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Carlos

Carlos Eduardo Méndez: enseñar es mucho más que su trabajo, es su vida

By: Ximena Serrano Gil

Photos: Leonardo Parra

Todos han tenido un maestro que les ha marcado su vida profesional. Ese es el caso de Carlos Eduardo Méndez Álvarez, uno de los más destacados profesores de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario que por más de cuatro décadas ha dejado huella en sus estudiantes, muchos de ellos reconocidos profesionales y algunos rectores de la universidad.

Totalmente incólume, permanece de pie en medio de los estudiantes que van y vienen. ¿Cómo no reconocerlo?, su mediana estatura, cabello perfectamente peinado, traje impecable y un caluroso saludo, acompañado de una gentil sonrisa, complementaron el encuentro en una fría mañana sabanera.

Camino hacia su oficina, con paso un poco rápido, atravesamos el verde y amplio campus de la Universidad del Rosario, sede del Emprendimiento y la Innovación, y mientras muestra con orgullo las nuevas construcciones, entre ellas los sofisticados laboratorios, dice: “Quién lo iba a creer, hace 42 años teníamos solo 250 estudiantes”.

El profesor Méndez es un destacado consultor empresarial, también reconocido por los importantes aportes que ha realizado en torno a la cultura, clima y cambio organizacional. Además de sus contribuciones en ámbitos académicos, investigativos y profesionales, hay un ser humano carismático, noble y sensible que goza de un aprecio infinito de los estudiantes antiguos y nuevos. Cuando se le dice que este artículo busca reflejar su labor académica y su lado humano, sus ojos se humedecen y su voz se quiebra.

De seminarista a sociólogo

Sentado en la comodidad de su silla en la no muy grande, pero acogedora oficina, con una sonrisa entre pícara y evocadora, el profesor Méndez narra con un tono de voz bajo y pausado cómo trascurrió su vida y cómo, cuando solo tenía 10 años, se preguntó qué quería ser cuando fuera grande; como todos los niños, un día quería ser médico, otro ingeniero, pero algún día dijo: “Quiero ser cura”. De inmediato su mamá le consiguió un cupo en el preseminario.

Así, un edificio que quedaba al lado de donde hoy es la iglesia Santa Clara en la calle 100 con carrera séptima, en Bogotá, se convirtió en su hogar, donde —junto con 500 niños más— cursaba quinto y primero de bachillerato (hoy sexto grado). Después pasó al Seminario Menor San Benito, que quedaba en Sibaté, donde hoy funciona la Escuela de Suboficiales de la Policía Gonzalo Jiménez de Quezada. “Fue una vida agradable donde recibí formación, disciplina y espiritualidad, pero donde también nos dejaban ser niños, ahí empezó mi pasión por escribir, lo hacía en el periódico del Seminario”.  

 
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Dos años antes de terminar, había tomado la decisión de no continuar con su vocación sacerdotal, así que, una vez culminó su bachillerato y un poco desorientado, decidió estudiar sociología en la Universidad Santo Tomás, sin tener una idea clara de qué era.

Cuando obtuvo su título, con tesis meritoria, salió a buscar trabajo, pero en ese entonces los sociólogos tenían fama de guerrilleros, en tono de chiste, acompañado de una sonrisa, el profesor Carlos Méndez dice: “Existía el referente de Camilo Torres, reconocido sociólogo, docente de la Universidad Nacional, que terminó en el monte. Nos decían que la sociología no servía para nada”. Finalmente, consiguió trabajo como profesor de filosofía y religión en un colegio, y después de ese primer empleo, fue sociólogo en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).

La academia es su vida

La vida del calmado y siempre sonriente académico ha transcurrido entre la investigación, la docencia y la empresa privada. Un momento que le cambió la vida fue cuando se postuló, a sus 24 años, al mba de la Universidad de los Andes: “Eso me abrió el mundo, en esa época donde la gente no sabía qué era un mba. Mi interés versaba sobre el marketing, pero a partir de esto me enfoqué en el estudio de las organizaciones”.

Durante 22 años estuvo vinculado a la Santo Tomás como profesor, decano y director de investigaciones, de maestría y de especializaciones, hasta que la Universidad del Rosario le pidió dedicación exclusiva. Con la mirada serena y absorta en su ventana, desde donde se observa el paisaje montañoso, manifiesta con tono de nostalgia y agradecimiento: “Aquí he podido hacer mi vida como docente, investigador, persona y como profesional”. Hace una pausa para recobrar el aliento y continúa, “la academia es mi vida y el Rosario ha sido el motor que me ha impulsado”.

Estuvo 10 años en la empresa privada: en Carulla y Kokoriko como gerente de operaciones; en Texaco donde lideró y gerenció el montaje de los Star Mart (cadena de mini mercados en estaciones de servicio); luego pasó a la firma de consultoría de Enrique Luque Carulla, quien había sido gerente general de Carulla y su profesor en la Universidad de los Andes, y, finalmente, el dueño de Hamburguesas El Corral, quien fue su estudiante, lo vinculó a la empresa como gerente de gestión humana. Esta fue una muy enriquecedora experiencia, pero como él mismo lo dice: “Replanteé mi vida y decidí regresar a la universidad de tiempo completo hace 22 años”.

Testigo de grandes cambios
Sus ojos ya cansados han visto la evolución de la Escuela de Administración de la universidad. “La creación de programas de pregrado en Negocios Internacionales, Logística y Producción nos dio un gran impulso junto a las especializaciones, maestrías y el doctorado. Nos transformamos de Facultad de Administración a Escuela de Administración. Paralelamente, la universidad en general empezó a crecer, reforzando el posicionamiento y acreditación en la educación superior con la investigación, la calidad de los programas y con nuevos retos”.

“En 1977 la universidad no tenía más de 800 estudiantes, todos nos conocíamos y nos encontrábamos en el patio del Claustro. Muchas personas importantes del país habían estudiado en el Rosario. Solo teníamos derecho, administración, economía, filosofía y medicina”, concluye con un suspiro.

Duro golpe
Hace 4 años sufrió el más doloroso episodio de su vida. Tuvo cáncer en el hígado y por lo tanto debió someterse a un trasplante. Al tocar este tema es inevitable que no exprese un duro sentimiento de dolor. Hay un silencio que le dificulta recobrar el control y solo puede decir: “Salí adelante, seguimos en la lucha y agradezco a la Universidad del Rosario su apoyo y acompañamiento incondicional”.

Según explica, este proceso resultó muy complicado en sus dos primeros años, pero por más adverso que fuera, su mejor tratamiento fue mantenerse activo y escribir un libro. Lleva las cuentas: son 29 meses en los que no ha vuelto a la clínica y los resultados de sus exámenes son normales.  

 
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Un par de veces estuvo desahuciado. “Este evento me acercó de nuevo a Dios, por eso en mi último libro escribí: Doy testimonio de la importancia en los momentos de la vida de la oración, la fe y la actitud positiva”. A pesar del dolor que le causa hablar y recordar este hecho, al final siempre termina con una sonrisa que le da fortaleza.

Legado

En sus recuerdos, el profesor Carlos recrea una especie de monólogo en el que, según sus palabras, “algún día entre mis reflexiones dije: Oiga, la gente tiene muchos problemas para hacer sus trabajos de grado, vamos a hacer un panfleto de 20 páginas para darle unas instrucciones: Guía para elaborar diseños de investigación en ciencias económicas, administrativas y contables, este fue creciendo y evolucionando hasta convertirse en el libro de más de 300 páginas llamado Diseño de procesos de investigación con énfasis en ciencias empresariales, que actualmente cuenta con cuatro ediciones.

Méndez ha hecho grandes aportes en temas de metodologías de la investigación y cultura organizacional. Gracias a su dedicación, en este momento existe un proyecto sobre cultura organizacional en la línea de estudios organizacionales del Grupo de Investigación en Dirección y Gerencia de la institución. Adicionalmente, está en revisión su último libro titulado La cultura, condición para el éxito de la estrategia.

El profesor hace especial énfasis en que el respeto y ejemplo al estudiante, son dos factores fundamentales en la vida de un académico. El año pasado estuvo postulado al Premio Portafolio al Mejor Docente Universitario y explica que sus mayores logros son haber participado en la formación de muchas personas y su producción académica. “Siempre he contado con el apoyo de los decanos de la Escuela. Algunos de ellos han sido mis estudiantes”, señala en voz baja Méndez, al anotar que esto lo hace sentir muy orgulloso porque es satisfactorio dejar huella.

Este incansable y activo profesor comenta con voz entrecortada por la emoción: “Después de mi enfermedad, lo que me motiva es venir acá, estar con la gente, sentarme en mi escritorio y escribir, ir a los salones y transmitir conocimiento, en otras palabras, sentirme vivo”.