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El arte de Reconstruir desde el Olvido

Carolina A. Orozco

Dayro-Carrasquilla

Para algunos los límites de la ciudad empiezan allí donde los neumáticos de los vehículos se atascan. No hay carretera, solo queda el barrial. No puede haber nada más allá. Cruzar esa frontera es descubrir un lugar que puede resultar completamente extraño y sobre el que se han erigido imaginarios. Nelson Mandela, un barrio del Corralito de piedra, ciudad avasalladora por sus imponentes murallas, escondería muy, muy lejos de las garitas y baluartes la cuna del arte de reconstruir desde el olvido.

La mirada del artista

Lo que no nació como algo intencional se ha convertido en lo característico de la obra del artista. Un movimiento natural hacia la expresión de la experiencia interna de lo que necesita ser resignificado. Un volver la mirada hacia adentro para observar lo violentado con detenimiento y descubrir en su seno algo distinto a la violencia. La mirada del artista es una sensibilidad poética que se muestra a través de la mediación de las artes plásticas y que puede llegar al desgarramiento de lo cotidiano. 

La forma de vida de la periferia no había sido explorada desde la vivencia misma, no para transmitir la sensación de estar allí y sacudir al espectador al punto de lograr deponer imaginarios. El artista Nelson Mandelero, Dayro Carrasquilla, ha cruzado el océano Atlántico para mostrar en las latitudes europeas lo que significa ser y estar en la periferia: Un territorio producto de las migraciones generadas por la violencia de los años 90; fundado a partir de una diversidad cultural; aislado de la ciudad, pero siendo parte de ella, en medio de una pobreza que en algunos casos puede llegar a ser extrema. Pero tiene claro que, la fuerza de su obra debería adentrarse mucho más en la fibra de quien está cercano al territorio, pues el primer paso para la resignificación es el auto-reconocimiento. 

La sensibilidad poética

No todos los imaginarios provienen del exterior. Algunos se erigen en el seno de la subjetividad y, precisamente, uno de los que margina el auto-reconocimiento es el que reza a modo de susurro en las mentes de algunos: “Nacimos para servir”. Re-descubrir el barrio llevó al artista a escuchar ese susurro y en una calle destapada en la que se levantan las partículas de polvo y se sienten entrar hasta por los poros, sobre todo cuando pasan las busetas, dispuso la obra “Lavatorio: Estación de zapatos”. Un montaje sencillo que recuerda en algún grado el evangelio de San Juan: Palanganas de plástico pintadas de dorado, agua limpia y un trapo para realizar la tarea dispuesta. El artista detiene al transeúnte mandelero y ofrece inclinarse para limpiarle sus zapatos polvorientos y puedan dirigirse a sus destinos con toda la pulcritud merecida por ser personas. 

Más que un lavatorio de zapatos, es un recordatorio sobre el amor propio, la dignidad. Es un llamado de atención sobre lo que debería significar uno para sí mismo y no para otro. Un performance sobre la cotidianidad irrumpida por el extrañamiento que se tropieza de frente con la propuesta de auto-reconocerse, considerarse a sí mismo más allá de lo que le han vendido por años. Una manera de arrancar el estigma de siempre y dejar de reproducir ese imaginario, no por o para otros, sino para sí mismo.

Pero también el otro y el territorio mismo requieren ser reconocidos. “Ofelia”, una desgarradora composición de la realidad que se transformó en fotografía, para describir la oscura hazaña del olvido y la indiferencia. Se ve la tubería desde la que ha salido el flujo de aguas negras. Una mujer prácticamente desnuda reposa sobre el charco. El barrio ha estado así lanzado en el olvido que cada cierto tiempo recibe un tramo de tubería o pavimento para sus calles. Pero, en la memoria de sus habitantes están el olor del viejo botadero de basura y también los riachuelos de aguas negras que todavía en algunos sectores recorren las calles. Un retrato de la miseria, una pincelada a la memoria.

Pero he aquí la importancia de la obra. Una voz de alerta sobre una vivencia diaria que no está presa tras los muros de su periferia. Hoy, por ejemplo, pueblos como Tasajera en el Magdalena, así como muchos otros, padecen los efectos de acciones humanas y del olvido institucional, que violentaron su territorio. Lo que ha devenido en actos, como el saqueo de camiones en la vía, y cuya raíz está precisamente en la indiferencia frente a lo otro humano, lo otro territorio. La sensibilidad poética del artista sobrepasó las fronteras de la cuna que lo vio nacer para reconstruir desde el olvido. En el proceso le ha dado forma a un arte que sirve para algo.

Develar y educar

No hay una única manera de hacer arte. Mas, en la actualidad, en tanto la producción de absolutamente todo ha terminado enredada en las dinámicas de masividad, es preciso cuestionarse qué cosa es arte y cuál es su sentido. 

En esta ocasión, observamos de cerca la propuesta de Carrasquilla que busca dignificar desde dentro. Puede decirse que pretende tocar la herida para recordar y que sea este el punto de partida. Toda su obra refleja de algún modo el título de una de sus composiciones: “Poética del retorno”. Una configuración del arte sobre el lienzo del tiempo: va al pasado para contrastarlo con el presente, en un intento de estabilizar el suelo agreste sobre el que se construye nuestra historia. Y en ese proceso, se erige el temor de ser denominado líder social, porque se es más útil vivo que muerto.

Su obra evidencia cómo lo violentado tiende al olvido, incluso trasgrede la propia identidad. El ejercicio artístico tiene aquí por objeto develar lo que se esconde detrás de las marcas sobre la piel; traer al presente lo que se ha olvidado; borrar la indiferencia ante el dolor del otro; abrazar el territorio como una extensión del propio cuerpo. Es un arte que manifiesta que, aunque la violencia trae más violencia, no todo lo violentado debería reaccionar de la misma manera.

El quehacer del artista es tan significativo porque no se queda en los escenarios de las galerías, transciende los límites de los espacios habituales para el arte. Propone una intervención del territorio que no se proyecte a corto plazo y que integra a la comunidad en su quehacer con función social. Sin acciones asistenciales educa a los arquitectos de la vida acerca de que todos tenemos las mismas capacidades, independientemente de los muros políticos o sociales. Con esta manera de proceder, ha despertado la sensibilidad tanto de quienes son habitantes del barrio como la de los espectadores, los foráneos.