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Ciencia y Tecnología

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De las sombras a la luz: motivaciones de un joven investigador

Perseguir el conocimiento, entender realidades, ampliar perspectivas y ayudar a otros con sus habilidades es lo que mueve la tarea diaria de Nicolás González Tamayo, abogado e internacionalista dedicado a la investigación.

  Fotos: Fotos Alberto Sierra, Milagro Castro
    Por Carolina Lancheros Ruíz

Septiembre/2019

Una caverna. Hombres amarrados de cuello y pies mirando hacia una pared. Una hoguera que arde y unas sombras que se proyectan como la única verdad. Luego, una liberación, la luz de frente, la ceguera temporal y el posterior atisbo de un conocimiento ampliado que merece ser compartido.

Esos elementos de la famosa alegoría —o mito— de la caverna con la que Platón nos puso a pensar en los conceptos de verdad y realidad simbolizan para Nicolás González Tamayo la máxima aspiración de su vida.

Desde muy pequeño se interesó por la filosofía e hizo del conocimiento uno de sus mayores objetivos: “El conocimiento como un fin en sí mismo, a partir del cual las personas pueden alcanzar la virtud”. Por eso ha dedicado su vida a estudiar, a formular preguntas y a buscar sus respuestas tanto en los libros como en la vida cotidiana. Él es un joven investigador.

Tiene 27 años, dos carreras, varias publicaciones, mucha pasión por lo que hace y unas ganas enormes de “contribuir en la construcción de sociedad”. Para él, investigar no es un trabajo sino una forma de vida, gracias a la cual ha tenido acceso a realidades a las que, de otro modo, no podría y que le han permitido ampliar su perspectiva frente al mundo.
Es abogado e internacionalista de la Universidad del Rosario, y sus campos de interés se centran en el Derecho Constitucional, el Derecho Internacional y los Derechos Humanos, así como en geopolítica, conflictos armados, justicia transicional y desarrollo.
Ahora mismo es miembro del Grupo de Investigación en Derechos Humanos de la Facultad de Jurisprudencia de la universidad, con el que participa en un análisis regional de la feminización de la migración venezolana en Colombia. Es una extensión, con enfoque de género, de un trabajo previo que busca explicar las condiciones de los migrantes y la forma en la que instituciones y organizaciones coordinan sus rutas de atención, pero esta vez con el ojo puesto en la realidad de las mujeres.

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“Uno se vuelve difusor de su propio trabajo y puede ponerlo en el voz a voz. Lo que en un principio creas y materializas en un plano teórico-académico, puedes traducirlo a una realidad cotidiana en una conversación, en momentos en los que compartes con otras personas. Es otra forma de difundir el conocimiento”, enfatiza Nicolás González.

Su misión ahí implica trabajo de campo con instituciones y grupos de migrantes en Santa Marta, Pereira, Cúcuta y Bogotá, de los que él ha obtenido la información necesaria para la investigación, pero, además, un acercamiento con estas mujeres que le permitieron “conocer sus experiencias, perspectivas e ilusiones” de un modo que haría a cualquiera salir de su burbuja o dejar de ver solo sus sombras para ver, si no la luz, por lo menos las sombras de alguien más.

En la ayuda al otro radica otra de sus grandes motivaciones. Viene de una familia de médicos, así que la disposición al servicio está más que latente, y por eso entiende su profesión como un medio que le da la posibilidad de aportar a la sociedad, “más allá del plano netamente académico”, pensando en “el impacto que pueda tener en las personas”.

Aunque ese impacto no es tan claro cuando el producto de su trabajo son publicaciones académicas. Él lo sabe, y tiene presente esa disyuntiva recurrente de los investigadores entre mantener su lenguaje académico o hacerlo más digerible para el público, pero confía en una especie de efecto cascada de las investigaciones que realiza.

De esa manera, por ejemplo, con un trabajo en el que evaluó el tratamiento de los crímenes de naturaleza sexual en tribunales internacionales, pretende impactar positivamente el desarrollo de los procesos llevados ante la justicia local, en beneficio de las víctimas de violencia sexual en el contexto del conflicto armado. “Tal vez ellas no la lean, pero cuando esa información llega a manos de un juez, él sí puede darle vida a ese conocimiento inerte y usarlo a favor de las víctimas”.

Por eso es importante la investigación. Porque otorga herramientas para entender y describir realidades, pero también para ayudar a cambiarlas o mejorarlas. Y no necesariamente para las poblaciones estudiadas sino, incluso, para los propios investigadores.

En ese sentido, Nicolás recuerda también un trabajo sobre inserción laboral de menores de edad en el sector informal de la economía, con el que encontró que las premisas que se consideran ineludibles en un sector del país son de algún modo inconcebibles en el otro. Así, mientras las políticas públicas y el grueso de la población urbana tiene como dogma la pretensión de desvincular a los menores de edad de los procesos laborales, en muchas comunidades rurales, campesinas, indígenas o afros consideran parte de su tradición el que los niños apoyen las labores del campo, de modo que romperla implicaría incluso el fin de las comunidades. Es un asunto espinoso del que él pudo sacar una conclusión para su vida individual.

Evidenciar tan de cerca el choque entre las formas de vida ancestrales y tradicionales con la lógica de corte occidental que pretende imponerse mediante la ley, lo hizo entender que la vida de ciudad de los que seguramente están leyendo este texto —y a la que él pertenece— es como las sombras que veían los hombres atados frente a la pared. En ese caso, él, como investigador, podría representar a aquel que se liberó y pudo ver que hay algo más fuera de la caverna. Y ese algo más, merece ser compartido con aquellos que siguen viendo solo las sombras. Esa es su pretensión.

Igual le pasó con una investigación que realizó en el eje de Seguridad, Paz y Conflicto, del Grupo de Estudios Políticos Internacionales (Cepi) de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. El proyecto se dedicó a estudiar la evolución estratégica de la guerrilla de las Farc durante las conversaciones de paz en La Habana, y su papel era mantenerse al tanto de todo cuanto sucediera allí. “Era una investigación viva, que todos los días asumía nuevos matices, se transformaba y se nutría con los nuevos hechos. Implicaba estudiar la cotidianidad”, recuerda entusiasmado.

Como también es consciente de la importancia de mantener una vida equilibrada entre familia, amigos, amor y ocio, por esos días en los que se dedicaba con ahínco a seguir la pista de los negociadores y sus decisiones, también se sentaba con sus amigos a conversar. Y como el ambiente en el país estaba tan dividido y la información que llegaba a las masas resultaba escasa, al menos para él, Nicolás pudo compartir las ideas que se iba formando a partir del conocimiento profundo del escenario coyuntural de aquel entonces y controvertir prejuicios sobre el desarme, la naturaleza jurídica de los acuerdos, las pretensiones políticas de las Farc y lo que podría llegar a pasar durante la implementación. “Haciendo uso de lo que había construido en mi trabajo, tenía elementos de juicio para hablar de otras realidades”, señala complacido.

Esa es otra versión del efecto cascada al que alude para conectar su trabajo de investigador con la sociedad, y también otro ejemplo de la manera como ‘estando fuera de la caverna’ puede ayudar a otros a dejar de ver solo sombras. “Uno se vuelve difusor de su propio trabajo y puede ponerlo en el voz a voz. Lo que en un principio creas y materializas en un plano teórico-académico, puedes traducirlo a una realidad cotidiana en una conversación, en momentos en los que compartes con otras personas. Es otra forma de difundir el conocimiento”.
 

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“ Para Nicolás González ser investigador no se limita al campo laboral, sino que es una condición que se vuelve parte de tu vida. Sea lo que sea que hagas o en lo que te desempeñes, comienzas a ver la realidad de una manera diferente, que te permite diluir estereotipos, deconstruir dogmas y analizar situaciones desde diferentes perspectivas”.

Porque al fin de cuentas, para él, “ser investigador no se limita al campo laboral, sino que es una condición que se vuelve parte de tu vida. Sea lo que sea que hagas o en lo que te desempeñes, comienzas a ver la realidad de una manera diferente, que te permite diluir estereotipos, deconstruir dogmas y analizar situaciones desde diferentes perspectivas”.

Pasión por la investigación
Desde antes de pertenecer formalmente a algún grupo de investigación, Nicolás González conformó con sus amigos del pregrado un grupo no institucionalizado, pero sí muy riguroso en el que se dedicaban a los estudios críticos del derecho. Lo llamaron Escride y fue su primer proyecto en el plano académico. Durante un año y medio, los estudiantes tuvieron reuniones semanales en las que presentaban sus documentos de trabajo y a las que eventualmente asistía un profesor que les daba luces, en un papel similar al que el mismo Nicolás ocupa hoy, ya de manera oficial, al frente de los semilleros de investigación del Grupo de Investigación en Derechos Humanos. Su rol es guiar a los más jóvenes en su proceso formativo, retroalimentarlos y señalarles el camino adecuado para continuar sus proyectos de investigación.