El académico deja claro que estos dilemas son frecuentes en el caso de los recursos de uso común, que van desde los ejemplos clásicos (praderas, pesca, bosques…), hasta los modernos, como la banda ancha de la Internet en los aeropuertos, donde el sistema es susceptible de colapsar, si todos se conectan indiscriminadamente a la misma red. Con este trabajo se evidenció que, cuando los estudiantes sabían que su grupo no estaba compitiendo con otros grupos, las tasas de cooperación eran relativamente bajas, es decir, extrajeron bastante del recurso común. Una vez conocieron que estaban compitiendo con otros grupos, las tasas de cooperación se elevaron.
A pesar de que los bonos que obtenían los participantes de la prueba por pertenecer al mejor grupo eran muy bajos —cercanos al 5%-, se sintieron motivados a cooperar, de acuerdo con el profesor Mantilla, por el impulso de sentir que le iba bien al grupo al que pertenecían.
Para el investigador, ello demuestra que las instituciones que favorecen la cooperación mediante la competencia entre grupos, incluso con incentivos económicos bajos, pueden obtener resultados más deseables. Sin embargo, advierte que, no en todos los casos, son necesarios bonos o premios, pues en algunos, cumple un papel clave el altruismo. Un ejemplo claro es la donación de sangre, ya que, a pesar de que los donantes no reciben nada a cambio, se sienten motivados a hacerlo, porque lo ven como un aporte a la sociedad en la que están inmersos. Si se pagara por ello, quizá se desincentivaría a quienes acuden por satisfacción personal.
La cooperación en sociedad
Este experimento también permite analizar los comportamientos sociales en escenarios como TransMilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá, la capital colombiana. En estos casos, aclara el investigador, más que los incentivos, lo que tiene el rol de moldear el comportamiento de las personas, de manera rápida, son las normas sociales.
“Usualmente, cuando uno piensa en la cooperación en el largo plazo, piensa en dos mecanismos, uno es de reciprocidad negativa y el otro de reciprocidad positiva. El que no hace la fila porque los demás no la hacen, actúa bajo reciprocidad negativa. Entre más personas veo que no cooperan, siento que es menos costoso para mí no cooperar. Hay dos razones. Primero, el individuo asume que como ya se rompió la norma, se puede dar el lujo de no cooperar, y la otra razón es que se considera que cuanto menos gente coopere, menores son los pagos de la cooperación”, señala Mantilla.
Otro ejemplo claro, en este sentido, es el del pago de impuestos. Contrario a lo que sucede en TransMilenio, donde prima la reciprocidad negativa, en este caso, la gente, más allá de pensar si la mayoría paga, decide hacer la contribución porque prima la búsqueda del bien común, es decir, en la medida en que todos aporten, habrá más recursos que se traducirán en obras públicas. “Al final, muchas decisiones en la vida implican cooperar o no cooperar, desde ingresar sin pagar al TransMilenio o no; o si me muevo, una vez estoy en el bus, para que quepan más personas. La mayoría de estas actuaciones no son deliberadas ni conscientes, no estoy pensando cada día cuáles son mis beneficios o mis costos de cooperar o no cooperar. Se trata de normas sociales o comportamientos adquiridos, dado que somos individuos que vivimos en sociedades”, sostiene el investigador.
Uno de los mecanismos que se usa en este tipo de contextos, para instar a la cooperación, son las multas. No obstante, estas no aplican en todos los escenarios. El profesor César Mantilla cita un caso de un colegio de Israel, donde hicieron un experimento en el que a los padres les empezaron a imponer multas por recoger tarde a sus niños. Una vez anunciada la sanción, la mayoría comenzó a recoger a sus hijos tarde, pues consideraban que era mejor pagar la multa y aprovechar ese tiempo trabajando, es decir, lo entendieron como una ampliación del horario de cuidado de los niños por un precio adicional que cobraba el colegio. “Esta es una de esas muestras donde los incentivos están mal diseñados o los incentivos monetarios juegan en contra, por eso dicen que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones”, afirma Mantilla.
César Mantilla comenta que uno de los logros más importantes de este primer experimento es poner en entredicho la afirmación de que los colombianos son un desastre trabajando en grupo y evidencia que se puede estimular la competencia con buenos fines, sin causarle daño al otro.
Posibles escenarios
El experimento permite extrapolar estas situaciones, inicialmente, al ámbito organizacional. Para el investigador, es posible generar incentivos y promover así el trabajo en el interior de grupos empresariales, cuidando que la competencia no sea muy intensa, y que así los potenciales daños sean relativamente bajos.
En países como Alemania, donde supermercados hacían distintos grupos de trabajo, se constató que al ofrecer bonos se incrementaban las ventas, pero claro, se hacía notorio que un grupo contribuía más que el otro. En ese orden de ideas, Mantilla advierte que demasiada competencia puede fragmentar la unidad y aclara que hay varios elementos para saber si es buena la competencia, por ejemplo, qué tan grandes son las ganancias de un colectivo respecto a las pérdidas del otro. La idea es que el beneficio de uno, no represente demasiados costos para el resto, pues se desvirtúa la esencia de las políticas de competencia entre divisiones de una compañía.
El ejercicio también es aplicable a la vida cotidiana. En otros países han realizado competencias entre colegios para generar conciencia en los niños sobre diversas situaciones, como el cuidado del medio ambiente. En Colombia, recomienda el investigador, se puede utilizar este modelo para incentivar comportamientos relacionados como el ahorro de agua y el buen manejo de basuras. En la medida en que se realicen, por ejemplo, competencias de reciclaje, se motiva a los niños a asumir un comportamiento prosocial.
Aunque el profesor César Mantilla planea adelantar nuevas pruebas y estudios para enriquecer la investigación, uno de los logros más importantes de este primer experimento es poner en entredicho la afirmación de que los colombianos son un desastre trabajando en grupo y evidencia que se puede estimular la competencia con buenos fines, sin causarle daño al otro.
La idea de probar la selección grupal motivó esta investigación bajo la hipótesis de que a los grupos donde hay mayor cantidad de cooperadores les va mejor, que a los que tienen pocos.