El proyecto se ha llevado a cabo en tres fases diferentes, de la mano de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ARC), institución del gobierno a cargo de la reintegración de los desmovilizados.
En 2008 se realizaron mesas de trabajo en Bogotá con desmovilizados de la guerrilla y de los grupos paramilitares, donde se observaron unas primeras interacciones y aprendizajes. En una segunda fase, entre 2013 y 2014, se incluyó a las víctimas del conflicto y a comunidades receptoras en zonas urbanas de Cali, Palmira, Cúcuta, Tierra Alta, Villavicencio, Florencia, Bogotá y Medellín.
En 2016 y 2017 se viene trabajando en la tercera fase, que incluye excombatientes (de la guerrilla y de grupos de autodefensas), comunidades y víctimas en las zonas rurales de Jamundí, Chaparral, San Vicente del Caguán, Florencia, Cali, Puerto Asís, Santa Rosa del Sur y El Bagre.
“En esta tercera fase hemos incorporado mediciones neurobiológicas a través de una herramienta computacional, con la que determinamos la forma como se adaptan los individuos a la experiencia del conflicto, con actitudes inconscientes frente a los demás”, explica Ugarriza.
Para realizar las mediciones y hallar ese ‘efecto biológico’ en el proceso, el equipo de investigadores utilizó un minilaboratorio y un equipo de electroencefalografía portátil, los cuales permiten hacer mediciones de estos ejercicios de sesgo implícito con las medidas que dan las señales eléctricas del cerebro. También desarrollaron un software particular que hace posible crear tareas computarizadas para las mesas de trabajo, extraer los datos y analizarlos.
De esa manera, el grupo de investigación realizó un proyecto piloto en Santo Domingo y Marinilla, municipios antioqueños, con el que buscó determinar si el sesgo invisible en las interacciones de la población afectada por el conflicto era diferente en las víctimas de paramilitares o de guerrilleros.
Santo Domingo sufrió en mayor intensidad la arremetida de los grupos armados, guerrilla y autodefensas, por lo que aún existe una especie de trauma colectivo por esas acciones violentas, mientras que Marinilla es un municipio que, comparativamente, se ha mantenido al margen del conflicto.
“Analizamos esos distintos tipos de victimización y usamos una escala de experiencias extremas propia de la psicología y la adaptamos para el tema del conflicto. Medimos 18 formas en las que la población fue víctima directa, como un secuestro o la quema del local donde trabajaba, o un robo o una herida, y afectaciones indirectas como la muerte o el secuestro de un familiar. Esas 18 formas de victimización nos dan una escala que nos permite saber cuál es el nivel de victimización, ya sea directa o indirecta”, explica el investigador del Rosario.
La medida mostró que entre mayores experiencias de victimización tiene el individuo, las actitudes negativas inconscientes de las víctimas con respecto a los excombatientes, según las medidas computarizadas, tienen una magnitud mucho mayor. “No tener en cuenta esta situación puede afectar las posibilidades de éxito de cualquier iniciativa de reconciliación en el país”, señala el investigador.