El Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), que apareció en China en 2003 y se propagó rápidamente a América, Europa y Asia; el huracán Katrina de 2005, que azotó el sureste de Estados Unidos y dejó la mayor cantidad de víctimas mortales y daños económicos en toda la historia de ese país; y el terremoto en Puebla (México) de 2017, que mató a 350 personas y produjo cuantiosos destrozos materiales. Estos son apenas algunos de los eventos que están dando pistas a un grupo de científicos sobre cómo manejar las secuelas en la salud física y emocional de las personas cuando viven situaciones catastróficas. Su interés es contribuir desde la ciencia, y con otra perspectiva, a tratar la mayor emergencia sanitaria de los últimos cien años: la pandemia por la COVID-19.
Investigadores de Colombia, España y Chile están a cargo de esta importante misión. Durante meses se han ‘sumergido’ en la literatura existente sobre las crisis que se han presentado en el mundo y, además, han analizado los resultados de una indagación que realizaron en junio de 2020 a estudiantes de pregrado y de posgrado para saber cómo se sentían, cómo lidiaban con la situación caracterizada por el confinamiento y si estaban ansiosos o no.
La información recopilada les sugiere a los investigadores intervenciones que minimicen las consecuencias psicológicas negativas de la pandemia, entre las que se encuentran enseñar a las personas sobre hábitos de vida saludable, promover la cultura del autocuidado e informar sobre manejo de emociones.
“Lo que sucede es que ante una amenaza que genera gran preocupación, temor y miedo se incrementan los niveles de ansiedad y, por ende, se afecta el bienestar de las personas, que suelen sentirse vulnerables, estresadas, frágiles y tristes, como lo registran estudios de la Universidad del Sur de Misisipi sobre el huracán ‘Katrina’, o de la Universidad de Hong Kong sobre la epidemia de SARS en Hong Kong. Estas y otras investigaciones profundizaron en la resiliencia psicológica, la depresión y la disfunción entre los sobrevivientes”, explica el profesor Mario R. Paredes, de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, la institución participante por Colombia.
Él, junto a Vanessa Apaolaza y Patrick Hartmann, profesores de la Universidad del País Vasco (UPV) en Bilbao (España), y Cristóbal Fernández Robin y Diego Yáñez Martínez, de la Universidad Técnica Federico Santa María de Valparaíso (Chile), publicaron el estudio El impacto de la pandemia de COVID-19 en el bienestar mental subjetivo: la interacción de la amenaza percibida, la ansiedad futura y la resiliencia.
La clave está en los rasgos de la personalidad
Los investigadores hicieron 711 cuestionarios válidos a hombres y mujeres entre 18 y 49 años. Aproximadamente el 72 por ciento eran estudiantes de pregrado y el 28 por ciento, de posgrado. Con los resultados contrastaron las relaciones hipotéticas planteadas utilizando escalas de medición previamente desarrolladas en la literatura. Por ejemplo, la escala de Zaleski (1996) para medir la ansiedad futura, entendida como un conjunto de conductas en el que predomina el temor a eventos futuros (ver recuadro 1).
Si bien hubo una baja tasa de respuesta (4 por ciento), que se explica porque se trataba de una encuesta voluntaria y sin incentivo, solicitada en un momento en el cual se recibía un alto volumen de información relacionada con el nuevo coronavirus, los resultados les permitieron confirmar conclusiones de investigaciones pasadas. Por ejemplo, la pandemia es uno de esos eventos significativos que se salen de la cotidianidad, junto con los desastres naturales (tsunamis, maremotos, terremotos) o guerras, y generan efectos mentales a corto, mediano y largo plazo.
La dimensión de los efectos y la respuesta que tenga la persona a ellos están determinados por la resiliencia, vista como un rasgo de la personalidad que permite afrontar mejor los eventos estresantes o traumáticos e incluso la vida misma. Una característica que acompaña a cada persona. En los deportistas es un rasgo evidente porque el grado de resiliencia es el que les permite afrontar mejor o no las adversidades, superar los fracasos, recuperarse de una grave lesión y retomar su actividad.
“Lo medimos como un rasgo de personalidad”, aclara Paredes. “Todos venimos dotados de diferentes niveles de resiliencia y, en el caso de la pandemia, es una realidad que las personas que tienen mayor grado sienten una menor relación de amenaza frente a esta nueva realidad. Por lo tanto, minimizan el impacto negativo de la ansiedad en el bienestar subjetivo”.
Otro tema que se ha visto relacionado de manera positiva con los niveles de resiliencia es el mindfulness. Los investigadores lo definen como vivir el presente sin emitir juicios, centrar la atención en él e incrementar la autoconciencia, lo que se puede lograr mediante técnicas de meditación.
Mario R. Paredes, profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, asegura: “Todos venimos dotados de diferentes niveles de resiliencia y, en el caso de la pandemia, es una realidad que las personas que tienen mayor grado sienten una menor relación de amenaza frente a esta nueva realidad. Por lo tanto, minimizan el impacto negativo de la ansiedad en el bienestar subjetivo”.