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Papá, más allá de la imagen

Verónica Ortiz

Fotografía: Verónica Ortiz

Ha pasado más de un mes desde el fallecimiento de mi padre. Imagino este escrito como una especie de comunión, quiero que mis palabras se conjuguen con las fotografías que tanto le hice y que para mí son la prueba más palpable de ese afecto intenso, honesto y creador que diariamente no cesamos de profesarnos.

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Fuese invierno o verano, éramos siempre Álvaro Pablo -o Papulín- sus cigarrillos, mi cámara y yo. Cada vez que conseguimos reencontrarnos, mi deseo era claro: compartir con él mientras intentaba capturar y eternalizar de alguna manera ese "algo". Algo de su semblante, quizás una fracción de sus barbas y a veces de sus afeitadas -sé que no gustaban nada-, de esa necesidad feroz e instintiva por la escritura. De esas manos y mocasines manchados de cenizas, que impregnaban pareciera casi todos los libros del mundo, de ese cuerpo en vida que yacía y renacía enterrado en ellos.

También nuestros recorridos de librerías y heladerías, los juegos con felinos y con muñecos que en su definición eran “seres abatidos, ridículos y extraños”, a quienes pienso tan familiares invitados de honor, para acompañarnos en ese mundo infantil de padre e hija, de amigos imaginado.

Como motor inicial, defino la compulsión de fotografiarlo como el miedo que profundamente me albergaba, ese miedo constante a su muerte de alguna manera predestinada. Repetía mi madre: “tu papá fuma como una chimenea, le va a dar algo”. Mi papá con su clásico tono hipocondríaco: “si voy al médico, me van a decir que tengo cáncer por el cigarrillo y me va a agarrar un infarto fulminante”.

Al detenerme a observar los últimos retratos que conseguí hacerle, creo que sin saberlo, percibí en ese entonces de algún modo que algo venía cambiando en mí, en nosotros, una suerte de quiebre, lo veo como un silencio sereno y apacible entre ambos, esa despedida de dos meses donde solo tuve la necesidad de sacarle un par de fotos.

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Después de su fallecimiento me aferro a una verdad personal, ese miedo tan angustiante no fue más el impulso vital de la acción, quizás lo que fui comprendiendo es que nuestra conexión profunda fue siempre la “esencia” que cubrió todo, una fuerza que siento que va más allá de la imagen y de la muerte, una fuerza que imagino que viaja de sus arterias cerradas para hacer las mías más abiertas.

Me gusta recordar una frase del primer libro que compró mi padre en Buenos Aires:

“Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte”.

Viaje al fin de la noche - Louis-Ferdinand Céline