La economía cafetera está contribuyendo a la reconstrucción del tejido social en regiones apartadas y especialmente en lugares que fueron afectados directamente por el conflicto interno. A través del surgimiento de asociaciones de familias, vecinos y de pequeños cultivadores del grano, estas comunidades además han encontrado ingresos estables y una fuente de oportunidades para su desarrollo.
Esta es una de las conclusiones de la investigación ‘Cadenas críticas. Cadenas de valor, empleo rural y reconstrucción del tejido social: una estrategia para la consolidación de la paz’, elaborada por la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario. “La asociatividad y los procesos productivos ayudan a reconstruir el tejido social pues, en la medida que las personas de zonas afectadas por el conflicto o los excombatientes hacen una cooperativa y comercializan sus productos, se comienzan a relacionar con el resto de la sociedad”, dice Jairo Baquero, profesor a cargo del proyecto.
A grandes rasgos, el tejido social está compuesto por todo aquello que conecta a las personas de una comunidad y los relaciona entre sí. Allí es donde nacen los núcleos sociales, las familias, los vecinos y los conocidos.
La investigación se centró en analizar la forma como esas asociaciones rurales han permitido generar esas transformaciones comunitarias específicamente en dos partes del país: el departamento del Huila y las poblaciones del sur del Tolima. Los dos casos se caracterizan por estar en una zona geográfica alrededor de la cual hubo corredores de los principales bloques guerrilleros. Con esto, estas poblaciones crecieron como testigos y víctimas del conflicto armado.
“Cuando se habla de asociatividad rural, en ocasiones estos grupos pueden crearse de la mano de acciones institucionales, como cuando el gobierno exige realizar estas uniones como un requisito para otorgar préstamos para proyectos productivos. Aunque también pueden surgir de forma espontánea cuando se reúnen los vecinos en una junta de acción comunal o en asociaciones productivas, como en algunos casos analizados”, comenta el experto.
Justamente, los lugares seleccionados tienen una creciente actividad cafetera, que se ha desarrollado incluso desde antes que se firmara el acuerdo de paz con las Farc. De hecho, el Huila ya es reconocido por producir uno de los cafés más aromáticos del país. “Esa situación de estar en zona de influencia guerrillera y al mismo tiempo producir café de alta calidad, con una inserción global exitosa, da un contraste muy especial para analizar estos procesos”, explica.
Un trabajo en el campo
Para analizar el papel que cumple la asociatividad rural al momento de reconstruir el tejido social, el grupo realizó un trabajo muy estrecho con diversas asociaciones de campesinos que se encuentran en los lugares seleccionados. Entonces, hizo recorridos y trabajos de campo por fincas cafeteras, gracias al apoyo del Centro de Estudios Regionales del Sur (Cersur). Allí conocieron a diversas asociaciones de mujeres y jóvenes cafeteros, al igual que cooperativas grandes y medianas.
Entre los trabajos que destaca la investigación se encuentra la Asociación Los Pinos, que está ubicada en la vereda Cachichí (al occidente de Neiva), un lugar de alta influencia de las Farc. Liderada por Ana Milena Quintero, agrupa a unas 20 fincas cafeteras que se encargan directamente de todos los pasos del procesamiento del café, desde la recolección y la despulpada hasta el empacado y la comercialización.
“Quizás lo que más me llamó la atención, además del liderazgo de Ana Milena, fue que estuvieran ubicados en una zona que no fuera cafetera. Allí les toca luchar por mostrarse como cafeteros en un lugar donde, además de estar en medio de combates entre ejército y guerrilla, sufrían de una fuerte estigmatización”, dice Baquero.
También se encuentra el caso de la Asociación de Productores Ecológicos de Planadas (Asopep), en el sur del Tolima, que agrupa a más de 200 fincas. Ellos se han enfocado en generar estrategias de capacitación y entrenamiento de jóvenes para que no abandonen el campo y se integren a la cultura cafetera desde la producción agroecológica.
De acuerdo con Baquero, las comunidades han desarrollado estrategias para generar valor por fuera de las cadenas tradicionales, como una forma de evitar que las fluctuaciones de los precios internacionales del grano afecten sus ingresos. “Al poner una identidad al café, como producto orgánico, por ejemplo, logran elevar su precio final. En promedio, venden su café 40% por encima del precio establecido”.
Si bien las actividades cafeteras han dado una luz de esperanza, estas poblaciones aún tienen el reto de luchar contra una estigmatización que afecta tanto a los campesinos de las zonas que tuvieron influencia guerrillera, como a los excombatientes que apuestan por integrarse a la sociedad.
“Si no apoyamos estos proyectos productivos que surgen en las zonas de conflicto, estaríamos retrocediendo 50 años y condenaríamos a estas poblaciones a seguir reproduciendo la guerra”, concluye Jairo Baquero.