Se estima que desde 2006 se han perdido en el mundo 10 millones de colmenas de abejas. El número pasa inadvertido hasta que se entiende que la tercera parte de la comida de la humanidad requiere de la polinización de las abejas y que, dependiendo de la dieta, en algunas regiones el porcentaje alcanza hasta un 80 por ciento. Es decir, su desaparición amenaza seriamente la seguridad alimentaria, además de causar un grave daño ambiental.
Las causas de su disminución forman una ecuación compleja que incluye la pérdida de su hábitat, el establecimiento de monocultivos, las plagas propias de las abejas y el uso de pesticidas. Los efectos letales y subletales de estos últimos fueron los que llevaron al profesor de la Facultad de Ciencias Naturales y Matemáticas de la Universidad del Rosario, Andre Josafat Riveros, a estudiar la cognición en estos polinizadores.
De acuerdo con el biólogo, que lleva casi 20 años estudiando ‘sus abejas’, como las llama, los efectos subletales de los pesticidas incluyen pérdida en su capacidad de aprendizaje, memoria, toma de decisiones, navegación y evaluación sensorial de los recursos. Además, afectan su sistema inmune por lo que los parásitos que las atacan tienen un mayor impacto sobre ellas.
“Mi principal interés es saber cómo toman decisiones y cómo utilizan la información Castropara esa toma de decisiones. En las abejas de la miel el tema es clave porque las que salen del panal tienen labores asignadas. Unas buscan agua; otras, polen o néctar, y cada decisión individual afecta, en mayor o menor medida, a la colmena. Imagine lo que pasa cuando no saben cómo volver o no recuerdan cuál es la flor con el mejor néctar”, explica Riveros, paradójicamente alérgico a la picadura de abejas.
EL MUNDO CONOCE LO QUE PUEDE PASAR
Tras la crisis alimentaria sufrida en los años setenta, se empezaron a producir pesticidas que controlaran de manera efectiva las plagas en los cultivos para evitar una nueva escasez. De esa manera, se llegó al uso de los organofosforados que fueron efectivos hasta que las plagas empezaron a generar resistencia y se vieron efectos en la salud de las personas.
Las investigaciones llevaron entonces al uso de los neonicotinoides y, en la década de los ochenta, salieron al mercado productos como el Imidacloprid, el pesticida que aún sigue siendo el más vendido en el mundo. Con la salud de los humanos a salvo, transcurrieron varios años más hasta que en Estados Unidos, y luego en Europa, empezaron a desaparecer las abejas.
El desconocimiento de lo que podía estar pasando llevó incluso a tejer conspiraciones de los extraterrestres. Sin embargo, el Colony Collapse Disorder, como se le llamó, tenía una razón que no estaba en el espacio, estaba en la tierra y en las manos de la humanidad: los pesticidas. Cuando no eran letales afectaban de manera grave a la población de los polinizadores. “El problema de los neonicotinoides es que también atacan el cerebro de los insectos benéficos, lo sobre estimulan tanto que al final ya no funciona”, asegura Riveros.
Desde entonces, la comunidad científica se puso en la tarea de probar los efectos letales o subletales de estos pesticidas en las abejas. Tras un tire y afloje de años con las farmacéuticas, en 2013 la ciencia logró dar un primer paso en firme con el veto temporal a los neonicotinoides de la Comisión Europea, que este año debe decidir su prohibición total tras la confirmación de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (efsa, por sus siglas en inglés) del riesgo que representan para los polinizadores silvestres y las abejas de la miel.