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Fantasía y realidad en las aventuras de J.R.R. Tolkien

Nicolás Enciso Zuluaga

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“Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios” J.R.R. Tolkien. Sobre los cuentos de hadas (1947)

A lo largo de los años, la literatura ha sido una herramienta de suma importancia para las personas que encuentran en ella la oportunidad de expresarse acerca de un hecho en concreto o de más, si se desea. Tal es el caso del filólogo británico, John Ronald Reuel Tolkien que, en sus obras emblemáticas como El Señor de los Anillos y El Hobbit, si bien son fantásticas, se ponen de manifiesto muchos valores de una sociedad real como lo serían la lealtad, el honor, el respeto, la comunidad, la codicia, la ambición, entre otros.
 
Tolkien recrea un mundo imaginario de una manera tan perfecta, que las experiencias de la Comunidad, en el caso de El Señor de los Anillos, y de los enanos en el caso de El Hobbit, son un reflejo de la sociedad actual que invitan a una introspección. A pesar de que las obras hayan sido escritas bajo un contexto totalmente distinto al momento en el que son leídas - y también re leídas- por cada quien, la enseñanza que dejan es totalmente aplicable para resolver una coyuntura o simplemente para ser tomadas como guía espiritual en cualquier tiempo. No en vano, la obra de Tolkien ha recibido tan buenas críticas a lo largo del tiempo; el periodista inglés Bernard Levin cataloga a El Señor de los Anillos como “Una de las más extraordinarias obras de literatura de nuestro tiempo, o de cualquier tiempo”. Asimismo, el periódico The Sunday Times afirma que “El mundo se divide entre aquellos que han leído El Hobbit El Señor de los Anillos y aquellos que están a punto de leerlos.”
 
En este mundo tan dividido por el egoísmo y la codicia, el ejemplo de la amistad sincera, valiente y firme de los nueve miembros de la Comunidad del Anillo nombrada por  Elrond de Rivendel, se convierte en un modelo a seguir teniendo en cuenta que sus acciones surgen del desinterés personal, los lazos familiares e históricos de antaño como los que  alguna vez unieron a elfos y enanos, y la búsqueda de un bien común como lo es liberar a la Tierra Media de la maldad, la violencia y la guerra que el Señor Oscuro Sauron desató. No se quedan atrás los valientes trece enanos en cabeza de Thorin Escudo de Roble que lucharon con valentía, coraje y astucia por restaurar el honor del linaje de su raza hasta la muerte con el objetivo de recuperar lo que les pertenecía: Erebor, la montaña solitaria que estaba bajo dominio de Smaug el dragón que, por sobre todas las cosas, codiciaba el oro.
 
Otro aspecto destacable de estas obras y sus implicaciones en el mundo real es el importante llamado a la conservación ambiental y regulación de las actividades industriales y se ve ejemplificado en la destrucción del bosque de Fangorn a manos de los orcos de Saruman, destruyendo consigo el hábitat de los Ents y la industrialización de la Comarca tras el final de la Guerra del Anillo cuando el sumo estandarte del mal había desaparecido. Luego de haber sido criado en la zona rural de Birmingham en paz, y tranquilidad como la Comarca con verdes praderas y un aire con el olor a las pipas de los Hobbits que se reúnen en tertulias a disfrutar de una buena cerveza y un espectáculo de fuegos artificiales a manos de algún mago, Tolkien pudo comprobar de primera mano el frenesí y caos tecnológico derivado de las máquinas de batalla y arsenales de la Segunda Guerra Mundial y la forma en la que las invenciones del hombre destruyen el espacio mismo en el que viven. Aunque no se oponía al progreso, consideraba que esta senda de actividades traería desequilibrio y perjuicios al planeta hasta tal punto que, fuera la misma naturaleza la que se rebelara en contra de las creaciones de los hombres ambiciosos e inescrupulosos, así como lo muestran los eventos de la última marcha de los Ents. Liderados por Barbol, los Ents liberan el río Isen rompiendo la represa que lo contenía y le alteraba su cauce, para que fluyera sobre Isengard, foco de la industrialización de Saruman el Blanco, restaurando el orden natural de las cosas. Seguramente la destrucción de la naturaleza a manos del hombre es un fenómeno equiparable al tiempo que, como lo describió Gollum, “devora todas las cosas, aves, bestias, plantas y flores, mata reyes, arruina ciudades y derriba las altas montañas” (Tolkien & Tolkien, 2012) Lo anterior ha sido comprobado a lo largo de las últimas décadas con el calentamiento global y diferentes desastres medioambientales como la tala de bosques, los incendios forestales en el Amazonas y en Australia, la caza de especies en vía de extinción, entre otros.
 

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Por otra parte, los peligros sobre la ambición, la codicia, el egoísmo y el deseo desmedido de poder son bien advertidos por Tolkien mediante el simbolismo grandioso y mágico del Anillo Único que es capaz de otorgar grandes poderes, pero incluso mayores facultades para llenar de maldad el corazón de los hombres y demás razas que lo posean. Personajes como Sméagol sucumbieron ante la sed de poder del “precioso” hasta el punto de llegar a asesinar a su primo que había encontrado el Anillo un día de pesca como cualquier otro en los ríos de la Comarca, y como Boromir, guerrero de la ciudad blanca de Minas Tirith, guardián de la paz y la seguridad, se vieron afectados por el intangible y a la vez tan lúcido deseo de posesión del Anillo que gobernara a los otros diecinueve a lo largo de la Tierra Media hasta lograr olvidar su propósito en la vida.  El Anillo Único representa la ambición en su máxima expresión y genera un sentimiento de miedo profundo incluso en el corazón de los más puros como Elrond de Rivendel y el mismísimo Mithrandir (Gandalf el Blanco). Relacionando lo anterior con las dinámicas del mundo real, se hace evidente la forma en la que el destino de millones de seres vivos puede estar en juego y supeditado a las voluntades individuales por deseos irracionales de aquellos que gozan o padecen la carga del poder teniendo en cuenta cómo el afán por la consecución de nuevas tierras, las ansias de reivindicar odios o sentimientos de antaño de una nación contra otra y la inexorable búsqueda del bien individual por sobre el colectivo, han generado conflictos sangrientos y fútiles. “If more of us valued food and cheer and song above hoarded gold, it would be a merrier world”  (“Si más de nosotros valoraran la comida, la  emoción y la canción sobre el oro acumulado, este sería un mundo mejor”) es una de las últimas frases de Thorin en su lecho de muerte y ejemplifica una difícil realidad que se repite de forma cíclica en la historia  de la humanidad.  (Jackson, 2014)
 
En la literatura de Tolkien también se representa el aspecto de la fe y cómo los actos de bondad y valentía pueden conducir a las personas al paraíso o la idea que cada quien tenga sobre un mundo después de la muerte o incluso en vida, en donde se reciben a los dignos y a aquellos que necesitan sanar las heridas que los tormentos de la vida ocasionan. Valinor es ese lugar al que todos los hombres de la Tierra Media quieren llegar y, aun así, al que muy pocos lo logran. A pesar de ser un lugar al que sólo pueden ir los elfos y los espíritus Maiar como Gandalf, Saruman, Radagast, Pallando y Alatar, hubo unos cuantos casos excepcionales en los cuales algunos seres de la Tierra Media como Gimli, Sam, Frodo y Bilbo, fueron a Valinor para vivir el resto de sus vidas en la plenitud y gracia concedida por Ilúvatar, lo que se podría comparar -guardando proporciones y respeto a aquellos fervientes creyentes- con la imagen de Dios; desde luego Tolkien era católico por lo cual creía en estas dinámicas de salvación e intercesión divina. De hecho, eventos como el de Gandalf el Gris que luchó contra el Balrog, (criatura creada por Morgoth en la Primera Edad), en las Minas de Moria y murió combatiendo, sacrificándose por el bien de la compañía del Anillo, es equiparable con la situación misma de Jesús de Nazareth puesto que, Ilúvatar al percatarse de los hechos, devolvió la vida a Gandalf ya que era la única esperanza que tenía la Tierra Media de ser salvada de Sauron. Hasta cierto punto, Gandalf el Blanco, que resucitó, que volvió de la dimensión desconocida en la que los sueños son eternos, el espacio y el tiempo burlan el entendimiento de la física y la vida se vuelve un simple recuerdo, es casi que un reflejo de la tradición católica de la resurrección de Jesús y como esto significó la salvación del mundo. (Pearce, 2003)
 
El universo de Tolkien no se reduce únicamente a la literatura -aunque sí es su foco principal- sino que se contempla también las adaptaciones cinematográficas, los videojuegos y el sinfín de vídeos en las redes sociales en los que los fanáticos y conocedores debaten sobre los eventos en la Tierra Media. A lo largo de todos los recorridos por los campos de Pelennor y las murallas de Minas Morgul en cualquier presentación, se hace evidente un tema fundamental en la sociedad y que, claramente, Tolkien no dejó de lado: el rol de la mujer. Bien sea en los libros o en las películas, personajes como Arwen Estrella de la Tarde, Éowyn de Rohan y Galadriel, destacan por su protagonismo ejemplar y su participación indiscutible en los relatos. ¿Cómo olvidar esa respuesta tan contundente de Éowyn a Aragorn en el palacio del Rey Théoden? Una vez el montaraz le hubo preguntado a qué le temía, la valiente mujer sobrina del Rey, mostró en su máxima expresión la valentía y el coraje respondiendo: “Una jaula. Permanecer tras las rejas hasta que el uso y la vejez los acepten y toda posibilidad de valor haya ido más allá del recuerdo o el deseo” (Jackson, 2002) Unos meses después, Éowyn cambiaría el curso de la humanidad derrotando al Rey Brujo Angmar, líder de los Nazgúl, de una manera heroica y desafiante. Buscando infringir miedo y terror, Angmar muy convencido de su poder y su aparente inmortalidad, dice: “Ningún hombre puede matarme” y, Éowyn, desafiantemente, se quita su casco y le responde mientras toma impulso para la estocada final contra el espíritu de lo que alguna vez fue un hombre de bien: “No soy ningún hombre”. (Jackson, 2003)
 
Por otra parte, en la historia de Arwen, hija del Señor Elrond de Rivendel, la forma en la que ella toma sus propias decisiones pensando en sí misma y no en las consideraciones que su padre sabio y poderoso, dispone para ella. Se destaca el valor con el que afronta su destino por sus propios medios, renunciando a la vida inmortal de los elfos silvanos por perseguir su sueño de tener una vida junto a Aragorn y formar una familia con él. Su aporte en la historia de la Tierra Media para poder derrotar a Sauron fue definitiva puesto que, al menos en la secuencia cinematográfica, ella es la de la idea de volver a forjar lo que fue la espada de Isildur y entregársela a Aragorn convirtiéndolo en Rey de Gondor.  

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Gran parte de la obra de Tolkien tuvo sus raíces en sus vivencias como combatiente durante Primera Guerra Mundial, en donde el autor, tras haber librado múltiples combates en la guerra de trincheras, haber padecido en carne propia los horrores de la misma, haber dejado camaradas atrás, así como la Comunidad despidió a Boromir hijo de Denethor de Gondor en la batalla de Amon Hen, incorporó a sus obras ese verdadero sentimiento de cofradía que trasciende el tiempo y las circunstancias, convirtiendo a los hombres y mujeres en verdaderos baluartes de virtud.
 
El recorrido por la Tierra Media no comprende únicamente el Señor de los Anillos y El Hobbit puesto que existen muchísimas obras más como El Silmarillion, Los Hijos de Húrin, Cuentos desde el reino peligroso, entre otros que corren con el linaje de Tolkien -padre e hijo- y son igual de fascinantes. Los relatos de la Tierra Media no conocen de exclusividades a pesar de las diferencias; claramente las adaptaciones no tienen el mismo contenido que las obras originales en letra escrita, pero, cada una logra aportarle una pizca más de dinamismo y creatividad a este vasto universo que, le rinde honor a su nombre, y nunca podría llegar a ser comprendido en su totalidad. Curiosamente, esa es la magia de la Tierra Media: es atrapante y envolvente e invita a conocerla constantemente, reparando en nuevos detalles y emocionándose de nuevo con aquellos pasajes y escenas que erizan los pelos y despiertan en los corazones un fuego de esperanza como el de las almenaras.
 
Es posible ver la forma en la que, los hechos “fantásticos” de la Tierra Media tienen una importante conexión con la historia del Siglo XX en particular, con los eventos de ahora y, seguramente, con los problemas con los que tendrán que lidiar las futuras generaciones que se relacionen con un medio ambiente cada vez más destruido, con las aspiraciones egoístas de los gobernantes más exacerbadas y un sentimiento de desasosiego e incertidumbre sobre lo que es la moralidad y el bien común. A pesar de la tendencia de enfocar e interpretar el mundo en términos positivistas, de encasillar todo en una postura dicotómica, grandes obras como el legendarium de la Tierra Media demuestran que la literatura puede constituir un espejo de la realidad, sin importar cuán épica o irreal sea su contenido, además de un recurso de comprensión y solución de problemáticas sociales de un mundo cada vez más convulso y vulnerable.
 
Ciertamente, el universo creado por Tolkien contiene muchísimas representaciones de la realidad y sirve como guía espiritual para algunos, permite un acercamiento a las perspectivas fantasiosas, motiva a los lectores a encaminarse a una aventura, así como Bilbo Bolsón y, hasta cierto punto, funciona como un código moral y ético para las personas y les muestra que, actitudes egoístas, sentimientos de rencor y odio no llevan a nada bueno. En conclusión, la Tierra Media se puede comparar con la mismísima luz de Eärendil que ilumina la oscuridad del mundo con su fantasía y su magia.

Es menester recordar unas grandes palabras de una pequeña criatura como un Hobbit y seguir adelante: “…pero es solo una cosa que pasa, esta sombra. Un nuevo día vendrá y cuando el sol salga, brillará lo más claro posible.”  (Jackson, 2002)