¿La verdad nos hará libres?
Tomás Molina
Para la Ilustración, la verdad juega un papel fundamental en el progreso y la libertad de las sociedades. Las verdades que la ciencia descubre sobre el universo, por ejemplo, deberían construir un mundo más libre y menos dogmático.
Al señalar el origen biológico del ser humano o al explicar la ubicación de la Tierra en el sistema solar, la ciencia transforma nuestra concepción del mundo y nos permite enterrar tradiciones y políticas que se basaban en historias falsas. La Ilustración defiende la libertad como requisito para encontrar la verdad y así liberarnos de las cadenas de la superstición. La verdad tiene que hacernos libres, pero al mismo tiempo debemos ser libres para poder buscar la verdad.
La idea ilustrada que acabo de señalar es precisamente la que anima a pensadores como Chomsky. De acuerdo con ellos, si mostramos los horrores y las idioteces de los políticos contemporáneos, podremos convencer a la gente de tomar un rumbo más racional y progresista que el actual. Estamos encadenados a regímenes opresivos porque la verdad no ha llegado a suficientes oídos. Hay un sistema propagandístico que lo impide. La tarea de las personas educadas y bienintencionadas sería la de hacer saber la verdad. Eso mismo intentaron hacer los ilustrados del XVIII. Si hoy hay periodistas valientes que se atreven a sacar la verdad a la luz es porque tienen la esperanza de que esta tendrá un efecto liberador. La verdad sobre los regímenes actuales nos libera de ellos, puesto que nuestros deseos son consecuencia de nuestro conocimiento: una vez sabemos que nos están explotando y oprimiendo, queremos liberarnos.
Sin embargo, el psicoanálisis complica esta idea a partir de dos puntos. Primero, para Freud, el sujeto actúa no sobre la base de lo que sabe sino sobre la base de lo que desea inconscientemente. Esto quiere decir que el conocimiento no necesariamente afecta el comportamiento de los sujetos. Podemos saber muy bien algo y aún así actuar en contra de ese conocimiento, dado que nuestro deseo apunta hacia otro lado. La negación del fetichista es el caso típico de esto: “sé muy bien que las bragas son solo bragas, pero necesito que ella las tenga puestas para gozar”. El fetichista, en efecto, actúa aquí de acuerdo a su deseo inconsciente y no de acuerdo al conocimiento que tiene.
Aquí llegamos al segundo punto. Los seres humanos también desean no conocer ciertas cosas: las relativas al inconsciente. Los pacientes de Freud ofrecían una resistencia a las verdades que se les presentaban sobre su parte inconsciente. De hecho, al principio las negaban y renegaban. ¿Pero por qué? Para Freud nuestro consciente se caracteriza justamente por servir de barrera a un inconsciente que queremos negar. Por ejemplo, si nos dicen que realmente siempre hemos buscado parejas como nuestra madre o nuestro padre, vamos a negarlo. Entonces la verdad y el conocimiento difícilmente nos afectan como quiere la visión ilustrada del ser humano. Podemos saber algo y actuar de modo contrario, como también podemos negar y renegar el conocimiento que saca a la luz a nuestro deseo.
Volvamos a la tesis ilustrada. Si nos dicen que nuestros políticos son corruptos y nos muestran pruebas de lo que han hecho, no necesariamente vamos a dejar de creer en ellos. Pueden suceder dos cosas. La primera es la negación fetichista: “sé muy bien que el político es corrupto y malo, pero necesito que gobierne para poder gozar”. La segunda es la no muy exitosa y bastante obvia renegación de nuestro deseo inconsciente: “no creo que sea corrupto, ese es un invento de los enemigos de la patria”. En ambos casos la verdad permanece necesariamente incompleta. Es decir, sabemos la verdad sobre el político pero no sabemos la verdad sobre el deseo inconsciente del sujeto. El sujeto puede decirse que desea un país en paz, etc., pero lo que realmente desea y goza es el exterminio de sus enemigos. Si el político corrupto se lo promete, va a permanecer libidinalmente atado a él.
La verdad, entonces, no nos hace libres con facilidad. Podemos reaccionar incluso con violencia cuando se la enuncia. Esto no quiere decir que no nos pueda hacer libres. De hecho, la apuesta freudiana inicial es que el descubrimiento de la causa de los síntomas produce una disolución de los síntomas mismos. En otras palabras, la verdad libera. Y sin embargo, el “yo” siempre está atento para que no encontremos la causa inconsciente del síntoma. El conocimiento consciente, en otras palabras, es una barrera activa que nos impide conocer el inconsciente y su deseo. El psicoanálisis no puede proceder entonces preguntándole solamente al sujeto consciente cuál es su problema, sino interpretando la asociación libre, pues mediante ella el sujeto baja las barreras de protección usuales. ¿Pero acaba aquí el psicoanálisis? En uno de sus ensayos finales, Freud duda de que podamos escapar del poder de la pulsión de muerte, es decir, de la compulsión a repetir. Nos dice que a pesar de sus esfuerzos repetidos no ha podido persuadir a una mujer de que abandone su deseo por un pene, ni convencer a un hombre de que ser pasivo no significa que esté castrado. Esas son verdades evidentes y aún así los sujetos están empeñados en repetir y repetir lo mismo una y otra vez.
¿Libera la verdad? Quizá, pero no de manera tan fácil como lo imaginaba la Ilustración.