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Divulgación Científica - URosario

Salud y Bienestar

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La atención a las personas dependientes del consumo de drogas, una tarea por hacer

¿Estamos en Colombia preparados para atender adecuadamente a las personas farmacodependientes y en condición de vulnerabilidad? ¿Cómo es en Francia y cómo en Colombia? Silvia Rivera, profesora de la Escuela de Medicina de la Universidad del Rosario, y Jean-Luc Gaspard, investigador francés, se unieron para estudiar la situación e intentar responder a estas y otras preguntas.

  Fotos: Alberto Sierra/Milagro Castro
Por Catalina Ochoa

 

‘Alberto’ tiene la mirada vidriosa, está angustiado, pero ha decidido dar el paso que tantas veces evadió para buscar ayuda en un centro de reha­bilitación. Una trabajadora social que lo conoce desde hace meses le consiguió una cita para que ese martes llegara a las 11 de la mañana. Llegó, pero no sabía la hora. Al arribar a este espacio sintió más frío del que traía en los huesos. La en­fermera, de la que esperaba la caricia de una palabra amable, un simple “bienvenido”, lo recibió con un cortante: “Tras de que llega tarde, mire cómo está de sucio”. A ‘Alberto’ la fati­ga de la desesperanza le pudo más que la de su cuerpo. Bajó la cabeza como si la decepción le pesara veinte kilos más, dio la vuelta y no volvió a aparecer.

Como la de ‘Alberto’, todos los días se repite esa historia de­cenas de veces en Colombia. Para tratar de entender este fenó­meno, Silvia Rivera, profesora del grupo de Estudios Sociales de las Ciencias, las Tecnologías y la Profesio­nes de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario, dedicó su mejor esfuerzo para que con su tesis doctoral pudiera encontrar las semillas del problema. En ese camino, esta psicóloga especializada en psicoanálisis se encontró con ‘las migas de pan’ que estaba dejando otro investigador.

Fue así como dio con Jean-Luc Gaspard. Tras descubrir que ambos estaban trabajando de manera activa en los espacios de atención a las personas que tienen dificultades serias con el consumo de drogas, ligado a condiciones de vulnerabilidad extrema, decidieron unir esfuerzos para realizar un estudio sobre la si­tuación de ambos países, el cual realizaron en centros de atención a habitantes de calle.

Fue así como dio con Jean-Luc Gaspard. Tras descubrir que ambos estaban trabajando de manera activa en los espacios de atención a las personas que tienen dificultades serias con el consumo de drogas, ligado a condiciones de vulnerabilidad extrema, decidieron unir esfuerzos para realizar un estudio sobre la si­tuación de ambos países, el cual realizaron en centros de atención a habitantes de calle. Fue ahí cuando nació el estudio Drogadicción y aislamiento social: reflexiones sobre la atención a drogadictos en Francia y Colombia, en el que trabajaron en campo tanto en Colombia como en Francia.

Aquí salieron datos que los urgió a mostrar la crisis que se da en estos servicios de salud y de atención psicosocial y a hacer visibles las grandes dificultades que enfrentan estos lu­gares para atender a esta población desde un enfoque integral.

Por otra parte, para Rivera es claro que el consumo de drogas va en aumento y cada vez se ‘normaliza’ más; una normalización que contrasta paradójicamente con la estigmati­zación que persiste frente a las personas que caen en la dependencia. Justamente, las perso­nas dependientes de las drogas en condición de vulnerabilidad son el principal síntoma de una realidad compleja. “Ellos son el principal reflejo de la realidad actual que combina el desconocimiento, la naturalización y paradó­jicamente la estigmatización existente alrede­dor del tema de las drogas”, agrega Rivera.

¿LAS DROGAS SON EL VERDADERO PROBLEMA?
Una persona no adquiere una adicción por la droga debido a una voluntad de autodestruc­ción sino a condiciones orgánicas, psicológi­cas, sociales, económicas, políticas, familiares y hasta ecológicas. La dependencia a las dro­gas es un problema ‘multideterminado’, que frecuentemente inicia en la adolescencia, o incluso en la infancia, como resultado de situa­ciones críticas que generan en las personas una condición de vulnerabilidad psicológica. Al no ser tratadas estas situaciones traumáticas de manera adecuada, se dan condiciones de des­borde afectivo en la persona; es decir, que la persona se vuelve incapaz de reconocer y tra­mitar sus afectos de manera eficaz y termina manejándolos de manera caótica, a partir de estrategias autodestructivas, entre las que está el consumo de drogas.

Una persona dependiente del consumo de drogas se en­cuentra en una situación de profunda soledad, generada por condiciones de vida previas. “Si uno escucha las historias de los que están en la calle, encuentra historias de maltrato, negli­gencia familiar y social, abandono del hogar a temprana edad y abuso sexual”, añade la profesora Rivera. Debido a esto no se puede esperar a que las personas salgan del mundo de las drogas por sí solas, se necesita un contexto social, cultural, económico y político que lo haga posible.
 

 

Existen centros de atención, pero sus servicios están centrados en que el problema del paciente es la droga, y aunque se han intentado hacer cambios en el sistema, esta mentalidad no permite obtener mejores resultados.


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De acuerdo con Silvia Rivera, investigadora del Grupo de Estudios Sociales de las Ciencias, las Tecnologías y la Profesiones, se debe  implementar una campaña ciudadana para que las personas cambien su mentalidad frente a las personas que caen en la dependencia a las drogas y en condiciones de vulnerabilidad.


En Colombia, el principal problema radica en que el apoyo público se ofrece desde la ló­gica de la estigmatización: existen centros de atención, pero sus servicios están ‘obsesiona­dos’ en entender el problema de la dependen­cia a las drogas como un efecto del consumo de droga, y no de un problema más complejo. Y aunque se han intentado hacer cambios en el sistema, esta mentalidad no permite obtener mejores resultados. El tratamiento consiste en que los pacientes se encierren totalmente en estos centros y dejen desde ese momento la droga, sin un equipo robusto de apoyo, ya que los profesionales no dan abasto. Además, los programas de rehabilitación no están adap­tados a la particularidad de cada persona, ni al reto que implica la confrontación de las condi­ciones de trauma que están detrás del consu­mo. Tampoco hay programas de seguimiento a largo plazo, ni apoyo para la reincorporación educativa ni laboral.

En cambio, en Francia, los procesos han sido distintos. Mu­chos programas de reintegración de los farmacodependientes retoman la dignidad de la persona al darle posibilidades de ducharse, de lavar su ropa, reemplazar sus jeringas, recibir aten­ción médica, explorar la posibilidad de encontrar un trabajo o incluso recibir un tratamiento con drogas de sustitución, aún con lo polémicas que estas pueden llegar a ser. En Colombia no hay programas de sustitución de consumo, salvo en entidades privadas, aclara la profesora Rivera.

Sin embargo, la estigmatización de las personas depen­dientes sigue presente en muchos espacios de atención a esta población. Muchas veces esta estigmatización se disfraza con la fachada de la medicalización del tratamiento.

 

Por ejemplo, muchos de los sitios en los que se brindan los programas de drogas de sustitución (un tema que es bastante controversial, por cierto), están concebidos dentro de una lógica policial. “Son espacios fríos, donde los pacientes son recibidos por una enfermera que siempre está haciendo mala cara y que los rega­ña porque están sucios o porque llegan tarde, y no se atiende la dimensión psicológica; hace falta un componente humano que no se brinda aquí. Es gente que viene de recibir la droga de un vendedor minorista de drogas ilegales en situación de agre­sividad fuerte y que llega al hospital a encontrarse con otra si­tuación de agresividad similar”, explica la profesora Rivera.
 

Pero muchos espacios de atención en Francia han hecho un esfuerzo por brindar un apoyo de salud y psicosocial integral que incluya un seguimiento psicológico y de trabajo social a todas las personas que entran a estos lugares. Además, hay espacios que son llamados ‘de baja exigencia’ en donde no se somete a la persona a un encierro permanen­te, sino que permiten que la gente vaya a pasar un rato, se tome un café, pueda bañarse y re­cibir su droga de sustitución, lo que permite una transformación paulatina de la persona y la recuperación de una dignidad que le per­mita una real reincorporación social.

Desafortunadamente, si este tipo de pro­puestas se ha demorado en aparecer en Euro­pa, aquí todavía justamente son inexistentes. “No se le puede exigir a alguien que acepte una ayuda, si esta no está lo suficientemente adaptada a sus necesidades”, concluye Rivera.

PROBLEMA POLÍTICO
En Francia, desde los años ochenta, se llevan a cabo programas de despenalización del consumo y de desestigmatización de los con­sumidores, lo que ha abierto posibilidades de atención más diversas y acordes con las necesidades de los drogadictos en condición de vulnerabilidad. “En Colombia, desafortu­nadamente el panorama es menos optimista y depende del gobierno de turno. En estas si­tuaciones de extremismo político, esta pobla­ción termina siendo un caballo de batalla: se utiliza como bandera política y luego se aban­dona”, opina Rivera.
 

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Las historias de los que están en la calle, se relacionan con maltrato, negligencia familiar y social, abandono del hogar a temprana edad y abuso sexual.

Según el estudio, se necesita voluntad polí­tica para que los organismos de atención estén capacitados en Colombia y puedan atender a esta población. El país cuenta con recursos pro­fesionales, pero mientras el Gobierno no bus­que los recursos necesarios para atender esta población y descriminalizarla, es muy difícil que cualquier iniciativa progrese. Cuestiones como los programas implementados en go­biernos pasados, espacios para la reducción de riesgos de consumidores de droga, una aten­ción integral a los habitantes de calle, desapa­recen con los cambios de administración.

Además de lo anterior, también se debe implementar una campaña ciudadana para que las personas cambien su mentalidad fren­te a las personas que caen en la dependencia a las drogas y en condiciones de vulnerabi­lidad. Es importante que las personas pue­dan comprender que, más allá de la droga, el problema de las personas dependientes nace en su historia de vida y por esto necesitan de un apoyo de la sociedad civil para su reintegración.

Probablemente, si estos cambios no se dan, historias como las de ‘Alberto’ seguirán perpetuándose y muchas vidas más marchi­tándose.

 

Drogas de sustitución, una solución polémica
Al consumir opiáceos, se pierde la capacidad de analgesia en el cuerpo (es decir, de evitar sentir cosas como el movimiento de los órganos internos o el uso de la ropa, aspectos que dificultan la calidad de vida), ya que las endorfinas se ven afectadas al verse liberadas todas al mismo tiempo y esto, a la larga, trae dificultades porque el cuerpo no contará con ellas cuando realmente las necesite.
 
Por su parte, las drogas de sustitución disminuyen el efecto del síndrome de abstinencia al evitar que la persona continúe utilizando drogas como la morfina y la heroína. No obstante, suelen ser drogas de distribución gratuita y, aunque muchos pacientes se han recuperado de su adicción mediante su uso, hay otras personas que han caído en la drogadicción gracias a este tipo de drogas.