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Divulgación Científica - URosario

Economía y Política

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Colombia debe revisar sus políticas migratorias

Hace cerca de 80 años, los indígenas kichwa-otavalo de Ecuador atravesaron las fronteras para llegar a la capital colombiana con el fin de expandir sus redes comerciales. Hoy, Bogotá es además la base para migrar a otras naciones. Un caso para los estudios migratorios transnacionales y para las políticas de migración de Colombia, cuestionadas por haitianos y cubanos migrantes en 2016.

  Fotos: Leonardo Parra
Por: Ángela Constanza Jerez


Las mujeres llevan a los niños en su espalda, pegados a ellas con sus grandes pañolones. Aretes, collares dorados y camisas bordadas complementan su imagen, esa que es tan común en las calles bogotanas, donde venden a los transeúntes sus laboriosos tejidos. Los hombres también son fáciles de reconocer, en su caso los identifican el pelo liso, negro, trenzado, y las quenas, zampoñas y guitarras con las que interpretan la música andina.

Son hombres y mujeres nacidos en Ecuador, específicamente en la provincia de Imbabura, en el norte del país vecino, que encontraron en Bogotá una doble cualidad: ser el lugar para ampliar sus fronteras comerciales y el enclave para diseñar estrategias migratorias a otros países en Norteamérica, Europa y Asia.

Los indígenas kichwa-otavalo llegaron a Colombia en la década de los cuarenta, migraron por considerarlo un país con mayores oportunidades. “Con mercados más grandes y estructuras de discriminación diferentes, que los hacían sentirse a gusto. En Cotacachi (una de las poblaciones de la provincia) los adultos mayores todavía recuerdan que cuando eran niños tenían que quitarse de la acera si venía un mestizo, eso no pasaba acá”, explica Juan Thomas Ordóñez, Ph. D. en Antropología Médica de la Universidad de California, Berkeley (Estados Unidos), profesor de Antropología del Rosario y miembro del Grupo de Investigación Estudios sobre Identidad, de esta misma universidad.

Este profesor investiga desde 2012 las diferentes formas en las que los kichwa-otavalo se relacionan con la capital del país y el Estado colombiano, una relación que existe hace cerca de 80 años y que hoy, más que nunca, resulta pertinente analizar con el fin de comprender otros fenómenos migratorios que se


están dando en Colombia y anticipar los que vendrán.

“Es importante saber que Colombia es un lugar de paso para la migración. Tenemos haitianos y cubanos tratando de llegar a Estados Unidos y en un futuro no tan lejano, si el país crece como está creciendo y el conflicto realmente baja, no es absurdo pensar que Colombia puede convertirse en un lugar de migrantes. Lo estamos viendo con los venezolanos. Así que puede ser hora de que el país empiece a pensarse a sí mismo de esa forma y se prepare, porque hoy no lo está”, agrega Ordóñez.

De los textiles a la música

La migración de los kichwa-otavalo a Colombia se inició con el comercio de telas y artesanías, como una forma de expandir su comercio.

Según la investigación, soportada en trabajo etnográfico de esta población de tres generaciones y en literatura existente sobre el tema, esa fue la motivación y la ocupación de la primera ola migratoria a Colombia, que trajo consigo los primeros asentamientos en Bogotá y con ello el nacimiento de las primeras generaciones de kichwa-otavalo en nuestra nación.

“Se dieron cuenta de que era más rentable producir las telas aquí que traerlas y entonces instalaron sus propios telares. Comenzaron a traer gente para trabajar en ellos, familiares y ahijados, pues la institución del compadrazgo es importante en los Andes. Una persona adinerada siempre termina siendo padrino de los hijos de la gente que trabaja en sus empresas. Eso mismo que pasó en Bogotá empezó a pasar en Popayán, Ipiales y Medellín”, explica Ordóñez.

 

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La segunda ola se dio en los años sesenta, también con jóvenes interesados en comercializar artesanías y telas, pero que iban y venían de Ecuador al mantener unos vínculos más marcados con su país. La tercera ola, que empezó entre los años setenta y ochenta, en cambio, se caracteriza por una población itinerante. “Se habla de una diáspora de kichwa-otavalo por todo el mundo, que tiene a Bogotá como el asentamiento más viejo, como el nodo de muchas de las redes migratorias. En la literatura se menciona que pasaron por Bogotá, pero no se piensa que Bogotá es central para las redes que los llevaron a Europa, Estados Unidos e incluso Japón y Corea”, asegura el investigador.

Desde entonces el Distrito Capital es foco central en las relaciones transnacionales de este grupo indígena que, sin dejar de lado sus telas y artesanías, ha encontrado otra manera de ganarse la vida: tocando música andina en Rusia, Italia, España y otros lugares del mundo.

Diferente trato político

Esa larga relación con Colombia les permitió a las primeras familias kichwa-otavalo establecidas en Bogotá, así como a sus descendientes, tener en la actualidad un estatus político distinto.

En 2005, durante la administración de Lucho Garzón, lograron ser reconocidos como cabildo indígena urbano. Sin embargo, eso trajo tensiones entre ellos, entre quienes pertenecen y no pertenecen al cabildo, pues el vínculo con el Estado colombiano no es equitativo.

“El cabildo solo puede reconocer kichwas que tienen nacionalidad colombiana o cuentan con algún lazo de parentesco directo con un nacional colombiano, eso excluye a todos los kichwas que salen y entran al país”, explica Ordóñez.



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El cabildo tiene 2.000 personas censadas, pero estima que entre 4.000 y 7.000 kichwas viven en la capital y otros 4.000 van y vienen cada año. Una masa importante de gente que requiere un tratamiento como población migrante. Una situación específica que muestra la necesidad de que Colombia revise sus políticas migratorias.

 

En un futuro no tan lejano, si el país crece como está creciendo y el conflicto realmente baja, no es absurdo pensar que Colombia puede convertirse en un lugar de migrantes.