Colombia no es ajena a un fenómeno que se da en diferentes partes del mundo, el cual se traduce en legisladores y delincuentes unidos para compartir las mieles del poder. Políticos y mafias aliados consiguen votos con coerción.
En junio de 2005, la revista Semana publicó una entrevista explosiva con Vicente Castaño, el creador de diferentes frentes paramilitares y el responsable de su consolidación y expansión por los rincones del territorio nacional. Entre los muchos temas que reveló llamó la atención su aseveración sobre el hecho de que “más del 35 por ciento” de los congresistas eran sus amigos y que para las siguientes elecciones los paramilitares esperaban “aumentar ese porcentaje de amigos”. “Hay una amistad con los políticos en las zonas en donde operamos. Hay relaciones directas entre los comandantes y los políticos y se forman alianzas que son innegables. Las autodefensas les dan consejos a muchos de ellos y hay comandantes que tienen sus amigos candidatos a las corporaciones y a las alcaldías”, aseguró quien fue conocido como el hombre fuerte del paramilitarismo en Colombia. La parapolítica, como se llamó a ese fenómeno, es un ejemplo palpable del clientelismo armado; concepto que Jorge Gallego, profesor de la Facultad de Economía del Rosario y doctor en Ciencia Política de la Universidad de Nueva York, analizó y sugiere estudiar más a fondo para que el Gobierno, las instituciones y, en general, la sociedad colombiana estén preparados para prevenirlo. “Este fenómeno es más prevalente de lo que creemos y por eso no podemos ignorarlo. Si en este escenario de posconflicto el Estado no logra control territorial en las zonas donde hay presencia de grupos armados, tendremos clientelismo armado, seguramente no a la escala de la parapolítica, pero sí habrá alcaldes, gobernadores y concejales aliados de los grupos armados que saquearán las finanzas de municipios y departamentos”, asegura. La premisa del clientelismo armado, como asevera el profesor, es la relación política entre patrones (candidatos) y clientes (votantes), mediada por un grupo armado ilegal que tiene control sobre un territorio. En vez de comprar votos, dar comida u ofrecer otras prebendas a los votantes, utiliza una herramienta más efectiva para movilizar votos: la coerción con el uso de la violencia, de las armas.
“En el clientelismo tradicional lo que pasa es que el político le da bienes y servicios al cliente, que es el votante, a cambio de apoyo político, que usualmente incluye el voto. Muchas veces en el clientelismo tradicional hay una figura importante que es la que llamamos el intermediario o el bróker. “En países grandes y elecciones numerosas es casi imposible que el político tenga comunicación directa con todos los votantes y para eso son los líderes barriales, los ediles, las juntas de acción local. Esa es la red clientelista tradicional. Lo que yo exploro es el fenómeno en el cual ese intermediario no es una persona del común, sino que es el grupo armado, el actor ilegal, el mafioso y eso es lo que llamo clientelismo armado”, explica el profesor Gallego.
Existe evidencia de situaciones similares a la parapolítica en ciudades como Chicago, Nueva York y Kansas, en estados unidos, las cuales se registran a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, donde la política estaba permeada por pandillas y mafias barriales.
NO SOLO COLOMBIANO El fenómeno no es exclusivo de Colombia. Existe evidencia de situaciones similares a la parapolítica en ciudades como Chicago, Nueva York y Kansas, en Estados Unidos, las cuales se registran a finales del siglo xix y comienzos del siglo xx, donde la política estaba permeada por pandillas y mafias barriales. En Nueva York, por ejemplo, Tammany Hall fue el nombre con el que se conoció a la maquinaria política del Partido Demócrata de los Estados Unidos, una red de tráfico de influencias o red de clientelismo político que tuvo un papel crucial en el control de la política de la ciudad. Ayudó para que los inmigrantes, principalmente irlandeses, participaran en la política americana desde 1790 hasta 1960. Pero también, en numerosas instancias, esa red hizo alianzas con las mafias de la ciudad para lograr votos. “Lo que me sorprendió —explica el profesor Gallego— es que en la actualidad en Chicago siga existiendo el fenómeno del clientelismo armado. Encontré un artículo del Chicago Magazin de 2011, que documenta problemas de mafias y pandillas en el sur de la ciudad. Pandillas que son muy étnicas, de los latinos y los afroamericanos. Hay acusaciones serias contra los candidatos al concejo, a los gobiernos locales, que forman alianzas y que les dan acceso a contratos”.
En Italia las mafias del sur formaron alianzas con los políticos. En Jamaica es conocida la unión de los políticos de Kingston, su capital, con las pandillas. Y en Brasil está documentado el caso de las milicias en las favelas, originadas como grupos de autodefensas para combatir a los narcotraficantes, que formaron alianzas con candidatos ex-Policía o ex-Fuerzas Armadas. El investigador señala que la cercanía ideológica entre el grupo armado y el político es una de las condiciones o elementos estructurales que permiten la aparición del clientelismo armado, como se evidenció en Brasil y Colombia. Las otras razones tienen que ver con la capacidad estatal judicial y la identificación partidista que tienen los votantes. En el primer caso, la debilidad de la justicia hace que esta sea cooptada por los grupos ilegales. “Si los jueces son corruptos, si los órganos de control, sobre todo a nivel local, son débiles, más tentador es irse con el grupo armado. Por eso las regionales de la Contraloría, la Procuraduría y otras instancias son las primeras que capturan”, explica. En la segunda condición, lo que muestran los hechos es que, al ser débiles los partidos y no existir votantes con una identificación partidista fuerte, no prima la ideología o la política programática, priman los intereses personales, como los económicos. Algo que es menos frecuente en las democracias fuertes.
Si en este escenario de posconflicto el Estado no logra control territorial en las zonas donde hay presencia de grupos armados, habrá clientelismo armado, indica Jorge Gallego, profesor de la Facultad de Economía.
Finalmente, existe una tercera condición y es la capacidad financiera que tienen los partidos, los fondos con los que cuentan para comprar votos. “Si una máquina clientelista es fuerte y tiene recursos para comprar votos o si los votos no son muy caros, el partido puede basarse en esas estrategias del clientelismo tradicional, pero si no tiene muchos recursos, si comprar votos es difícil y en alguna región es caro, mejor recaer en la coerción que es un mecanismo expedito”, argumenta el académico. ¿QUÉ HACER? Con este conocimiento de los factores políticos, sociales y económicos que dan lugar a la génesis del clientelismo armado, la recomendación del profesor Gallego es la mencionada en diferentes estudios sobre las causas del conflicto: lograr presencia del Estado para que provea los servicios y tenga el monopolio de la violencia. “El modelo muestra que el primer supuesto para que emerja el clientelismo armado es que haya un grupo armado ilegal que controle un distrito. La primera prescripción entonces para que no ocurra eso es que los grupos armados no controlen. Es difícil de lograr, pero buena parte de lo que se trató en La Habana fue traer el Estado a las regiones, como territorios que históricamente estuvieron vedados. Necesitamos además entes judiciales competentes, que haya capacidad judicial y no se logre capturar a las oficinas delegadas de la Contraloría, la Procuraduría y la Fiscalía”. A la lista de acciones para acabar este mal, el investigador agrega la importancia de realizar reformas al sistema de partidos con el fin de que haya incentivos suficientes que los obliguen a hacer purgas internas. “Hay que pensar en una reingeniería institucional y electoral más contundente, un periodismo que continúe haciendo accountability —como el que logró evidenciar la existencia de la parapolítica— y, definitivamente, se requieren ciudadanos informados para que no se dejen amedrentar y no vendan su voto”.
Más estudio sobre el tema: “Me sorprende un poco que el fenómeno no haya sido estudiado a profundidad cuando ha permeado nuestra sociedad. Por eso busqué entender bajo qué circunstancias es factible que el clientelismo armado se consolide y emerja por encima del clientelismo tradicional”. Por la política programática: “El clientelismo armado es un mal mucho peor que el tradicional. Todos quisiéramos vivir en un Estado en el que la política se haga de manera programática, donde los candidatos estén comunicando sus propuestas, su posición ideológica, su percepción de cómo diseñar sus políticas públicas, que los ciudadanos reciban esos mensajes y los tomen a conciencia, pero estamos lejos de ese mundo ideal”. Hermano de la corrupción: “En Colombia, y en general el mundo en desarrollo, lo convencional es que durante las elecciones haya un intercambio de dádivas, de favores, que van desde los candidatos aliándose con grupos económicos para financiar sus campañas hasta alianzas con los grupos ilegales, las mafias. A cambio dan acceso a los recursos públicos, a los contratos, a los cargos públicos y debilitan el aparato judicial y de seguridad. Es cuando viene el saqueo. Por eso el clientelismo y la corrupción son hermanos”.