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La inoperatividad de la ley, o la fuerza de la transgresión

Tomás Medina

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Una de las características fundamentales de Colombia es que la Ley suele ser inoperante.

Ese placer transgresor es aquello que normalmente permite que la austera Ley funcione, es aquello que nos permite soportar su disciplina y sus reglas. Pero en Colombia la transgresión llega a tal nivel que aplasta a la misma Ley, la deja casi inoperante. Por eso solo funciona mínimamente. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cuáles son sus consecuencias? La Ley: todos soportamos su peso, su disciplina, sus horrores. De niños tuvimos que aprender sus reglas y sus prohibiciones. Pero para funcionar, la Ley necesita más que un conjunto de normas y prohibiciones. Toda Ley necesita de un suplemento: pequeños placeres que nos permitimos cuando transgredimos la regla. Sin ellos, la Ley es insoportable. Nuestros placeres transgresores no solo son placeres, sino un suplemento que el orden jurídico necesita.

Cada sociedad transgrede la Ley de manera diferente, incluso cada grupo social tiene sus códigos no-escritos sobre cómo romperla. Lo que nos une a una clase social en términos puramente psicoanalíticos no son nuestros gustos o nuestro dinero, sino la manera en la que transgredimos la ley y gozamos de esa misma transgresión.

Pero, ¿por qué la transgresión nos ata a la ley? Si la Ley no amenaza con destruir el placer de la transgresión, el riesgo de rebelión se reduce a cero. ¿Para qué rebelarse si se nos permite cobrar el placentero excedente de nuestra inversión libidinal? La Ley termina apuntalada mediante aquello que debería subvertirla.

En Colombia todo el mundo sabe que puede transgredir la Ley y todo el mundo sabe que derivará un placer al hacerlo. El presidente, los congresistas, los magistrados, los profesores, los estudiantes, los ciudadanos de a pie: todos transgreden diariamente la Ley y derivan un placer de ello. La Ley lo permite porque lo necesita.

Por lo tanto, no hay nada más peligroso en esta economía libidinal que un político que prometa el fin de ese placer perverso: que nadie más disfrutará ser racista, o que nadie más disfrutará ser clasista, o que nadie más disfrutará robar. La razón del peligro ya la he dicho: nos rebelaremos si no se nos permite cobrar el placer de la transgresión.

En Colombia la transgresión llega a niveles tan altos que en muchas ocasiones logra que la Ley misma sea inoperante. En efecto, aquello que normalmente sustenta a la Ley, resulta limitándola, disminuyéndola hasta niveles ridículos. La transgresión está a punto de convertirse en la Ley misma. Lo único que se lo impide es que todos sabemos que es extremadamente obscena, es decir, conscientemente no la podemos aceptar como Ley.

La transgresión excesiva ha hecho que la Ley se convierta en un muerto viviente: está ahí, respira, se mueve, tiene un mínimo poder sobre nosotros, pero está muerta. ¿Podremos darle vida de nuevo? ¿Cómo? El problema es que los abogados han pensado que la fuerza de la Ley reside en una regla objetiva que le da fuerza (derecho natural, etc.), en sus tribunales y en la fuerza del Estado para imponer la regla. Pero sin pensar en el sustento obsceno de la Ley, es imposible dar con aquello que la Ley necesita para operar y, al mismo tiempo, es imposible dar con aquello que la está transgrediendo constantemente. También es preciso pensar en las condiciones históricas y económicas que han convertido la transgresión en regla: nuestra herencia colonial donde la ley se obedece pero no se cumple, las condiciones actuales del capitalismo, etc. Así pues, queda un trabajo enorme por hacer.

@platom