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La mente humana, clave en el posconflicto

El trabajo de neurociencia política, llevado a cabo por un equipo interdisciplinario liderado por la Universidad del Rosario, demuestra que sí es posible generar condiciones para que haya un cambio duradero y una reconciliación sincera.

  Fotos: Juan Ramírez / Alberto Sierra
Por: Mauricio Veloza


Lograr que la mente se adapte al posconflicto, así como estuvo adaptada a situaciones de conflicto armado, es uno de los pasos que deben dar las víctimas, los excombatientes y las comunidades que los reciben para llegar al camino de la paz.

“Necesitamos no solo entender la lógica de la reconciliación desde la cultura, la economía, el derecho o la política, sino también desde la neurobiología. Lo que hemos visto es que para poder entender cuándo las interacciones entre las personas salen bien o salen mal necesitamos comprender cómo procesamos la información cognitiva y emocional, un dispositivo que tenemos todos los seres humanos. Hay un nivel inconsciente que está operando estas interacciones; una afectación invisible a través de un sesgo”, señala Juan Esteban Ugarriza, líder de esta investigación en el Grupo de Derechos Humanos de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario.

Este es uno de los aprendizajes que ha dejado la investigación que realiza este grupo interdisciplinario: la mente humana es adaptable, maleable para bien y para mal, y por eso es un factor que debe tenerse en cuenta en la nueva etapa de reconciliación que se inicia en Colombia.

Capacidad de adaptación
Con principios de la neurociencia, que han aplicado en análisis realizados a personas afectadas por el conflicto, los investigadores han identificado la necesidad que tiene el país de encontrar la variable con la que los colombianos nos hemos adaptado a una situación de conflicto, con el fin de tenerla en cuenta al diseñar planes de reconciliación para que sean efectivos.


En otras palabras, dice el investigador, quienes han sido víctimas o han participado como combatientes han generado unas adaptaciones de tipo psicológico que se reflejan en lo biológico imponiendo barreras a la reconciliación.

Por ello, la investigación apunta a determinar la manera en la que se conectan las redes neuronales en cada individuo, y cómo se pueden readaptar, para que quienes forman parte del proceso no solo cambien de actitud frente al otro, sino que también cambien su forma de comprenderlo.

A este punto han llegado los investigadores después de una década de trabajo buscando responder la pregunta: ¿cómo podemos lograr llevarnos bien en un escenario de posconflicto?, es decir, ¿cómo logramos que antiguos antagonistas puedan sentarse y dialogar?

“Llevamos diez años haciendo mesas de deliberación y juntando estas poblaciones, viendo cómo logramos que las víctimas del conflicto armado, los que han sido combatientes y las comunidades podamos interactuar civilizadamente, democráticamente y de la manera más armónica posible”, anota Ugarriza.

Un proyecto interdisciplinario

En el proyecto interdisciplinario participan politólogos, economistas, neurólogos, neuropsicólogos, lingüistas e ingenieros de las universidades de Antioquia, Diego Portales de Chile y de Edimburgo. La Universidad del Rosario provee el enfoque de ciencias sociales.


 

                            Foto_AlbertoSierra_1f-1.png

El proyecto se ha llevado a cabo en tres fases diferentes, de la mano de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ARC), institución del gobierno a cargo de la reintegración de los desmovilizados.

En 2008 se realizaron mesas de trabajo en Bogotá con desmovilizados de la guerrilla y de los grupos paramilitares, donde se observaron unas primeras interacciones y aprendizajes. En una segunda fase, entre 2013 y 2014, se incluyó a las víctimas del conflicto y a comunidades receptoras en zonas urbanas de Cali, Palmira, Cúcuta, Tierra Alta, Villavicencio, Florencia, Bogotá y Medellín.

En 2016 y 2017 se viene trabajando en la tercera fase, que incluye excombatientes (de la guerrilla y de grupos de autodefensas), comunidades y víctimas en las zonas rurales de Jamundí, Chaparral, San Vicente del Caguán, Florencia, Cali, Puerto Asís, Santa Rosa del Sur y El Bagre.

“En esta tercera fase hemos incorporado mediciones neurobiológicas a través de una herramienta computacional, con la que determinamos la forma como se adaptan los individuos a la experiencia del conflicto, con actitudes inconscientes frente a los demás”, explica Ugarriza.

Para realizar las mediciones y hallar ese ‘efecto biológico’ en el proceso, el equipo de investigadores utilizó un minilaboratorio y un equipo de electroencefalografía portátil, los cuales permiten hacer mediciones de estos ejercicios de sesgo implícito con las medidas que dan las señales eléctricas del cerebro. También desarrollaron un software particular que hace posible crear tareas computarizadas para las mesas de trabajo, extraer los datos y analizarlos.

De esa manera, el grupo de investigación realizó un proyecto piloto en Santo Domingo y Marinilla, municipios antioqueños, con el que buscó determinar si el sesgo invisible en las interacciones de la población afectada por el conflicto era diferente en las víctimas de paramilitares o de guerrilleros.

Santo Domingo sufrió en mayor intensidad la arremetida de los grupos armados, guerrilla y autodefensas, por lo que aún existe una especie de trauma colectivo por esas acciones violentas, mientras que Marinilla es un municipio que, comparativamente, se ha mantenido al margen del conflicto.

“Analizamos esos distintos tipos de victimización y usamos una escala de experiencias extremas propia de la psicología y la adaptamos para el tema del conflicto. Medimos 18 formas en las que la población fue víctima directa, como un secuestro o la quema del local donde trabajaba, o un robo o una herida, y afectaciones indirectas como la muerte o el secuestro de un familiar. Esas 18 formas de victimización nos dan una escala que nos permite saber cuál es el nivel de victimización, ya sea directa o indirecta”, explica el investigador del Rosario.

La medida mostró que entre mayores experiencias de victimización tiene el individuo, las actitudes negativas inconscientes de las víctimas con respecto a los excombatientes, según las medidas computarizadas, tienen una magnitud mucho mayor. “No tener en cuenta esta situación puede afectar las posibilidades de éxito de cualquier iniciativa de reconciliación en el país”, señala el investigador.
 

En los zapatos del otro
 

Además del componente neurológico, los investigadores han determinado otras condiciones que se deben tener en cuenta para lograr que un encuentro entre antiguos antagonistas sea exitoso y contribuya a la anhelada reconciliación. Las tres condiciones que han establecido provienen de 10 años de experiencias con las poblaciones y del análisis de trabajos científicos de los últimos 40 años.

La primera es que haya equilibrio en la representación de quienes participan en el proceso. Si alguien está en minoría en un grupo, no tiene la misma disposición para participar o abrirse a los demás. “Es un tema de seguridad psicológica, pues de alguna forma el equilibrio contribuye a generar una mínima percepción de que estamos en igualdad de condiciones”, asegura el líder del grupo de investigación.

La segunda es que el propósito de juntar las partes sea una
tarea en común, que sea algo que van a hacer en conjunto.
“Cuando hay algo común que los une, esta interacción tiende a
salir mucho mejor”, dice.



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La mente humana es adaptable, maleable para bien y para mal, y por eso es un factor que debe tenerse en cuenta en la nueva etapa de reconciliación que se inicia en Colombia.


Y la tercera es que haya un tercero que participa, que sea una autoridad legítima para las partes involucradas, como es el caso de una universidad que realiza los ejercicios.

A estas tres condiciones el grupo añade una más, que le han
dejado sus 10 años de trabajo en campo: cuando las discusiones
y las interacciones entre grupos antagonistas se dan en el
campo de las perspectivas y vivencias personales, y no tanto en
el campo de los argumentos, existe una mayor probabilidad de
diálogo exitoso.

“En vez de decirles qué opinan y qué proponen desde los argumentos, les pedimos que lo hagan desde su experiencia personal, de lo que han vivido. Eso cambia la dinámica de la discusión sustancialmente. Ya no estoy parándole bolas a tu argumento sino a tu historia y a lo que tienes que decir de lo que has vivido. Eso genera una mayor cantidad de mensajes empáticos entre sí. Es la capacidad de ponerme en los zapatos del otro. Cuando yo humanizo al otro, yo mismo me puedo imaginar en esa situación y cambiar mis actitudes”, concluye el investigador.


La reconciliación es espontánea 

Finalmente, los investigadores recomiendan que los ejercicios de interacción entre antiguos antagonistas miren hacia adelante y no hacia atrás, pues no se trata de volver a contar la historia trágica de cada uno de los actores ni de reabrir heridas pasadas, sino de imaginarnos, a partir de nuestras experiencias, cómo puede lucir un futuro en común.


“Sí es posible la reconciliación, pero no se da de manera espontánea ni se da de cualquier forma. Yo necesito generar un proceso donde la gente se junte varias veces en distintos tipos de interacciones. En la medida en que las relaciones se restauren, que haya mejores actitudes y mejores emociones entre sí, estamos andando el camino correcto”.

Más allá de los acuerdos de paz

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