La imagen idílica del llanero cabalgando por planicies infinitas mientras vigila o arrea solitario su ganado disperso, ya parece no ser tan idílica. En un mundo cuya humanidad ha puesto en jaque aquello que le da sustento —la tierra— por satisfacer con apetito voraz sus necesidades y deseos, la idea de un ganadero no es precisamente la de un justiciero por la naturaleza. Las razones son contundentes y alarmantes. La ganadería vacuna produce el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el planeta, según establece la FAO, y es responsable de casi el 60% de la deforestación en Colombia, bien sea para criar animales en pie o para asegurar la tenencia de un predio, conforme un estudio de Fedesarrollo de 2014. Esto sin cuantificar su enorme uso de agua dulce (las vacas consumen cerca de la décima parte de la que está disponible, señala la FAO), la contaminación de este preciado líquido, la compactación, desecación y erosión de la tierra, la eutrofización, el acaparamiento de vastos terrenos con vocación agrícola y la pérdida de biodiversidad.
De ahí que sea perentorio que este sector adopte mecanismos productivos sostenibles. Hacia esa meta se encamina la investigación desarrollada por el economista Fernando Carriazo y el ecólogo Francisco Escobedo, profesores de la Universidad del Rosario, en asocio con el economista ambiental Ricardo Labarta, del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT). El estudio Incentivos para Prácticas y Políticas de Ganadería Sostenible en la Orinoquía Colombiana se dividió en dos fases: en la primera, encuestaron a 245 ganaderos de seis departamentos del país (Meta, Casanare, Vichada, Arauca, Caquetá y Putumayo) para caracterizarlos con respecto a la extensión de su propiedad y de su hato, nivel educativo, edad, género, mecanismo empleado en su unidad productiva y conocimiento de los métodos de pastoreo y de asistencia técnica; en la segunda fase, diseñaron diversos escenarios hipotéticos para evaluar sus
preferencias frente a la adopción o no de prácticas sustentables —particularmente del sistema silvopastoril y las pasturas mejoradas— si son subsidiados para ello, y el apoyo que quisieran tener o no en forraje y producción vacuna.
En el sistema silvopastoril se integran árboles, arbustos, follaje y pastos como ecosistema de alimentación y hábitat de los animales, mientras que las pasturas mejoradas son aquellas tecnificadas por el hombre para maximizar sus beneficios, de acuerdo con las especificaciones del suelo donde pueden crecer y la vocación del ganado —fundamentalmente lechero o cárnico— que alimentan. En este caso, el género de pastura que los investigadores propusieron fue la Brachiaria, una planta herbácea que aunque es originariamente de África fue introducida con éxito en el continente americano, desde hace unas cinco décadas, por su amplio rango de adaptación a áreas tropicales. Ambos mecanismos ofrecen bondades diferenciales frente a lo que ocurre en muchas zonas, que son deforestadas de su flora nativa para darles paso a los rumiantes, los cuales terminan andando a sus anchas en busca de alimento, fresco o seco. En contraste, con las pasturas mejoradas hay una mayor calidad nutricional y cantidad de forraje, lo que también pasa con el sistema silvopastoril, en el que, además, los animales crecen bajo la sombra y viven menos estresados por los cambios bruscos de temperatura.
Así mismo, Carriazo, Escobedo y Labarta les plantearon a los ganaderos tres tipos de asistencia técnica de forraje —ninguna, básica y completa— y el mismo escenario de asistencia en producción vacuna, la cual implica comprender y apropiar los procesos de manipulación genética para lograr mejores razas, los esquemas de vacunación y tratamientos antibióticos idóneos, entre otros.
Con todas esas variables en juego, establecieron múltiples combinaciones de opciones (ver recuadro de ejemplos) y se las presentaron a los ganaderos para que eligieran un escenario entre una dupla de opciones; cada llanero repitió el ejercicio entre cinco y diez veces con esquemas diferentes. Y a partir de la recopilación de todas sus elecciones, los investigadores procesaron estadísticamente los datos aplicando un modelo econométrico para determinar cuál era la valoración que cada ganadero hizo en sus selecciones.
“El primer gran hallazgo es que ellos no solo están muy interesados en hacer sus negocios más ambientalmente sostenibles, sino que valoran más la asistencia técnica que el pago que se les podría ofrecer por dedicar tierra para la conservación”, explica Carriazo. Es decir, un eventual programa o política de compensación por servicios ambientales para este sector no debería basarse solo en una recompensa monetaria, sino complementarse con asistencia técnica. El 67% manifestó su interés en recibir asistencia técnica en forrajes (32% básica y 35% completa) y 69% querría apoyo en producción (35% básica y 34% completa). Solo el 11% de los encuestados en este estudio dijo no estar interesado en participar en un programa de estas características.
El panorama común que revela este estudio es que gran parte de los ganaderos de estos departamentos vive en zonas alejadas e inhóspitas donde a veces ni siquiera el Estado hace presencia, y esa soledad, que colinda con el abandono, los ha privado de ayuda y conocimiento que resulta vital. En Colombia hay cerca de 623.000 ganaderos, y de ellos, el 82% son pequeños, es decir, poseen entre 1 y 50 cabezas.
Pese a que el nivel educativo de los ganaderos consultados era relativamente bajo (solo el 14.5% completó sus estudios de educación superior, el 7% recibió educación técnica y el 17% es bachiller), todos se mostraron muy conocedores de sus unidades de producción y fueron capaces de hacer con solvencia cálculos de costo-efectividad frente a los diversos escenarios que les postularon. Y la gran mayoría entiende la importancia de acoger uno u otro mecanismo para potenciar sus negocios y reducir su impacto sobre el medio ambiente. No en vano, el 47% de ellos estaría dispuesto a adoptar un sistema silvopastoril en el 15% de su predio, y el 41% lo haría en el 30% de su terreno, lo cual implica un esfuerzo importante teniendo en cuenta que implementar este sistema cuesta 779 dólares por hectárea y mantenerlo durante tres años vale 144 dólares/hectárea, según estimaron los investigadores.
En cuanto a las pasturas mejoradas los valores son menores: 407 dólares/ hectárea por adoptarlas y 115 dólares/hectárea por mantenerlas al año. Con esto en mente, el 49% de los ganaderos las adoptarían en el 15% de su finca, y 42% en el 30% del predio.
Cabe reiterar que para que eso sea posible se requiere un estímulo en dinero (subsidio) o especie (asistencia técnica), pero hacerlo derivaría en una ganancia ambiental, económica y social, al migrar hacia la ganadería intensiva. Si bien los ganaderos no retirarían una parte de su terreno para dejarlo al margen de su producción (lo que en muchos casos se entiende como delimitar un área solo para la conservación), aplicar uno u otro sistema es un paso importante hacia la sostenibilidad. “Con las pasturas mejoradas y el sistema silvopastoril las vacas emplean menos terreno para consumir los nutrientes que necesitan porque el contenido nutricional de ese tipo de vegetación es más alto, y eso reduce la densidad de vacas por hectárea. Y, por otro lado, con cualquiera de los dos la captura de CO2 es más alta que con los pastos nativos, y por eso considera un servicio ecosistémico”, sostiene Carriazo. “Esto para los ganaderos es una innovación frente a la forma en que tradicionalmente producen; no hay pérdida, sino ganancia, pero hay que incentivarla”, agrega.