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Divulgación Científica - URosario

Economía y Política

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Cuando silencio habla

Hay silcencios de todo tipo: cómplices, delatores intimidantes, fuertes, traumáticos, mortales… En situaciones de violencia, el enmudecimiento también es un revelador contundente de hechos y eventos, individuales y colectivos, que hacen parte de la historia y que pueden tener una gran resonancia social. Escudriñar algunos de ellos y darles protagonismo es el propósito del libro Los silencios de la guerra, editado por Camila De Gamboa y María Victoria Uribe, investigadoras de la Universidad del Rosario.

  Fotos: Juan Ramírez / Alberto Sierra / Leonardo Parra
Por Amira Abultaif Kadamani

Septiembre/2019

¿Qué tienen en común un preso en una celda de confinamiento solitario en Estados Unidos, los miembros de una comunidad asolada por las ejecuciones masivas de bandas criminales mexicanas, los alemanes que vivieron durante el régimen nazi o las víctimas de la barbarie delparamilitar colombiano El Iguano? Que a todos los habita un silencio lapidario al que fueron forzados, bien por la coacción de otro o por la propia imposibilidad de hallar alguna forma de expresarse.

Estas, entre otras historias y situaciones, son analizadas en el libro Los silencios de la guerra, un compendio de ocho ensayos académicos escritos por igual número de autores de distintos países que, desde diversas áreas del conocimiento (la filosofía, la antropología, la historia, la literatura y la música), tratan descriptiva y analíticamente lo que significa el silencio —o los silencios en contextos de violencia o conflicto.

Esta propuesta surgió en medio del ruido aturdidor que polarizó —y aún polariza— a Colombia por cuenta de la negociación de paz entre el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). “En 2016, cuando el país estaba sumido en el punto más álgido de la polarización que generó este proceso, y los lenguajes de guerra y paz integraron todo, pensamos en abordar el silencio como vía alterna de esa otra historia que no se cuenta”, señala la antropóloga e historiadora María Victoria Uribe. “Hay muchos libros sobre la guerra y sus consecuencias, pero en Colombia no había una investigación sobre los silencios que esta genera ni los residuos silentes derivados de los espacios donde se vive mucha violencia”, complementa la abogada y filósofa Camila De Gamboa.

Fue así como estas dos investigadoras de la Universidad del Rosario invitaron a académicos, nacionales e internacionales, para que ofrecieran sus miradas sobre el silencio desde distintas experiencias y perspectivas, tomando como referencia el texto escrito por la literata Shoshana Felman profesora de literatura comparada y francés de Emory University, Estados Unidos, y experta en trauma, testimonio y psicoanálisis —sobre Walter Benjamin, el célebre filósofo judío alemán que vivió en carne propia los efectos devastadores de las dos guerras mundiales, las cuales, a su juicio, son el resumen del fin del arte de narrar las experiencias vividas y la condena al enmudecimiento.

Felman señala que para Benjamin hubo diversas causas de esta pérdida (“el ascenso del capitalismo, la esterilización de la vida por causa de los valores burgueses, la decadencia del artífice, la creciente influencia de los medios y la prensa”), pero la primera y más dramática fue el impacto que tuvo la Primera Guerra Mundial en la sociedad. La tecnología destructiva de esta confrontación bélica y sus alcances fueron tan grandes e insospechados que arrasaron no solo los cuerpos de los combatientes y los de millones de civiles a su paso, también acabaron con el poder de expresión de los sobrevivientes, que quedaron mudos porque no pudieron pensar sobre lo impensable ni decir sobre lo indecible. El filósofo alemán quedó en shock tras el suicidio de su mejor amigo durante aquella primera guerra y, años más tarde, en los albores de la segunda, él tuvo el mismo destino por miedo a caer preso en manos de la Gestapo, en la frontera franco española.
 

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Es bien sabido que la historia suele ser la que cuentan los vencedores, pero los caídos en desgracia, aunque callen, también tejen un relato; sus silencios son indicativos de algo más. ¿Cuál es entonces la relación entre la historia y el silencio?, se pregunta Felman. Respuesta: “en una filosofía de la historia que se centra (consciente o inconscientemente) en el poder, a los que no tienen poder (los perseguidos) se les priva constitutivamente de tener voz. Puesto que la historia oficial se basa en la perspectiva del victorioso, la voz con la que se pronuncia con autoridad es una voz ensordecedora; no nos permite darnos cuenta de que todavía queda en la historia una  reivindicación, un discurso que no oímos”.

Es ese silencio el que Uribe y De Gamboa pretenden escuchar por parte de quienes viven no solo la realidad colombiana, sino la de otras latitudes; y ese es el poder que los distintos autores les conceden a los silentes. Ana María Ochoa, música de formación, se sumerge en el silencio estridente de los prisioneros en calabozos de aislamiento en Estados Unidos y América Latina, sin ningún contacto humano ni acceso a la luz natural como en el que estuvo confinado el expresidente uruguayo Pepe Mujica; celdas que por sí solas constituyen un régimen de tortura que lleva a los reclusos a estados extremos de aniquilamiento.

Entre tanto, el sociólogo Rigoberto Reyes acoge el acallamiento en el que han caído pequeñas comunidades rurales o semiurbanas del México contemporáneo, ante el azote de organizaciones criminales, que han alterado por completo la cotidianidad y configurado en la población nuevos estados y definiciones del silencio. En esa misma vía expone su pensamiento Mauricio Pilatowsky, un filósofo e historiador para quien dentro de la violencia mexicana se ocultan no solo intereses políticos sino actores que teóricamente representan la ley pero que se mimetizan en el crimen organizado; adicionalmente, él considera que la colonización y la conquista españolas fueron procesos que construyeron una “empresa” violenta del terror que a la postre terminó legitimando acciones, comportamientos y lenguajes hostiles muy arraigados en la cultura mexicana.
 

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“En 2016, cuando el país estaba sumido en el punto más álgido de la polarización que generó este proceso, y los lenguajes de guerra y paz integraron todo, pensamos en abordar el silencio como vía alterna de esa otra historia que no se cuenta”, señala la antropóloga e historiadora María Victoria Uribe.

No muy distante de esas realidades, la filósofa Ángela Uribe analiza los alcances, límites y características del perdón ofrecido por Jorge Iván Laverde, alias El Iguano, miembro de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia a sus víctimas. Por obtener los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, él pide perdón en un acto público y sin asomo de contrición alguna a los familiares de cerca de 4.000 personas que resultaron ser sus víctimas; en este caso, según la filósofa, El Iguano ha debido callar, pues su silencio tendría, al menos, un poco más de sentido. Por su parte, el filósofo Wolfang Heurer habla del enmudecimiento paralizante de los alemanes tras el horror del nazismo y cómo décadas después surgieron movimientos literarios y periodísticos que pretendían recuperar el lenguaje y la memoria. La filósofa María del Rosario Acosta hace un análisis netamente filosófico acerca de los retos lingüísticos que las experiencias traumáticas plantean, proponiendo la necesidad de una gramática del silencio. A esa idea se suma el también filósofo Carlos Thibeaut, quien reflexiona sobre varios tipos de silencio, tanto positivos como negativos, siendo estos últimos derivados del daño ocasionado por otros y frente a los cuales no solo se requieren palabras para abordarlos y conceptualizarlos, también acciones de parte de instituciones y grupos humanos que deben reaccionar ante ellos, no ignorarlos.
 

Esta es justamente una de las formas de silencio que más impresiona a las editoras de este libro: el de la sociedad que se mantiene pasiva e inerme frente al dolor del otro; es un silencio indiferente, cómplice y hasta estigmatizador (“eso le pasó seguramente por algo”), que se ha vuelto tan natural como la violencia que lo origina.

Pero si se trata de construir paz, urge darles voz a quienes no la tienen y quieren, libre y genuinamente, expresarse. Bien podría pensarse que en la era de la Internet y las redes sociales ese derecho está garantizado. No obstante, para Camila De Gamboa eso es un espejismo: “Tenemos un afán inmenso por informarnos, pero no por reflexionar sobre aquello de lo que nos informamos. Todas estas tecnologías son muy apropiadas para que esa pequeña celebridad que hay en nosotros esté en el espacio público, pero no para tejer narraciones que tengan verdadero sentido y mucho menos para generar reflexiones profundas. Lo que ha pasado es que hoy en día las sociedades están fragmentadas porque cada grupo social oye lo que quiere. Nos hemos convertido en una suerte de autistas, y eso no nos permite interactuar con los otros ni entender su diversidad y riqueza”.

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“Lo que ha pasado es que hoy en día las sociedades están fragmentadas porque cada grupo social oye lo que quiere. Nos hemos convertido en una suerte de autistas, y eso no nos permite interactuar con los otros ni entender su diversidad y riqueza”, explica la abogada y filósofa Camila De Gamboa.