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Divulgación Científica - URosario

Cultura y Sociedad

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Colombia, un país con muchos tonos de verde

La labor de Colombia en materia ambiental es calificada como notable por Francisco Javier Escobedo, un experto que ha tenido la oportunidad de conocer esta problemática en varios países del mundo. Destaca las políticas del país y les daría a sus habitantes un poco más de ‘naturalismo’.

  Fotos: Alberto Sierra/Milagro Castro
Por Jaime Ernesto Dueñas

El conocimiento que tienen los colombianos del común acerca de la biodiversidad es único. Aunque no entiendan del todo el concepto o no sepan explicarlo, se lo imaginan, lo relacionan con la naturaleza, las aves, la flora, la fauna... Son conscientes de que tienen un recurso único en su país.

Esa fue una de las primeras cosas que impactaron a Francisco Javier Escobedo, profesor de la Facultad de Ciencias Naturales y Matemáticas de la Universidad del Rosario, cuando llegó a Colombia hace dos años, procedente del resto del mundo. Es así porque su trabajo lo ha llevado a investigar asuntos ambientales en diferentes rincones del planeta: la contaminación en Ciudad de México y Santiago de Chile, la función de los árboles como recolectores de carbono en Shanghái (China), las emisiones que generan los sistemas de transporte en Bolzano (Italia), la importancia de los bosques en La Florida (Estados Unidos) y la vegetación desde Medellín hasta Sri Lanka…

Ingeniero Forestal, con una maestría en Gestión de Cuencas Hidrográficas de la Universidad de Arizona y PhD en Política Ambiental y Recursos Forestales de la Universidad Estatal de Nueva York, College of Environmental Science and Foresty (esf), este profesor es autoridad suficiente para señalar las cualidades de Colombia en materia ambiental, pero también para lanzar algunas críticas que le servirían al país para mejorar su relación con el verde que cubre la mayor parte de su territorio y al 75 % de sus habitantes.

Su trabajo está orientado en los bosques, los seres humanos y la relación que existe entre ellos. En él ha recolectado datos que incluso contradicen algunas percepciones de quienes viven en las grandes ciudades.

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El profesor Francisco Escobedo destaca de forma positiva las políticas ambientales del país, aunque nota altibajos en el comportamiento de sus políticos y habitantes.

Por ejemplo, ¿es usted de los que prefieren caminar por las aceras pavimentadas y evitan acercase a las zonas verdes o a los árboles porque cree que lo pueden robar? Pues resulta que en esos espacios de los que usted huye, se registran menores tasas de criminalidad y homicidios, según un estudio realizado en Bogotá y que está por publicarse. De hecho, cuantos más árboles y más grandes, menos problemas de esta índole.

Escobedo aclara que se trata de una correlación estadística, de manera que sembrar árboles no es la solución a los problemas de inseguridad de las ciudades. Pero son datos muy interesantes que se han encontrado dentro de un estudio mayor, que usa el censo de los árboles de la ciudad, llevado a cabo conjuntamente con la Secretaría Distrital de Ambiente.

“¿Han visto que los árboles de Bogotá tienen una fichita? Usando esta serie de registros para cada árbol público en la ciudad (recopilados por el Jardín Botánico y la Secretaría de Ambiente) estamos estudiando la dinámica entre los beneficios que dan y el costo que representan. Medimos cuánto CO2 captan, cuánto descontaminan, dónde hay más árboles, dónde hay menos, por qué, cómo se relaciona esto con el estrato, la equidad, el uso del suelo…”. El investigador destaca que Bogotá es una de las pocas ciudades que tienen un inventario de todo su arbolado.

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INFRAESTRUCTURA VERDE COMESTIBLE: ¿Y ESO CÓMO SE COME?
Escobedo es consciente de que en el mundo académico se maneja un lenguaje que puede generar barreras entre los investigadores y el ciudadano de a pie. Por eso se preocupa por explicar cada concepto de la forma más clara y precisa posible. Uno de esos términos es la ‘Infraestructura verde comestible’, que ocupó su agenda hace un par de años con investigaciones que se llevaron a cabo en Argentina y Sri Lanka.

“Tenemos infraestructura gris, que son las carreteras, la red vial, el alambrado, la luz, el agua, el alcantarillado; esta cumple la tarea de hacer que funcione bien la ciudad. Pero también tenemos la infraestructura verde —lo opuesto a lo gris—, que son los árboles, los humedales, los suelos [...] Ellos también pueden cumplir con esas mismas funciones: infiltran agua, purifican el aire, reducen la temperatura, mejoran el bienestar de los humanos”, explica.

Acota que el término ‘Infraestructura verde’ se usa como una metáfora para acercar más a la gente a un concepto que en el mundo científico incluiría un glosario más difícil de entender, como ‘servicios ecosistémicos’ o ‘ciclos biogeoquímicos’. “Una de las grandes ventajas de la Infraestructura Verde —continua Escobedo— es que hay mucho menos insumo de energía, no hay insumos de petróleo, petroquímicos, cemento, concreto … Al usar árboles, pasto, suelos, esos procesos ecológicos se desarrollan de una manera más sostenible: no hay emisiones, no hay contaminación, se autorregulan”.

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Aunque el término está de moda y parece novedoso, Escobedo destaca que, en la práctica, siempre se ha incorporado al desarrollo de las ciudades. Cita el caso de las chinampas, huertos urbanos que ya existían durante el esplendor del Imperio Azteca, entre los siglos xiv y xvi. En tiempos más recientes, lo usaron los planificadores para referirse al diseño de ciudades en las que se incluían parques y humedales, además de edificios y carreteras. Pero en la actualidad, aclara el investigador, la ‘Infraestructura verde’ implica más el uso de la vegetación para el mejoramiento y el desarrollo sostenible de los entornos urbanos.

La palabra ‘comestible’ se añade al concepto para referirse al hecho de tener la producción de alimentos cerca o dentro de las mismas ciudades. “Por ejemplo, en Cuba, y en algunas ciudades de Argentina durante la crisis económica, producir alimentos se volvió una prioridad. Y cuanto más cerca los alimentos al que los consume, mejor: menos distancia, menos transporte, menos emisiones de CO2, menos contaminantes, más seguridad alimentaria”.

Ya desde la Segunda Guerra Mundial y en otros periodos de la historia se hizo evidente la necesidad de crear huertos urbanos; pero, más allá de la producción de alimentos, el concepto tiene un sesgo mucho más ambiental, porque involucra la regulación del agua y de la temperatura, la descontaminación.

En las investigaciones de Escobedo y su equipo se midieron beneficios como la reducción de elementos contaminantes y el uso de residuos orgánicos como abono: “hicimos toda una contabilidad para saber cuál es el efecto que tiene (la Infraestructura verde comestible) no solo en la seguridad alimentaria, sino también en reducir los efectos de cambio climático”. El impacto es tal que en la municipalidad de Rosario (Argentina), en vez de haber solo una Oficina de Parques, también hay una Oficina de Agricultura Urbana.

Aunque estos estudios no se han realizado en Colombia, ya trabaja en conjunto con un equipo de investigadores europeos para hacer una investigación de este estilo en Bogotá, aunque cree que sería “un poquito más complicado” difundir la cultura de los huertos urbanos en esta ciudad.

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Bogotá es una de las pocas ciudades que tienen un inventario de todo su arbolado.

“Sería más para uso doméstico, un mercado de nicho. Incluso una de las desventajas que tiene Bogotá es que es una de las ciudades más densas del mundo, entonces aquí el espacio disponible sería más limitado”.

DE REGRESO AL CASO COLOMBIANO
El concepto general de Francisco Javier Escobedo sobre el manejo que se le da en Colombia al ambiente es optimista. Destaca de forma positiva las políticas ambientales del país, aunque nota altibajos en el comportamiento de sus políticos y habitantes, por lo que cree que se debe trabajar más en el ‘naturalismo’ de los colombianos (un término que utilizó de manera espontánea para referirse al civismo en asuntos de la naturaleza).

También reforzaría el trabajo de divulgación de la ciencia: “cuando yo estaba en Estados Unidos tenía cargo de docente, investigador y extensionista. Entonces todas las investigaciones no solo se publicaban en revistas (especializadas), sino que hacía talleres, educación ambiental, publicaciones no técnicas; eso se lo exigían a uno”. Y, a su juicio, es algo que también le vendría bien a Colombia. Y así como reconoce que el mundo académico puede estar un poco alejado de la gente común, también cree que esa formación lo hace más imparcial —quizá un poco más frío, en sus propias palabra —, no tan emotivo.

Por eso, en discusiones como la relacionada con los planes para el uso de la Reserva forestal Thomas van der Hammen en Bogotá no desconoce que los planteamientos del alcalde Enrique Peñalosa son pragmáticos, aunque los comunica de manera muy radical y poco diplomática. Sin embargo, tampoco está de acuerdo con algunos planteamientos igualmente radicales, pero a veces irreales, de algunos sectores ambientalistas.

Pero esa ‘frialdad académica’ se desvanece cuando a Escobedo se le pregunta por los paisajes de Colombia. Aunque lleva dos años en Bogotá, aún se sorprende con las diferentes tonalidades de verde que se ven en los cerros de la capital cuando el sol les pega de frente: “hay verde-amarillo, verde-azul, verde-negro… hay muchos tonos de verde”. También admira los paisajes del Eje Cafetero, de Chingaza y del Parque Tayrona, entre los que recuerda que ha visitado.

Aunque mejoraría el ‘naturalismo’ de la gente y la confianza en las instituciones, su evaluación del país es positiva: “Colombia es lindísima. Y lo que se puede hacer en materia ambiental es notable”.