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Cultura y Sociedad

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La inclusión de los jóvenes: un reto para Colombia en el posconflicto.

La diversidad social, económica y cultural de la juventud se refleja en la proliferación de las pandillas e
las ciudades. Muchos de los jóvenes en situación de vulnerabilidad expresan así una voluntad de reconocimiento e inserción en la sociedad. Un fenómeno que podría escalar si no es atendido más allá de la dimensión represiva, como señala un estudio exploratorio del profesor Éric Lair, investigador del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Paz, Conflicto y Posconflicto (Janus).

  Fotos: Leonardo Parra / Alberto Sierra
Por: Ángela Constanza Jerez

​En un momento en que se abre la perspectiva de una paz sostenible, poniendo fin a aproximadamente medio siglo de conflicto armado, Colombia debe asumir múltiples desafíos. En efecto, el llamado “posconflicto” no está exento de riesgos e incertidumbres, incluso violencias. Entre los temas más sobresalientes está la inclusión de los jóvenes en una sociedad cada vez más urbanizada. Una cuarta parte de la población es joven, es decir comprendida entre 14 y 28 años rango de edad estipulado por la Ley 1622 de 2013 para catalogar a las personas como jóvenes.

“Colombia constituye una sociedad joven y uno de sus retos es precisamente tener la capacidad de insertar a los jóvenes, teniendo en cuenta su diversidad cultural. las denominadas la mayoría de miembros de pandillas no comenten delitos. pasan una gran parte de su tiempo sin actividad específica. ´pandillas´, con frecuencia asociadas a la delincuencia o la criminalidad –y por ende estigmatizadas– ilustran esta diversidad. múltiples sectores desconocen o niegan la complejidad detrás del desarrollo, exponencial en algunas aglomeraciones urbanas, de las pandillas”, señala el investigador.

Desde hace dos años el profesor Lair, de origen francés y con 15 años de experticia en cuestiones relacionadas con la violencia en Colombia, está realizando una investigación exploratoria con jóvenes en situaciones de vulnerabilidad principalmente en Barranquilla y Cartagena. Uno de sus objetivos es entender en qué circunstancias surgen y cómo se desenvuelven las agrupaciones de jóvenes catalogadas como pandillas, sin limitarse a sus aspectos violentos que no son sistemáticos.
 

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El investigador Éric Lair considera que la diseminación de las pandillas debe ser un asunto prioritario sin ceder a una lógica de miedo y represión en el posconflicto.

“El surgimiento de estas pandillas ha despertado un interés general relativo en Colombia, sobre todo en las ciudades intermedias, a diferencia de otros países”. Esto se puede explicar por múltiples razones, entre otras, por la presencia de un conflicto armado que ha cristalizado la atención durante varias décadas, asegura.
asegura.

En su concepto, la situación ha venido cambiando desde hace unos 20 años. Paulatinamente, las pandillas han sido objeto de una serie de políticas públicas; sin embargo, esta visibilidad no ha significado siempre una mayor comprensión.

“El término ´pandilla` no es el más conveniente en particular por su connotación peyorativa. En el imaginario colectivo, esta palabra encarna el peligro y la inseguridad. Amerita ser analizado en contextos locales a la luz de numerosos factores”, explica.

Lair ha encontrado que estas conjunciones de jóvenes son estructuras de socialización, protección e identidad para sus miembros, quienes se sienten excluidos de la sociedad. Ahora bien, lejos de vivir por fuera de esa sociedad, los jóvenes encuentran en estas agrupaciones una manera de ser respetados, escuchados y visibilizados.

 

La mayoría de miembros de pandillas no comenten delitos. Pasan una gran parte de su tiempo sin actividad específica.

Por estas características, el profesor considera que no puede asegurarse de manera categórica que los muchachos ingresan a las pandillas por motivos delincuenciales o criminales. “Lo hacen porque no hay otra alternativa en el barrio. Pertenecer a la pandilla puede ser un instrumento de supervivencia. Algunos llegan por azar sin dar una explicación coherente. Otros por vínculos familiares o lazos con amigos. En muchas ocasiones, hay un deseo de (re)crearse una personalidad—un ethos generalmente masculino— en un ambiente precario desde un punto de vista social y económico”, indica.

En ese sentido, Éric Lair ha encontrado que la mayoría de miembros de esos grupos no comenten delitos. Pasan una gran parte de su tiempo sin actividad específica. En lo cotidiano, pueden deambular o sentarse en la calle para “matar el tiempo”. La pandilla aparece entonces como una estructura que les permite dar sentido a la vida: a través de manifestaciones artísticas, el consumo de sustancias psicoactivas, la perpetración de delitos, etc.

“Las pandillas cumplen con funciones esenciales en la vida cotidiana. No se puede negar que hay enfrentamientos —aunque no son continuos— con procesos de territorialización: en algunas zonas, sus integrantes tienen la pretensión de ejercer un control sobre los espacios, generando fronteras (in)visibles. En Barranquilla y Cartagena, por ejemplo, se ha vuelto costumbre pelear en época de lluvias ante todo porque la fuerza pública es reacia a salir a la calle”, cuenta Lair a partir de testimonios de “pandilleros”.

Se requiere política pública

Precisamente, el escalamiento de la violencia es uno de los puntos sobre los que el investigador alerta. Los enfrentamientos entre pandillas pasaron de la palabra a las piedras, las armas blancas y hoy a las armas de fuego. “Existe el riesgo de que se presenten enfrentamientos violentos que se articulen con estructuras de narcotráfico y personas desmovilizadas de la guerra”, comenta el profesor.


Por lo tanto, asegura, la diseminación de las pandillas debe ser un asunto prioritario sin ceder a una lógica de miedo y represión en el posconflicto. Los casos de El Salvador, Guatemala y Honduras con organizaciones como las maras revelan un panorama que debe servir de alarma para Colombia. En cuanto al avance de la violencia juvenil, el profesor Lair observa un elemento de perturbación que el país no debe exagerar, pero tampoco subvalorar so pena de sufrir sus consecuencias.

“De ahí la necesidad de una política para prevenir y atender el pandillismo y más globalmente la violencia de los jóvenes”, dice el investigador, quien agrega que “deben ser medidas coherentes no a corto plazo, sino de más largo aliento, teniendo en consideración diferentes problemáticas. Hay que llevar el debate a las esferas más altas del Estado para que en coordinación con las autoridades locales, y en concertación con las comunidades, se haga frente a cuestiones sociales y económicas no resueltas”.

Según el profesor, no hay que pensar necesariamente en un desmonte de las pandillas que responden a un propósito de socialización a nivel local. Es posible aprovechar todo su potencial para emprender distintos tipos de acciones con los jóvenes. Sólo se deberían desarticular por completo cuando la violencia se despliega hasta tal punto que se vuelve su razón de ser.

 

 
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No puede asegurarse de manera categórica que los muchachos ingresan a las pandillas por motivos delincuenciales o criminales.

 

Es necesaria una política para prevenir y atender el pandillismo y más globalmente la violencia de los jóvenes.

Las pandillas pueden encauzar a los jóvenes y para ello se requiere formarlos (la mayoría de ellos tienen un nivel de escolaridad débil o nulo) e implementar estrategias de inserción social, económica y política, las cuales los llevarán a una nueva ciudadanía más inclusiva. Esto supone ofrecerles actividades que vayan más allá de los encuentros deportivos y culturales.

“La pandilla representa no sólo un grupo sinónimo de identidad sino también interlocución con la sociedad. Sus miembros aspiran a insertarse en ella y por eso hacen reclamos en especial al Estado. Globalmente, hay una incomprensión, una desconfianza y una tensión entre la juventud y el resto de la colectividad. Pensando en el posconflicto, es urgente reconstruir el tejido social y un pacto ciudadano. Lo que está en juego es el futuro de Colombia como Nación cohesionada”, puntualiza Lair.
 

Más allá de los acuerdos de paz

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