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Venezuela, protagonista en Cumbre de las Américas

Mauricio Jaramillo Jassir

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El escenario no puede ser más explosivo con miras a la próxima Cumbre de las Américas a desarrollarse en Lima entre el 13 y 14 de abril, con dos anuncios que serán clave para la institucionalidad hemisférica en lo que resta del año. Primero, por el anuncio del Grupo de Lima compuesto por aquellos Estados de América Latina que quiere hacer presión sobre Venezuela, para que se dé una transición, se libere a los presos políticos y se le reponga a la oposición derechos políticos, claramente arrebatados. En cabeza de la canciller peruana, Lucía Cayetano, se aclaró que el gobierno de Venezuela no sería bienvenido a la próxima Cumbre de las Américas donde cada tres años se dan citan los jefes de Estado de la zona. Lo segundo como consecuencia de lo anterior, pasa por el anuncio desafiante hecho por Nicolás Maduro, de que no tendrá en cuenta tal advertencia, y que efectivamente se desplazará a la mencionada reunión.
 
La Cumbre de las Américas se ha convertido recientemente en escenario de disputas ideológicas. En la sexta edición llevada a cabo en Colombia en 2012,  el gobierno de Rafael Correa condicionó su llegada a la cita, a que la administración de Juan Manuel Santos, invitara expresamente a Cuba.  Luego de varias semanas de tensión, y ante la evidente incomodidad del gobierno colombiano para sortear la presión, Cuba terminó anunciando que de todos modos no asistiría, y rechazando cualquier posibilidad de reingreso a la esfera hemisférica de la que fue suspendida en 1967, en plena Guerra Fría.
 
Luego en la VII Cumbre de 2015 en Panamá sucedió un hecho inédito desde la segunda mitad del siglo XX. En un mismo escenario diplomático regional, coincidieron y hablaron directamente un presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, con el jefe del Consejo de Estado cubano, Rául Castro.  Aquello significó allanar el camino para el restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas, y que una nueva era asomara en la región, interrumpida por el gobierno errático de Donald Trump.
 
Esta vez, y en plena antesala de la VIII Cumbre, este foro que hace parte del sistema hemisférico de la OEA, tenderá a convertirse en el escenario de la disputa entre Venezuela y varios Estados del continente que han buscado por todos los medios aislar y presionar por una transición.  No obstante, Perú como anfitrión corre el riesgo de salir mal parado por cuenta de las intenciones de Nicolás Maduro. Esta situación tiene un claro antecedente. En 2016, Venezuela suspendida de Mercosur, no fue invitada a una conferencia de ministros de Relaciones Exteriores en Argentina, y Delcy Rodríguez entonces canciller (hoy cabeza de la controvertida Asamblea Nacional Constituyente) llegó al encuentro a pesar de la sanción que pesaba sobre su país. Aquello, aunque fue bochornoso, no pasó a mayores.
 
En Lima se corre el grave riesgo de que Maduro aproveche la poca popularidad de la OEA y el anacrónico sistema hemisférico para ganar aceptación luego de varios años en que la revolución chavista, otrora con tanto prestigio en el exterior, hoy parece condenada al patético esfuerzo de tener que llamar la atención a cualquier precio.  Hugo Chávez en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005, convirtió el encuentro en una especie de cumbre de los pueblos para lanzar el ALBA (en ese entones Alianza Bolivariana para las Américas) y condenar a la OEA, por tantos años de sumisión frente a Estados Unidos, y por el silencio de varios gobiernos frente a contradicciones insalvables (la más visible fue la sanción a Cuba por supuestamente no ser democrática, mientras se alentaba a los gobiernos militares en el Cono Sur).
 
Maduro seguramente intentará repetir el gesto de Chávez interpretado en pleno auge de la nueva izquierda, como heroico y original. Para este momento, todavía se discutía sobre el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsada por Bill Clinton en 1994 en la primera de las Cumbres de ese tipo. En ese 2005, el mundo reclamaba por el exceso de la paranoica guerra contra el terrorismo lanzada años atrás por George W. Bush. La historia ahora es bien distinta.   No tanto porque la mayoría de gobiernos en la zona sean conservadores, sino por el evidente degaste de la diplomacia venezolana. No solo se trata de la dramática situación interna, sino porque los circuitos para las denuncias por agresiones externas parecen hoy inexistentes.
 
El propio gobierno de Nicolás Maduro se encargó de alargar el vacío de poder en la Secretaria General de UNASUR, de restarle importancia a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC, y de liquidar el ALBA. Tres proyectos que hace  algunos años, sugerían un continente capaz de reinventarse desde lo institucional. Por primera vez desde los 60, la región sobrepasó los dogmas de las teorías de la integración sobre el neoliberalismo como vector del acercamiento regional, y la concertación política parecía no solo necesaria, sino irreversible.
 
El desafío lanzado mutuamente por el Grupo de Lima y Nicolás Maduro muestra la ausencia de mecanismos regionales, para la solución de crisis internas. En el pasado reciente, se pensó que con la inclusión de cláusulas democráticas para sancionar a los Estados, que rompían el orden constitucional resultaba que se dejaban atrás coyunturas que pusieron en riesgo la democracia.  Una crisis como la venezolana, hace necesario hoy más que nunca, revivir a UNASUR, lejana a las presiones nocivas de Estados Unidos, y única institucional regional capaz de ejercer una interlocución que alivie el drama de millones, en ese cada vez más alejado país.