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Cultura y Sociedad

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Se hizo visible la historia invisible de los Arhuacos

Hace un siglo, seis arhuacos llegaron hasta Bogotá para exigir que se respetaran sus derechos. El gobierno respondió emitiendo decretos cuyos vacíos incrementaron los abusos contra la comunidad. Los detalles se conocen por una investigación que por siete años llevó a cabo la Escuela Intercultural de Diplomacia Indígena de la Universidad del Rosario.

  Fotos: Rafael Serrano / Leonardo Parra
Por: Inés Elvira Ospina


Somos víctimas de los civilizados, quienes nos han arrebatado nuestros derechos”. Con esas palabras, Juan Bautista Villafaña (también conocido como Duane) dejó claro al diario El Nuevo Tiempo, el 15 de noviembre de 1916, hace poco más de 100 años, el concepto que él y sus compañeros tenían de los colonos.

Villafaña fue uno de los seis indígenas arhuacos que viajaron durante tres meses para llegar a Bogotá, con el fin de “entenderse” con el entonces presidente de la República, José Vicente Concha, para lograr una salida a las injusticias y a los maltratos a los eran sometidos por los colonos. “No queremos esas autoridades civilizadas porque son enemigas de nuestra raza”, aseguró en la entrevista con el medio de la época.

Los detalles de esta visita, sus causas, antecedentes históricos y lo que sucedió a partir de entonces y hasta 1930, se conocen hoy en profundidad gracias a la investigación realizada por la Escuela Intercultural de Diplomacia Indígena (IEDI) de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario.

“Los arhuacos traían unas peticiones claras y puntuales que aparentemente fueron escuchadas. Por eso fue que no entendieron la llegada, en 2017, apenas cinco meses después, de una misión de monjes capuchinos españoles, que complicó aún más su situación y generó mayor violencia”, cuenta Bastien Bosa, profesor de la Escuela de Ciencias Humanas y quien ha coordinado el proyecto.

El trabajo de la IEDI con la comunidad arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta pasa los diez años y la reconstrucción de la memoria histórica de lo que ocurrió hace un siglo tomó varios de ellos.

Fueron decenas de documentos, cartas, misivas, fotos, escritos y relatos los que debieron revisar. “Buscamos las fuentes disponibles. Los capuchinos documentaron mucho sus misiones. Incluso fui hasta Valencia, España, donde reposan muchos de los documentos de la misión que estuvo aquí. Y también los arhuacos habían conservado muchos documentos oficiales de cuando San Sebastián de Rabago, hoy Nabusímake, era un corregimiento que dependía de la alcaldía y de la Prefectura de Valledupar”, explica Bosa.

Reconstruir historias

Para el investigador, uno de los aspectos más valiosos fue reconstruir las historias familiares. Con el apoyo de un grupo de estudiantes, se documentaron las historias de las familias, lo que permitió armar árboles genealógicos. “Hay una profundidad histórica en los relatos de voz a voz, que permiten un acercamiento muy interesante al pasado. Y esa memoria no se relaciona únicamente con la presencia de los colonos o de los misioneros, sino que permite resaltar una historia Arhuaca propia”, dice Bosa.


Así fue como se conocieron las razones que motivaron el viaje de los delegados de 1916 y lo ocurrido en años siguientes con la llegada de la misión de religiosos y la apertura de un orfanato, hasta donde eran llevados de manera obligada los niños arhuacos para ‘ser evangelizados y civilizados’. La investigación muestra cómo esa intervención obligó a una recomposición social de la comunidad, a través de la opresión y la violencia.

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En su audiencia con el presidente Concha, los arhuacos dejaron tres necesidades puntuales: recuperar su autonomía política, perdida ante el nombramiento de colonos como corregidores; no seguir siendo víctimas de las diferentes formas de explotación de los ‘civilizados’ y contar con el respeto a sus expresiones y tradiciones culturales, las cuales empezaban a ser prohibidas.

De acuerdo con la investigación, los pedidos parecieron haber sido oídos con la expedición de un decreto de la gobernación del Magdalena en el que, sobre el papel, respondía a lo exigido. Sin embargo, los vacíos y las malas interpretaciones llevaron a un abuso mayor en contra de los indígenas.
 

 
 
 

El trabajo de la escuela con la comunidad Arhuaca de la Sierra nevada de Santa Marta pasa los diez años y la reconstrucción de la memoria histórica de lo que ocurrió hace un siglo tomó varios de ellos.

 


De esa manera es como se visibilizaron centenares de historias de niños que fueron obligados a dejar a sus familias (en muchos casos fueron robados de sus hogares), para ser llevados al orfanato en donde les cortaban el pelo, los despojaban de sus trajes, les prohibían hablar su lengua y los criaban de acuerdo con la religión católica.

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“En los años veinte, se crea una historia de resistencia. De niños pequeños que caminaban más de 100 kilómetros para regresar a sus hogares y de cómo eran buscados y capturados bajo amenaza de retaliaciones o castigos físicos a sus familias o a quienes los ayudaran a huir”, cuenta Bosa.

Los horrores de la civilización

Los archivos de la época están llenos de misivas en las que se reitera el poder otorgado a los capuchinos para llevar a cabo esa misión y de la forma como usaban a los mismos arhuacos, ‘semaneros’ o indios policías para llevar a cabo las búsquedas de los menores de edad. “Esta no es una historia solo de los misioneros, sino del Estado colombiano que les encargó a los capuchinos evangelizar y civilizar”, enfatiza el investigador.


A lo anterior, y de manera simultánea, se suma la explotación económica de la que el pueblo indígena era víctima a través de las matrículas —cobros exagerados de prendas por fianzas—, que permitían a los colonos y hacendados ‘prestarse’ a los indígenas en pago de las deudas adquiridas, que por lo general resultaban imposibles de saldar.


El orfanato de los misioneros capuchinos cerró finalmente sus puertas en 1982, tras las peticiones pacíficas de los arhuacos de la devolución de sus tierras. “Fueron 65 años en los que tuvieron un manejo de la comunidad y de la educación, algo que aún sigue marcando a la comunidad arhuaca de manera muy fuerte”, concluye Bosa.


De vuelta a la casa de Nariño

En octubre de 2016, cien años después y siguiendo los pasos de sus antepasados, una comisión de 100 indígenas arhuacos llegó hasta Bogotá, a la Casa de Nariño, para entregar una carta al presidente Juan Manuel Santos. A diferencia de 1916, el contenido de la misiva pedía al mandatario aclarar lo ocurrido entonces. Además, describía cómo el pueblo indígena ha trabajado durante un siglo por seguir un camino de paz.


En esa ocasión el viaje duró apenas una hora en un avión del Ejército y no se vieron obligados a tomarse fotos con quienes llegaban hasta la casa donde se alojaron, en contraprestación por la estadía. Una vez en Bogotá, marcharon desde el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación hasta la Plaza de Bolívar y durante dos días conmemoraron el acontecimiento en un encuentro organizado por el Rosario, en el que todos los participantes reflexionaron sobre aspectos del pasado: algunos marcados por la violencia y el dolor y otros evidenciando la dignidad de los arhuacos.

 

“En los años veinte, se crea una historia de resistencia. de niños pequeños que caminaban más de 100 kilómetros para regresar a sus hogares y de cómo eran buscados y capturados bajo amenaza de retaliaciones o castigos físicos a sus familias o a quienes los ayudaran a huir.”
Bastien Bosa
Investigador

 


Apartes de la entrevista publicada el 5 de noviembre de 1916 en el diario El Nuevo Tiempo.


¿Cuál es el objeto de la venida de ustedes?
Venimos a entendernos con el señor presidente de la República para que el Gobierno nos ampare.

¿Qué les ocurre a ustedes?
Somos víctimas de los civilizados, quienes nos han arrebatado nuestros derechos.

¿Qué piensan decirle al señor presidente?
Que si no es posible que se mejore nuestra situación tendremos que emigrar para otra parte donde no tengamos que sufrir tanto, pues algunos hacendados nos obligan a trabajar de balde y muchas veces hasta vendernos para no morir de hambre.


¿Están contentos con las autoridades?
No, señor; no queremos esas autoridades civilizadas, porque son enemigas de nuestra raza. Sobre este asunto también hablaremos con el señor presidente y le pediremos que haga nombrar corregidor de nuestro pueblo a Adolfo Antonio Garavito o a Carmen Izquierdo, que son indígenas y conocen nuestras maneras de vivir.

¿Qué diversiones tienen ustedes?
¡Ninguna!, porque la que teníamos, por ley tradicional, no la podemos ejercer ahora porque los civilizados nos la prohibieron. Esa diversión se llama El baile de Casa María que dura un mes y durante el cual descansa la tribu y se celebran fiestas. Ahora no podemos bailar porque nos castigan. La tribu está muy disgustada por eso.

¿Usted es colombiano?
Sí, señor. Toda la tribu quiere esta patria, pero si nos persiguen en la Goajira, nos vamos.