que podemos hacer”.

António rio sardónicamente con la respuesta de Francisco.

—Sí, sí, ese es el lema con el que nos bombardean hoy: ¡Has de cambiar tu vida! ¡El futuro será mejor! Pero no, yo me resigno. Tienes razón: disfruto la tragedia. Por eso no necesito la comedia que le sigue. Tener esperanza es propio de gentes desesperadas. Yo no desespero precisamente porque he llegado a buenos términos con la tragedia del mundo. Así pues, tampoco necesito del amor. Los triunfos son innecesarios e imposibles. Resignémonos a lo adquirido.

—Eso es exactamente lo que no podemos hacer –dijo Francisco abriendo bien los ojos.

La noche cayó sobre la ciudad. El rumor que producían las voces de los turistas pronto llenó el café. Cansados ya de la conversación, António abandonó el lugar con una sonrisa en sus labios, mientras Francisco permaneció, ya más calmado, mirando absorto los transeúntes que pasaban frente a la ventana.