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Vendrán lluvias suaves o los peligros de la automatización

Ismael Iriarte Ramírez

Vendrán lluvias suaves o los peligros de la automatización

-Hoy es 4 de agosto de 2026 -dijo una voz desde el techo de la cocina- en la ciudad de Allendale, California -repitió tres veces la fecha, como para que nadie la olvidara-. Hoy es el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puede pagarse la póliza del seguro y también las cuentas de agua, gas y electricidad. […]

-Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno!
Pero las puertas no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía fuera. […]

Este fragmento de Vendrán lluvias suaves, inquietante relato de Ray Bradbury, da buena cuenta de los temores que tradicionalmente han generado los avances tecnológicos. Lo que en 1950, fecha de publicación de la historia, se consideraba como el producto de la exacerbada imaginación de un autor vinculado siempre con la ciencia ficción, hoy se ha convertido en una tendencia que crece a ritmo exponencial y amenaza con cambiar la cotidianidad más pronto que tarde.

[…] El sol asomó por detrás de la lluvia. La casa se alzaba en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única que quedaba en pie. […]

El relato, en el que a lo largo 2368 palabras se encuentran apenas vestigios de una extinta humanidad, describe la penosa agonía de una casa automatizada e hipercomunicada, pero inútil y decadente sin personas que la conviertan en un hogar. Hace casi 70 años Bradbury plasmó lo que de forma inequívoca hoy identificamos como el “internet de las cosas” y su detallada caracterización de los aditamentos con lo que está dotada la vivienda, bien podría equipararse a los videos que de forma cada vez más frecuente son empelados por los “gurús” de la innovación para mostrarse vigentes y capturar la atención de sus audiencias.

Aquí la silueta pintada de blanco de un hombre que regaba el césped. Allí, como en una fotografía, una mujer agachada recogía unas flores. Un poco más lejos -las imágenes grabadas en la madera en un instante titánico-, un niño con las manos levantadas; más arriba, la imagen de una pelota en el aire, y frente al niño, una niña, con las manos en alto, preparada para atrapar una pelota que nunca acabó de caer. Quedaban esas cinco manchas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una fina capa de carbón. La lluvia suave de los surtidores cubrió el jardín con una luz en cascadas.

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¿Pero qué hace que a pesar del paso del tiempo y una mayor sensibilidad de la sociedad frente a estos cambios todavía generen admiración y miedo por igual? Sin dudas la respuesta parece encontrarse en la inminente desaparición no de la humanidad, sino de la condición humana. De este temor se desprenden otros apenas naturales, como el relacionado con la sustitución y desaparición de fuentes de empleo, tal y como lo desarrolla en sus trabajos Nicholas Carr, reconocido por su posición crítica frente a la dependencia cada vez mayor de la tecnología y de reciente paso por Colombia, invitado por la Universidad del Rosario.

Carr traslada la cuestión a aspectos más estructurales que el mero fenómeno de desplazamiento laboral. Tal es el caso de la generación de una élite cada vez más excluyente que controla la tecnología y se aleja de la masa, destinada a labores que no presentan un mayor grado de sofisticación y cuya remuneración se encontrará también rezagada. 

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Sin embargo, el aporte más relevante de Carr se encuentra en el hecho de poner el dedo en la llaga sobre la tendencia a confiar excesivamente en la automatización de procesos en los que la participación del hombre aún resulta determinante. Esta excesiva sensación de confianza nos vuelve perezosos y amenaza con privarnos de talentos imposibles de replicar como la experiencia real, el sentido común o el pensamiento crítico y creativo.

Personas que se apropian de la tecnología y le aportan valor, esta no solo parece ser una mejor fórmula que aquella que plantea el progresivo y total desplazamiento del hombre por la máquina, sino que también presenta un panorama más tranquilizador frente a la llegada cada vez más frecuente y revolucionaria de nuevas tecnologías.

[…] La aurora se asomó débilmente por el Este. Entre las ruinas se levantaba solo una pared. Dentro de la pared una última voz repetía y repetía, una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de escombros humeantes:
-Hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es…
 
Referencia
Bradbury, R. (1990). Vendrán lluvias suaves. Crónicas marcianas. Minotauro.