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Divulgación Científica - URosario

Salud y Bienestar

Salud y Bienestar

En los laberintos de la mente

Con más de 25 años de experiencia, Alberto Vélez Van Meerbeke es hoy en día uno de los más reconocidos investigadores en el campo del déficit de atención en el país y un consagrado investigador y docente.

  Fotos: Milagro Castro / 123 RF
Por Víctor Solano


Cuando era niño, le sugerían que podría ser abogado: “me decían que yo discutía mucho”, recuerda Alberto Vélez Van Meerbeke, pero terminó ganando terreno su faceta de científico. Así lo demostraba con su marcado interés por las plantas, los animales, la biología, y por todos los temas que tuviesen que ver con anatomía.

En su decisión de estudiar medicina influyeron sus gustos, pero también ver la fe inquebrantable y la disciplina de su madre —hija del embajador de Bélgica en los años 30 y 50—, quien, como voluntaria en el Hospital Lorencita Villegas de Santos, le mostraba lo que era una vocación de servicio. En el último año de su bachillerato en el Liceo Francés en 1974, Vélez dedicaba horas enteras a hablar con su profesor de psicología y le encantaban los temas que tenían que ver con la mente.

Pero, ¿cómo llegó este bogotano al que le gustan el tenis y el cine romántico a ser uno de los más reconocidos neuropediatras de Colombia? La primera señal se dio apenas entró a estudiar Medicina a la Universidad del Rosario en 1975. Leía a Freud, el padre del psicoanálisis, y en tercer semestre ya devoraba libros de neurociencias, muchos más de los que podría tener su plan curricular, con la complicidad de los doctores Carlos Moreno y Gerardo González en neurociencias, para ir interesándose en campos como la psiquiatría y la fisiología, aunque reconoce que en los semestres clínicos se desilusionó un poco con la neurología por las dificultades que presentaban los pacientes.

El año de su rural lo hizo en Duitama (Boyacá). Recuerda con una sonrisa que hizo lo que quiso y pudo cuando manejó la hospitalización pediátrica. Allí pudo evolucionar en la atención neurológica en el centro hospitalario y comenzó a interesarse más en lo que era el
mundo de los niños.
 

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Hoy al profesor Vélez se le reconoce por su trabajo clínico e investigativo en áreas como la epilepsia, los trastornos del neurodesarrollo y del aprendizaje, el trastorno por déficit de atención y sus aportes en el campo de la epidemiología.

Su sensibilidad le planteó retos enormes: “la situación de las enfermedades de los niños me daba muy duro. Había casos que me rompían el alma”. Sin embargo, el neurocirujano José Tomás Posada lo alentó a meterse en temas de neuropediatría.

Decidió, entonces, irse a España al Servicio de Neurología Infantil del Hospital Infantil La Paz, de la Universidad Autónoma, en Madrid. Mientras hizo su Especialización en Neuropediatría aprendió de la mano del profesor Ignacio Pascual-Castroviejo, considerado el ‘Padre de la neuropediatría en España’.

De regreso a Colombia trabajaba arduamente de 7 de la mañana a 7 de la noche en cuatro instituciones diferentes. Durante cuatro años esa era su vida, pero entonces ocurrió una detonación, literal y metafóricamente hablando, en su cotidianidad que le hace replantear su momento. En 1989, la guerra de los carteles de la droga tenía en jaque a la institucionalidad, e intimidada a la sociedad, y, en una semana de septiembre de ese año, la ola terrorista estalló seis petardos en Bogotá y Cali contra instituciones financieras.

Un día, luego de que dos bombas fueran lanzadas contra las oficinas de Colmena y la Caja Social de Ahorros en Chapinero, un sujeto abandonó un maletín que contenía una carga explosiva en el banco Granahorrar y estalló minutos después. La esposa del profesor Vélez estuvo a tan solo tres minutos de ser una de las víctimas de esa bomba en el entonces Centro Comercial Centro 93. La situación era angustiante e invivible para todos. Hasta un rocket de fabricación casera fue disparado contra la Embajada de Estados Unidos esa semana. Vélez y su esposa no lo dudaron: era, a su pesar, el momento de salir a respirar otro aire fuera de Colombia y viajaron a Francia con su hija recién nacida.
 

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Alberto Vélez Van Meerbeke
Estas son algunas ideas que el profesor Alberto Vélez ha plasmado en los diversos editoriales publicados en la revista ciencias de la salud, la cual dirige desde hace 16 años.

“El médico-profesor puede aportarle a su discípulo la parte humana del abordaje al paciente, enseñarle sobre la ética y recalcarle sobre algunos puntos de la práctica médica que no se van a encontrar en los libros ni en los ensayos clínicos controlados...”

​“En la situación de desplazamiento en la que se encuentran numerosas familias del país, los niños son los que llevan la peor parte, porque, aparte de la zozobra y el miedo que impone esta condición, son sacados de su hábitat natural, para vivir en hacinamiento con pocas probabilidades de crecer en un ambiente sano o al menos con las condiciones mínimas que se requieren para un buen desarrollo”.
 

Unos pocos meses después, entre 1990 y 1991, estaba trabajando en el Hospital Regional y Universitario de Estrasburgo en calidad de Adjunto al Servicio de Exploraciones funcionales del Sistema Nervioso como médico neuropediatra. Allí se encargó del manejo de la sección de estudio para pacientes con epilepsia, leía electroencefalogramas y video-electroencefalogramas y, además, era consultor en neuropediatría en el Hospital Universitario y Hospital Haute-Pierre.

Al regresar al país llegó al Instituto Neurológico de Colombia como jefe del Departamento de Neurología Infantil y coordinador de la Clínica de Epilepsia, donde lidera un equipo de trabajo que atendía un número importante de pacientes con esta y otras patologías. Posteriormente, fue como jefe del Departamento de Rehabilitación y Neurociencias al Centro Nacional de Rehabilitación (Teletón) en Convenio con la Universidad de la Sabana. Él y su equipo veían diariamente cerca de 100 pacientes en régimen ambulatorio.

Pero fue hasta el año 2000 que llegó a la Universidad del Rosario, durante la decanatura de Jaime Pastrana. Vélez asumió el rol de Director del Departamento de Ciencias Clínicas y, desde entonces, ha ocupado casi todos los cargos posibles dentro de la Escuela: director de Publicaciones, jefe de la Oficina de Investigaciones, presidente del Comité de Ética en Investigación de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, miembro del Consejo Académico de la Facultad de Medicina, director/editor de la Revista Ciencias de la Salud, profesor titular y coordinador del Grupo de Investigación en Neurociencias (NeURos). “Solo me ha faltado ser decano”, dice sonriendo.

La dirección de NeURos ha llevado a que se encuentre en la clasificación más alta de Colciencias, que se haya diversificado desde una aproximación clínica a una más amplia que incluye las ciencias básicas, la ingeniería, la tecnología y la rehabilitación, y a la creación de redes tanto nacionales como internacionales.

Sus ojos se le iluminan cuando habla del Grupo, pero también por su responsabilidad al frente de la Revista Ciencias de la Salud que dirige desde 2002 y con la cual lleva 17 números con alcance internacional. Eso y la investigación con los estudiantes le apasionan. “Me gusta dirigir investigaciones, tratar de abrirles los ojos a los estudiantes en investigación”, señala. Hoy en día hace docencia en posgrados y trabaja con los residentes en investigación, especialmente en epilepsia y problemas de neurodesarrollo.

A NeURos llegan las mentes virginales de los semilleros de investigación (entre 40 y 60 jóvenes). Entre 15 y 20 trabajan en proyectos de investigación en un grupo que ha crecido, que tiene un laboratorio de neurociencias. El sueño de Vélez es que se convierta en un Centro de Investigación para que incluya docencia, investigación y extensión y que allí se hospede la Maestría en Neurociencias. Ese quiere que sea su legado.

Hoy a Vélez se le reconoce por sus aportes a la comprensión de la neurofibromatosis, en cómo mirarla desde el punto de vista cognitivo. Pero también por su trabajo clínico e investigativo en áreas como la epilepsia, los trastornos del neurodesarrollo y del aprendizaje, el trastorno por déficit de atención, y en el campo de la epidemiología.

En tiempos en que, a su parecer, “la medicina se ha deshumanizado, casi que se ha convertido en la simple tarea de un técnico viendo una enfermedad”, Vélez hace consulta tres veces a la semana. “Me gusta hablar con los pacientes, dedicándoles una hora y curiosamente así he llegado a (tener) más pacientes porque se corre el rumor de que se les escucha”. El profesor me dice esto y decide desenfundar su móvil. Me muestra el mensaje de texto de una de sus pacientes en el que le agradece por su atención y por renovarle la esperanza.

Así, Vélez reparte su tiempo entre la familia, para la que cocina por gusto con cierta regularidad, la investigación en NeURos, la revisión de artículos de sus colegas para la revista, los fines de semana en bicicleta, que ha venido sirviendo de sustituta a su afición por el tenis (que no practica desde hace algunos meses por una lesión en sus meniscos) y su infaltable cita semanal con su grupo de bridge.

Aunque esté próximo a su pensión, muy seguramente por gusto propio, por algunos años más, la espigada silueta del profesor Vélez seguirá recorriendo los corredores de la Quinta de Mutis, guiando la lectura de sus estudiantes, y su voz retumbando en algunos congresos más, como lo ha hecho en un centenar de ellos.