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En memoria de Gabriel De Vega Pinzón

Luis Enrique Nieto Arango - Rafael E. Riveros d - Hernando Herrera Mercado

Gabriel De Vega Pinzón

IN MEMORIAM

Por: Luis Enrique Nieto Arango

El fallecimiento de Gabriel De Vega Pinzón, Bachiller en Filosofía y Letras, Oficial, Abogado graduado de la Facultad de Jurisprudencia y Profesor Emérito del Claustro, es una pérdida irreparable para la Comunidad Rosarista y para toda la Sociedad Colombiana.

Su vida y obra constituye un ejemplo para toda la juventud estudiosa pues su exitosa actividad profesional la dirigió hacia la defensa de lo público, del interés general por encima de los intereses particulares, interpretando justamente el mandato del Fundador Fray Cristóbal de Torres de Ilustrar a la República con sus grandes letras y con las dignidades que mereció.

Su formación humanista y su sentido del deber brillaron siempre y, muy especialmente, cuando en momentos aciagos para el país, desde la Dirección Nacional de Estupefacientes, enfrentó con la mayor valentía y a riesgo de su vida las amenazas de la mafia del narcotráfico.

La cátedra, en el área del Derecho Público, fue siempre su gran pasión y desde ella transmitió a una gran multitud de discípulos su concepción del Estado, basada en la solidaridad y en la igualdad.

Una inmensa cantidad de amigos se reunió en la eucaristía celebrada en su memoria en la Capilla de los Santos Apóstoles del Gimnasio Moderno el pasado 19 de marzo, lo que evidenció su sentido de la fraternidad y de la lealtad, virtudes en las que fue maestro.

Su esposa Patricia Mojica y a sus hijos Pablo y Sofía De Vega Mojica reciben la expresión más sincera de nuestro sentimiento de pesar por quien siempre estará presente en la memoria del Claustro Rosarista.
Publicamos entonces dos sentidas páginas de sus amigos que expresan el dolor inmenso que la Sociedad Colombiana siente por la partida de Gabriel De Vega Pinzón.

El doctor Rafael Riveros Dueñas Exrector, Exconsiliario, Profesor Emérito nos da un personalísimo testimonio del amigo entrañable, del personaje único y del ciudadano modelo.

Así mismo el abogado rosarista y periodista Hernando Herrera Mercado nos ofrece una semblanza del colega y amigo que lo retrata admirablemente.

Por: RAFAEL E. RIVEROS D,. MD

Sentimos profundamente que Gabriel haya migrado hacia la salud definitiva. Su vehemencia pintada en cada instante estaba, no solo llena de sabiduría sino, coloreada de cada una de sus acciones impregnadas de sabor y contundencia, el impromptu y nos asustaba por su exactitud.

El último año fue diverso en su contenido y nos dio a conocer una faceta que no era frecuente en él. El irrestricto amor por su esposa Patricia, sus hijos Pablo y Sofía y su familia, la entrega disuasiva a la acción y al equipo que él estaba manejando con la mirada que lo caracterizaba fija en las pupilas de su interlocutor. Aquí estaba la diferencia de un ser poderoso y un individuo con estatus que lo perfeccionamos adecuadamente en estas cuatro paredes.

Siguiendo el futuro de la inteligencia, Gabriel se enfrascó en una tarea difícil. El combate contra individuos que no auguraban lo mejor. En la dirección de estupefacientes hubo que trabajar en contra de personas huidizas y con una claridad en dudas, pero con una voluntad clara de enfrentamiento. El estudio de la inteligencia y su futuro le daba capacidad suficiente y una voluntad clara de forma en el enfrentamiento de esos estatus y su claridad.

Ese entrenamiento estaba traducido en su momento en que la mirada en la interlocución sufriera el contenido de la firmeza, en realización y la promesa de que todo sería realizable – la promesa, la acción inmediata y pensada en lo realizable. Esa conformación fue progresando a medida que acumulativamente Gabriel desarrollara una capacidad de estatus traducido por su incesante posibilidad de redactar lo que quería decir y traducir directamente.

El alma del contenido de la relación con el individuo que hacía que su determinación fuera veraz y real, si no, que lo digan sus enemigos que fueron desfilando, haciendo simplemente eso, el contenido de la frase era la realidad. Era lo que se reconocía ya precozmente el estatus que sobrepasaba a la sensación de poder de su momento dada por el nombramiento mismo del individuo. El estatus lograba que el respeto y la admiración pudieran inmediatamente ser el objetivo y fue acumulativo hasta convertirse en una característica innegable de encontrar una respuesta a la inquietud permanente y a un pensamiento divergente en el ser.

La volatilidad, la complejidad comprometida y la ambigüedad se lograba en la aproximación de una manera cortes, pero brutal en la explicación de Gabriel, y siempre estaba toda su emoción, estructura cómplice en la actitud prestada. Esa característica fue de un amigo de vida y lo seguiremos recordando de esa manera.

Paz en su sitio.

Por: Hernando Herrera Mercado

Un amigo de Gabriel de Vega Pinzón recuerda sus valores personales y como jurista consumado.

Jurista de todas las horas. Amigo cumplido en los ocasos y coro desinteresado de la alegría ajena que generosamente acogía como propia. Dueño de una voz inconfundible y que se difundía sin dobleces, para reafirmar que la voz es el mejor reflejo del alma. Consejero incansable de quienes acudimos a su guía franca, a su faro intelectual, que iluminó con palabra oportuna, e indistintamente, a presidentes, ministros, líderes empresariales y colegas. En un mundo cada vez más entregado a la banalidad y donde la veleidad se convierte en una especie de peste, hará falta su carácter recio, sin arqueamientos ni torsiones, forjado como las espadas de los nobles guerreros, sin aleaciones impuras.

Cuántas veces le vimos negarse a apoderar litigios de muy probables resultados favorables, porque como lógico parámetro de su ser corajudo, le resultaba un gran reto la dificultad. Sabedores sus amigos de su carácter de invencible púgil, poco habríamos de imaginarnos que perdería en este preciso momento de fulgor existencial la lucha contra la mortalidad, pero pudo más el rigor de la enfermedad que soportó con estoicismo, aunque teniendo como paliativo la compañía de su familia y entrañables amigos entre los cuales deja dos hermanos de vida: Fernando Carrillo y Alejandro Venegas.

Pero no todo en él desaparecerá. Sus invaluables enseñanzas descansan en múltiples publicaciones y en la mente de centenares de estudiantes que tuvieron el privilegio de escuchar sus agudas disertaciones en su muy querida Universidad del Rosario, donde ahora resonarán también entre sus corredores atemporales que sirvieron de telones a la historia colombiana, su sonrisa franca y contagiosa, y su oratoria prolija y detallada. A la manera castellana entonces que tanto le gustaba evocar mediante pasajes que recitaba de memoria, y yacían en esa cantera profunda y versátil que era su mente, sobrevivirá en nosotros para hacernos recordar que como Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, luego de muerto, seguirá ganando batallas ciñendo las armas de los valientes. Se fue alguien que como nadie pudo en nuestros tiempos evocar al caballero medieval y sus virtudes: lealtad con el amigo y con el enemigo; decoro en la victoria y la derrota, y apego a los códigos de honor.

A principios de la década de los noventa tuve el privilegio de conformar con él el equipo de trabajo del Ministerio de Justicia. Por aquel entonces Gabriel asumiría el colosal reto de dirigir la Dirección Nacional de Estupefacientes. De su valentía en el desempeño de aquellas funciones y su lucha contra el narcotráfico no solo podremos dar cuenta sus compañeros de trabajo, sino también su obligado exilio a raíz de cobardes amenazas en su contra. Una frase que le escuché en esos momentos ratificará su ya aludido firme talante caracterizado por la ausencia de volubilidad alguna: “Los cisnes se peinan con las tempestades”.

Prolegómeno aparte merece su reconocido y envidiado sentido del humor, siempre punzante e imaginativo. Era una especie de caricaturista oral, porque no requería el auxilio de un arsenal de palabras para detallar su crítica, sino la mera ironía. En todo fiel exponente del gracejo bogotano ya en vía de extinción y que sin duda pierde a uno de sus últimos cultores. Interlocutor mordaz e imprevisible, quien con su verbo encarnó a la perfección ese concepto de “aguijones revestidos de miel”, como el gran caricaturista Ricardo Rendón definió la sátira.

Académico destacado, conjuez, árbitro, sin duda uno de los mayores eruditos del derecho administrativo colombiano de esta época; aunque valga la pena decir que a pesar de merecer tantas charreteras profesionales, nunca fungió presuntuoso o infalible. Alma de profesor, apostolado que busca más servir que ser servido. Historiador frustrado, aunque retratista sin parangón de la realidad política y sus vericuetos, razón por la cual siempre le reproché no aceptar ser columnista permanente de algún medio escrito, como tantas veces se lo propusieron. Hombre bien informado sobre la actualidad nacional, lo que resultaba admirable teniendo en cuenta el poco tiempo disponible que le quedaba al pendiente de tanta ocupación jurídica a cargo.

Su partida nos deja una desazón gigantesca, más todavía cuando se marchó en el esplendor de su carrera profesional y pletórico de éxitos, lo que obliga a reflexionar sobre esa frase de Séneca, que advertía que necesitamos la vida entera para aprender a vivir, pero también para aprender a morir. Les reconfortará a su esposa e hijos, Patricia, Pablo y Sofía, su legado probo. Una trayectoria profesional que no conoció la tacha, con trazabilidad definida, en virtud de lo cual bien hubiera podido ser ministro o magistrado, pero fue tan fiel al litigio y a la cátedra, que prefirió nunca abandonar esas actividades.

Nos harás falta Gabriel, gracias por tu amistad de oro. Te extrañaremos en los foros arbitral y académico en los cuales sobrarán los minutos de silencio en tu honor, más allá de eso, nunca tan oportuno honrar tu hidalguía replicando esa frase que algunos historiadores le atribuyen a José de San Martín una vez enterado del deceso de Simón Bolívar: “¡Llorarlo sería poco, hay que aferrarnos a su ejemplo!”.